La cata es una relato corto de Roald Dahl (1916-1990). En sí no es una novedad editorial porque esta obra se publicó por primera vez en la revista Ladies Home Journal en 1945 y años más tarde, en 1951, en The New Yorker. No obstante, su originalidad reside en el formato en el que se volvió a publicar y del que hablaremos más adelante.

Por su parte, Roald Dahl es autor de obras como Relatos de lo inesperado o de otras tal vez más conocidas porque también fueron llevadas al cine como Matilda, dirigida por Danny DeVito en 1996, o James y el melocotón gigante y su dirección corrió a cargo de Henry Selick también en 1996. Otro famoso texto que tuvo igualmente su versión cinematográfica es Charlie y la fábrica de chocolate cuya primera adaptación fue realizada por el director Mel Stuart y protagonizada por Gene Wilder en 1964 pero la versión probablemente más conocida de esta obra es la interpretada por Johnny Depp desde la visión de Tim Burton en 2005. El hecho de que sea un autor cuyos libros hayan sido adaptados al séptimo arte en principio para el público infantil, nos hace ver que se trata de alguien con una gran imaginación y una especie de halo mágico para ello. Sin embargo, si nos quedáramos con ese aspecto de su trabajo, meramente vislumbraríamos la superficie del mensaje que aparece en algunos de sus relatos.

En este caso nos vamos a centrar en La cata. Esta obra ilustrada parece estar más destinada al público adulto por su temática: una cata de vinos que tiene lugar en el elegante hogar londinense de Mike Schofield. Se trata de un corredor de bolsa cuya familia invita a una suculenta cena esa noche al narrador de la historia, a su mujer y a un personaje bastante peculiar llamado Richard Pratt, un famoso gastrónomo, con quien el señor Schofield tiene una rivalidad elegantemente velada en cuanto a quién es el más entendido en estos suculentos caldos. Durante su aparente cordial comida van apareciendo casi todos los pecados capitales: la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria y la gula. Todas estas flaquezas son acaparadas por los principales personajes masculinos encarnados por el anfitrión y su invitado principal. En cambio, los personajes femeninos a duras penas tienen voz y mucho menos voto -sobre todo la hija del anfitrión que pasa a ser objeto de una subasta- porque dependen del cabeza de familia. Aquí hay que destacar que este texto fue escrito en 1951 y algunos de estos pasajes nos plasman parte de la realidad de aquella época. En cambio, hay un personaje femenino que trabaja en esa vivienda y por eso tiene un papel terciario pero, sin embargo, le da un giro inesperado y cómico al desenlace.

Esta nueva versión de La cata tiene el añadido de contar con las fantásticas ilustraciones de Iban Barrenetxea, quien plasma casi como si fuesen fotografías el exterior y el interior de este distinguido hogar con unos detalles estéticos que caracterizan determinados barrios de Londres. Ya en el interior de esta casa lo que predomina es una elegante sobriedad en la que destaca la simetría en todos sus elementos, incluso en la disposición de los personajes en la mesa teniendo en cuenta su grado de parentesco y sus características. Además, Barrenetxea prestó especial atención a los detalles que Roald Dahl menciona en su relato en cuanto a la disposición de los distintos elementos en la mesa como los detalles que en ella aparecen. Por ejemplo, las flores amarillas que, junto con el gato negro, configuran una serie de símbolos con mensajes contradictorios. Por un lado, tenemos la alegría y la energía de una tonalidad tan vívida a la que también se le asigna el significado de inteligencia y sabiduría, ya que estas cualidades son las que presumen poseer nuestros antagonistas. Por otro lado, la presencia de un animal de ese color se asoció en la antigüedad a la buena suerte aunque en determinadas épocas se le vinculó con aspectos bastante negativos pero en la época victoriana pasó a considerarse una alegoría de buena suerte para los novios recién casados porque significaba que tendrían prosperidad en su matrimonio. Por lo que este es un símbolo ambivalente cuya presencia tiene especial sentido en este relato, sobre todo relacionado con el singular Richard Pratt, con quien llega a mimetizarse en su peculiar cata de uno de los vinos.

Con esta temática y los diversos significados que contiene la obra, podríamos (re)plantearnos lo siguiente: ¿se trata de un relato solo para adultos? Podríamos afirmar que no porque en realidad se trata de un texto para todos los públicos que tiene un sentido del humor que hace que, acompañado de unas estupendas ilustraciones, esta se convierta en una deliciosa lectura.