por Guillermo Etchemendi Varón | Feb 29, 2016 | Cine, Recomendaciones, RESONANDO |
«Il nascere si ripete/di cosa in cosa/e la vita/a nessuno è data in proprietà/ma a tutti in uso”
Lucrecio
En la pasada X Edición del Festival Punto de Vista, en Pamplona, tuve la oportunidad y el placer de descubrir una obra maestra del prácticamente desconocido en nuestro país, Franco Piavoli.
El que sería alabado por Tarkovski como uno de los cineastas más talentosos de su tiempo por su capacidad única de observar la naturaleza sigue vivo entre nosotros, y firmó ésta genialidad allá por el año 1982, ganando uno de los premios importantes del Festival de Venecia de aquel año.
Se proyectó en 35mm como película inaugural del Festival Punto de Vista. El director del festival, Oskar Alegría, lanzó antes algunas premisas interesantes sobre el color azul: el azul es el color del tiempo. Ni griegos ni romanos utilizaban éste color en sus representaciones, llegando a convertirse entre éstos últimos en elemento de sospecha o desconfianza: un varón de ojos azules era considerado, de partida, como alguien sospechoso, susceptible de ser un traidor, y posiblemente hacer mayores esfuerzos por ganarse la confianza de sus allegados. El por qué no lo sabemos. En la naturaleza, ninguna planta, mamífero ni fruta es azul, y sin embargo, todas ellas comparten la misma suerte: el paso del tiempo, y con este paso, en algún momento, la muerte. El azul es el color de todos estos seres, unidos en la podredumbre de su final (nuevo principio).
La experiencia de ver esta breve película fue tan sublime que es difícil describirla, sobre todo con palabras, pues se trata de un largometraje de 80 minutos carente de información verbal.
Filmando solo con la naturaleza circundante a 4 kilómetros de su casa en el campo (y sin la necesidad de mencionarlo en la propia película) construye una obra que bien se podría enseñar a los alienígenas para que entendieran lo que fue la vida en la tierra, aunque no lo que fuimos los seres humanos.
El propio Piavoli aclara: aparecen seres humanos en la película, pero sus palabras son ininteligibles: no importa, a veces el tono de la voz es suficiente para entender los sentimientos de alguien. Su tesis queda demostrada en su obra. Piavoli confirma la mía: que un buen cineasta ha de ser también un buen montador. He aquí la clave de la película: la sensibilidad ganando la batalla a la inteligencia. A través de un mecanismo muy sencillo de observación es capaz de construir una gran cantidad de ideas uniendo fragmentos de tiempo y de espacio en una obra cósmica y microscópica al mismo tiempo, la imagen-fractal. Aunque esté disfrazado de observacional, el filme es todo lo contrario: poesía pura.
¿Pero de qué va la película? Il Pianeta Azzurro es un triple viaje. Piavoli quiso representar, en primer lugar, el surgimiento de la vida en la tierra, desde el deshielo de los glaciares al surgimiento de la vida celular, animal, llegando al ser humano y quizá su ocaso. En segundo lugar, traza un paralelismo con las estaciones del año, empezando por el invierno y avanzando hasta la primavera, el otoño, y reinicio de ciclo, eterno retorno. Por último, además, inserta estos dos estratos de tiempo dilatado en el paso de un solo día en el mundo: desde el amanecer hasta el anochecer.
Este viaje no es la estructura que justifica la película, pues quizá ninguna estructura carente de sensibilidad justifique nada, el tesoro es precisamente éste otro: la delicadeza de su narración, el ritmo magnífico, el acercamiento elegido en cada caso a cada fenómeno. Franco Piavoli es un ser conectado con la naturaleza, y posiblemente un gran amante, capaz de excitar nuestros sentidos y calmarlos cuando toque, de dirigir nuestra mirada allí donde nunca lo hacemos y hacernos ver entonces el esplendor de la vida en los ciclos del tiempo.
