Alcanzando nuevas audiencias con interpretaciones virtuosísticas, programación innovadora y estimulantes colaboraciones multidisciplinares. Así se define la Aurora Orchestra, que aspira a ser «la orquesta más creativa del mundo». Su participación en la temporada de la londinense Wigmore Hall, dentro del ciclo de música contemporánea, no incluye ningún elemento multidisciplinar ni nada que la aleje del tradicional formato de concierto clásico, como sí sucede con otras de sus apetitosas propuestas. Lo que sí refleja es su compromiso con la música de nueva creación con el estreno absoluto de Tripotage Miniatures, la nueva obra de la británica Anna Meredith. Dado el impacto que me causó el descubrimiento de esta joven y brillante compositora, comentaré muy brevemente su carrera antes de proseguir con la crónica del estreno y del resto del concierto.

Anna Meredith en el Royal Albert Hall, grabando su obra Connect it para el programa de televisión Ten Pieces. (C) BBC – Foto: Guy Levy.

Anna Meredith es una compositora, productora e intérprete de música acústica y electrónica, cuyas obras se mueven entre la música clásica contemporánea, el pop, la electrónica y el rock experimental. Ha recibido encargos de numerosas y prestigiosas formaciones, y sus obras se han estrenado en eventos tan mediáticos como The Last Night of the Proms. Inquieta e innovadora, explora todas las posibilidades sonoras para crear sus obras. Por ejemplo, la percusión corporal en Handsfree (manos libres), obra que compuso junto al coreógrafo David Ogle para la National Youth Orchestra of Great Britain. En esta obra, los músicos dejan sus instrumentos para interpretar la partitura sólo con sus cuerpos y voces, tal como se puede ver en el vídeo completo del estreno en el festival BBC Proms de 2012. Otro interesante ejemplo del que disponemos una grabación completa es el Concierto para Beatboxer y Orquesta, creado con el beatboxer Shlomo. También se puede destacar su obra interactiva Noisy, en la que el público participa en la interpretación; o froms, una obra para cinco conjuntos situados en distintos lugares geográficos. Se pueden encontrar algunos vídeos que muestran la importancia de lo visual en su obra, como es el caso de las divertidas animaciones de Nautilus, o del inquietante Lemontits, este último realizado por su hermana, Eleanor Meredith.
Como intérprete, destacan sus actuaciones con su banda -ecléctica igual que sus obras- integrada por ella misma al clarinete y la electrónica, dos chelos, guitarra eléctrica, tuba y batería. Su primer álbum, Vermints (canallas) ha sido un gran éxito. Próximamente actuarán en España (7 de octubre en Valladolid y 8 de octubre en Madrid), de modo que si tenéis ocasión de asistir no os olvidéis de compartir aquí vuestras impresiones.

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La banda de Anna Meredith en concierto. Foto: Gaele Matata.

Tripotage miniatures es una colección de seis pequeñas piezas que oscilan entre uno y tres minutos de duración, que explora en cada una de ellas una combinación diferente de instrumentos. En total tenemos tres duetos, dos tríos y un sexteto final con todos los músicos. Sea casualidad o no, podemos notar una curiosa relación numérica en esta distribución: 3×2 (tres duetos) = 2×3 (dos tríos)= 1×6 (un sexteto) = 6 (total miniaturas). La palabra francesa tripotage se puede traducir como chanchullo y, según la propia compositora, «las miniaturas exploran distintos tipos de opacidad, disfunción, pelusa, sombra y mugre – imaginando transacciones turbias, que crean una especie de superficie vaporosa encima del material [musical]».

La primera miniatura, Lanolin, está escrita para clarinete en mi bemol (requinto) y trompa. Si bien la combinación de trompa y clarinete es muy habitual por la afinidad tímbrica entre ambos instrumentos, el uso del requinto, con su peculiar timbre ligeramente estridente, otorga un toque muy original al sonido resultante. La pieza se estructura a partir de una incesante repetición de breves células musicales que la convierten en previsible. A medida que avanza la pieza empiezan a aparecer irregularidades en algunas repeticiones, como si se tratara de errores aleatorios, que se van haciendo cada vez más frecuentes y que socavan la previsibilidad de la pieza. La segunda miniatura se titula 40 Watt y es un dúo para flautín y contrabajo. Al contraste extremo entre los registros del instrumento más agudo y el más grave de la orquesta se añade el contraste entre las texturas: la flauta toca una melodía sin pausa, de contornos poco definidos, puntuada por armónicos del contrabajo tocados en pizzicato, lo que crea la dualidad continuo/discontinuo. Sigue el primero de los dos tríos con Moth (polilla), para oboe trompa y flauta alto. Aparece de nuevo la marcada dualidad continuo/discontinuo, con la flauta ejecutando largos trinos mientras el oboe y la trompa interrumpen con breves acordes. De nuevo encontramos una estructura repetitiva, que esta vez encuentra la salida de la monotonía por medio del proceso de adición. Cada repetición empieza con el sonido de dos acordes breves y consecutivos. Al cabo de algunas repeticiones, el oboe y la trompa añaden a sus dos acordes una breve y caótica figura melódica a dúo (nótese la dualidad orden/desorden representada en la oposición acordes/melodía), que va ganando duración con cada repetición. A continuación llega el último de los tres dúos, Buzzard (busardo, tipo de ave rapaz), para viola y corno inglés. Este último instrumento lleva la melodía, que es bruscamente cortada por ásperas intervenciones de la viola, como si de ataques del busardo se trataran. La melodía del corno inglés se va haciendo más compleja y aumenta la frecuencia de las interrupciones de la viola, hasta llegar a un accelerando previo a la finalización de la miniatura. Recuperamos por última vez la formación de trío en Scrying (adivinando el futuro), para clarinete, viola y contrabajo. En esta ocasión el elemento de imprevisibilidad son los glissandi que aparecen a lo largo de la pieza. La obra concluye con Majolica (mayólica), reuniendo a los seis músicos por primera y última vez.

