Entrevista a Mauricio Sotelo (II)

Entrevista a Mauricio Sotelo (II)

¿Te perdiste la primera parte de la entrevista? Pulsa aquí, que te llevamos…
En febrero del año 2015, Mauricio Sotelo estrenaba en el Teatro Real de Madrid su ópera El público, basada en la obra teatral homónima del poeta granadino Federico García Lorca. Hoy, con motivo del reciente lanzamiento del DVD que contiene la representación de aquel estreno, hablamos con Sotelo sobre su creación más extensa realizada hasta la fecha.
6.     ¿Qué papel desempeñan los artistas flamencos en su ópera?

Un papel muy importante, como te decía al inicio. Creo que mi trabajo con el flamenco de hace ya más de 30 años es lo que llevó a Gerard Mortier a pensar en Mauricio Sotelo como compositor para esta ópera y a no elegir a otro compositor, aunque, sin duda, tenemos muchísimos compositores y muy interesantes.

El Público es una obra llena de elementos simbólicos, y uno de los más importantes dentro de esa estructura de relación amorosa, es, por supuesto, el plano erótico, el plano de la atracción erótica. Y ese plano erótico (la fuerza de la naturaleza, la fuerza erótica, la fuerza sexual, el motor más humano y más carnal), en Lorca, está encarnado en la figura de los caballos.

Por eso, desde el principio convenimos en que los caballos deberían ser cantaores. Y de la larga lista de personajes que hay en la obra original de Lorca (más de 20, más dos grupos corales), nosotros la hemos reducido drásticamente, porque si no la obra sería completamente inviable. Incluso la figura de los caballos la hemos reducido a tres caballos, dos de los cuales son dos cantaores y el tercero, un bailaor, porque en el propio texto de Lorca también se alude a unas danzas.

En principio, habíamos pensado en los cantaores con los que yo había colaborado siempre: Arcángel y Miguel Poveda. Pero, por las circunstancias y por la agenda de Miguel Poveda, fue imposible contar con él. Arcángel era lógico favorito por la experiencia y la larga trayectoria que llevamos juntos (además de ser un extraordinario cantaor), lo que hace el trabajo conjunto mucho más fácil. Él mismo me sugirió a Jesús Méndez, que yo creo que ha sido una elección extraordinaria, porque es un cantaor absolutamente maravilloso, muy flamenco y muy profesional, y una persona que lo ha dado todo en esta obra y con quien pienso seguir colaborando. De hecho, ya tenemos colaboraciones futuras planeadas. Este plano, el de los cantaores, es muy importante.

El bailaor iba a ser Israel Galván, pero sucedió lo mismo. Para la producción de una ópera hay que bloquear la agenda durante tres meses, y cuando hicimos los contratos era un momento difícil, coincidió con la transición del Teatro Real, una situación especial de dificultad que se vivió por recortes de presupuesto, además de la propia enfermedad de Mortier, de manera que tanto Poveda como Israel Galván tenían ya esas fechas comprometidas. También fue Arcángel quien me sugirió a Rubén Olmo, un bailaor extraordinario que recibió ese mismo año el Premio Nacional de Danza. Hemos trabajado juntos mucho después y lo seguiremos haciendo. Entonces yo creo que ahí teníamos también un equipo de primera.

Y luego tenemos el elemento de la guitarra flamenca, que aparece también en el texto original de Lorca y que para mí era imprescindible. Yo había colaborado con Cañizares hacía ya tiempo. Cañizares, es además un músico muy completo que sabe leer música (él mismo es compositor) y para quien ya había escrito un Concierto para guitarra – Como llora el agua–, así como un obra para guitarra sola. Lógicamente, el guitarrista de El público iba a ser Cañizares, quien también bloqueó su agenda y canceló otros compromisos que tenía para participar en la ópera como solista.

También es muy importante la figura de la percusión, “el motor de nuestro barco”, como le decía yo a Pablo Heras-Casado. El motorcito era Agustín Diassera, un percusionista extraordinario con quien también he colaborado en muchas ocasiones y con el que seguimos trabajando.

Yo creo que teníamos un cuadro flamenco, por llamarlo de alguna manera, de lujo y muy difícil de superar, todos entregados. Y creo que eso se ve en la producción.

7.     El universo musical de El público se mueve entre la tradición operística, el flamenco, la música instrumental contemporánea y el uso de la electrónica en vivo. ¿Cómo ha unificado estos elementos  desde un punto de vista compositivo?

Efectivamente, una vez que se han tomado las decisiones respecto a los elementos flamencos, el resto de personajes están construidos en base a la tradición operística. Hay pilares, como si fuese una catedral, columnas fundamentales de la ópera que están sujetas en voces muy concretas, en arias. Por ejemplo, difícil e importante para mí fue el planteamiento del inicio de la ópera, que se inicia con el “Solo del pastor bobo” y del cual yo ya tenía en la cabeza el “Solo del pastor”, de Enrique Morente. Al principio pensé que debería interpretarlo un cantaor (al principio también pensaba que debía ser la voz de Enrique), pero finalmente decidí que una ópera debe abrirse con una voz operística.

Finalmente, la ópera comienza con un aria de tenor, concretamente un tenore di grazia (como “Tito” Schipa, el típico tenor rossiniano). Hay otro tenor (un Heldentenor) que aparece en el quinto acto, el “Prestidigitador”. Es un tenor más wagneriano, como un Sigfrido (de hecho, hay una paráfrasis del Sigfrido de Wagner en ese pasaje). Además están las sopranos, la Julieta de Shakespeare, una soprano coloratura (como una Constanze en El rapto en el serrallo o una Zerbinetta en Ariadne auf Naxos, de Strauss). Y también hay otro tipo vocal, que es Elena, una soprano dramática (como una Lady Macbeth en Verdi o la Mariscala en El caballero de la rosa). Y un tipo de barítonos como en las parejas de barítonos que existen en Mozart, Gonzalo, el amante, es un tipo de barítono lírico (como el Golaud en Pelléas et Mélisande). Es decir, todos los papeles están relacionados con algún carácter de la tradición operística y conforman un pilar en la estructura formal con sus correspondientes arias.

En cuanto a la parte instrumental, una de las referencias y fuentes de inspiración ha sido Las bodas de Fígaro, de Mozart.  Y por eso tengo una orquesta pequeña, mozartiana, digamos.

