Recomendaciones al inicio de la temporada teatral

Recomendaciones al inicio de la temporada teatral

No me gusta recomendar a ciegas, como en muchas ocasiones se hace desde los medios basándose en el prestigio de los hacedores, ni pretendo publicar una agenda de los estrenos teatrales de la nueva temporada (ya hay muchos medios que ejercen esta función y a mí me aburre), me dispongo a recomendar algunas obras de temporadas pasadas que vuelven a los teatros madrileños. Porque los espectadores también tenemos derecho a segundas oportunidades, aquí van varias obras que no te puedes perder por segundo año consecutivo:

REIKIAVIK Y LA PIEDRA OSCURA

Dos de las obras más interesantes de la temporada pasada vuelven a los teatros madrileños. Juan Mayorga como autor y director de Reikiavik al CDN y La piedra oscura de Alberto Conejero dirigida por Pablo Messiez al Teatro Galileo. Ambas producciones coparon las nominaciones a los premios MAX, en los que la segunda concentró los galardones de Mejor espectáculo de teatro, Mejor autoria teatral, Mejor dirección de escena, Mejor diseño de espacio escénico y Mejor diseño de iluminación. Son textos que demuestran la magnífica salud de la dramaturgia española contemporánea y las entradas vuelan.

Reikiavik, autoría y dirección de Juan Mayorga. En la sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán del 28 de septiembre al 30 de octubre de 2016.

La piedra oscura de Alberto Conejero. Dirección de Pablo Messiez. En el Teatro Galileo del 8 de septiembre al 6 de noviembre de 2016.

 

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TEATRO KAMIKAZE

Estamos de enhorabuena: abre un nuevo teatro en Madrid. En el edificio del antiguo teatro Pavón, tras el traslado de la Compañía Nacional de Teatro Clásico al Teatro de la Comedia en la calle del Príncipe, la compañía Teatro Kamikaze, entre los que destacan Miguel del Arco e Israel Elejalde, abren las puertas del teatro homónimo.

En su página web se lee que el proyecto pretende aportar a la escena madrileña “un teatro de calidad para todos los públicos. Un espacio para el entretenimiento, la reflexión, el diálogo y la transformación. Un nuevo recinto artístico que nace con la vocación de ofrecer una mirada contemporánea en la que cualquiera pueda verse reflejado.” Por el momento la programación apuesta por varias reposiciones que ya cosecharon las alabanzas entusiastas del público y la crítica en temporadas anteriores. Lo cual no es en absoluto censurable, pues bastante complicado resulta sacar adelante un nuevo teatro en los tiempos que corren, como para además arriesgarse en exceso con obras desconocidas o que puedan no funcionar. Sí esperamos, no obstante, que hagan honor a su lema y apuesten por una mirada contemporánea, es decir, que incluyan entre su oferta obras de dramaturgos y compañías incipientes y se conviertan en referencia en el apoyo a los nuevos creadores. Sería muy positivo que al menos se utilizara la sala pequeña (denominada “El gallinero”, que como muchos sabréis es el nombre que recibía desdeñosamente el lugar donde se colocaban las espectadoras en los corrales de comedias de los siglos de oro) para crear un espacio en condiciones razonables (algo mejores que en las precarias salas “off” de Madrid) con esta finalidad. Miedo me da en este sentido las coletillas “teatro para todos los públicos” y “de entretenimiento”, que se suele traducir por “lo que venda más y mejor”.

Pero confiemos en el buen hacer de las gentes del teatro. Por lo pronto un servidor les recomienda tres obras de la programación de primera mano:

 

Juicio a una zorra © Sergio Parra_4

 

Juicio a una zorra (del 12 al 29 de enero de 2017). Texto y dirección de Miguel del Arco. Se trata de un monólogo interpretado con pasión por la extraordinaria Carmen Machi, lleva más de cinco años en escena y las entradas, cada vez que se sube a las tablas, se agotan en un santiamén. Helena de Troya trata de restaurar su dignidad perdida haciendo una contralectura de la historia que la relegó al lugar de la ignominia, a ser eternamente la que provocó, cuando se casó con Paris, la Guerra de Troya. El texto reivindica una mirada moderna y por tanto feminista sobre este personaje, que nos lleva de la risa al estremecimiento en una suerte de vaivén emocional al que recomiendo someterse.

