El filósofo declara. Una decepción de corte naturalista

El filósofo declara. Una decepción de corte naturalista

El filósofo declara, de Juan Villoro.

Teatre Romea. Dirección: Antonio Castro.

Los vínculos entre la filosofía y el teatro no son en absoluto actuales, sino que sus encuentros fechan de sumamente antiguo. No obstante, en esta tragicomedia escrita por Juan Villoro de lo que se trata es de desmontar el aura intelectualista que, a menudo, recubre la figura del filósofo, aquél cuyas cruzadas en pos del conocimiento y de la intelección de los primeros principios parecen dotarlo de un aura mayestática. Si bien el texto puede resultar una más o menos oportuna tragicomedia para desmontar semejante estereotipo, el montaje dirigido por Antonio Castro adolece de todos los manierismos y limitaciones escénicas del encorsetamiento naturalista.

Partiendo de una escenografía carente de cualquier elemento poético, la cual termina por tener un mero rol espacial para delimitar las estancias donde ocurre la acción – salón y cocina -, la obra presenta al personaje del profesor, interpretado por Mario Gas, acompañado de Clara, su esposa, encarnada por la actriz Rosa Renom. Huelga decir que estos primeros momentos para urdir el plan con el cual supuestamente vengarse del olvido al cual se ha visto condenado el profesor por la academia parecían prometer una comedia ácida y mordaz acerca de los vicios universitarios actuales. Lamentablemente, la promesa se queda en sólo un mero anhelo. Las carencias se hallan principalmente en el ritmo que preside la obra, falto de la complicidad y rapidez afectiva que requiere la comedia para desplegar su magia, máxime cuando la puesta en escena se mueve entre lo tragicómico  y el vodevil.

Todo lo que sigue a esta primera escena, donde Mario Gas y Rosa Renom no terminan de funcionar como pareja, habiendo unas alusiones textuales a la supuesta sensualidad de la esposa que en modo alguno se reflejan en la actuación de Renom, termina por ser un montaje que deja morir por inanición un texto que, pese a no ser brillante, ofrecía muchísimo más. Los demás actores sucumben al sopor del montaje, instalado en una repetición de convencionalismos donde prima el naturalismo por encima de cualquier otro lenguaje teatral – y eso que ha llovido desde el naturalismo -. Ricardo Moya, quien encarna un Pato Bermúdez carente de gracia; Meritxell Calvo, una sobrina estereotipa del profesor, y un Jordi Andújar falto de vis cómica para el papel que debería haber dado muchísimo más juego con el profesor al ser la fantasía del idiota creado expresamente por su mujer, no hacen nada más que testificar una dirección simplista y errática, ausente de todo músculo escénico. El texto y los actores parecen dos realidades separadas, hallándose las interpretaciones en un “hacer ver” constante que deja de lado cualquier verdad escénica, es decir, la verosimilitud dramática, la cual en modo alguno tiene que reducirse a una simple copia de conductas humanas.

Sinceramente, quien quiera reírse con algunos gags en torno a dos señores que se reencuentran para dirimir disputas viriles disfrazadas de intelectualismo, quizás pase casi dos horas algo simpáticas; quien busque una comedia mordaz y bien tejida, no espere nada de este montaje. Una auténtica decepción.

Hablar con los pies: María Pagés en el Mercat de les flors

Hablar con los pies: María Pagés en el Mercat de les flors

¿María Pagés baila? Plantada, como cualquier otro ser humano, sobre la tierra que pisamos, difiere de nosotros en que el suelo donde sus pies van dibujando preguntas y respuestas no es sólo la base indispensable para que el movimiento no se rompa a cada avance o retroceso. Con María Pagés, el suelo adquiere un misterioso poder de levitación, como si a la tierra le fuera imposible desprenderse de la tierra y diluirse en los aires siguiendo los caminos que sus brazos señalan. Que en María Pagés habita el genio del baile, todos lo sabemos y lo proclamamos. Pero hay algo más en esta mujer: ella baila y, bailando, mueve todo lo que la rodea. Ni el aire ni la tierra son iguales después de que María Pagés haya bailado.