Es cierto que el inicio de El público recuerda de una manera extraña a la música de Mozart.

Sí, sí, en las primeras notas hay una paráfrasis clara del inicio de Las bodas de Fígaro, de Mozart. Ya en el compás 10 hay cinco acordes que conforman las letras de Lorca, L-O-R-C-A, y luego se desarrolla un perfil melódico que es una paráfrasis del inicio. Pero en lugar de estar en re menor, yo le pongo el mi bemol y el fa sostenido, de manera que tenemos una escala flamenca sobre un movimiento mozartiano. Eso es querido y, para mí es, desde luego, una declaración de intenciones. Las bodas de Fígaro son muy importantes para mí como ejemplo en el sentido teatral. Porque es un texto muy complejo, enrevesado, como un teatro de enredo, pero que se entiende muy bien.

Mientras estaba aquí en Berlín hubo ocho representaciones que dirigía Barenboim, y de las ocho asistí a siete. A una de ellas fui con uno de los científicos italianos del Instituto de Estudios Avanzados. Le dije: “Quiero pedirte el siguiente favor: no te lo prepares, no te leas de qué va la ópera, no leas el texto, no leas nada, solamente quiero que al salir me digas si has entendido todo. A ver si como italiano entiendes el texto y entiendes de qué va la obra”. A la salida me dijo: “Efectivamente alguna cosa se me ha escapado, pero entendía todo el texto”. Entendió toda la trama. Entonces para mí era una referencia sobre cómo conseguir que un texto tan complejo como el de Lorca pudiera tener un ritmo y pudiera ser entendido.

También la referencia de Mozart me llevó a la elección de una orquesta pequeña. Mi orquesta tiene 34 músicos, es una orquesta reducida, yo la llamo mozartiana. Pero, desde luego, una orquesta mozartiana con acordeón, con clarinete contrabajo, con saxo… (risas), no existe.

Luego, tenemos 34 altavoces repartidos por el teatro. La idea del uso de la electrónica, más que de transformación, la inspiración que yo tenía era la del “Libro VII”, de Vitruvio, que describe cómo en los teatros romanos se distribuyen vasijas de bronce que servían como eco o amplificación, no de las voces, sino de los afectos de las voces. Así, más que amplificar, los 34 altavoces lo que hacían era dar un espacio. El tratamiento es muy refinado. Para la parte electrónica contaba con el compositor italiano Mauro Lanza para la elaboración de los sonidos electrónicos (Lanza ha sido profesor en el Ircam, uno de los especialistas en Europa y alguien con quien he trabajado mucho y de quien he aprendido aún más), y con Peter Böhm para la espacialización, la proyección en el espacio y la proyección del vivo (Böhm es ingeniero de sonido del Klangforum de Viena, con quien hice mi primer concierto en Alemania en el año 87 y con quien he trabajado durante muchísimos años). Con él hemos hecho cosas como esos primeros acordes de los que hablamos antes (cinco acordes basados en las cinco letras de Lorca), utilizando unos filtros resonantes que llamábamos voice y que reproducen lo que sería el sonido de «o», el sonido de «r», el sonido de «l», etc. Cosas muy refinadas y bastante complejas, pero todas ellas ligadas al aparato textual y simbólico de la obra. Todo está completamente engarzado, una cosa no vive sin la otra.

¿Cómo fue el ensamblaje definitivo de todos estos elementos de una manera práctica durante los ensayos previos al estreno? Teniendo en cuenta que teníais músicos de la tradición operística pero también cantaores que no leen música y elementos electrónicos.

El montaje de una ópera tradicionalmente tiene una serie de fases. Hay primero unos ensayos musicales que se hacen con el piano. Ahí está el director y dos pianistas que van tocando la reducción para piano y van poniendo las cosas en su sitio, se van ajustando todos los términos musicales, correcciones, dónde entra cada uno… todas esas cosas… En nuestro caso, además de esos ensayos con los correpetidores [los pianistas que tocan la reducción de la ópera para piano], teníamos ya desde el principio la percusión flamenca, la guitarra flamenca y también otro correpetidor especial para la parte del flamenco. Para esta parte yo había creado unos midi files que los cantaores ya habían cantado. Y de ese midi, naturalmente, tenía la partitura, y el director asistente, Pedro Pablo Prudencio (que era buenísimo e hizo un trabajo extraordinario), lo tenía todo escrito.Por tanto, en nuestro caso, al montaje tradicional a dos pianos y con correpetidores se suma un trabajo en paralelo también con los cantaores.

Luego hay un trabajo escénico en el que, tras ese montaje musical, el director de escena trabaja con los cantantes/actores las posiciones, las entradas, lo que hacen, lo que no hacen… Se hacen correcciones, se cambian cosas, se inventan cosas también. Porque hoy un cantante tiene una formación también de actor, pero los cantaores, no. Entonces se prueba cómo están más a gusto, posiciones, gestualidad, etc., toda esa serie de elementos que hay que probar y ensamblar también.

Todo esto se va haciendo primero en salas de ensayo que nada tienen que ver con el escenario. Luego se pasa arriba (en el caso del Teatro Real, como en todos los teatros, tienen una sala de ensayo con las medidas del escenario), está todo marcado con cinta adhesiva y hay ya varios equipos funcionando en paralelo: el director de escena, con su equipo, los de vestuario, los de iluminación, etc. Se hacen pruebas de iluminación, se prueban cuestiones de vestuario y también, en las dependencias del propio teatro, se van corrigiendo los trajes, los vestuarios, las pelucas, los zapatos. Todo es como un taller en el que se va trabajando en paralelo. Y todo ello desemboca en una sesión llamada  italiana (conocido como ‘Sitzprobe’ en alemán, donde se canta ya toda la ópera, pero sin el movimiento escénico y ya más adelante se hacen los ensayos llamados ‘conjuntos’ (Stage and Orchestra), esto es ya con la orquesta en el foso y con la escena, y en la fase final un antepiano, sin la orquesta, en el que fundamentalmente se ensayan las luces, para desembocar en los ensayos Pre-General y General antes del propio estreno. También hay ensayos técnicos, por ejemplo: iluminación se ensaya aparte, también la electrónica la ensayábamos todo aparte por la noche. Y logicamente hay cada día un incremento notable de tensión.