 

Hamlet © Ceferino Lopez_9

 

Hamlet (del 9 de febrero al 5 de marzo) de William Shakespeare. Dirección de Miguel del Arco. Fue quizás uno de los montajes más alabados de la temporada pasada. Israel Elejalde como protagonista recibió todos los vítores. Yo, sin embargo, no los encontré tan fascinante, ni al montaje por lo estridente y arbitrario de algunas de sus decisiones, ni al protagonista, que no logró conmoverme ni en los momentos más sublimes del texto. Sin embargo, creo que es digna de ver y, quizás con el rodaje haya limado asperezas.

 

Misántropo © Eduardo Moreno_2

 

El Misántropo (del 9 al 26 de marzo) de Molière. Dirección de Miguel del Arco. Aquí sí tengo que alabar el montaje. Nunca es fácil montar una obra clásica (que si hay elementos anacrónicos, que si el público no va a comprender la vigencia del texto, que si el verso es complicado…) y mucho menos una comedia, sin embargo en este caso la actualización del texto llevando la acción al callejón trasero de un bar de moda, y la traslación de los personajes aburguesados de Molière en exitosos burgueses modernos (periodistas, actores, etc.) son aciertos que merecen reconocimiento. Esa actualización hacia un texto más prosaico no consiguió sin embargo hacer lo propio con el protagonista, Alcestes, también interpretado por Elejalde, que hablando en alejandrinos convertía un personaje ya de por sí antipático pero tierno, en un antipático ridículo.

Y…. UNA RECOMENDACIÓN A CIEGAS:

 

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Incendios, de Wajdi Mouawad. Dirección de Mario Gas. En el Teatro de la Abadía del 14 de septiembre al 30 de octubre

No soy un hombre de palabra, lo sé, dije que no lo iba a hacer, pero no puedo resistirme a compartir mi expectación sobre el estreno, por primera vez traducida al castellano, de Incendios. Tuve la ocasión de verla en catalán hace un par de años en Barcelona y quedé absolutamente fascinado y estremecido por la historia de una familia devastada que trata de recomponerse tras haber sufrido el horror de la guerra del Líbano. Creo que es uno de los textos más sobresalientes que ha dado el teatro del s.XXI, un texto duro, durísimo, que plantea grandes preguntas que tal vez solo se puedan realizar a través del género trágico. Y el montaje del teatro de la Abadía no puede ser más apetecible, pues cuenta la dirección del siempre confiable Mario Gas y la actuación de la inigualable Nuria Espert interpretando varios papeles. Esperemos que no defraude.

El minuto del payaso o la risa redentora

El minuto del payaso o la risa redentora

Un profesor de interpretación le dijo a Luis Bermejo que los espectadores buscan en el teatro “un desborde de vida” y esa, dice, es su pretensión al subirse a las tablas para interpretar El minuto del payaso, un monólogo tragicómico, íntimo y disparatado a partes iguales que representa en el Teatro del Barrio todos los días hasta el día 18 de septiembre. Se estrenó en la sala Kubik en 2014 y promete girar por los escenarios hasta que no quede un solo espectador sin haberla visto.

Luis Bermejo interpreta, en un extraordinario trabajo de voz, cuerpo y gesto, a Amaro junior, hijo, nieto y bisnieto de payasos, que cuando era niño quería ser domador de elefantes y que lo llamaran “Simbad el de los elefantes”. Aprendió a amar una profesión que considera “una celebración de la vida”. Actor y personaje se enfrentan entonces a un mismo reto: desbordar y celebrar la vida a través del teatro y de la risa. Bermejo lo consigue con creces. En su defensa del oficio del cómico (tanto del payaso como del actor) se filtran los grandes nombres de la profesión: Zampabollos, Raluy, Charlie Rivel, Grock o Pepe Viyuela y, aunque no sean mencionados, se encuentran presentes en la interpretación de Bermejo Faemino y Cansado, Millán Salcedo y Lina Morgan con su pata chula. Pero esta defensa tiene también un componente íntimo a modo de carta al padre, un ajuste de cuentas o una catarsis de rencores viejos, porque para el payaso la vida y el teatro son una misma cosa.

 

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La obra además sugiere una reflexión sobre el humor, sobre la necesidad que tenemos de la risa, sobre sus efectos y sobre su utilidad. Por un lado no nos pasa desapercibida la referencia a El nombre de la rosa de Umberto Eco: cuando el personaje se pregunta por qué el humor ha sido censurado por las religiones, Jorge de Burgos (en el libro y la película, el guardián de la biblioteca que custodia el segundo libro de la Poética de Aristóteles, considerado perdido, que trataba sobre la comedia y la poesía yámbica) le responde que la risa quita el miedo y sin miedo no hay fe, además asegura, cuando nos reimos nuestra cara se deforma y nos parecemos más al mono. La risa es entonces un antídoto contra el miedo. El minuto en que un payaso consigue hacernos reír puede protegernos contra “la vida hijadeputa” al menos durante un rato.