José Saramago

El escenario a oscuras. Un foco, desde arriba, se prende. María Pagés, bellísima, elegantísima, baila sin música. No hace falta: su propuesta es ver si somos capaces de oírla con los ojos. La música dentro del gesto, el gesto dentro de un cuerpo. Solo, crudo. Así comienza Óyeme con los ojos, el nuevo proyecto de María Pagés, que se presentaba ayer en el Mercat de les Flors (y que se podrá ver hasta el 6 de noviembre).

En el escenario van a pareciendo poco a poco los personajes que bailan junto a María Pagés. Con su desplazamiento por el escenario, su relación con el baile de Pagés, al principio bajo la estructura de músicos-bailaora, poco a poco se van difuminando para que lo que más importante sea el discurso de fondo, donde se une el baile y el cante de poemas de San Juan de la Cruz, El Arbi El Harti. , RymiJosé Agustín Goytisolo, Ibn Arabi, Tagore , Benedetti, de la propia Pagés o de Sor Inés de la Cruz, que da título al proyecto. La música, una columna fundamental, es de Rubén Levaniegos (que además estaba allí con su guitarra), David Moñiz (con el violín) y Sergio Menem (al chelo). Además, vimos a Ana Ramón y Juan de Mairena  en el cante y a José Barrios con el acompañamiento y las palmas. Especialmente con la voz de Juan de Mairena pude experimentar ese complejo mundo del flamenco en el que incluso las vivencias que se nombran como felices se cantan como si ese instante de felicidad (por ejemplo, en el poema de Rumi «Somos pura felicidad/Tú y yo sentados en la baranda/Somos pura felicidad./ Siempre que la belleza mira, enciende el amor su fuego/en nuestro aliento) ya se palpase efímero. Es decir, cómo se canta con la dureza del que se sabe ya perdido.

Vemos como Pagés se expone, nos cuenta cosas muy profundas y muy difíciles de decir si no es con el baile o con la poesía. De pronto, es posible pensar con los pies, con las manos y con la palabra no cosificada. A veces, la palabra se imponía al baile, y era más fuerte que él. No porque el baile sea insuficiente, sino porque el diálogo entre dos fuerzas no siempre se conduce satisfactoriamente. A veces  (casi siempre) sucedía al revés, porque la armonía entre poesía y baile parecía naturalmente entrelazada y sólo capaz de decirse sin decir nada, sino con todo el cuerpo. En cualquier caso, el viaje a su intimidad, a su interior, que nos propone Pagés, nos hace participar al público con la timidez de aquella primera confesión en una amistad reciente, donde nunca se sabe si es el momento de traspasar el umbral de lo cordial cotidiano a las heridas de la vida. Pagés habla de y a sí misma, baila, recita e incluso actúa en un entremés cómico. El cual, por cierto, aún necesito comprender, pues parece un injerto que rompe con todo lo construido anteriormente, donde se jugaba con luces tenues, cenitales, claroscuros, coreografías desnudas con la sencillez y la complejidad de un baile que baila la banda sonoro-poética de su vida, dañada pero amándola pese a todo. El entremés nos hacía tocar la tierra de nuevo, salir de la cueva secreta en la que nos había invitado Pagés a entrar y pertenecer a un grupo selecto al que se nos revelaría algo importante y difícilmente transmisible (algo a lo que me enfrento en estas líneas), y volver al calor, a la prisa, a la contingencia diaria, esa que precisamente ha dejado de convencernos (y también a la luz absoluta). No sé si eso daña todo el espectáculo, porque de pronto lo quiebra. De pronto sale, por las rendijas del entremés, Rajoy y la pereza que da la política de este país (especialmente ayer, que le nombraban ayer después de un año, con un PSOE roto y alternativas políticas que aún tienen que hacerse cargo de la herencia ideológica). No,aquello era una salida brusca al mundo, no. Quería quedarme con ese otro que nos había preparado Pagés, que culminó en el bellísimo número final, donde las telas del vestido cobraban vida y hacían que tiempo y espacio fuesen, de forma mágica, lo mismo. Me hubiese gustado algo más de riesgo, algo menos del regusto del para todos los públicos. Parece que en ese último paso hacia la intrincada intimidad que nos expone se queda sólo en una mirilla. Quiero abrir la puerta, quiero ver una Pagés menos escurridiza con su propio mundo, aunque me hago cargo de la complejidad de lo que pido. No cambiaría, sin embargo, ninguno de sus pasos, del regalo de coreografías que vimos ayer. Ojalá sus pies escribiesen de nuevo la historia del mundo.