El momento en el que estás a dos semanas del ensayo general y entras en el escenario es brutal ya la tensión que hay, porque están ya todos los equipos trabajando a tope. Es toda una maquinaria muy compleja, en el caso del Teatro Real (si no el mejor, uno de los mejores teatros técnicamente que hay en Europa y en el mundo) el equipo es como un Ferrari.

Por supuesto, un papel fundamental es el de los regidores, que son los que saben cuándo entra cada uno. En el Teatro Real son maravillosos (Guillermo es una máquina), es la gente que se sabe todo el texto de memoria, dónde entra uno, cuándo entra, si entra por la derecha o por la izquierda, si ha dado dos pasos de más… y quien de verdad controla todo el movimiento, el tráfico que hay en escena. Toda mi absoluta admiración para esta función primordial en las labores de un Teatro.

8.     En su ópera se escuchan citas musicales a la música de Enrique Morente, ¿a qué se debe este hecho?

Sí, hay una en concreto. En el cuadro tercero después del aria de Julieta hay una paráfrasis de una bulería del disco Lorca, de Morente, en el que se cita un fragmento de la melodía exactamente. Pero eso se encuadra dentro de toda una red. Morente para mí es muy importante. Yo había pensado en Morente hace tiempo, con él también iba a hacer mi ópera Bruno. Así que la figura de Enrique tenía que estar presente en algún momento, a modo de homenaje.Hay una amplia red de paráfrasis y de referencias como la que comentábamos de Mozart, también hay referencias a Wagner. Pero no son citas. Muchas veces son simplemente recuerdos, como el recuerdo a la Julieta de Gounod. En el caso de Morente, sí, hay concretamente esta referencia. Pero hay otras de las que ni siquiera busco la partitura, sino que tengo el ambiente sonoro en la cabeza y se produce una especie de recreación de la memoria, un recuerdo que me parece importante.

Pero creo que lo más importante es que nosotros, queramos o no, nos debemos a nuestra relación con la tradición. Un ejemplo es la obra que escribí para Alfred Brendel (el gran pianista austriaco): tuve la suerte de coincidir con él cuando estaba escribiendo El público en el Instituto de Estudios Avanzados, en Berlín; con él hablaba de una de las obras que han sido cumbres en su interpretación, la Sonata en si menor, de Liszt, y de aquel encuentro surgió una obra que yo le he dedicado, y de la que también aparecen reflejos en la ópera, y puedo decir que gracias a mis conversaciones con Brendel. Por tanto, todo eso no son citas, no directamente, sino ensoñaciones musicales.

Yo creo que lo más importante que tenemos los músicos, y por lo que los músicos tienen una vida intelectual activa y larga (como los directores de orquesta), es nuestro amor por la música y nuestra relación con la tradición musical. Creo que un músico siempre tiene que tener un imaginario musical muy potente y actualizarlo. Yo estudio todos los días solfeo, armonía, partituras, como si fuese un instrumento para mi cabeza. Entonces yo tengo mucha música en mi memoria. Por ejemplo, si le pregunto a un compositor qué tiene en la cabeza y no tiene nada, no me creo lo que hace. Si no tiene la 9.ª de Bruckner, la 4.ª de Bruckner o un cuarteto de Beethoven, no me lo creo. Lo importante de un compositor es deshacerse completamente del ego y estar al servicio de la música. ¿Y qué quiere decir eso? Amor no significa otra cosa que el vínculo con las músicas que a uno le interesan en un momento concreto. No quiere decir que en un momento te interese un compositor determinado, te puede interesar más Mozart o Ligeti o Stockhausen y de repente pensar que Stockhausen no es interesante, o que Ligeti no vale nada, o que Mozart no es en realidad un genio, y de pronto te gusta Schubert. Son momentos, pero esa relación en cada momento de nuestra evolución es muy importante. Para mí es muy importante sobre todo porque forma parte de mi vida, de mi propia evolución como ser humano.

Hay dos pilares en mi vida que, como hablábamos antes, están unidos a ciertos elementos vitales. Uno de ellos es el flamenco, que está ligado a Jerez (donde vive mi madre), a mi relación con Enrique Morente, a mi relación con los cantaores y a mi relación con la guitarra (que fue mi primer instrumento), y el otro es Viena (donde estudié), que está unido a Schubert, a Beethoven y a la ópera (la primera vez que fui a la ópera fue en Viena, porque en Madrid no teníamos en aquel momento un Teatro de ópera). Y todo eso forma parte de mi vida. Mi vida musical tiene unos recuerdos muy profundos, como la primera vez que escuché a Paco de Lucia en directo y estuve cenando con él y tomando unos vinos en Viena, la primera vez que fui a la ópera, mi relación semanal y diaria con la Filarmónica de Viena (a la que, por cierto, escuchaba hace una semana y me decepcioné muchísimo, por eso ahora voy todas las semanas a escuchar a la Filarmónica de Berlín). Son recuerdos muy importantes para mí.

Esa relación auténtica con lo que uno vive y siente todos los días, se refleja en tu música. En el caso de mi ópera, se reflejan mis referentes de una manera muy consciente. Yo soy muy intuitivo con respecto a mis referentes existenciales de la tradición musical: qué me hace llorar, qué me conmueve… No tengo que ir a la biblioteca para buscar un pasaje del Scherzo de la 9.ª de Brukner, que la he escuchado cientos de veces. Lo tengo en mi cabeza, me sé el acorde y lo puedo tocar en el piano. Lo mismo puedo decir del flamenco. Quizás esa música la tengo mal, igual la tengo deformada, igual cuando la toco no es igual que en la partitura. Pero no se trata de una cita ilustrada en un libro científico universitario, sino de experiencias y de respeto y de amor a la tradición.

Como hemos hablado anteriormente, uno de los pilares de mi ópera es, sin duda, Le nozze di Figaro, de Mozart, por lo que hemos hablado, porque es una comedia de enredo muy difícil. Y teniendo en cuenta los textos de Lorca, yo lo que quiero es conseguir algo similar, que el texto funcione, que el texto respire, que la gente lo entienda, y que se puedan reír también. Que no sea algo altisonante y con pajarita, que no sea una música encorsetada para nadie, sino una música popular a lo grande, en el sentido más digno de la palabra. Como es nuestra música clásica, que es una música popular. Otra cosa es la música comercial y la basura de música que se hace en todos los sitios del mundo, engañando a la gente. Consiguen que la gente sea ignorante y les venden una música que realmente no vale nada. Yo creo que la música clásica y la ópera es nuestra música popular y hay que intentar que seamos, no cultos, sino ricos, que seamos populares, que nos riamos, que nos divirtamos, que podamos disfrutar de esa música.