El personaje cita también a Oscar Wilde quien afirmaba que “si quieres decir la verdad a la gente, hazlos reír. Si no, te matarán”, la risa es entonces el vehículo más sofisticado de la verdad. Pero, finalmente, asegura Amaro Junior, no hay nada más hilarante que una caída de culo, un tartazo o un bofetón con la mano abierta (“si cierras el puño no tiene gracia”), por eso él eligió ser un payaso “augusto”, el que recibe todos los golpes y por consiguiente, la compasión del público. Algo de razón tiene Amaro Junior si hacemos caso a Peter Berger (si quieren profundizar sobre la anatomía del humor les recomiendo fervientemente el libro Risa redentora): “El filósofo contempla el cielo y cae en un pozo. El accidente revela al filósofo como una figura cómica. Pero su batacazo es una metáfora de la condición humana en sí. La experiencia cómica hace referencia a la mente inmersa en un mundo aparentemente sin sentido. Al mismo tiempo sugiere que quizá, a fin de cuentas, el mundo no está desprovisto de sentido.”

En la soledad del monólogo (“porque hacer un monólogo es una putada” afirma el actor o el personaje en un momento de la obra) aparecen otros personajes como el ya mencionado padre o el chino de Burgos, compañero circense que conoce todas las anécdotas del mundillo; pero sobre todo está el público. Bermejo consigue la participación de los asistentes carcajeantes, su complicidad, rompiendo en varias ocasiones la cuarta pared, entrando y saliendo del personaje sin previo aviso, del humor más grotesco a la confidencia, haciéndonos, en definitiva, corresponsables del acto teatral. Y una pregunta sobrevuela al final de la obra: “¿Y a ti, cuánto te dura la risa?”

El minuto del payaso de José Ramón Fernández. Del 7 al 18 de septiembre en el Teatro del Barrio.

Interpretación: Luis Bermejo/ Dirección: Fernando Soto/ Producción: Teatro El Zurdo

La España que nos parió, en dos actos

La España que nos parió, en dos actos

Para aquellos que pensamos que el teatro es el arte político por excelencia, hablar de “teatro político” como género resulta casi redundante. Consideramos el hecho teatral como un hecho político, en tanto que ambos consisten en el intercambio de ideas entre distintas personas que se reúnen para ello. Partiendo de esta premisa, en el Teatro del Barrio siempre han apostado por las obras de contenido específicamente político, más aún, apuestan por creaciones contemporáneas que hablen de la situación social y política actual. Esta apuesta suele contar con un público ya politizado que asiste con ganas de ver en el escenario reflejadas sus propias ideas. Resulta ingenuo pensar a estas alturas que el teatro pueda realmente cambiar la sociedad, pero por intentarlo que no quede. En cualquier caso esta cooperativa, creada entre otros por Alberto San Juan, se convierte, como el propio barrio de Lavapiés, en un lugar donde se habla permanentemente de política desde una perspectiva de izquierdas (solo hay que pasear por las terrazas y poner un poco la oreja para darse cuenta de ello), proyectando alternativas, ilusiones y también nostalgias. No faltan en estas conversaciones escenas del tipo de aquella tan conocida de La vida de Brian:

-¿Sois del Frente Judaico Popular?

-¿Frente Judaico Popular? ¡Vete a la mierda! ¡Somos del Frente Popular de Judea!

Una extensión de esta escena, como metáfora de las divisiones de la izquierda española, podría considerarse la obra que representará en este espacio de jueves a domingo durante el mes de mayo: “A España no la va a conocer ni la madre que la parió”. Se trata de un texto escrito a cuatro manos por Lucía Carballal y Víctor Sánchez Rodríguez, dirigido por este último junto con la compañía Wichita Co, recientemente galardonados con el premio Max al Mejor Espectáculo Revelación 2016 por “Nosotros no nos mataremos con pistolas”. El elenco formado por Ana Adams, Carlos Amador, Lorena López, Albert Pérez y Lara Salvador, representa a dos generaciones de jóvenes de una misma estirpe: en el primer acto, los que vivieron la victoria de Felipe González en 1982 y en el segundo, los mismos actores representan a los hijos de estos, tras la hipotética victoria de Podemos en 2018.

