El próximo domingo 4 de noviembre, se celebrará en el Bilbao Exhibition Centre (BEC) de Barakaldo la gala de los European Music Awards de la MTV. Además, durante toda la semana previa, se llevarán a cabo conciertos -gratuitos y de pago- en diferentes lugares de la provincia, como Durango, Getxo o Barakaldo, culminando con un macro concierto que se celebrará en San Mamés, el estadio de fútbol del Athletic de Bilbao, el sábado 3 de noviembre. Hasta aquí, todo normal. Por un lado, Bilbao continúa con su estrategia de convertirse en la ciudad de los servicios y los grandes eventos por excelencia, situando en la programación cultural mainstream la base de su proyección al mundo. Por otro, las voces disonantes y las protestas hacia el millonario gasto municipal y provincial de este acontecimiento no se han hecho esperar. En esta ocasión, sin embargo, la dimensión que ha adquirido la polémica trasciende, a mi modo de ver, el a veces demasiado simplificado debate de la desigualdad de fuerzas de las culturas locales y globales. Como no podía ser de otra manera en este siglo nuestro de las ofensas morales, a la inicial tensión que estas políticas culturales -tan habituales ya en Bilbao- están generando en ciertos sectores de la población se le han sumado una especie de pánico moral y su consiguiente caza de brujas, que, lamentablemente, forman parte ya del pan nuestro de cada día. Me refiero a la polémica que en Euskadi ha suscitado la reciente noticia de la inclusión del grupo de rock Berri Txarrak  en el cartel del concierto de San Mamés. Vayamos, pues, por partes.

Con el objetivo de visibilizar la ya mencionada protesta contra esta política de los grandes eventos, se creó una plataforma ciudadana que ha iniciado una campaña con la intención de boicotear la gala de MTV. Con el eslogan “Piztu Bilbo, itzali MTV” (“Enciende Bilbao, apaga la MTV”), la plataforma denuncia la utilización de “nuestro espacio urbano a modo de escaparate y [la venta de] las múltiples identidades y la cultura vasca como simple folclore vacío”. Y añade que “la intención (…) es (…) aprovechar el simbolismo que esta compañía estadounidense tiene para denunciar el actual modelo de
ciudad que está perdiendo su característica identidad popular, pero sobre todo para poner en valor que todavía hay otro Bilbao popular y plural” (texto completo en: https://www.lahaine.org/fK6Q). Como casi siempre, el problema no está en la campaña, sino en las vías de actuación que se eligen para defenderla. En este caso, como la cosa va de música, la campaña se ha difundido a través de una canción (que se puede escuchar aquí). Pero resulta que, tanto en la estética como en el significado de la letra, encontramos algunas contradicciones que hacen que el mensaje se diluya.

De un lado, la denuncia a lo que la MTV simboliza se realiza a través de una estética tanto musical como visual que emula demasiado al medio que pretende criticar. Con una mezcla de rap, hip-hop, reggae y ska, la reivindicación de lo local solamente se intuye en que el idioma en el que se canta la canción es el euskera. Estos estilos musicales se utilizan habitualmente como símbolo de lo popular –entendido, en este caso, como identitario y de clase-, ya que, supuestamente, se trata de tipologías musicales que surgen en estratos sociales bajos, en barrios periféricos, y que, en principio, están alejados de la llamada música comercial. Sin embargo, tal es la fuerza de la industria cultural, que, a estas alturas, no sé hasta qué punto puede entenderse de esta manera.

De otro, en cuanto a la letra de la canción, ésta consiste en un totum revolutum de reivindicaciones y estereotipos. Con todo, lo más llamativo es el tono, que, en ocasiones, resulta de un moralismo enternecedor. Sirvan de ejemplo los siguientes versos:

Laurogeita hamarreko hamarkada                               La década de los noventa
soilik musikari zuzenduta zegoena                               la que sólo estaba dirigida a la música
denborak aurrera egin ahala                                        que con el paso del tiempo
Ignorantzia piztu duena                                                ha encendido la ignorancia
sexu, droga, jaia, estereotipo denak finkatuz               sexo, droga, fiesta, fijando todos los estereotipos
Musika kendu ta iraintzen gaituena                              nos quita la música y nos insulta