Insisto en esto porque para mí es muy importante que las referencias o citas, los vínculos con la tradición, sean algo vivo. No algo ficticio e Ilustrado para “hacerme el listo”, sino algo que siempre esté ligado a una experiencia, a un amor, a una amistad, a una desilusión o a una borrachera. Y es algo muy importante: que ese imaginario sonoro, en el que yo creo y por el que escribo ópera, forme parte de lo que es mi existencia como ser humano. Con todas mis debilidades, con los whiskies que nos hemos tomado con Enrique Morente en el Candela cuando yo venía de Viena, con toda su generosidad. En definitiva, todas las vivencias, en el sentido más banal de la palabra. Y todo eso está en mi opera.

Yo creo que Lorca era un personaje así. Lo que yo he aprendido al conocer a Lorca es que era una persona con un gran talento, pero con una fuerte intuición y fuerza vital y, por supuesto, con dudas. Nosotros vemos todo a través del filtro de Franco, pero Lorca vivió la época de la República en la residencia de estudiantes. Y vivió un compañerismo, e incluso cierto coqueteo o enamoramiento, con personajes como Dalí. Pensemos que nuestra España de antes de la guerra era lo más avanzado que había en Europa y Federico forma parte de ese paisaje, que fue masacrado por el fascismo. Pero él vivió en una época muy buena.

En definitiva, a lo que me refiero es a que todo ese entramado de referencias o de ensoñaciones o de vínculos, son vínculos con la tradición. Pero son vínculos vivos y ahí, por supuesto, está el flamenco, está la ópera y están todas las vivencias que yo he tenido y que me han convertido en persona. Y creo que eso es muy importante.

Y lo más importante es que eso tenga una estructura. Para mí es fundamental, la arquitectura. Para eso soy muy beethoveniano y quería que esos elementos formasen las columnas de un edificio operístico potente. Porque esas intuiciones o inspiraciones de cualquier tipo las tenemos todos, pero el arte está en cómo consigues, de esas vivencias, de esas inspiraciones, una música viva. Y, bueno, ahí está el aspecto técnico, para lo que creo que no hay un libro, sino que cada uno necesita descubrir la técnica para su propio trabajo.

Para mí es fundamental la relación con la tradición. Las voces, como hablábamos antes, están muy relacionadas con la tradición, y hay que amar y conocer esa tradición. Cuando viví en Viena iba todos los días a la ópera, y también es verdad que muchas veces me salía a mitad de la ópera. Pero solamente en esa época fui más de 1.500 veces. Es como alguien que toque la guitarra y dice que es flamenco, a ver [Sotelo se pone flamenco]: ¿cuántas horas has tocado para una bailaora o “pa” un bailaor?, ¿cuántas veces has tocado “patrás” [término flamenco que se refiere a tocar acompañando al baile]?, ¿cuántas horas has acompañado a un cantaor?, ¿cuántas has tocado por soleá? y ¿cuántas te has tirado en una juerga flamenca tocando por bulerías? Es decir, no puedes colgar de repente un vídeo de YouTube y tocar por bulerías sin más, a eso me refiero. Eso es el amor por la tradición y eso no nos lo regalan, hay que buscarlo.

En definitiva, para mí es muy importante que estas referencias que menciono sean parte de mi experiencia personal, de mi amor por la música, de mis vivencias, de todas las óperas que he vivido y de todo el flamenco que he vivido, incluido el Candela. En el segundo acto hay una paráfrasis de unos tangos, ese es mi recuerdo a Miguel Candela [fallecido dueño de la Sala Candela de Madrid, mítico lugar de encuentro entre flamencos]. Para mí, el Candela ha sido una catedral, como el Musikverein de Viena (risas). Yo llegaba al Candela y allí estaba Miguel Candela, jugando al ajedrez con Enrique Morente. Me miraba y me decía [Sotelo entona la melodía tradicional flamenca por tangos]: «Me miras de medio lao, que tú me miras de medio lao». Y esa cita o ese recuerdo, es el leitmotiv de los tangos que hay en el segundo cuadro. Para mí eso es muy importante y es importante que funcione en  el plano emocional, porque la ópera es eso, que la música tenga una psicología, que transmita. Si no, ¿quién va a pagar 300 euros para quedarse en su butaca así aburrido?

9.     ¿Cómo ha planteado el uso de los diferentes palos del flamenco dentro de la ópera?

Yo podría hacer un diagrama o un sonograma de la estructura, ya no dramática o dramatúrgica, sino un diagrama de la psicología de la obra, teniendo en cuenta una cosa muy sencilla que funciona también en el flamenco: los palos, cuanto más lentos más trágico psicológicamente, más oscuro, y cuanto más movidos, más alegre o con más colores.Yo tengo una relación sinestésica con la música desde que era muy pequeño, y finalmente he creado un sistema artificial de colores. Eso me ayuda a lo que me indicó Luigi Nono, a olvidarme de la escritura en el acto de la composición y a tener una trayectoria mental más libre. Todo ese sistema me ayuda, por una parte, a trabajar de memoria y, por otra, a crear también temperaturas psicológicas.

Con los palos flamencos es igual, tengo también unas tonalidades y unos tempi. Ya sabemos que cuando cuentas 7, 8, 9, 10, 1, 2, [Sotelo canta y lleva el compás con las palmas] vamos por soleá, y sabes que si haces [canta el compás por bulerías] vamos por bulerías, y depende de la tonalidad, si es mayor estamos por alegrías, si es modal estamos por bulerías y si es mayor estamos por bulerías de Cádiz. En esa estructura psicológica y tonal de los palos también me apoyo para construir la estructura psicológica de la obra y la creación de los personajes. En esta ópera no hay leitmotivs, pero lo que sí hay son motivos o colores psicológicos que dan un perfil melódico, un perfil armónico, y un tempo.

