por Clara Laguillo Abbad | Oct 24, 2015 | Artes visuales, Críticas |
Foto: ©CCCB, 2015
Cuando en marzo de 2011 conocí a Neil Harbisson quedé absolutamente fascinada. Fue en una exposición conjunta con Mariano Zuzunaga en la Galería Esther Montoriol. Harbisson había nacido con acromatopsia, una anomalía que le impide ver los colores, muy rara en las estadísticas de población, pero que él supo transformar en una potencialidad de sí mismo tras implantarse una antena cibernética que le permite oírlos. A partir de 2004, se convirtió en el primer ciborg reconocido legalmente en el Reino Unido -y en el mundo-, y su extensión cibernética le permite hoy reconocer -por memorización- más de 600 colores y/o tonalidades, y hasta infrarrojos y ultravioletas que no pueden ser percibidos por la mayoría de humanos. Harbisson es actualmente un artista reconocido y ha logrado cambiar su condición de acromatopsia, a una nueva que él mismo denomina sonocromatismo.
En la Cyborg Foundation hablan ya de una cyborg generation cuya voluntad es extender sus sentidos y su percepción del mundo mediante la implantación de tecnología de última generación que colabora con el ‘perecedero’ y ‘limitado’ cuerpo humano. Así que el debate está servido; tecnofílicos y tecnofóbicos -junto a otras posiciones intermedias- se cuestionan hasta dónde podemos y/o queremos llegar con el uso de la tecnología, si realmente hay marcha atrás en este proceso, y cuál es, en definitiva, el futuro de nuestra especie. Y de estas cuestiones es de las que pretende hablar la exposición inaugurada el pasado 7 de octubre (que se podrá visitar hasta el 10 de abril del año próximo) en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, bajo el título +Humanos. El futuro de nuestra especie.
La exposición es una coproducción entre el CCCB y la Science Gallery del Trinity College de Dublín, donde ya se expuso en 2011, y está comisariada por la artista Cathrine Kramer, que ha contado con el asesoramiento de un equipo de ocho investigadores. El display cuenta con una cincuentena de piezas, entre obras de diferentes artistas y propuestas pioneras de investigación, que ponen sobre la mesa algunas de las cuestiones más discutidas acerca de nuestro devenir como especie. Y lo hace exponiendo y cuestionando conceptos como los de inteligencia artificial, realidad aumentada, biología sintética, transhumanismo, nanotecnología o grinding, entre muchos otros. El recorrido pasa, así, por cuatro áreas que abordan las preguntas más esenciales que alimentan el debate y me dispongo a hacer un ‘top four’ tras visitarla un par de veces, el cual no pretende convencer a nadie, sino crear un posible recorrido por la exposición.
El primer ámbito, Capacidades aumentadas, aborda la conciencia sobre las limitaciones físicas y psíquicas del ser humano, y la relación establecida con ciertas herramientas -también en sentido metafórico- que contribuyen a incrementar y a alterar nuestras capacidades. De este ámbito, que es el más extenso, me quedo con la única pieza que se aleja de las nociones de prótesis, extensión, y tecnología en general: una selección de la serie Under the Influence del artista pluridisciplinar Bryan Lewis Sanders, quien lleva más de veinte años auto-retratándose a diario, y durante un periodo se investigó a sí mismo bajo los efectos de diversas sustancias psicotrópicas y tóxicas, como lo hizo en su momento Huxley en The Doors of Perception. El resultado es una atrayente colección de dibujos realizados en diversas técnicas que hablan de la percepción de uno mismo, de la influencia de las emociones, y de una forma de expansión de los sentidos que compartimos con muchos animales.
Del segundo ámbito, Encontrarse con otros, donde aparecen expuestas algunas de las formas a través de las cuales la tecnología influye e influirá en nuestra relación con los otros seres humanos, querría destacar La máquina de ser otro creación de To be Another Lab, y producto de una larga investigación acerca de la empatía, que a través de un dispositivo de virtualidad que te sitúa en la mirada y el posicionamiento de otra persona, logra generar una reflexión sobre la propia identidad.
En el tecer espacio, Diseñando el entorno, dedicado a la relación que establecemos con el contexto, el ecosistema y con la manipulación que hacemos de él, escojo la propuesta de Arne Hendricks: The Incredible Shrinking Man, en la que el artista, de un metro noventa de altura, propone un nuevo modelo de decrecimiento humano, donde en lugar de ser cada vez más altos y robustos, tendamos a reducirnos hasta unos 50 cm, para distribuir mejor los recursos, y como modelo de supervivencia de nuestra especie, en definitiva. La propuesta se concreta en una pequeña sala en la que hay recopilados diversos estudios, suyos y ajenos, que dan apoyo a su tesis, y en definitiva, me parece una buena manera de cuestionar nuestros modelos de consumo actuales.
Finalmente, en La vida en los límites, se cuestionan las difusas fronteras de lo que entendemos por vida, y se desdibujan las definiciones de fertilidad, nacimiento o muerte. Me quedo con la propuesta When we all live to 150 de Jaemin Paik en la que explora las consecuencias del alargamiento de la vida imaginando como sería la eventual convivencia de hasta seis generaciones de una misma familia.