 

 

Ragazzo: muerte ¿accidental? de un activista

Ragazzo: muerte ¿accidental? de un activista

Carlo Giuliani es un nombre y es un símbolo, contra su voluntad es un símbolo de lo peor de nuestro tiempo, un muñeco de trapo reclamado por unos y difamado por otros. Pero Ragazzo, la obra de Lali Álvarez representada estos días en el Teatro del Barrio, cuenta la historia de un joven que podría haber sido cualquiera, que era un joven cualquiera, no solo un militante, sino un chico de 23 años que llevaba el bañador debajo del pantalón porque quería ir a la playa después de pasarse por la manifestación. Carlo Giuliani fue asesinado por la policía italiana durante las manifestaciones antiglobalización en Génova que se produjeron durante la cumbre del G8 en julio de 2001. Era un chico cualquiera, no era un terrorista, no era peligroso, no era solamente un militante, era un joven anónimo que utilizaba su cuerpo como única arma para protestar contra un sistema que él consideraba injusto. El otro, el asesino, era un policía armado, blindado, que formaba parte del despliegue de treinta mil policías que “protegían” la ciudad. No aceptemos la equidistancia.

El monólogo escrito por Lali Álvarez tiene la fuerza de un canto por la libertad y contra la impunidad de la violencia cuando la genera un estado. La extraordinaria interpretación de Oriol Pla nos traslada por los diferentes escenarios de la vida de este joven: la casa donde vivía (de okupa), los conciertos de rock, las calles de su ciudad, la manifestación, etc. La energía del actor nos lleva de un lugar al otro hipnotizados, apelados por la trama que nos recuerda a la Muerte accidental de un anarquista del recién fallecido genio del teatro italiano Darío Fo. Es un montaje provocador, militante y a la vez humanizador, que promete girar por los mejores teatros: se podrá ver cada tarde de esta semana en el Teatro del Barrio y a partir de febrero estarán en el Teatre Lliure de Barcelona, lo que me lleva a la reflexión o más bien, petición, de que es necesario, enriquecedor y exigible que haya mayor diálogo entre la escena teatral de Madrid y Barcelona, puesto que en ocasiones parecen ser campos teatrales cerrados entre los que no se produce interlocución. Alguno me dirá que la mayor parte de las producciones catalanas están en lengua catalana, y así es, pero no debería ser excusa para que los programadores de Madrid se olviden del riquísimo teatro catalán, para eso existen los sobretítulos.

El primer comentario que escuché al terminar la función fue “esto pasa de verdad”, no “esto ha pasado”, “lo recuerdo…”, lo que ejemplifica el doble filo del símbolo: por un lado nos puede hacer tomar conciencia de un hecho particular que se puede extrapolar a un comportamiento habitual, pero a la vez, se pierde la memoria concreta de lo ocurrido, la memoria se convierte en estatua, en piedra, como dice el personaje de Ragazzo: “si en vez de sangre, piedra, si en vez de piel, piedra”. No olvidemos la sangre y la piel, no reconozcamos la estatua. “Esto pasa de verdad”, sí, en la Europa de los derechos humanos, en la Europa premio Nobel de la Paz (recordemos que se lo dieron en 2012, once años después de esto, ¿ya nos lo merecíamos?), en la Europa del Estado del Bienestar. El teatro de la memoria, debe transformar la piedra en sangre, en piel, recordarnos de qué estamos hechos para que no nos conviertan en estatuas.

“Todo o nada”: Sobre “Cartas de amor” en Teatros del Canal de Madrid

“Todo o nada”: Sobre “Cartas de amor” en Teatros del Canal de Madrid

 

Las cartas son, han sido y serán un método imprescindible y precioso de comunicación. Con ellas tanto se han negociado paces y declarado guerras como se han creado vínculos y roto extensas relaciones. Nos hemos escrito con familiares, con amigos, enviado christmas e incluso intentos de terrorismo. En ellas hemos mentido y dicho la verdad infinidad de veces, nos han permitido expresarnos sin límite, las hemos amado y las hemos odiado, probablemente en diferente medida. Casi todos hemos disfrutado del momento de abrir una carta y descubrir un contenido escrito a mano, delicado y lleno de imaginación, que muchas veces nos ha sorprendido y otras nos ha dejado devastados. En ellas hemos dejado nuestra vida y nuestros sentimientos descargando pasiones, alegrías y tristezas. Son un medio de comunicación muy intenso y sencillo, una comunión entre el papel y tu, en donde imprimimos, muchas veces sin darnos cuenta, infinidad de sentimientos y emociones.