En los palos me he apoyado mucho también en el trabajo espectral. Es decir, si estoy en re (por ejemplo, unos tangos en re) voy a utilizar el espectro de la tónica y el quinto, el re y el la. A partir de ahí empezaré a trabajar con filtros espectrales, lo que se llama ring modulation, modulación de anillos, con una línea melódica y un bajo. Además, utilizo de una manera cuasi literal (literal/moderna/avanzada) las cadencias flamencas. Por ejemplo, lo que en jazz se llama la sustitución de tritono o aprovechando también la armonía avanzada que utilizan hoy los guitarristas flamencos. Pero siempre integrado dentro de una armonía espectral.

Con lo cual hay una armonía y se consigue, en la orquestación sobre todo, un entramado que por una parte, como aficionado y amante del flamenco, creo que es muy flamenco, y por otra parte, es como muy raro. Para un oído lego, para quienes no sean compositores, para un público normal, suena extraño, pero suena armónico. ¿Por qué suena armónico? Porque está dentro del entramado espectral.

Ese era mi empeño y creo que eso está conseguido. Y creo que he conseguido algo que no existe. Por lo menos hasta el momento, no oirás ni en el lenguaje de un guitarrista flamenco avanzado ni en el lenguaje de la música contemporánea una música similar. Y bueno, era mi empeño, y creo que más o menos se ha conseguido. Porque, como decía al principio, era la idea de Gerard Mortier: que yo integrase ese elemento flamenco, que existe en el propio texto de Lorca, pero ya no folclórico sino avanzado. El público de Lorca se escribió después de la experiencia del año 29 en Nueva York. Entonces yo, de alguna manera, tenía que hacer lo mismo, que en mi obra hubiese ese aroma flamenco surrealista, pero avanzado.

Entrevista a Mauricio Sotelo (I)

Entrevista a Mauricio Sotelo (I)

“Lo único que realmente me importa ahora mismo como compositor es la ópera”

En febrero del año 2015, Mauricio Sotelo estrenaba en el Teatro Real de Madrid su ópera El público, basada en la obra teatral homónima del poeta granadino Federico García Lorca. Hoy, con motivo del reciente lanzamiento del DVD que contiene la representación de aquel estreno, hablamos con Sotelo sobre su creación más extensa realizada hasta la fecha.

1.     ¿Cuál es el origen de El público, de Mauricio Sotelo?

El origen es un encargo de Gerard Mortier, que, en el momento en el que le nombran director del Teatro Real de Madrid (Mortier era el típico intendente, una persona muy creativa), tenía la idea de crear una ópera sobre El público, de Lorca. Yo creo que esta idea ya la tenía desde hacía tiempo por varias razones: por ser Lorca una figura en la literatura española, europea y universal; por ser El público una obra polémica, como es una historia de amor homoerótica; por ser una especie de teatro dentro del teatro; y también porque, en lo musical, daba pie a la introducción de la tradición oral,  de elementos del flamenco.

Aunque El público, de Lorca, es una obra de su último periodo, es decir, no es una obra con elementos claramente folcloristas, sí existen ciertos ecos de su folclorismo y, por mi trabajo con el flamenco, Gerard Mortier pensó que la persona adecuada para hacer El público sería yo. Sinceramente, yo tenía otro proyecto que proponerle, un proyecto en el que llevaba trabajando ya muchos años. Él me escribió (siendo aún director de la ópera de París), nos reunimos y me dijo que ese proyecto era muy interesante pero que lo que él quería era llevar a la ópera El público, de García Lorca.

De manera que el inicio de esta ópera es un empeño de Gerard Mortier. La idea es suya y toda la propuesta y el arranque es gracias al visionario que fue Gerard Mortier.

2.     ¿Es su primera experiencia en el género? ¿Cómo valora hoy este trabajo?

No es mi primera experiencia, pero sí es mi primera ópera grande. Mi primera ópera fue De amore (1995), una ópera de cámara encargo de la Bienal de Múnich. Así que El público es mi primera ópera de gran formato, tiene una duración aproximada de dos horas y media.

He de decir que la experiencia para mí como compositor no puede ser más intensa y más alentadora, en el sentido de que me atrevería a decir que lo único que realmente me importa ahora mismo como compositor es la ópera. Yo, a partir de ahora solo escribiría óperas con algunos interludios tipo: un cuarteto de cuerda o alguna obra para orquesta. Desde luego estoy muy fascinado con el género y muy fascinado con los instrumentos.

Y hay algo muy importante: los cantantes. Hoy en día son muchos los compositores que se olvidan del instrumento. Después de las experiencias de vanguardia y de compositores maravillosos como pueden ser Helmut Lachenmann, ahora un compositor joven, que no tiene ni la estatura de Lachenmann ni el posicionamiento ético o filosófico de Lachenmann, se pone a aporrear una guitarra. Yo creo que es que no sabe escribir para la guitarra. Con las voces pasa lo mismo, creo que para escribir ópera hoy en día hay que conocer muy bien las voces dentro de lo que se llama Stimmfach, o sea el sistema alemán de clasificación de las voces. Por ejemplo, en una soprano. Hay una diferencia enorme entre los diferentes tipos de sopranos (Lyrisher Koloratursopran, Dramatischer Koloratursopran, Soubrette, Lyrischer Sopran etc.), o entre los diferentes tipos de roles que hay en la ópera, y hay que conocer muy bien la literatura, los registros de las voces, el carácter, el color de las voces, donde está el passaggio. Todo eso es un mundo que para mí es absolutamente fascinante, hablando solamente de las voces.

Sin olvidar todo lo que se abre a la colaboración con otros artistas en el plano escénico, un mundo que ha avanzado muchísimo, no solo en cuestiones técnicas sino también en cuanto a planteamientos artísticos. Hace 30 años, era impensable ver las puestas en escena que se ven hoy en los teatros europeos o en algunos teatros americanos, las propuestas escénicas han avanzado mucho tanto artísticamente como técnicamente. Es un mundo apasionante.

3.     ¿Cómo se compone una ópera con un texto tan complejo?

Es realmente muy difícil. Yo pasé del absoluto entusiasmo inicial al recibir el encargo a la desesperación absoluta (risas). Adaptarte a un texto así es muy difícil, de manera que el camino ha de ser muy claro.