Piavoli nos ofrece una gran lección si lo leemos críticamente: el cine es antropocentrista. Se centra en historias humanas. Humanos rodeados de objetos y construcciones humanas, y de otros humanos. Su escala de planos (plano medio, primer plano, plano general) son relativas al tamaño de la figura humana. Sus absurdas reglas de continuidad, realismo, psicologismo…solo pueden ser fruto de mentes humanas. Las razones de esto quizá sean el contexto industrial en que el cine da sus primeros pasos, los obreros, que habitan las ciudades, retratar obsesivamente las ciudades…aquel cine se hacía desde la ciudad, desde mentes alejadas de la sensibilidad hacia la naturaleza.
Y sin embargo el cine puede ser también una herramienta de conocimiento, de traslación, desplazamiento, fuera de nuestra conciencia cotidiana. Encuadrar historias humanas en el campo no es suficiente, la naturaleza no ha de ser testigo, sino protagonista. El cine, entre sus varios poderes, tiene uno increíble: establecer nuevas sensibilidades, tejer empatías, acercar lo alejado. El punto de vista animal tiene pocos precedentes y grandes aciertos, trabajarlo puede suponer revolucionar ciertas cosas: Au Hazard Balthazard, Adieu au Langage, Bella e Perdua… habría que investigarlo.
El contraplano de El Planeta Azul posiblemente sea Koyaanisqatsi, el intento de gran relato de humanos como hormigas y ciudades-circuito, otra gran obra.
Pero Piavoli dirige ese ojo hacia otro lugar: los flujos de agua, la lluvia, el efecto del viento en las dunas, el sexo, un niño que juega, la cena de granjeros y una mujer llorando en la noche. Más que análisis o documental es sinfonía, construcción pensada, poema de amor al planeta que nos recuerda cuánto le debemos y cuánto olvidamos su danza hipnótica.
Cuando los fenómenos físicos han mostrado, al principio de la película, sus variaciones, llegan los animales, empezando por los pequeños, los más diminutos, los acuáticos, que pueden nadar en el medio recién posibilitado por la naturaleza, vemos sus pequeños comportamientos, pasamos a insectos (jamás se grabó con tanto cariño a una pareja de insectos). Curiosa sensación: pasado el asco llega la empatía. Pasamos por los mamíferos y a través de relaciones visuales de textura llegamos a seres humanos, haciendo el amor hundidos en un hueco en medio de la hierba. La ausencia de palabras hace posible trazar estas asociaciones tan complejas pero a la vez tan sencillas y bellas. Si Eisenstein se alejara de las máquinas y del mundo social habría trabajado en esto. La estructura de la película también es peculiar. Mostrar indicios sin continuarlos, puesto que el viaje de la cámara es suficiente motivo, hay piezas sueltas incapaces de contar ninguna historia, porque la historia de la que forman parte es una mayor: todo lo que sucede bajo el cielo en un día y en la sustancia de los tiempos, que es contínua. No hace falta mayor continuidad que la del tiempo mismo.
La abstracción no solo la logró en la imagen de lo natural: también en la aproximación a la historia, en la recomposición de un tiempo diferente a todos, el tiempo del cine. Creo que hay varios tiempos posibles, y en lugar de argumentarlo, que ya lo hicieron Bergson o Bachelard, o Deleuze o Antonioni, puede demostrarse con la imagen-concepto.
por Carlos Ibarra Grau | Feb 28, 2016 | Cine, Críticas |
Copyright de la fotografía: Le Films du Worso – LGM Films (Todos los derechos reservados). Tomada de aquí.
«Estoy cansado de las historias tradicionales con un inicio, desarrollo y final (…) llevo tiempo viajando alrededor de todo el mundo y creo que hoy en día el 90% de los filmes que se hacen se parecen todos entre sí (…) en este momento de mi carrera quiero hacer películas diferentes (…) algunos festivales como los de Sundance o Berlín aportan ese 10% y eso me encanta» decía Gérard Depardieu al finalizar la Premiere Mundial de “The End “en la capital germana.