“Cartas de amor”, obra teatral estrenada en el Teatro Palacio Valdés de Ávila y que ahora cuelga cartel de entradas agotadas en los madrileños Teatros del Canal, fue originalmente escrita, ahora ya hace más de treinta años, por A. R. Gurney. Narra la historia de una pareja que durante más de medio siglo se intercambia cartas, que poco a poco va leyendo ante el público y en donde se van desvelando sus amores, triunfos, fracasos y desamores.

Es sobre este texto sobre el que trabaja el director de la obra David Serrano, junto los veteranísimos actores Miguel Rellán y Julia Gutiérrez Caba, para construir un singular camino sobre la vida de dos amigos que crecen juntos y que, mediante cartas, nos transmiten las dificultades de vivir. En palabras del propio Miguel Rellán, “(…) la dificultad de estos dos personajes para llevar la vida que quieren, por convenciones sociales, por miedo o por el azar, el caso es que ellos pretenden una cosa y la vida les lleva por otro sitio (…).” (Miguel Rellán, 2016)

Mediante estas cartas, donde la mayoría de las veces dejamos escritas muchas más emociones de las que nos parece, la obra nos conduce por la vida de Melissa Gardner y Andrew Makepeace Ladd III. Los personajes nos cuentan, desde su niñez, como algo mezclado entre la amistad, el cariño y el amor deja paso a algo más. El autor adereza esta mezcla con la distancia y el tiempo, condiciones indispensables entre aquellos que usan las cartas. Y es esta distancia, como inevitablemente siempre ocurre, la que acarrea unos pros y unos contras.

La puesta en escena, cargada de una sencillez deslumbrante que se funde perfectamente con la historia y las magnificas interpretaciones de Miguel y Julia. Con diseño de iluminación y espacio de Ion Aníbal y Mónica Boromello respectivamente, la obra es conducida mediante un bosque de bombillas incandescentes que, muy sutilmente, se van apagando poco a poco hasta finalmente quedar solamente dos, ellos dos, percibiéndose nada más que la vida de dos personas, brillantemente narrada, que desgarrada por un amor totalmente no consumado, llega inevitablemente a su fin. La alegoría de las bombillas, cargadas de una inmensa sencillez, es brillante y , resalta todavía más la actuación de los dos consagrados actores. David Serrano presenta a su reparto como dos mitos de la escena española, con los que ha sido un placer trabajar, porque, “ha sido el proceso de trabajo más tranquilo y relajado que he tenido en mi vida, porque te lo ponen muy fácil y hay que dirigirles tan poco que para un director es casi como tener vacaciones.» (David Serrano, 2016)

Cabe destacar la excelente elección de casting, ya que, aun sabiendo la edad de cada actor, su historia resulta verosímil hasta el punto de plantearse la idea de si, en la vida real, algo así pueda haber ocurrido. Y es que Miguel y Julia, aun siendo ambos veteranos actores de la escena teatral española (y no solo la teatral), nunca habían trabajado antes juntos. Es Rellán quién destaca que trabajar junto a la actriz madrileña es todo un lujo, presumiendo de ello ante sus amigos: «Estoy ensayando con doña Julia Gutiérrez Caba; quién me iba a decir a mí que un día iba a salir mano a mano con ella».

Y mano a mano salen, y nos dejan boquiabiertos a todos. Por su naturalidad en escena, por su frescura aun en su madurez, por sus brillantes actuaciones, por la pasión impresa en cada carta, en cada frase. Porqué si el contenido es bueno, no hacen falta artificios estrafalarios para rematar una ya de por si buena novela, que nos sumerge en una vida que nos emociona, nos divierte y nos entristece. Una vida, excelentemente orquestada mediante cartas, con las cuales, muchas veces, se dice todo y nada.

“Cartas de amor” cierra Teatros del Canal este domingo día 23 de octubre con el cartel de ‘entradas agotadas’. No obstante, su andadura sigue en diferentes teatros nacionales.