Mi cometido, en primer lugar, era dejar hablar al texto. Esto es, encontrar un lenguaje musical que permitiese la comprensión del texto; encontrar líneas que permitan que el texto sea inteligible para la audiencia, eso es lo más difícil. El texto cantado es difícil de entender. Pasear recitando el texto, siguiendo el ejemplo de Schubert, es un método que adopté mientras estaba en Berlín en el Instituto de Estudios Avanzados (Wissenschaftskolleg zu Berlin), que fue donde compuse la ópera. Lo que hacía era leer pasajes del texto en voz alta con distintas entonaciones, como si fuese un actor más que un compositor, y luego buscaba el metrónomo de ese texto. Posteriormente, lo grababa y luego transcribía ese texto, medio hablado medio cantado (entonado digamos), dándole vueltas hasta encontrar un color en el perfil melódico del texto que permitiese al texto hablar por sí mismo. Mi intención como compositor era: neutralidad absoluta e intentar siempre permitir que el texto hablase. Esta ha sido una tarea muy difícil, la de que el compositor intervenga en el último momento.

En segundo lugar, cuando ya había conseguido unas líneas inteligibles, a través de la armonía y la orquestación, creaba en torno al texto un ambiente psicológico que ayudaba a traducir la intención del texto. Teniendo en cuenta que el texto no tiene una intención directa, es un texto abierto, surrealista, que propone mundos. Es como un multilayer, hay distintos planos en el texto que se superponen.

En resumen, la dificultad era, por un lado, conseguir un texto inteligible y, por otro, dotarlo de un aura que permita captar esa pluralidad de planos que el propio texto propone. Una tarea muy  difícil y que espero haber conseguido en cierta medida.

4.     El subtítulo de la ópera es “Ópera bajo la arena”. ¿Por qué este subtítulo?

En el mundo de El público, el propio Lorca habla del teatro al aire libre y del teatro bajo la arena. Quiero leer aquí un breve párrafo de un texto del libretista Andrés Ibañez, que clarifica estas dos ideas:

“Aunque en líneas generales de la historia son fáciles de seguir o de intuir, El público sigue siendo una obra elusiva y difícil, y es probable que querer descifrarla del todo sea un empeño imposible. Es de vital importancia el conflicto entre el teatro al aire libre (teatro burgués, fácil de seguir y complaciente con los gustos convencionales), el teatro bajo la arena (radical, crítico y revulsivo) y algo más, la idea de que la identidad no es algo que pueda ser fijado y aislado, sino una especie de continuo y de sueño en el que los límites aparentes del sujeto se tornan líquidos y evanescentes.”

El subtítulo de la ópera hace referencia, pues, a esa concepción lorquiana del teatro bajo la arena, crítico y revulsivo.

5.     ¿Qué similitudes cree que existen entre el contexto en el que Lorca escribió la obra de teatro y el contexto en el que Sotelo escribe su ópera?

Sí, hay que situar un poco el contexto de las dos cosas. Piensa que estamos en un momento en el que todos los compositores, en los años 50 (empezando por Boulez), rechazaban la ópera como género burgués y convencional. Y ahora, todos los compositores, sin excepción, están componiendo para el género. Incluso el propio Boulez en el momento de morir estaba escribiendo una ópera, György Kurtag está escribiendo una ópera para la Scala de Milán, y también todos los compositores de las últimas generaciones. Es un género revisitado por muchas motivos, yo creo que hay un cierto renacimiento del género.

Por supuesto, una ópera sobre un texto así es extremadamente provocadora, y el contexto mío también lo es. Un musicólogo de Granada, Pedro Ordóñez, está escribiendo e investigando sobre el contenido político, sobre la relación del flamenco en El público. Porque, en el teatro, un guitarrista flamenco y un percusionista delante de la escena son un elemento visual predominante; la guitarra, el flamenco, están delante y encima de la propia orquesta. En la convención burguesa de lo que es el teatro de ópera, son elementos que molestan. En una de las pausas de una de las representaciones, una conocida política salía diciendo: “¡Pero bueno!, ¿cómo nos ponen esto en el Teatro Real? ¡Esto que lo pongan en un tablao!” En ese momento se lo comenté a Arcángel y, con la habitual guasa que tienen los flamencos, dijo: “No te preocupes, maestro, esta señora no tiene ni idea. Primero, no tiene ni idea de flamenco y, segundo, tampoco tiene mucha idea de ópera. Porque a ver, dígame, en un tablao ¿dónde vamos a meter a tanta gente como somos aquí?”

Así que, solo ese elemento de diferenciación entre la música culta (entre la ópera para un público burgués) y lo popular (algo para las clases bajas o que no tiene cabida en un teatro de ópera) es un conflicto muy actual: la diferenciación de clases. Con lo que todos estos elementos son también elementos que tienen un contenido sociopolítico y que provoca rechazo a determinadas personas o entre ciertas capas de la sociedad.

También el que fuese un tipo de público, ya no solamente un público joven, sino también más abierto. Yo he visto en el teatro (porque fui a todas las representaciones) a parejas de jóvenes emocionados llorando cogidos de la mano, me refiero a parejas de homosexuales, identificándose con el mensaje de la ópera, muy emocionados por todo lo que aquello significa. Que, aunque estemos en el siglo XXI (en la España del siglo XXI), creo que todavía hay elementos que no solamente molestan, sino que conmueven tanto a unos como a otros. Y creo que el momento no es más idóneo ahora, porque nuestra sociedad está pasando un momento muy difícil de identidad, la sociedad civil está muy avanzada en derechos, pero también hay un sector muy reaccionario.

Además, ha habido muchísima prensa, no solo crítica musical sino muchísima prensa a favor y en contra de este montaje. Eso ha provocado también que tuviésemos un éxito de público inusual, desde luego único en una ópera contemporánea y también dentro de las óperas de repertorio. Según los datos, hemos tenido un total de 11.697 espectadores, y un 88% de ocupación en ocho representaciones. Ese porcentaje significa que, de media, hemos tenido representaciones por encima del 90%. A la última representación asistieron los Reyes, hecho del que se hicieron eco revistas como Paris Match y otras revistas del corazón francesas e italianas.

Ha habido una repercusión social que no tiene que ver únicamente con el hecho musical sino con todos los elementos de los que hablábamos: sociopolíticos, sobre el contenido de El público, sobre el contenido de la obra de Lorca y sobre lo que significa la figura de Lorca, uno de los muchos asesinados y aún hoy también desaparecidos.