Una cinta sin duda diferente. Según palabras de su director Guillaume Nicloux, está basada o más bien “plasmada “de un sueño que él mismo tuvo hace unos meses. Despertó y pensó que debía llevar aquello a la gran pantalla y con Depardieu como protagonista, con quien acababa de terminar el rodaje de Valey of love junto a Isabelle Huppert. Y así, se puso en contacto con él (la rodaron en apenas 9 días)
El actor francés (67 años), con kilos de más (sí, más aún) para la película por petición del propio Nicloux, representa a un oriundo sesentón solitario que vive en una humilde vivienda junto al bosque con la única compañía de su perro Yoshi. Una mañana, se levanta, coge su escopeta y decide salir a cazar; pasado un tiempo se acaba perdiendo entre la inmensidad y densidad del paraje iniciando una extraña y angustiosa aventura.
Comienza así una suerte de introspección personal donde, solo y perdido, empieza a hablar consigo mismo y parece tratar de encontrarse a él y al lugar que podría ocupar en esta etapa tardía de su vida. La trama cobra más interés cuando un par de personajes aparecen en la historia, pese a que casi la totalidad de su peso recae sobre sus enormes espaldas. La cámara es muy directa pero también sugiere temores y mantiene en un estado de alerta que el personaje parece ignorar; la música acompaña y detiene la charlatanería del viejo, poniendo mientras voz a los árboles y naturaleza del lugar. Un tono oscuro y tenebroso empieza a apoderarse entonces de la película. Hasta esos instantes muy poco se nos ha mostrado, pero consigue mantener la expectación y una cierta tensión.
A medida que avanza nos hacemos más preguntas y así sigue in crescendo hasta la última escena del filme, con un giro in extremis muy desconcertante.
“Disculpe que no me apetezca tratar de explicar muchos aspectos de la película “- respondió Nicloux tras la proyección a las dudas de una espectadora- “no siempre lo más importante es buscar la respuesta a todo, de hecho, en ocasiones es mejor no hacerlo».
Su obra, es una película personal y cortada por un molde de autenticidad, permite encontrar diversas metáforas cada vez que uno recapacita su visionado, donde todo es especial, aunque ello no la convierta en una cinta con perspectiva de ganar premios.
No es una cinta mayor ni lo pretende, incluso se diría que menor, pero esa indiferencia de pretensiones nos dice que disfrutemos de lo que vemos sin esa imperiosa necesidad de valorar o etiquetarlo todo, que tanto desvirtualiza y banaliza. Una muestra de ese “otro cine es posible “, quizás de ese 10% que hablaba Depardieu, de diferentes maneras de adentrarnos en el séptimo arte en un momento de evolución, de un despertar a la vejez del francés donde sus ganas de experimentar le rejuvenecen y pese a su aspecto físico se muestra en plena forma interpretativa.
por Carlos Ibarra Grau | Feb 27, 2016 | Cine, Críticas |
Fotografía tomada de la web de la Berlinale. Todos los derechos reservados © Internationale Filmfestspiele Berlin
No es secreto alguno que Corea del Sur ha expresado un crecimiento muy considerable a casi todos los niveles en los últimos tiempos. Tanto que ello le ha permitido situarse a día de hoy como la onceava potencia económica del mundo y con una tendencia imparablemente ascendente.
Sin embargo, las cifras al alza y la imponente evolución del país esconden miserias bajo la alfombra que el director Lee Jae-yong no duda en plasmar en esta nueva película.
The Bacchus Lady versa sobre la soledad, la muerte y la prostitución a la vejez en la Corea actual, donde el desamparo y los recursos económicos con los que viven los mayores les hace verse abocados a medidas desesperadas.