Como en casi cualquier exposición, hay piezas y propuestas muy potentes, y otras que lo son menos. Quizás una crítica que se podría hacer al conjunto expositivo es que hay un contraste fuerte entre aquellas piezas con las que el visitante puede relacionarse directamente (por interacción o por comprensión más o menos inmediata), y aquellas que solo son inteligibles leyendo la cartela que las acompaña. Me refiero a piezas cuya idea es probablemente muy sugerente, pero aun no han encontrado una buena forma de mostrarlo. Como ha ocurrido tantas veces con el arte conceptual, pero agravado porque la exposición habla de futuros posibles; de conceptos, fenómenos y procesos que quizás han de venir, y que en definitiva nos cuesta visualizar.
A pesar de todo, la exposición aborda un ámbito que creo que despierta interés en la mayoría de nosotros, y aunque es cierto que puede ser crucificada, me inclino por recomendarla y descubrir esas especulaciones sobre lo que seremos, que al final nos cuentan tanto de lo que somos ahora; y si no, preguntémosle a Neil Harbisson.
por Laura Benítez Valero | Oct 12, 2015 | Artes plásticas, Artes visuales, Recomendaciones |
Tal y como se informa desde la web de la Galería pazYcomedias,
desde que Charles Darwin publicara en 1859 Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida, título que acortó en la segunda edición, han surgido múltiples defensores de una visión de la naturaleza que implica, por un lado, la competición por la supervivencia constituida como el principal mecanismo de evolución de las especies, y por otro, una visión individualista y jerárquica de las poblaciones en la que los individuos considerados “aptos” acaban eliminando y sustituyendo a los “no aptos”, interpretación que, pese a contradecir datos empíricos como las evidencias del registro fósil o los descubrimientos en genética como los genes Hox, sigue constituyendo el paradigma dominante en Biología.
El próximo miércoles 14 de octubre a las 19:30 estaré en la Galería pazYcomedias de Valencia participando, junto a Vicente Bellver, en la mesa redonda ‘El Fantasma Ideológico de la Pureza, Hoy’, con motivo de la exposición Better humans tomorrow! en la que Ernesto Casero nos propone una aproximación crítica al determinismo biológico a través de sus dibujos. En esta mesa proponemos abordar la relación entre pureza, biología e ideología. La exposición, comisariada por José Luís Pérez Pont, también incluye una obra de Toni Signes, en la que aborda la problemática generación de valores comunes a la ciudadanía por parte de las instituciones.
Información de la actividad: EL FANTASMA IDEOLÓGICO DE LA PUREZA, HOY / Mesa redonda con Laura Benítez y Vicente Bellver
Web de Ernesto Casero: Ernesto Casero
por Cultural Resuena | Sep 3, 2015 | Artes visuales, Críticas |
La Alte Nationalgalerie de Berlín acoge hasta el 20 de septiembre una antología pictórica en un intento (fructífero) de hacer ver las similitudes entre dos estilos pictóricos, aparentemente distintos: impresionismo versus expresionismo, el final del siglo XIX contra el comienzo del XX.
El impresionismo – nacido de la mano francesa en la postrimería del siglo XIX: Manet, Monet y un largo etcétera a veces olvidado (Cézanne, Renoir, Degas…) – rompió con la tradición academicista y salió de talleres y estudios para beber de la luz natural. La luz fue la revelación del momento, y con ella afloraron otros motivos, que no se limitaron solamente a la naturaleza, como una visión limitada de Monet podría hacernos malentender. La vida social fue la otra clave del impresionismo. Degas nos dejó espiar cómo se cambiaban y ensayaban las bailarinas, Cézanne nos trajo la vida de los cafés parisinos y Renoir nos hizo participar en las soirées del Moulin de la Galette. El fin-de-siècle supuso también un cambio en lo tocante a la moral, que ya se venía gestando de un tiempo a esa parte: lo privado e íntimo deja de ser tabú, la mujer se emancipa y la familia abandona ese posado hierático y pasa a ser un grupo de personas que quiere disfrutar del tiempo libre, del ocio. De esto se supieron aprovechar los artistas (y las artistas) de la época. Las bañistas de Cézanne son un claro ejemplo. También los retratos individuales y de familia son opuestos a los de épocas anteriores: los chicos corretean, los amantes se intuyen bajo miradas poco disimiladas y las mujeres dejan de obedecer la mirada férrea del marido y se muestran desenvueltas e independientes.
El impresionismo abrió, pues, una puerta: la puerta de la independencia. Pronto hubo otros artistas a quienes las nuevas formas – demasiado clásicas en cuanto a figuras y composición, dirían – se quedaron cortas y quisieron explorar otros derroteros. Así, la preponderancia de las formas geométricas de Cézanne acabó dando lugar al cubismo; el uso del color de Gauguin, al fauvismo, y la pasión y el sentimiento de Van Gogh o Munch dieron lugar al expresionismo. Esta última transición puede apreciarse en la exposición que nos ocupa, pues impresionistas y expresionistas se muestran uno al lado del otro, dejándonos ver la idean congenial de ambos movimientos: la vida (pública o privada).