Bibliografía:

(Miguel Rellán, 2016)
http://www.lavanguardia.com/vida/20160824/404174469690/julia–gutierrez–
Caba – estreno – en – Aviles – cartas – de – amor – en conjunto – a – miguel -rellan.html

(David Serrano, 2016)
http://www.lavanguardia.com/vida/20160824/404174469690/julia–gutierrez–
Caba – estreno – en – Aviles – cartas – de – amor – en conjunto – a – miguel – rellan.html

 

 

ULTRASHOW de Miguel Noguera, no apto para los fans de chistes de suegras y cuñados

ULTRASHOW de Miguel Noguera, no apto para los fans de chistes de suegras y cuñados

¿Quién es Miguel Noguera y qué narices es el posthumor?

Miguel Noguera es un humorista, dibujante y escritor, nacido en Las Palmas de Gran Canaria que creció en Mallorca y estudió Bellas Artes en la UB de Barcelona. Algunos de sus libros son: “Hervir un oso”, “Ultraviolencia”, “Ser madre hoy”, “La vieja tigresa o el erotismo en la senectud”; estos últimos publicados con la editorial independiente barcelonesa Blackie Books.

“Recuerdo que lo más cercano al Ultrashow que hice en la facultad fue reproducir un chiste que había grabado previamente en una grabadora. Los profesores se lo tomaron mal… no eran muy fans del humor. En el chiste decía «¡madre con sus hijos!», y se oían unos ruiditos como de animal muy pequeño y entrañable que hacía yo succionando con la boca, luego decía «¡madre viendo cómo asesinan a sus hijos» y se oía el mismo tipo de ruido pero con gran frenesí, succionando a fuertes ráfagas, como cuando terminas el Fairy, ese ruido desesperado. En fin, son anécdotas seminales, pequeños gérmenes.“

El Ultrashow es un monólogo con partes improvisadas e ilustraciones proyectadas en powerpoint.  

Cuando Noguera hizo su aparición en escena el público estalló en aplausos, hasta ahí todo normal, lo sorprendente es que cuando empezó a colocar su atril y colocar sus papeles (tomándose su tiempo, eso sí), la gente se empezó a reír, auténticas carcajadas que contagiaron al intérprete. Una vez destacado el endiosamiento de Noguera por sus seguidores, empieza el Ultrashow con un cántico improvisado que cuenta una historia absurda, una vez finalizado, lo desarrolla y explica.

Aunque trate de sostener un personaje lleno de desidia y autodesprecio, se ve que se lo pasa muy bien en escena, es muy expresivo y tiene un imaginario bestial. A veces juega a tener un trastorno de identidad disociativo y habla de sí mismo en tercera persona o se regaña a sí mismo, lo que me recuerda al recurso utilizado por Neil Hilborn con su poema “OCD”.

El espectáculo continúa con fallos de sonido y por momentos parece escucharse la música de la sala de al lado. Dejando eso aparte, Noguera desarrolla sus ideas con mucha creatividad, repeticiones y autocrítica. Personifica objetos y conceptos, por ejemplo, le pone caras a las trincheras, o se imagina que la idea de apertura del espectáculo con cántico se le apareció con forma humana con capa. Plantea conceptos originales y lleva situaciones hipotéticas al extremo, como la creación de un palacio de talco o la persona que viaja al futuro y encuentra que la palabra “hola” es arcaica y está en desuso por la RAE. También representa pasajes bíblicos y se cuestiona frases hechas.

Termina leyendo un texto en el que nos dice expresamente que “nos está robando” y que otros artistas podrían estar en su lugar, etc.

Después de esto, yo sigo sin saber qué es el posthumor, o mejor dicho, sigo sin querer aceptar esa etiqueta. Sí, es cierto que lo que hace Noguera se sale de la línea de comedia habitual, pero es que el panorama de comedia en España es bastante retrógrado en general, cualquier cosa que se salga de los chistes de suegras y cuñados se considera comedia alternativa. Hay cómicos y cómicas allí afuera con mucho talento arriesgándose a probar cosas nuevas, y son absolutamente necesarios, igual que el señor Noguera.