En conjunto, podemos aventurar que el principio formal que rige todas las miniaturas es la progresiva imprevisibilidad que las invade. Como si de una plasmación musical del segundo principio de la termodinámica se tratara, cada pieza muestra un inexorable incremento de entropía, o lo que es lo mismo, de información. La repetitiva regularidad inicial de la estructura nos da la seguridad de lo conocido (y por lo tanto predecible), pero en seguida resulta monótona, insignificante (en el sentido literal de no tener significado). Son las progresivas alteraciones inesperadas, los «errores» -los chanchullos del título, en definitiva-, lo que resulta informativo, que cobran significado precisamente en contraste con la regularidad inicial. Esta es la forma en que la obra genera significado, sea el que sea para cada oyente. Al final, como dice Meredith, la obra trata simplemente de «capturar un momento – incluso si se trata de uno ligeramente turbio e inquietante».

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Nicholas Collon, fundador y director artístico de la Aurora Orchestra, dirigiendo replicas en miniatura de los músicos de la orquesta. Foto: Johnharte.

La obra de Meredith cerraba la primera parte del concierto, que se abrió con las Diez piezas para quinteto de viento de György Ligeti. La decisión fue muy acertada, no sólo por la enorme calidad de la obra -que merecería un artículo aparte-, sino también por poseer ciertas similitudes estructurales. En medio de ambas, se interpretó el popular poema sinfónico Till Eulenspiegels lustige Streiche, op.28 de Richard Strauss, en un eficaz arreglo de Breatt Dean para noneto. Las tres obras dieron numerosas oportunidades de lucimiento a los solistas de la Aurora Orchestra, que demostraron un nivel envidiable, tanto individual como colectivamente. Especialmente el oboista Daniel Bates (sensacional la precisión de sus agudos en Ligeti), el trompista Peter Francomb (la suavidad de sus ataques sin apenas tiempo para respirar), el contrabajista Ben Griffiths (sensacional su dominio de las técnicas extendidas) y el clarinetista Timothy Orpen (con un sonido substancioso y envolvente, y una musicalidad desbordante).

La segunda parte contenía exclusivamente el septeto en mi bemol op.20 de Beethoven para clarinete, trompa, fagot, violín, viola, chelo y contrabajo (sí, el del famoso minueto). Se trata de una obra magnífica y bellísima que, además, fue interpretada de maravilla. Pero sinceramente, después de las obras de la primera parte retroceder dos siglos con este Beethoven no aportaba absolutamente nada. Por lo menos, interpretado en la primera parte habría permitido apreciar la evolución estilística de las piezas de una forma más lógica, aunque es probable que se tocara al final para permitir que la flauta, el oboe y el segundo violín quedaran libres para marcharse. De cualquier modo, el problema de fondo es la insistencia en que los conciertos cumplan con cierto minutaje. ¿Qué tiene de malo un concierto de 40 minutos (la duración aproximada de la primera parte), si las obras interpretadas forman un conjunto coherente y suficiente?


Ficha
Sábado 24 de septiembre de 2016.
Wigmore Hall, Londres.

Solistas de la Aurora Orchestra
Katie Bedford, flauta, piccolo y flauta alto.
Daniel Bates, oboe, corno inglés y oboe d’amore.
Timothy Orpen, clarinete.
Ursula Leveux, fagot.
Peter Francomb, trompa.
Thomas Gould, violin primero.
Jamie Campbell, violin segundo.
Ruth Gibson, viola.
Louisa Tuck, violonchelo.
Ben Griffiths, contrabajo.

György Ligeti – Ten pieces for wind quintet
Richard Strauss – Till Eulenspiegels lustige Streiche Op.28 (arr. Brett Dean)
Anna Meredith – Tripotage Miniatures (estreno mundial). Encargo de The Radcliffe Trust, NMC Recordings y Wigmore Hall, con el soporte de André Hoffmann, de la Fundación Hoffmann.
Ludwig van Beethoven – Septeto en mi bemol, Op.20