Hace unos días murió Claudio López Lamadrid, editor de Penguin Random House. Una de esas personas invisibles del mundo del libro que sale poco en los medios pero que es responsable de muchos de los libros que nos llegan a las manos. “Conversaciones entre amigos” el libro del que hablé el mes pasado era de Random House y también lo es el de hoy. Podemos considerarlo un homenaje. En los próximos artículos prometo darle visibilidad a otras editoriales que también hacen un gran trabajo.

Kentukis (Random House) es un libro de Samanta Schweblin. Escritora que por nombre parece ser inglesa o alemana pero que es de Buenos Aires. Nos trae una novela basada en una idea, los Kentukis, artefactos tecnológicos que podrían ser sacado de un capítulo de Black Mirror.

Los Kentukis son una especie de peluche con una cámara incorporada y ruedas que es controlada por un usuario que compra una licencia a través de un ordenador o una Tablet. De esta manera, un individuo puede escoger ser kentuki o tener un kentuki en casa. El kit de la cuestión y el por qué esta idea es interesante, y hasta cierto punto perturbadora, es que tu no escoges cual es el kentuki que controlas o el kentuki que tienes. Así, cuando compras un kentuki estás metiendo a un desconocido en casa que no sabes quién es porque no puede hablar, que puede observar a través de su cámara la intimidad de tu casa. Del mismo modo, cuando adquieres una licencia no sabes qué kentuki vas a ser, así que no sabes en casa de quien estarás, ni siquiera en qué país.

Se trata de algo que podríamos catalogar como ciencia ficción pero que realmente no está lejos de ser posible, si no es posible realizarse ahora ya. En la novela los kentukis se convierten en un fenómeno global como lo fueron los Furbis o las PlayStation. A mi entender no se trata más que de una mascota amplificada. Hasta cierto punto es como tener un perro solo que este perro es capaz de entenderte porque básicamente hay una persona dentro de él. Es el exhibicionismo de la generación Instagram llevado al extremo y particularizado en un único individuo que desconocemos. Del mismo modo aquel que escoge ser kentuki también disfruta de ventajas, ver países y lugares que no ha visto nunca, formas de vivir que desconocía y el morbo de ver qué hace un desconocido en su intimidad. Sin duda es una idea muy atractiva y que parece combatir la soledad y aislamiento del individualismo de la sociedad tecnológica, pero, como en todo capítulo de Black Mirror que se precie, no tardan en aparecer los problemas.

¿Qué ocurre si el desconocido que tenemos en casa no tiene tan buenas intenciones como nosotros? ¿Qué pasa cuando intentamos saber más de alguien que no puede comunicarse fácilmente? ¿Qué ocurre si el kentuki no quiere estar en ese lugar que le ha tocado? ¿Tienen que tener los kentukis derechos por haber pagado para estar dentro de un peluche en la otra punta del mundo? Sin duda la invención de Schweblin da para mucho, sobre todo nos sirve para plantearnos cuáles son los límites de la tecnología asociada al ocio y cómo de peligroso puede llegar a ser dejar ver a un desconocido demasiado de tu intimidad.

Pero no sería justo si me limitara a comentar Kentukis en cuanto a invención, como si de una empresa emprendedora se tratara y no hablara de su valor literario. Siempre me gusta ser sincero y si hablo de algo en mis artículos es sin duda porque me ha llamado la atención, pero me gustaría no ser demasiado conformista. Schweblin me puede servir para hablar de como una idea que se convierte en núcleo de una novela puede ser explotada de distintas maneras y es decisión del escritor decidir cual considera mejor o cual simplemente le apetece más explotar. Kentukis podría ser una novela sobre la relación de una persona con su Kentuki o de una persona que decide convertirse en Kentuki y lo que descubre en el otro lado de la pantalla, pero el Kentukis de Scweblin es un caleidoscopio de experiencias relacionadas con estos singulares seres tecnológicos, historias que ocurren en distintos lugares del globo y que algunas continúan y otras no. Sin duda esto le sirve a la autora para explorar todas sus posibilidades y variantes, vemos como por ejemplo algunos Kentukis deciden desconectar-se a los pocos minutos de sincronizarse porque el lugar en el que aparecen es demasiado aburrido o doloroso o Amos de Kentukis que creen por desconfianza u optimismo que sus Kentukis son personas diferentes a las que realmente son. Pero para mí, a la larga el hecho de que se quieran abarcar tantas historias hace que acabe faltando un nexo de unión que le dé sentido y consistencia a la obra y se tiñe a menudo de un fatalismo que parece incluso moralista.

Para mí siempre las mejores novelas son las que te dejan a tu propio juicio decidir si lo que acabas de leer está bien o si está mal, si tal invención futurista es distópica o utópica. Como en Black Mirror parece que se nos quiera educar en que la tecnología per se a la larga es un mal negocio. Se dice a menudo que son más peligrosas las personas que hay detrás de esas tecnologías que no las tecnologías en sí. Quizás tendremos que empezar a imaginar futuros en que la humanidad será capaz de aprovechar la tecnología para mejorar su relación con los demás y no para romperla.