ACTO I: “El villano sevillano de socialista no tiene ná”

Amparo, la matriarca de la familia, se ha encerrado en el sótano: no quiere ver la victoria de Felipe. Sabe que con él no ganan los suyos: los que sufrieron las servidumbres de la lucha clandestina durante el Franquismo, los que formaron parte de la resistencia. Prefiere, por eso, encerrarse con sus recuerdos en el sótano y entonar la “famélica legión” en solitario. Mientras, en el piso de arriba, sus dos hijos, con sendas parejas, y la prima yonqui, venida de Londres, se plantean qué hacer con su madre y con la casa.

La obra presenta un retrato irónico de las distintas izquierdas de la Transición: por un lado el hijo de Amparo es soldador y está casado con una púdica chica católica que no entiende de política ni de lucha de clases. Quiere una casa de nueva construcción, con espacio para ellos y el hijo que espera su mujer, pues acabó harto de las estrecheces materiales de la disciplina comunista de su madre, de tener que compartir cuarto, e incluso cama, con su hermana para acoger a camaradas en la clandestinidad. Por otro lado, la hija de Amparo y su novio representan a los jóvenes liberados, acaso frívolos y pasotas, de la Movida madrileña. Tienen su propio grupo de música (“Peluquería de señoras”), quieren romper con la familia y con todo aquello que implique control, quieren hacer lo que les venga en gana a cada momento. Amparo, la matriarca, viendo cómo sus hijos esperan con ilusión el cambio que va a traer Felipe y, en general, las transformaciones de la Transición, trata de reconducirles a través de poemas de Miguel Hernández hacia la filosofía de la resistencia, “no sea que llegue la revolución y no hayamos leído lo suficiente”.

En estos arquetipos muchos reconocemos a la generación de nuestros padres y abuelos, y otros a sí mismos. Todos ellos forman parte del imaginario colectivo, y con eso juegan los actores para dar paso a una secuencia de momentos hilarantes e irónicos, que nos hablan del pasado para reflexionar sobre el presente.

ACTO II: “Nacimos en medio de la nada y vamos a reventar de nostalgias”

Para incidir en la analogía, la obra nos transporta a 2018, después de la victoria de Podemos. Los nietos de Amparo vuelven a la casa familiar para decidir qué hacer con ella, después de la muerte de la abuela. El panorama resulta casi más desolador que en el acto anterior: un país que es un páramo, una juventud que no ve posibilidades de futuro y culpa a sus padres por la situación en que se encuentra. De nuevo el binomio que funciona entre estos nuevos izquierdistas es el de la nostalgia, los símbolos de las luchas del pasado, las cámaras analógicas, el gusto por lo vintage frente a la ilusión del cambio, en el que se vuelcan deseos individuales y colectivos: el progreso entendido de mil maneras. La conclusión, parece decirnos la obra, es que ambos tienden al fracaso: los nostálgicos por recelosos y los ilusionados por la mala gestión de las expectativas.

Con la metáfora de la casa representando el país, los personajes presentan su alternativa, cada una de las cuales busca ironizar sobre las distintas pretensiones de las izquierdas. Considero, como nota negativa, que esta búsqueda del personaje alegórico, acaso excesivamente pedagógico puesto que tiene que explicarse a sí mismo, debilita su entidad dramática en aras del concepto que han de representar. Este suele ser uno de los defectos del teatro “político” en la actualidad: exceso de pedagogía, lo teatral sometido a la idea que se quiere transmitir. Sin embargo la obra no se queda en un sermón o en una reflexión política al uso desde el teatro, sino que gracias a su finísimo sentido del humor, a unos actores espléndidos (llama especialmente la atención la comicidad y la naturalidad de Lorena López, en ambos personajes) y a un texto muy bien trabajado salimos de la sala con la sonrisa en la boca y con la certeza de que el teatro es un muy buen lugar para pensar en común, para reírnos de nuestros propios fracasos y aprender de las ilusiones del pasado para no frustrarnos con las futuras.

