Richard Wagner es intenso. Su música está llena de significados y alegorías que se combinan con una revolución musical en el siglo XIX y una nueva concepción de obra de arte por su parte. En ella, El anillo del nibelungo supuso una nueva dimensión musical con una gran ópera en forma de tetralogía, en la que Das Rheingold (El oro del Rin) es la primera de estas óperas, la cual fue estrenada en 1869.

Con la producción de la Oper Köln, fue representada durante siete días en el Teatro Real contando con la dirección de Pablo Heras-Casado y la dirección de escena de Robert Carsen. El pasado 27 de enero presentaron una nueva versión de un Wagner que se debate entre las sombras en las que de vez en cuando se vislumbra la luz que da el oro.

En esta versión el preludio comienza con un espectacular efecto que da paso a un Rin absolutamente contaminado y donde las tres ninfas hijas del Rin no son esas deidades luminosas, sino consumidas por la inmundicia en la que viven y de la que se alimentan. Destacaron las actuaciones tanto vocales como interpretativas de estas ninfas descaradas, expresivas y posteriormente tristes: Woglinde (Isabella Gaudi), Wellgunde (María Miró) y Flosshilde (Claudia Huckle)

Porque en esta puesta en escena se nos presenta la visión wagneriana de la importancia de la naturaleza desde un punto de vista crítico actual: la contaminación de la naturaleza también contamina todo a su alrededor y a quien se atreva a adentrarse en ella. Sin embargo, algo bueno palpita dentro de esta naturaleza corrompida: el anillo de oro aunque poseerlo exige renunciar al amor.

Tanto Wotan (dios supremo) como Alberich (enano nibelungo) comparten el egoísmo exacerbado y la codicia por el anillo que les lleva a profanar la naturaleza y a cometer actos innobles contra sus semejantes y otros seres. Porque estas deidades son presentadas en esta producción en tres niveles sociales: los dioses son presentados como burgueses egoístas que solo buscan su salvación a costa de lo que sea; los gigantes trabajan para los dioses construyendo su castillo y reclaman lo que habían acordado con ellos y estos se niegan a entregarles; y los de nivel más bajo son los nibelungos que a su vez están esclavizados por Alberich, quien cada vez está más consumido por sus ansias de poder, al igual que todos los demás personajes. Esta representación tan cruda de una sociedad clasista e interesada incluso dentro del mismo estrato social, es otro tipo de oscuridad que va acorde con la iluminación y la austera decoración que se nos va presentando.

En cuanto a las interpretaciones, destacó la de Samuel Youn como un intenso e interesante Alberich que transmite desde la desesperación, la determinación de renunciar al amor para conseguir el poder que desea, la crueldad y el miedo a perderlo todo por su vanidad.

No obstante, lo que más destacó fue la música de Wagner magníficamente dirigida por Heras-Casado consiguiendo una sonoridad espectacular. Uno de los ejemplos a destacar fue en el final de esta obra cuando los dioses están vestidos de gala celebrando por todo lo alto su nueva etapa en el Valhalla con el cuerpo sin vida del gigante Fasolt presente con un preciosa nevada de fondo que, sin embargo, presagia que las inmoralidades de unos y de otros tendrán fatales consecuencias. Toda una lección musical.