Lo que fuera que fuese ya no lo es y no lo volverá a ser. La criatura ha crecido por fin y cada año es más fuerte, viaja al extranjero, ha mejorado su inglés y empieza -por méritos propios- a ser respetada en su propio país. Nos empezamos a quedar sin razones para criticar al cine español. El salto de calidad de nuestro cine en la última década no cesa, con obras de una vez maduras en estilo, género y forma.

Estas cinco producciones nos representaron en la Berlinale 2018. Cuatro películas y un documental que lo explica todo:

 

El malagueño Ramón Salazar ha creado con La enfermedad del Domingo un género nuevo -diríase- mezclando géneros y subvirtiendo estilos, dando como resultado una película inclasificable. Un thriller de estética futurista, con una gama de colores y una luz espléndida, misteriosa, creando una atmósfera onírica de malas vibraciones, como de insalubridad -imagina que una capa de polvo muy fina cubre el espacio donde respiras- y de apariencia postapocalíptica, con personajes que parecen vivir aislados de una civilización a la que ignoran. Una película de innovación y de clase. Treinta años después de ser abandonada, una hija (Bárbara Lennie) se presenta en casa de su madre (Susi Sánchez), con una simple y extraña petición. Esta es la premisa. Ambas fabulosas, transmiten un vacío -una carencia en la emoción- que traspasa la pantalla: el vacío del abandono, gestos de caras con capas de pérdida y de existencia irrelevante.

Una extraña tensión domina los diálogos, silencios entre frase y frase y preguntas sin responder son coreografiados con un metrónomo defectuoso, uno que ya no emite tic tac pero sigue marcando el pulso. El abandono es un acto anti natura que pervierte la vida que será, logrando una película de fría melancolía por unos recuerdos que no pudieron llegar a ser.

 

“Era un 2 de novembro, pola noite, durmía intranquila e de súpeto sentimos. Non podía falar, non podía moverme, non podía emitir ningún son, so sentía frío” En la sierra de O Courel, a unos noventa kilómetros al sur de Lugo, la gallega Diana Toucedo capturó la vida que hay en la ausencia. Tras seis años de trabajo, esta cineasta de fuego en el cabello retrata en Trinta Lumes otra manera de percibir el mundo. Madera carcomida por la lluvia, antiguas lápidas rotas y casas abandonadas, su cámara los recorre junto a quienes todavía allí viven, en aldeas olvidadas. La lluvia y el viento son la manifestación de lo invisible, de esa «otra percepción» La pequeña Alba de doce años vive dentro de esa riqueza cultural gallega, de leyendas y mitos: “No me gusta acercarme a las ventanas, porque puede tocarme el aire de los difuntos. Me gustaría poder acercarme más, pero me paraliza el miedo” Lume significa fuego en gallego, pero en la sierra de O Courel también es hogar, familia, aquella casa que está en activo. Es el 2 de noviembre, día de los Difuntos y a través de Alba advertimos, por fin, a las lumes, treinta almas que brillan en otro mundo, uno tan legítimo, real y veraz como ese nuestro tan científico que impera.

 

Cuenta Isabel Coixet que tardó diez años en sacar adelante La Librería, a nadie le convencía su guion: «No pasa nada ¿no?» «¿Por qué no hay una historia de amor?» Parece ser que la historia de amor por la lectura no era suficiente, comenta. Florence Green (interpretada por Emily Mortimer) abre en 1959 la primera librería en un pueblito inglés, contra el desprecio y burla de una elite pedante que dicta lo que es cultura y lo que no. Basada en una novela “extraña y muy seca, nada sentimental, donde todo pasa con distancia” según la propia directora, es para mí una película incompleta. La actuación de Bill Nighy es excelente, como arquetipo de señor británico reprimido y emocionalmente no muy hábil, encerrado en su casa leyendo libros, decepcionado con un mundo que considera espantoso. Mortimer, la actriz protagonista, no encaja sin embargo en la película igual que Green no encaja en el pueblo, unida a la sobreactuación como rica déspota de una Patricia Clarkson que tampoco ayuda, pese a ser una gran actriz. Un film apacible cuyos chistes agradables no me terminan de casar con un drama que se advierte dulcificado, quizá adaptado para un público más amplio, donde se cambió el final de la novela porque, según Coixet, era demasiado desesperanzador.