Mayorga y la escritura a pie de escena

Mayorga y la escritura a pie de escena

Juan Mayorga, recientemente galardonado con el Premio Europa de Realidades Teatrales, suele decir que “el texto sabe cosas que su autor desconoce”, defendiendo así que el teatro es el arte de la colaboración y que sus textos se encuentran siempre abiertos a las aportaciones de actores, directores y demás participantes del hecho teatral y, por tanto, son susceptibles de reescritura. También suele decir que “el lenguaje es la cuestión política por excelencia”. Sobre estas dos afirmaciones podemos empezar a comprender dos obras de su autoría que se pueden (y deben) ver estos días en Madrid:

 

Famélica

 

FAMÉLICA

Me referiré en primer lugar a Famélica, que estará en el Teatro del Barrio hasta el día 27 de junio, aunque ya lleva un tiempo en escena (yo tuve la oportunidad de verla en el Teatro Lara el verano pasado). La idea surge del encuentro de Mayorga con la compañía teatral La Cantera y consiste en un experimento por el cual el autor enviaba a los actores y al director, Jorge Sánchez, escenas sueltas que iba escribiendo, y estos trabajaban sobre ellas sin saber qué ocurriría a continuación, de tal manera que la obra se mantenía viva y en conversación tanto en el escenario como en el papel.

El resultado es una comedia irreverente, de diálogos frenéticos y frases vertiginosas, en la que se plantea la creación de una “sociedad secreta, insólita, extravagante”, en palabras del autor, una organización comunista dentro de una gran empresa, una multinacional que podría ser cualquiera. La organización fundamenta sus virtudes en la fraternidad, o el encubrimiento de los compañeros, y sobre todo en la improductividad absoluta, en la resistencia pasiva contra el capitalismo: sus miembros pueden dejar de trabajar en sus tareas y dedicarse a aquello que realmente les guste, pareciendo además trabajadores modélicos a ojos de sus jefes.

La obra se recrea en el lenguaje al servicio del disparate: las fórmulas propias del lenguaje político comunista, los símbolos, himnos y demás nomenclatura otorgan consistencia al propósito libertario de los personajes y sentido del humor al conjunto de la obra. “Estamos construyendo una sociedad secreta de hombres sin cadenas”, “Somos la organización del momento” o cantar en voz baja la «Famélica legión» son algunos ejemplos del tono de la obra. No es exactamente una parodia del comunismo, tampoco una crítica feroz del sistema del mercado; es una comedia, una farsa iconoclasta, que pretende agitar la discusión política desde la sátira, sin dejar de formular preguntas.

 

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ANIMALES NOCTURNOS

En 2002 la Royal Court de Londres invitó a Mayorga, junto a otros dramaturgos a presentar una escena sobre un tema de especial relevancia en la actualidad española. Eligió la ley de extranjería, recientemente aprobada por el parlamento, que permitía a cualquier ciudadano denunciar a otro por no tener papeles. Esa escena, «El buen vecino», se convirtió en una obra más larga, Animales Nocturnos, que se estrenó en el teatro La Guindalera un año después. La joven compañía el Aedo Teatro acaba de estrenar en el Fernán Gómez un nuevo montaje de la obra dirigido por Carlos Tuñón e interpretado por Jesús Torres, Pablo Gómez-Pando, Viveka Rytzner e Irene Serrano. Se podrá ver hasta el próximo 5 de junio.

La premisa de la obra es sencilla: dos vecinos, un hombre alto y un hombre bajo, se cruzan cada día en la escalera; el primero vuelve de su trabajo nocturno y el segundo se dirige hacia el suyo (diurno). El día en que se aprueba la Ley de Extranjería su relación cambia: el Hombre Alto es un “sin papeles” mientras que el Hombre Bajo es español. La frase “el zorro sabe muchas cosas, el erizo una pero importante” se convierte en un mantra que evidencia la naturaleza de la relación entre estos personajes y la trascendencia del secreto compartido.

Se trata de un montaje repleto de signos y guiños, en el que nada resulta aleatorio o arbitrario, construido en estrecha colaboración entre la compañía y el propio autor, que durante el proceso ha reestructurado parte del texto y depurado pasajes, en un nuevo ejemplo de reescritura a pie de escena. Mención especial merece la escenografía: una versátil caja de madera cuyo movimiento y disposición nos traslada de una escena a otra de la obra, diferenciando espacios y sugiriendo emociones, miedos y necesidades encerradas en los muros de nuestra intimidad. Desde esta humilde tribuna quisiera destacar el trabajo de Jesús Torres, que comprende y muestra las sutilezas y los matices del personaje del Hombre Bajo: sus frustraciones, sus deseos insatisfechos, su mediocridad y, a la vez, una ternura difícil de transmitir bajo las premisas de la obra, que consigue, como suelen conseguir los textos de Mayorga, que salgamos de la sala con más preguntas que certezas.