- Camille Pisarro: el Boulevard Montmartre por la noche, 1897
Las similitudes de ideas iniciales y motivos se rasgan y desvanecen, sin embargo, en la ejecución de las obras. Baste comparar la representación de dos calles que hicieron Camille Pisarro (el Boulevard Montmartre por la noche, 1897) y Ernst Ludwig Kirchner (la Nollendorfplatz, 1912). El primero bebe todavía de la Academia; el segundo – ya no circunscrito al ambiente parisino – hiere a la vista ante la falta de perspectiva, planos o puntos de fuga. Estos son banales. Lo que importa es expresar el ajetreo, el caos, se podría decir, de las calles de Berlín: transeúntes, coches, tranvías superpuestos unos con otros, fachadas apenas esbozadas sin saber cuáles están delante y cuáles detrás. Sentimiento que causa zozobra en el espectador y que tuvo un gran impacto en la sociedad de la época, hasta influenciar el cine alemán de los años veinte (Fritz Lang, El testamento del doctor Mabuse; Robert Wiene, El gabinete del doctor Caligari).

- Ernst Ludwig Kirchner: Nollendorfplatz, 1912
Desde 1896, la Nationalgalerie de Berlín fue el primer museo que empezó a coleccionar lienzos impresionistas bajo la dirección de Hugo von Tschudi (anticipándose a los museos parisinos), y fue su sucesor, Ludwig Justi, quien en 1918 emprendió la adquisición de pinturas expresionistas. Ahora, ambas colecciones se exhiben conjuntamente (junto con obras prestadas por diferentes museos) en una exitosa exposición que reúne más de 160 obras firmadas por artistas franceses y alemanes, y que se muestran, no cronológicamente, sino por temática, yuxtaponiendo ambos estilos y logrando una mejor comparación.
Albert Fernandez Chafer
por Marina Hervás Muñoz | Jun 19, 2015 | Artes visuales, Recomendaciones |
Fotografía © Jorge Represa véase original en http://jorgerepresa.com/suena-habana/
Poco se puede añadir sobre la calidad y buen hacer del fotógrafo Jorge Represa. Su intención es poner el ojo donde nadie lo pondría, porque es lo normal, lo habitual, lo esperado, aquello que pasamos de largo por cotidiano y que, sin embargo, encierra la poesía de lo diario. Conocemos los retratos a esa gente famosa, famosísima, de la inalcanzable para los simples mortales -estoy hablando de Woody Allen o Naomi Campbell, pasando por Leonard Cohen o Almodovar- que, a través de su cámara, se vuelven uno de nosotros, una persona normal, con sus miedos, sus problemas y sus manías. Represa hace que su rostro le cuente a la cámara lo que no le puede contar al periodista en una entrevista, porque no se puede salir del programa. Represa es sencillez y profundidaz. Es el ojo de lo normal, que nos han arrebatado a base de proponernos el entretenimiento del smartphone, que nos hace olvidar del smartworld.
En esta ocasión, Jorge Represa se ha ido a La Habana unos días de la mano de Michel Hernández con un proyecto que parece imposible: captar la música a través de su cámara, hacer que la fotografía suene. Es el reto de un arte mudo, como es la fotografía, que habla sin decir nada y ahora, además, no sólo quiere tener una banda sonora, como el cine, sino también ser en sí misma parte de la música que se ve en cada disparo. A La Habana, que es una ciudad de la que Lorca dijo «La Habana surge entre cañaverales y ruido de maracas, cornetas chinas y marimbas», sólo se la puede captar si suena, si resuena, e inunda las calles con el ritmo y los cantos. Eso es: puro sonido, son, baile y también forma de vida. Eso es lo que nos cuenta las fotografías de Represa. Como el resto de sus proyectos, aunque no nos lo diga, parece que algo de él mismo se ha quedado en cada disparo. Su mirada, desde luego, pero la historia de cómo se encontró con la madre que juega con su hijo, o las niñas que ensayan una coreografía, o los retratos de tantos músicos locales, como Joya, Betancourt, Plá, Chappotin… lo que no nos cuentan inmediatamente las fotografías, pero aparece -y ahí está su calidad-, es el luego y el antes. No sólo en el luego y el antes de la fotografía, sino de aquellas vidas, que no tienen sentido, como nos recordó hace muchos años Nietzsche, sin la música. Las fotografías de La Habana nos abren la puerta a algunos de los secretos de las tardes y las noches de rones y son. La Habana de la que nos habla Represa es muy parecida a la de Leonardo Padura (del que hablaremos próximamente), aquella que el escritor alaba porque: «es un lugar en el que siempre puedes iniciar una conversación con un extraño en una parada de autobús.» Esta vez, en lugar de hablar con palabras, se ha hecho con música y con obturadores. Y a nosotros nos encanta.
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