Una mujer de avanzada edad que se hace llamar So-Young (entiéndase el juego de palabras) se gana la vida desde hace décadas con la prostitución. Hace muchos años, fruto de una relación con un marine americano estacionado en el país tras la segunda guerra mundial, dio luz a un niño que dejó al poco tiempo en adopción. Ahora, frecuenta calles y parques acercándose a los hombres y ofreciéndoles un poco de „Bacchus “, una popular bebida coreana energizante, para proponerles a continuación un tiempo de intimidad. Justifica su profesión a los curiosos con la necesidad de pagar los estudios de su hijo que vive en Estados Unidos.
Un día, presencia la detención de una mujer y observa a su pequeño hijo escapar entre llantos de la policía, decide seguirlo por las calles y llevarlo a su casa para hacerse cargo temporalmente de él.
Su ternura hacia el niño va creciendo, pero no puede permitirse dejar su oficio, momento en el cual van entrando en la historia otros personajes cada cual más variopinto.
El cine coreano va camino de convertirse, si no lo ha logrado ya, en un referente en el panorama internacional por su fuerte pero intimista personalidad y una manera fresca e innovadora de abordar temáticas cada vez más diversas. El drama es el género en el que parece sentirse más cómodo y son varios los títulos de gran calidad que nos ofrecen cada año.
The Bacchus Lady es un muy buen ejemplo de porqué las películas de este país atraen cada vez más adeptos y representa a día de hoy un espejo desde el cual llevar el cine a cuotas y planos mayores.
Seguimos con nuestra protagonista, quien se va viendo envuelta en situaciones más delicadas y comprometidas con sus sucesivos clientes; su personaje evoluciona hasta duros límites que no imaginábamos, arrojando torrentes de sensaciones y provocándonos desazón y tristeza.
La vejez y lo que ello implica en Corea son tratados con crudeza; discurren sin embargo ingeniosos diálogos a lo largo del filme con la participación de otros actores de la historia, rebajando por momentos el ambiente de pesadumbre y haciéndonos olvidar, aunque sea por unos instantes, la dureza del film.
Los clientes van dejando de ser tales para convertirse en compañeros de un viaje en el que difícilmente vislumbramos un final feliz. La veterana actriz principal Youn Yuh-jung (The Insect Woman, 1972) está magnífica en su interpretación, siendo un medio muy exitoso mediante el cual el director nos hace llegar su mensaje.
La conciencia de que lo que hemos visto a lo largo de dos horas esté ocurriendo en Corea en tiempo real plantea muchas inquietudes y preguntas acerca de lo que la sociedad está haciendo mal para que todo esto pueda tener lugar.
por Carlos Ibarra Grau | Feb 26, 2016 | Cine, Críticas |
El nombre de Jeff Nicchols está ya instalado en el inconsciente colectivo del cine actual, con un corte independiente de alta calidad y cuatro años después de ese absorbente entramado dramático que es Mud, volvía a la carga con una nueva cinta y en que mejor escenario que la Berlinale.
Retomando a Michael Shannon como actor fetiche y junto a Kirsten Dunst, no muchos dirían que el protagonismo lo pudiera acaparar un niño de 12 años, Jaeden Lieberher.
Midnight special comienza con una agradecible tenebrosidad, con escenas desde el interior del coche de una magia especial, una esencia de Collateral y Locke mezclada con el oscurantismo de Zodiac. Tanto, que cada vez que el auto toma la carretera, la película gana enteros mientras devora kilómetros.
Se hace notar el toque particular y un tanto indie en el uso de la cámara y el tratamiento de los tempos de Nicchols, donde presenciamos lo que a toda luces diríamos que es un rapto, pero con extraños elementos que nos despistan y nos entrecierran los ojos acaparando máxima atención.
A su vez, un gran rancho tejano americano gobernado por el veterano Sam Shepard aparece como un escenario importante relacionado con ese niño tan especial. Un niño con unas habilidades y poderes fuera de lo común y que explican porque el gobierno despliega tamaña cantidad de medios sin precedentes para encontrarlo.