Para Mayorga, esta sociedad “nos está educando para dominar o ser dominados” y el teatro es el lugar idóneo para mostrar la violencia cotidiana, las relaciones de poder entre entre distintos tipos sociales, para analizar al individuo tanto en su vertiente emocional como política, defendiendo así su ideal de que “el teatro debiera ser un sitio tal que los cobardes quisieran alejarse de él”.

El Quijote a través de sus mujeres en el Teatro Español

El Quijote a través de sus mujeres en el Teatro Español

Como buen filólogo y admirador de Cervantes que soy me acerqué ayer, a pocos días del IV centenario de la muerte del autor (de este en concreto no del autor así en general, como le gustaba a Barthes), al Teatro Español donde se representa la obra “Quijote. Femenino. Plural.”, que se podrá ver en la sala Margarita Xirgu hasta el día 1 de mayo. La propuesta sobre un texto de Ainhoa Amestoy con dirección de Pedro Víllora, presenta a las “juglaresas de Lavapiés del siglo XXI” interpretadas por la propia Ainhoa Amestoy y por Lídia Navarro que nos mostrarán un recorrido alternativo por la obra cumbre de la literatura española: un recorrido por los personajes femeninos de la obra.

La protagonista de este relato es la hija de Sancho Panza, Sanchica, Sancha o Mari Sancha, quien, hostigada por su madre, seguirá a los dos aventureros para controlar que el bueno de Sancho sea fiel a su esposa. Sanchica hablará durante su peregrinaje con muchas de las mujeres que aparecen en la obra que, además de contarle sus historias, la ayudarán a resolver sus propios conflictos. Porque Sanchica está enamorada de un “mozo rollizo y sano” de su aldea, Lope Tocho, pero a la vez se obsesiona con la posibilidad de que las aventuras de su padre lo conviertan en el gobernador de la ínsula de Barataria y a ella, en consecuencia, en princesa de la misma. Si esto ocurriera, Sanchica debería aspirar a un candidato de mayor alcurnia que el mozo que la pretende. La mirada inocente e idealista de Sanchica nos conduce por entre las aventuras quijotescas para descubrir o recordar el placer de la gran literatura.

Cada siglo, cada corriente crítica, cada desocupado lector ha tenido a bien hacer su propia interpretación de la llamada “primera novela moderna”, del libro por antonomasia de la hispanidad y, claro, cada uno barre para su propia casa. Probablemente sea esta una de las grandes virtudes de El Quijote, que a todos contenta. El teórico de la literatura hablará de la parodia de los géneros literarios precedentes (novela de caballerías, pastoril, morisca…), la lectura política convertirá la novela en un alegato cuasi libertario, el romántico se deleitará con la locura discreta e idealista del viejo hidalgo y la lectura feminista se encontrará con un sinfín de mujeres para defender ya sea el machismo de la obra o la moderna aproximación a la mujer liberada que propone el manco de Lepanto. A todos contenta.

Es cierto que la figura de Don Quijote es más conocida que la novela en sí y que el imaginario colectivo ha reducido la obra a unos pocos personajes y a unas pocas anécdotas. No hay que dramatizar tampoco. Pero lo cierto es que hay casi tantas mujeres en la obra como historias intercaladas. Todos pensamos en Dulcinea, aunque no aparece más que mencionada en el libro (Alonso Quijano se “enamora de oídas”, recordemos), pero nos olvidamos de la pastora Marcela, esa a la que quieren linchar unos pastores acusándola de haber llevado a Grisóstomo al suicidio tras rechazar sus propuestas amorosas. La defensa de la libertad de la mujer para elegir marido que hace convence al hidalgo con estas palabras:

“Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos: los árboles destas montañas son mi compañía; las claras aguas destos arroyos, mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo, ni a otro alguno, en fin, de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad.”

Puede, en cambio, que recordemos a Maritornes, la hija del ventero, por la grotesca descripción que de ella hace Cervantes: “moza asturiana, ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta y del otro no muy sana. Verdad es que la gallardía del cuerpo suplía las demás faltas: no tenía siete palmos de los pies a la cabeza, y las espaldas, que algún tanto le cargaban, la hacían mirar al suelo más de lo que ella quisiera.”. El encuentro de Sanchica con la pobre Maritornes sirve a las juglaresas para hacer reír al público actual tanto como los lectores del s.XVII lo hacían con la novela (y si no que se lo digan al grupo de adolescentes carcajeantes que asistieron a la representación). Sirvan estos dos ejemplos como aperitivo de las muchas historias que encontrará quien se acerque al teatro en estos días aunque solo sea (y no es poco) para pasar un buen rato.