Y tenemos los asesinados en la guerra todavía y todavía hoy la polémica es si se pueden rescatar, si no. Son elementos importantes todavía en la España del siglo XXI, en la que ciertos temas todavía crean grandes conflictos sociales. Además el contexto en el que se encuentra España ahora mismo, con todas las tensiones que hay, las tensiones sociales, y con todos los elementos que hay también de nacionalidades, como el propio conflicto con Cataluña.

Ayer volví de Croacia. La última vez que estuve en Zagreb (el 4 de abril de 1993, con un estreno en la Bienal de Zagreb), la ciudad estaba en guerra. Y yo veía a la gente, chicos como los que ves en la Esmuc [Escola Superior de Música de Catalunya, donde Sotelo es profesor de composición], sin una pierna, o sin las dos, sin un ojo… El hotel en el que estábamos alojados se convirtió en un hospital de campaña, y hablamos de Centroeuropa, esto sucede aquí, y ha sucedido hace muy poco. Con respecto a este tipo de tensiones, los políticos son de una irresponsabilidad tremenda, porque en cualquier momento las cosas pueden irse de las manos. De ese conflicto no estamos libres, como el que sucedió en la España de Lorca. Lamentablemente, la historia se repite en momentos históricos distintos. Ahora vivimos un momento delicado, y no solo por temas como la homosexualidad, porque creo que España es uno de los países más avanzados a este respecto o con una sociedad, en parte, más tolerante.

 

La controvertida «Norma» de Bellini en el Teatro Real

La controvertida «Norma» de Bellini en el Teatro Real

El sábado 29 de octubre tuvo lugar la séptima representación de la ópera Norma (1831) de Vincenzo Bellini en el Teatro Real. Esta gran obra del bel canto ha tardado más de cien años en regresar a este teatro para ser representada, por lo que la expectación era máxima, sobre todo en el aria Casta diva. Estuvo bajo la dirección de Roberto Abbado y de Davide Livermore en la dirección de escena.

Se trata de una ópera en dos actos ambientada en el mundo de los celtas de una región de la Galia en torno al año 50 a.C. que quiere conseguir su independencia del Imperio Romano tanto a nivel político como religioso y es ahí donde conocemos a la gran sacerdotisa Norma (representada por la soprano Maria Agresta), una líder espiritual y política para todo su pueblo que la tiene como un gran referente a todos los niveles y quien tiene en su poder convocarles para la guerra contra los romanos o mantener la paz. Como exigencia por pertenecer a la orden del dios Irminsul, todas sus sacerdotisas van vestidas de blanco, como también Adalgisa, debido a sus votos de castidad. Pero este ídolo femenino tiene pies de barro y guarda profundos secretos, ya que ama al procónsul romano Pollione (interpretado por el tenor Gregory Kunde) y tuvo dos hijos con él. Una alta traición en diferentes campos que es elevada al más alto nivel porque este hombre se ha enamorado de la sacerdotisa Adalgisa y quiere huir con ella traicionando a Norma y pretendiendo que la joven también la traicione como ha hecho con su orden y sus votos. Es en este punto donde los sentimientos se expanden porque Norma es pura controversia: amar u odiar, mantener la paz o ir a la guerra, matar a sus hijos o dejarles vivir, perdonar a su amiga o condenarla, salvarse o morir. Y es en el auge de ese conflicto donde esta mujer excepcional resurge en toda su grandeza para darle una lección a Pollione, a su pueblo e incluso a su mismo dios.

La historia de un amor prohibido es atractiva en una ópera y debido a que la ambientación principal es en el bosque sagrado de los druidas, se espera que esté muy bien representado. No obstante, durante toda la ópera hubo una especie de plataforma de color marrón con una escalinata que simulaba a la vez el templo, un tipo de árbol gigante que además servía de escondite y de pira funeraria. Todo en uno. Al menos lo dotaron de movimiento y reconozco que en ocasiones me recordó una especie de coche mecánico gigante teledirigido más propio en ocasiones de un concierto de rock que de una ópera. Porque la escenografía en general fue muy monótona, sin apenas cambios y con esa inmensidad en el escenario de forma casi perenne. Al menos aprovecharon el cuerpo de baile, esos seres del bosque prácticamente invisibles, en los árboles que surgían del cielo y en la mimetización con el gran árbol sagrado con una buena interpretación.

Sin embargo, tras un prometedor comienzo en el que intervienen esos seres divinos, se representa el famoso bosque con imágenes y niebla -la cual prácticamente no abandona la obra-, y donde se nos muestra a este pueblo celta hasta con antorchas pero ese fulgor se fue diluyendo poco a poco a lo largo de todo el primer acto y lamentablemente estuvo acompañado de grandes fallos. Los cantantes principales no tuvieron la mejor actuación de su carrera, sobre todo Agresta, pero hubiese sido de agradecer que hubieran acompañado su actuación precisamente de eso: actuación. Son personajes con un gran estatus social y político, por lo que sus gestos y movimientos debieran ser, a mi entender, majestuosos y en ciertos momentos hasta hieráticos pero no prácticamente todo el tiempo, máxime cuando se interpretan esos momentos trascendentales para la trama en los dúos. En contraposición Karine Deshayes, que le dio vida a Adalgisa, fue sumamente expresiva hasta en sus gestos faciales. En cuanto a las interpretaciones vocales en sí, no fue la noche de Agresta que interpretó la famosa aria Casta diva con todo el coro acompañando sus palabras, una atmósfera nocturna bien lograda con la luna con su divina presencia que iluminaba el acto pero con un manto que no me transmitió demasiado cuando es una pieza sumamente expresiva. De hecho, la soprano a lo largo de la obra pasó algunos apuros de afinación, de empaste con la orquesta (también hubo algunos descontroles del volumen de esta que en ocasiones no permitió escuchar a los cantantes) y hasta un momento de gran descoordinación entre la cantante y la orquesta en el primer acto.

Tras el descanso, el segundo acto fue mejor que el primero -lo cual calmó los nervios de algunos asistentes- y aunque hubo algún que otro error, el resultado fue mucho mejor que en la primera parte, gracias en parte a ese apoteósico y dramático final donde precisamente uno de los puntos a destacar fue la actuación del coro, ya que le dio empaque, solemnidad, fuerza y presencia a las escenas en las que apareció, a la cabeza de Michele Pertusi como Oroveso, jefe de los druidas y padre de Norma.