Sin embargo, el film comienza a virar poco a poco hacia una suerte de homenaje a los filmes de ciencia ficción de los 80 con marcada influencia spielbergiana, dejando de lado esa tensión y autenticidad de su primer tercio para retomar la senda tan solo durante momentos puntuales. El propio Nicchols reconoce haber intentando emular y retomar el espíritu de clásicos como E.T y Encuentros en la Tercera Fase, lo cual no deja de ser una lástima pues se le presupone talento suficiente para realizar una cinta sobrenatural o fantástica con personalidad y sello propio, como ya demostró en la fascinante e inquietante Take Shelter (2011).
Destacar el papel del pequeño Jaeden Lieberher, tan resuelto dentro de la película como en la alfombra roja el día del estreno del filme. Es sin duda quien parece tener más claro su cometido y el que lo lleva a cabo con mayor determinación y naturalidad (lo que habido el buen reparto no habla muy a favor del resto). Michael Shannon parece despistado con un semblante demasiado impuesto y su personaje no termina de evolucionar; Kirsten Dunst, por su parte, no pasa de tener un rol secundario y ,aunque conocemos de su calidad interpretativa (en la reciente temporada de Fargo esta simplemente espectacular), su personaje no tiene recorrido suficiente como para permitirle brillar.
Eso sí, destacar a un David Wingo (hermano cinematográfico inseparable del director) que vuelve a estar magnifico con la banda sonora y demuestra un gran dominio de cada situación, sacándole más jugo a las secuencias de las que visualmente podrían ofrecer por sí mismas.
Una de esas historias, en definitiva, que se quedan a medio camino de lograr algo mayor, pero con dosis suficientes de gran cine como para no olvidar que detrás está Nicchols, quien esperemos nos depare mayores alegrías en los años que están por venir.
por Carlos Ibarra Grau | Feb 25, 2016 | Cine, Críticas |
Chicago es una bañera que desborda sangre. El downtown, con sus rascacielos, stock options, hombres de traje y cartera y promesas de empleo retractan la ceguera voluntaria de una sociedad que ha elegido ignorar lo más importante: el derecho a vivir en paz.
Las estadísticas de las muertes de soldados americanos en Irak y Afganistán durante los últimos años son el pistoletazo de salida de la película a modo de declaración de intenciones.
Con un extravagante Samuel L.Jackson en su salsa relatando los acontecimientos cual episodios, Spike Lee demuestra una vez más su compromiso inquebrantable para con sus propios ideales no ya solo de defensa de la raza negra sino del abandono de las armas como línea roja imprescindible para asegurar la vida de los hijos y familias americanas.
Envuelto bajo desvergonzadas coreografías y unos ocurrentes lemas protesta, el mensaje del filme es narrado mediante un musical fresco y muchas veces desternillante. Para transmitirlo, se basa en la comedia del comediógrafo griego Aristófanes (Atenas, 444 a.C. – 385 a.C.) “Lisistrata “, en la que un grupo de mujeres toman una medida inesperada en pro de la paz.
En Chi-raq, el genio nacido en Georgia da un giro de tuerca abandonando el tono serio de sus reivindicaciones, retomando la comedia irreverente y agresiva de Haz lo que debas (Do the Right Thing,1989) en su inexorable cruzada por los derechos civiles y la oposición a todo tipo de violencia.
La historia comienza a ritmo de temazo de hip-hop de los de ir agradeciendo con la punta del pie contra el suelo, metiéndonos de pleno en una actuación en un club nocturno de Chi-raq (Nick Cannon), un popular rapero de Chicago con las pistolas y el machismo como leitmotivs en sus temas.
