Yo la busco, ópera prima de la directora Sara Gutiérrez Galve, es una de esas obras que cala lenta pero inexorablemente, cual gota malaya.

La idea-motor del film es simple: el paso del tiempo nos cambia o, más bien, nos exige cambio. Pero cabe resistir, creería el protagonista.

 

Max, el protagonista, es un joven barcelonés que está haciendo la transición a no ser ya tan joven: alrededor de la treintena, parece que conformarse con compartir piso con una amiga de toda la vida no es lo que se espera de alguien en esa edad y situación. Por ello, cuando Emma, su compañera de piso, decide marcharse para irse a vivir con su novio y, quién sabe, si acabar dando más puntadas al hilo de la vida esperada (¿matrimonio?, ¿hijos?), él  comienza a sentirse devorado por su vida. A través del costumbrismo de la vida urbana de Barcelona, con su cosmopolitismo y su ocio nocturno, el protagonista busca durante una noche aquello que que le ayude a comprender lo que se le ha escapado durante este tiempo. ¿Qué estaba haciendo él cuando los demás “maduraron”? El tiempo pasó, claro está, pues siempre pasa: pero no a todo el mundo por igual. Por eso la resistencia duele, porque significa no cumplir con las expectativas.

Al margen del gusto personal de este redactor (al que le hubiera satisfecho, tal vez, más un trato del tema desde una ruptura surrealista y no desde tanta dosis de realismo), es innegable que el mensaje de la película queda claro y se transmite de manera impecable. Más impecable, si cabe, porque no hay respuestas obvias: ¿acaso Max está viviendo “mal”? ¿acaso “madurar” es necesario? Y, si lo es, ¿significa esta maduración pasar siempre por el mismo conducto de la estrecha retícula social?