En esta ocasión voy a destacar un acontecimiento que sucedió fuera del escenario porque entre el público hubo quejas debido a esta representación pero lo realmente lamentable fue cuando a medida que iba transcurriendo el primer acto un hombre del patio de butacas iba abucheando cada vez con más fuerza al final de cada número, hasta que al acabar el primer acto abucheó más todavía, dio patadas muy fuertes en el suelo y le gritó «asesino» al director. He de decir que asistí a muchos actos y representaciones y es la primera vez que viví una actuación tan bochornosa y lamentable por parte de alguien del público. Se puede estar disconforme e incluso hasta enfadado por la mala actuación y la escenografía pero no hay que olvidar que tras cada actuación hay profesionales que pueden tener un mal día -como cualquiera- y, aún más, para llevar a cabo todo eso hay que dedicarle muchas horas de trabajo y estudio. Existen diversas maneras de protestar sin insultar de esa manera. Lo mínimo es tener respeto y educación hacia los que allí estaban trabajando y a los asistentes.

Moses und Aron llega al Teatro Real de Madrid

Moses und Aron llega al Teatro Real de Madrid

El Teatro Real acoge hasta junio, en colaboración con la Opéra National de Paris, la obra Moses und Aron de Arnold Schönberg, la cual fue estrenada en el Stadttheater de Zúrich el 6 de junio de 1957. En esta ocasión nos vamos a referir a la representación que tuvo lugar el 28 de mayo.

Schönberg compuso el libreto y la música de la ópera en tres actos Moses und Aron basándose en los capítulos 3, 4 y 32 del libro del Éxodo. Para ello, empleó treinta años: los dos primeros actos los creó entre mayo de 1930 y marzo de 1932, y el tercer acto, que no llegó a terminar, le llevó dos décadas. Solo dejó escrito el libreto y, por tanto, la obra finaliza cuando Moisés exclama «O Wort, du Wort, das mir fehlt!» («¡O palabra, tú palabra, que me faltas!»). Curiosamente, es precisamente ese tercer acto, con esa oración, el que parece darle cohesión a toda la obra. Además, el propio compositor aludió a la semejanza entre esta obra y su propia historia personal, relacionando el misticismo religioso de ambas.

Uno de los aspectos más destacables es la gran dirección de Lothar Koenigs quien consigue dotar de un vibrante sonido a esta partitura del compositor austríaco mediante un buen equilibrio tímbrico orquestal y del coro del Teatro Real, cuyo sonido envuelve al público de todo el teatro tanto en los fortísimos como en los susurros aprovechando de manera inteligente la acústica de la sala.

Se nos presenta un primer acto que comienza tras una pantalla que permite dilucidar lo que ocurre mientras el pueblo judío aparece esclavizado detrás de ella, tras lo cual se da paso a una serie de debates personales, internos, grupales e ideológicos en los que el pueblo deambula, sobre todo tras los cuarenta días en los que Moses desaparece y sin él, sin el hombre que trae la palabra de Dios, se encuentran absolutamente perdidos en diferentes desiertos.

Sin duda esta versión de Moses und Aron no es fácil de entender porque no solo se basa en la historia bíblica al uso y como el propio Schönberg afirmó en diversas cartas, parte de su vida se ve reflejada en esta obra. Se trata de una apuesta arriesgada por parte de Romeo Castellucci -quien es el director de escena, escenógrafo, figurinista e iluminador- quien trabaja con una amplia gama de simbología, significados y dualidades, las cuales tienen como base la importancia del texto y de la palabra, que aparece reflejada, entre otras maneras, con la proyección de multitud de vocablos a diferentes velocidades relacionados con el texto principal que se está interpretando. En relación a esa dualidad, se consigue un gran efecto dramático con puntos culminantes de tensión en esa discusión entre Moses y Aron por la importancia de la palabra, ya que los hermanos son representados de manera contrastante: Moses, interpretado por Albert Dohmen, se nos presenta como un hombre poco elocuente que se ve incapaz de expresar las palabras que Dios le revela desde las alturas en la zarza ardiente -que en este caso está representada a través de una cinta magnética que sale de un magnetófono que va descendiendo de las alturas y esta le empieza a envolver el cuerpo- y es algo que que se va desarrollando en los dos actos a través del Sprechgesang que caracteriza a este personaje; mientras que Aron, interpretado por John Graham-Hall, se muestra como un gran orador -caracterizado por un canto más lírico- capaz de convencer al pueblo de Israel de la importancia de olvidar a los antiguos dioses e incluso de obrar tres milagros para mostrarles el poder de Dios. Hasta en sus debates esa tensión es llevada a cabo con una gran capacidad vocal muy expresiva que involucra al espectador en el dilema de cómo poder expresar las leyes divinas sin imágenes y posteriormente sin las propias tablas que Dios le dio en el monte a Moses.

Sin embargo, no solo se tiene en cuenta en esta propuesta el debate entre la imagen y la palabra, la necesidad de tener una imagen a la que adorar y el no deber hacerlo, entre los dioses falsos y el Dios verdadero, sino que también hay una alegoría a la ciencia mediante el cayado que crea Aron para primero enfermar a su hermano con lepra y después de la misma manera curarle mediante una especie de cohete. Asimismo, el líquido utilizado para crear el controvertido becerro de oro y reconvertir al pueblo recuerda al preciado petróleo, lo cual nos lleva a destacar los colores utilizados siendo el blanco y el negro los principales con toda la gran simbología que conllevan y, de hecho, el becerro de oro aparece representado de color negro una vez creado. Resulta interesante la representación de la reconversión del pueblo hacia este nuevo falso dios sumergiéndose en el agua que en lugar de ser un agua purificadora, como suele aparecer en los relatos bíblicos, es un agua contaminadora y las personas que se convierten aparecen totalmente contaminadas de ese color negro que lo va absorbiendo todo.

Se trata de una propuesta diferente que en determinados aspectos puede resultar difícil de comprender en parte por esa gran carga simbólica de la que se le ha dotado pero existe una buen equilibrio entre la escenografía y la música destacando las grandes interpretaciones de la orquesta, el coro y sobre todo Dohmen y Graham-Hall consiguiendo imbuir al espectador en una obra emocionante.

Sin duda, es una gran apuesta que no deja indiferente a quien tenga la oportunidad de presenciarla.