 

Con el viento nos habla la mente y ordena sentimientos, en un tiempo parado. Con el viento es una obra hermosa, es personal, es triste. Es una película de un talento emocional sorprendente y de un poderío muy dulce, de una cineasta con mucho amor y sensibilidad. En un mundo rural que va desapareciendo, el de trabajar la tierra como modo de vida, la muerte del padre trae a Mónica de vuelta al hogar. Se van acabando las cosas y nos acabamos todos. Hace décadas que hizo su vida lejos y ahora, con su madre viuda y su hermana recriminando su larga ausencia, baila. Mónica baila sobre páramos, cañones y cerros de 250 millones de años, en una tierra enclavada entre Burgos y Palencia donde la directora Meritxell Colell casi nos teletransporta. Urge visitar Las Loras. Quizás quedarse allí unos días, sentir el viento y sus aullidos, los pájaros y esa belleza en la inclemencia de la tierra. Llorar y recordar como Mónica esa vida que olvidamos y llevamos dentro, aunque no la hayamos vivido, nuestras raíces, las de nuestros padres o abuelos. Y sentir entonces la paz incluso en la tristeza, gracias a un cine que recuerda y que educa, que inspira y que libera. Y que baila con el viento

 

Y El Silencio de los Otros, el documental que lo explica todo

Esta es María Martin en la carretera de Buenaventura (Toledo) bajo la que yace, en una fosa común, su madre: uno de los 114.226 cuerpos esparcidos en fosas por España, el segundo país con más desaparecidos del mundo. Son personas asesinadas por el franquismo. El Silencio de los Otros se adentra en la inhumanidad de España, ese al que José Sacristán se refirió como “país de mierda”.

Es un documental sobre el ensañamiento del ser humano consigo mismo. «Lo injusta que es la vida…No la vida, los humanos. Somos injustos» recapacita María. Se pregunta a la calle sobre el pacto del olvido. Nadie tiene ni idea. La historia reciente de España se nos ha negado a dos generaciones. El pacto hace referencia a la Ley de Amnistía de 1977, que deja impunes todos los crímenes del franquismo. Por ejemplo, su artículo segundo dicta quedan amnistiados los delitos cometidos por los funcionarios y agentes del orden público contra el ejercicio de los derechos de las personas. La ley sigue vigente. Tanto que José María Galante, natural de Madrid, tiene como vecino del barrio al torturador que hace cuarenta años lo colgaba desnudo y golpeaba los genitales. Tan macabra casualidad sucede en un país que se considera a sí mismo democrático.

Vemos nacer a la histórica querella argentina, la única causa abierta que investiga los delitos y crímenes de lesa humanidad del franquismo. Es argentina porque desde allí se investiga y se juzga, dado que en España está prohibido por la Ley de Amnistía. El gobierno español amenazó a Argentina con romper relaciones diplomáticas y consiguió paralizar las videoconferencias de las víctimas, organizadas desde la embajada argentina en Madrid para que pudieran declarar. Así pues, en febrero de 2014, Ascensión Mendieta tiene que viajar a sus 88 años en avión a Argentina para pedir allí a una jueza poder recuperar los restos de su padre, fusilado en 1939 y tirado a una fosa común en Guadalajara. Pocos meses después muere María Martin, sin haber podido recuperar los restos de su madre de la fosa. El abogado de la querella, el argentino Carlos Slepoy, muere en abril de 2017 manteniendo la esperanza hasta el último día «Algún juez español anulará algún día esta ley que no puede amparar crímenes contra la humanidad» El Silencio de los Otros, producido por Almodóvar, recibió el Premio de Cine por la Paz y el Premio del Público al mejor documental de la Berlinale. Berlín y Alemania saben por desgracia de fascismo. Las caras del público el día de su estreno, alemanes y gente de todo el mundo, eran de estupefacción. Éste es un logro por la visibilidad, un altavoz metastásico de las miserias de un país vendido como chiringuitos de sol y playa, construido encima de los huesos de nuestros familiares asesinados.

Estas cinco obras son un ejemplo como para estar orgullosos, al menos de nuestro cine, por la variedad de temas y por la calidad con la que se están haciendo películas. El cine está ahora a la altura. Le toca el turno a las salas y al público. A todos nosotros.