Se entiende aquí que la MTV personifica todos los males de nuestra sociedad, haciéndola responsable nada más y nada menos que de “enquistar todos los estereotipos”, que no son otros que los que aparecen en el manido “sexo, drogas y rock’n’roll” y que ya no escandalizan a nadie. Esta atribución de la responsabilidad de todos los males que están acabando con nuestra forma de vida -el capitalismo, la globalización, el inglés como idioma imperialista, el sexismo, el racismo, etc.- a un enemigo concreto y único, además de tener un tufo de moralina difícil de soportar, funciona como una vía fácil de quitarse de encima toda responsabilidad personal. La realidad es, por suerte o por desgracia, mucho más compleja que esto y la estrategia de crear ese “pánico moral” entre la población deja de ser creíble en el momento en que el vídeo se difunde por Youtube, Twitter y Facebook, plataformas globales que también forman parte del monstruo capitalista. Tampoco es creíble que los autores del vídeo hablen en nombre de la “juventud vasca” como un todo homogéneo que rechaza las iniciativas de la MTV, cuando las entradas que se han puesto a la venta para estos conciertos -exclusivamente para personas residentes en Bizkaia– se acabaron en menos de una hora.

Pero la cosa no termina aquí. Como ya he mencionado, hace unos días se dio la noticia de que Berri Txarrak iba a actuar, junto con Muse y Crystal Fighters, en el macro concierto del 3 de noviembre. No creo que nos equivoquemos si sospechamos que este movimiento institucional de última hora ha venido motivado para acallar las críticas que también se le han dirigido a la organización ante la ausencia de grupos locales en la programación. Sin embargo, esta decisión ha traído otro debate a las redes sociales, y la gente se ha entretenido –y nos ha entretenido- discutiendo sobre si Berri Txarrak «debería» haberse negado a actuar en este monstruoso evento. Las redes, pues, se han dividido entre quienes creen que los integrantes del grupo se han vendido al capital y quienes creen que hacen bien en aprovechar el escaparate para llevar el euskera y la cultura vasca hasta los últimos confines de la tierra. ¿Qué opino yo? Pues que ni una cosa ni la otra.

Me llama la atención la ligereza con la que repartimos lecciones morales a los demás, sobre todo si los demás se dedican a alguna actividad artística. Exigimos que los artistas tengan una actitud ejemplarizante, no sólo con algunos valores universales, sino con los valores que nosotros mismos les imponemos. Proyectamos en los músicos que nos gustan los valores éticos que nos gustaría que tuvieran y exigimos que actúen, no ya como nosotros lo haríamos, sino como creemos que “deben” actuar ellos. Olvidamos que vivimos todos inmersos en un sistema que continuamente nos pone frente a nuestras propias contradicciones. Berri Txarrak es un grupo de rock que se ha mantenido a base de trabajo, vive de su música y lo hace cantando en euskera. Ha preferido ser cabeza de ratón que cola de león. Y tampoco hay que olvidar que ha sido el niño mimado de instituciones, radios y demás vías de difusión en Euskadi. Esto de la MTV no deja de ser una anécdota y la reproducción a escala de campo de fútbol de lo que ya venía sucediendo.

El problema fundamental de este tipo de polémicas está en que la energía se malgasta en la dirección equivocada. La simplificación de las realidades complejas nos lleva a una situación peligrosa, que, en este caso, se traduce en vanos esfuerzos para tratar de destruir lo indestructible, en vez de intentar construir lo posible, Y, al final, todo se queda como estaba. La MTV seguirá ahí, igual que lo harán el BBK Live y otro sinfín de macro eventos. Tenemos la opción de situarnos en medio de la vía del tren y pretender que éste descarrile, aunque seguramente nos lleve por delante. O dejar que el tren pase, sin poder evitar que haya gente que quiera montarse en él, y dedicar nuestros esfuerzos a crear, fomentar y apoyar, cada uno desde la posición que desee, las pequeñas salas de conciertos, las iniciativas culturales de nuestras ciudades y los artistas locales. Sin olvidarnos de que, hasta el más puro de los espíritus, se da de vez en cuando un paseo por Los 40 Principales, Operación Triunfo, Apple, Twitter y se toma una Coca-Cola.