Dos bandas gangs en continua guerra se disputan el dominio de la ciudad: los espartanos, liderados por el propio Chi-raq, y los troyanos, por Cíclope (Wesley Snipes)
La aparición en plena calle de un niño muerto por un disparo de bala y la consecuente desesperación de su madre desborda la situación en la ciudad desatando una revolución de las mujeres de los miembros de las bandas, liderada por Lisistrata (Teyonah Parris)
El filme enloquece y nos brinda grandes secuencias cómicas entrelazadas con otras realmente emotivas, muy bien interpretadas por un John Cusack haciendo de Padre de la iglesia; Cusack demuestra que puede hacer buenos papeles cuando se lo propone (o le viene en gana) y dejar de hacer de él mismo.
Las mujeres toman el protagonismo y adoptan una suerte de ley seca que provocará inmediatas consecuencias, brindándonos momentos hilarantes sin descanso hasta terminar la cinta.
El mensaje nos llega alto y claro, implantando su semilla mediante la anestesia de la comedia y algunas lágrimas inevitables. Chi-raq es el contraataque reivindicativo de Spike Lee cuyo desenfado no debería impedir ver el bosque a cualquiera que valore el cine de calidad en cualesquiera de sus variantes, como el de esta gamberrada y sus risas para la paz.
por Carlos Ibarra Grau | Feb 24, 2016 | Cine, Críticas |
Llenar el imponente Friedrichstadt Palace de Berlín no es sencillo y menos con un film sin un reparto de renombre y encontrandose ya en su tercer pase del festival. Había, sin embargo, una cierta polvareda levantada de expectativas, en parte por el oso de plata que su director Denis Côté obtuvo en la Berlinale 2013 con Vic+Flo Saw a Bear.
Boris (James Hyndman), un espigado y atractivo adinerado, convive en una mansión idílica junto a su mujer mentalmente ausente a causa de una extraña telaraña de depresión y otras patologías que nadie parece poder certificar, permaneciendo siempre en su propia habitación.
Cuenta con una atención 24 horas de una bella joven muy implicada en su labor, así como de una doctora de altísimo prestigio. No es cualquier paciente, sino una ministra del gobierno canadiense y no son pocos los intereses depositados en su recuperación.
La personalidad egoísta, altiva y arrogante de Boris se pone pronto de manifiesto y se nos va mostrando con cuidada realización los obstáculos que el protagonista cree ver y que no son más que intentos de los demás por ayudarlo a él mismo y como consecuencia a su mujer. Su talante mujeriego contrasta con sus sueños, flashbacks donde su esposa estaba sana y eran plenamente felices. Sin demasiada expresividad, su lenguaje gestual y las cosas que no dice más que las que sí, nos cogen poco a poco de la mano y nos acompañan a lo largo de una película hecha con mimo y mucha dedicación.
Algunas secuencias de gran mérito y belleza visual van dando paso a otras más rudas a medida que crece una tensión equilibrada con toques de humor humildes pero muy imaginativos, que el público de la sala agradecía sinceramente con sus risas. Un aire enigmático y envolvente nos llega a hacer dudar de si todo lo que vemos es real, mientras la música se convierte en un amante ideal en el transcurrir de la cinta; si bien no es protagonista, marca a ráfagas y desde su segundo plano el tempo y ritmo de los acontecimientos.
El castillo de Boris parece desmoronarse con la mitad de la historia ya sobrepasada y la tensión e interés por saber que nos depara el siguiente plano están meticulosamente conseguidos. Muy de destacar es el indescifrable papel de un gran y poco reconocido actor como Denis Lavant (Holy Motors, Mister Lonely), vital para hacer pensar al espectador y convertir un drama en un film especial y con gran trasfondo sentimental.
Un camino en definitiva acerca de la personalidad y aprendizaje del ser humano donde cada pieza se junta metódica y armoniosamente para no solo ser disfrutado sino recapacitado. Boris sans Béatrice consiguió con su honestidad para con ella misma y con la historia que se narra que sus misteriosas expectativas fueran más que justificadas y su visionado más que recomendable.