La Associació Amics de l’Òpera de Sabadell recuperó su última producción de La Bohème de Puccini, título que nunca pasa de moda a pesar de la frecuencia con la que se interpreta. Ello seguramente es debido a la inspirada música de Puccini, que nunca deja de emocionar a los espectadores. Sin embargo, a diferencia de tantas óperas caducadas aunque firmemente arraigadas en el repertorio, La Bohème es totalmente actual. Y es que, al margen de la conmovedora historia de amor entre Rodolfo y Mimí y de la nostálgia por la juventud, el tema más relevante de esta ópera es la miseria en la que viven los jóvenes protagonistas. Aunque su ingenio y buen humor les permiten pasar buenos momentos a pesar de su precaria situación (como en el primer acto, uno de los mejores episodios cómicos del repertorio), es la llegada de Mimí y su posterior muerte lo que pone de manifiesto las consecuencias de su falta de recursos. La escenografía de Jordi Galobart y el vestuario de Carles Ortiz realzaban la vigencia de esta precariedad al trasladar la acción a un tiempo indefinido pero cercano: el piso del primero y cuarto actos podría ser sin problemas un hogar español humilde, la terraza del Café Momus tenía por fondo un paisaje urbano moderno mientras que en la escena de la puerta de Enfer del tercer acto, los «soldados» que pinta Marcello eran la célebre imagen de Rosie (la mujer con el pañuelo en la cabeza y el brazo arremangado que se convirtió en icono del feminismo), en referencia a una lucha muy actual. Galobart siempre sabe sacar el máximo partido del mínimo de recursos, y consigue una escenografía eficaz (y, en el tercer acto, muy bella), que fue adecuadamente complementada por la dirección escénica de Carles Ortiz. La interacción entre los protagonistas estaba muy trabajada, con detalles interesantes como durante el encuentro entre Rodolfo y Mimí. En lugar de la tímida e ingenua Mimí que nos sugiere el libreto, Ortiz propone una protagonista con iniciativa, que flirtea con Rodolfo desde su entrada. Además de dar pie a una situación cómica que da continuidad al humor de las escenas precedentes, este pequeño detalle es un magnífico ejemplo de como lograr, sin perjudicar ni a la música ni al argumento, la urgente transformación que requieren los personajes femeninos de la mayoría de óperas y los estereotipos negativos que encarnan.

En el apartado musical, el resultado fue en general muy notable. Maite Alberola cantó una Mimí convincente, de voz potente y expresiva, destacando tanto en el conmovedor tercer acto como en la escena final. Maria Miró sacó provecho de los momentos de lucimiento de Musetta, con un vals coqueto y unas intervenciones en el cuarto acto breves pero llenas de intención. El Rodolfo de Enrique Ferrer, en cambio, fue insuficiente. A Ferrer le falta sutileza, su canto no tiene el legato necesario y su fraseo resulta abrupto, nada que ver con lo que necesitan las melodías de Puccini. Mejoró a partir del tercer acto, pero no llegó a ponerse al nivel de sus compañeros. El cuarteto bohemio lo completaron Enric Martínez-Castignani como Marcello, Pablo López como Schaunard  y Gerard Farreras como Colline. Los tres estuvieron magníficos, pero debemos destacar la actuación de Martínez-Castignani, tan expresivo como siempre, y la de López, que consiguió dar relieve a un papel que a menudo pasa desapercibido. El veterano Dalmau González «cantó» el doble papel de Benoît y Alcindoro. Existe la cuestionable tradición de confiar ciertos papeles secundarios de carácter cómico a cantantes que ya han pasado su mejor momento, y lo que a veces resulta un afectuoso homenaje, otras sale mal. González ya no tiene voz, sus intervenciones fueron inaudibles y su actuación exenta de gracia. Una lástima tratándose de una leyenda del canto rossiniano. Pau Camero y Xavier Casademont completaron el reparto con breves pero sólidas intervenciones. El Cor Amics de l’Òpera de Sabadell y la Coral de l’Agrupació Pedagògica Sant Nicolau contribuyeron al gran efecto del segundo acto. La Orquestra Simfònica del Vallès fue fundamental para el éxito de la función, gracias a la inspirada dirección de Daniel Gil de Tejada.