 

¿Qué es un padre? Sobre «El coratge de matar» en el TNC de Barcelona

¿Qué es un padre? Sobre «El coratge de matar» en el TNC de Barcelona

El coratge de matar, de Lars Norén
Teatre Nacional de Catalunya. Espectáculo en catalán
Dirección: Magda Puyo

¿Qué es un padre? A mí entender, ésta es la pregunta que domina gran parte de este montaje teatral, el cual, de forma sumamente lúcida, presenta los personajes interpretados por Nao Albet y Manel Barceló como dos arquetipos, dos elementos simbólicos cuya encarnación no cesa de darse en la historia, si bien sus materializaciones están siempre sujetas a la contingencia de todo discurso. No en vano, sus dos personajes no responden más que a la nominación simbólica de “padre” e “hijo”, encargándose el texto y la vibrante dirección de Magda Puyo de dotarlos de un contenido asfixiante, próximo a la locura en no pocos puntos de la obra.

De hecho, este montaje teatral, de una clara vocación expresionista donde los afectos son puestos en escena primando una textualidad sumamente gestual y emocional por encima de cualquier naturalismo, retoma la pregunta con la que he empezado mi crítica como una cuestión que, a día hoy, se ha agudizado. Especialmente porque los ideales culturales que habían prometido una solución a este enigma se han desmoronado, a mi entender, de manera irrevocable. En este sentido, la escenografía del espectáculo nos sitúa en un destartalado apartamento que ubica a los personajes en un limbo del cual poco se sabe, como si escenificase la imposibilidad por inventar un sitio que sirva de morada al personaje del hijo, absorbido por lo que interpreta como el desinterés de un padre obsceno y narcisista. Una figura paterna que en no pocos momentos del espectáculo recoge destellos de aquella figura despótica y tiránica que Sigmund Freud, en su lúcido ensayo Tótem y Tabú (1912-1913), presentó como figura temida por los hermanos de la horda primitiva. Era un padre al que los hijos le suponían la capacidad de satisfacer sus pulsiones sexuales sin límite alguno, pudiendo servirse para su disfrute perverso de todas las mujeres.

Ésta es la figura paterna que el hijo no soporta, tirándole en cara durante lo que equivaldría al primer acto de la pieza teatral un desenfreno sexual que conllevó que él se sintiera desplazado y olvidado por su progenitor. De nuevo le acecha la pregunta: ¿qué es un padre? Por su parte, el padre, encarnado magistralmente por Manel Barceló, se valdrá de su aspecto frágil y precario, cuyo símbolo más preciso es esa pierna inutilizada, auténtica metáfora de lo que el hijo no puede soportar: ser un padre conlleva que uno nunca pueda satisfacer el deseo filial, y ahí cada cual debe apañárselas para dar una respuesta a un sino que no deja de repetirse.

En medio de esta escenografía decrépita, repleta de bustos masculinos que simulan la búsqueda incesante del padre soñado por parte del hijo, atrapado en su telaraña de reproches y rencores, aparecerá el elemento en discordia que configurará un auténtico triángulo edípico: Radka, pareja del hijo. Su entrada en escena remueve todo un pasado tumultuoso entre los personajes masculinos, marcados por la muerte de la madre. Lástima que la actuación de Maria Rodríguez no sepa sostener la tensión sexual que llevará al enfrentamiento final entre el progenitor y su vástago, recurriendo en demasía a tópicos algo ya vistos en torno a la simbolización del objeto del deseo que conlleva una lucha a muerte entre dos hombres devastados por su mutua incomprensión. Digo que es una lástima porque el clímax que protagonizan Maria Rodríguez y Manel Barceló queda algo desdibujado por su actuación, así como por la reacción algo fría de Nao Albet, quien oscila a lo largo de toda la función entre la verdad atormentadora de lo no dicho y cierta impostura mecánica.

El deseo salvaje de este padre, capaz de justificarse con cualquier excusa ruin, se tambalea ante la falta de energía de su partenaire femenina. Quizás un poco más de mimo por parte de la directora hubiera salvado su actuación, la cual termina siendo demasiado anecdótica. Este déficit, tristemente, termina influyendo en el desenlace de esta tragedia, donde el hijo mata al padre por su perversa desfachatez y para poner punto y final a su calvario. Algo precipitado, un mayor esmero en el ritmo de las escenas entre los tres actores hubiese permitido redondear lo que prometía ser una de las grandes sorpresas de esta temporada. No defrauda en absoluto, pero podría haber sido mucho más interesante.