Oportunidad o ruina absoluta

Oportunidad o ruina absoluta

Que Barcelona es una ciudad donde se disfruta y se hace muy buena música, es algo que nadie discute. Al ser una ciudad europea cosmopolita, las posibilidades de poder disfrutar de las más variadas músicas del mundo son enormes. Barcelona cuenta con una larga tradición musical, que se ha ido configurando muy lentamente y que muestra cuan variadas han sido las influencias que la han ido conformando como sociedad. No podemos hablar de una construcción monolítica, pues pese a ser la orgullosa capital de Cataluña y guardar en su más íntimo ser hermosas obras tradicionales, podemos encontrar muchas otras manifestaciones musicales que ya forman parte muy arraigada de la identidad barcelonesa.  

Una de estas músicas es la mal llamada “música clásica”, o más brevemente, “la clásica”. Barcelona ha sido, por ejemplo, un orgulloso bastión wagneriano, tierra donde grandes artistas se han formado y han realizado mucho de su trabajo. No es una casualidad o efecto de un extraño sortilegio que nombres como Pau Casals, Enric Granados, Antoni Ros Marbà o Jordi Savall, entre otros muchos, hayan estado íntimamente unidos a esta ciudad, pues pese a haber nacido en otras partes de Cataluña, fue Barcelona, la ciudad en la que se formaron y a la que llamaron casa.  Es la misma sociedad barcelonesa, la que, desde hace muchos siglos, ha ido generando el clima propicio para abrigar la creación de las más diversas iniciativas personales, dotándolos de las instituciones musicales con las que ahora mismo contamos los que hemos decidido que este es nuestro hogar. 

 Barcelona ha contado con una nutrida agenda de conciertos, que ha ido fluctuando con los años tanto en su calidad, como en la cantidad de conciertos que ofrece. Los tres centros de referencia de la ciudad: El Palau de la Música, L’Auditori, y l Liceu, además de sus temporadas propias de actividades, conforman su oferta final con las propuestas que las diversas promotoras que hay en nuestro país le hacen. De este modo, en el Palau o en el Auditori por ejemplo, hemos podido disfrutar de espléndidos conciertos organizados por la dirección de estos teatros, así como otros promovidos por BCN Classics o Ibercamera

A ello hay que sumar, la actividad de la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña (OBC), de la Sinfónica del Liceu, de la Sinfónica del Vallés o de la recientemente formada Orquestra Simfònica Camera Musicae, orquestas catalanas que se presentan en los tres escenarios arriba mencionados y que junto con orquestas como la Filarmónica de Berlín o la de San Petersburgo, tejen la actividad habitual dentro de la música clásica en nuestra ciudad.  

Todo esto se vio suspendido por la pandemia, al igual que ha pasado en casi todo el mundo. Europa entera, cerró a cal y canto la actividad en todos sus teatros hace ya casi un año, y pese a tímidas aperturas que siempre terminaban en cancelaciones, en capitales como Venecia, o Berlín, la situación sanitaria ha congelado la actividad concertista tal y como la conocíamos. Muchos grupos y artistas han necesitado de sponsors para poder salir adelante, pues las giras programadas o se han cancelado, o están prorrogadas sine díe. La gente necesita cada vez más de la música y la cultura, pero los gobiernos europeos en su mayoría, acosados por unas cifras inasumibles de contagios, han optado por mantener hasta la próxima primavera, el veto a la actividad cultural en casi todo el continente.

Y aquí, en medio de esta situación, Barcelona tiene un nicho de posicionamiento, pues afortunadamente, si bien con muchas restricciones y necesarias medidas de prevención, la actividad cultural se ha restablecido ya desde hace casi dos meses. Esto ha hecho que artistas que han visto cancelados sus conciertos o sus giras en ciudades como París o Berlín, contemplen la posibilidad de actuar en nuestra ciudad, donde se da la afortunada conjunción, de contar con tres escenarios de enorme prestigio mundial, y de una afición verdaderamente sedienta de música. Ya incluso antes de la pandemia, muchos artistas de la talla de John Eliot Gardiner, Grigori Sokolov, Valeri Guérguiev o Anne-Sophie Mutter se habían expresado en términos muy elogiosos de nuestra ciudad, pues se sentían bien acogidos tanto por un público que apreciaba su trabajo, como satisfechos por el espacio y las condiciones en la que habían actuado, dando al exterior una imagen que beneficiaba a la marca Barcelona. 

La actual posibilidad de realizar conciertos en la ciudad, evidentemente que es una maravillosa oportunidad para su marca internacional,  y es por ellos que iniciativas como  “Barcelona Global” han apoyado a Ibercamera en la promoción de la gira que Valeri Guérguiev  junto con la Orquesta del Mariinsky, ha realizado en recientes fechas por algunas ciudades españolas entre las que se encuentra la  capital catalana, pues el mensaje que se envía al exterior es muy potente de cara a atraer, cuando las circunstancias mejoren, a un cierto tipo de turismo que puede ver en la ciudad condal un espacio donde disfrutar del arte. 

Este empeño es el que hace ya años, se puso como su principal objetivo el proyecto de “Barcelona Oberta”. Coordinando una temporada de conciertos donde los tres grandes escenarios barceloneses aportan algunos de sus conciertos, de cara a vender en el exterior una propuesta atractiva donde Barcelona sea vista como un centro de referencia musical y cultural.  La oportunidad es grande y puede traer efectivamente muchos beneficios culturales y económicos a nuestra ciudad, pero creo que, si solo vemos esta coyuntura como la posibilidad de atraer turismo cultural, algo en sí mismo fantástico, aprovecharemos solo en parte lo que esta oportunidad tiene que darnos. 

Por que si bien es cierto ahora mismo Europa está cerrada, llegará el momento en que Londres, Viena o París abrirá de nueva cuenta su oferta cultural, y si nosotros no hemos hecho los deberes, estos turistas que posiblemente han llegado, atraídos por la belleza de la ciudad y las posibilidades culturales que en ella encuentren, se volverán a ir. Y cuando digo hacer los deberes me refiero a ayudar a los músicos y artistas que aquí viven, trabajan y crean. Hacer los deberes es revisar los presupuestos que se asignan a la cultura en general, porque, si no hay dinero suficiente, los creativos o se buscan la vida en otro trabajo o se marchan a donde hay recursos para vivir dignamente. Barcelona tiene que aprovechar el prestigio que da en el medio internacional, que orquestas y artistas de primer nivel vengan a sus teatros para hacer una propuesta propia y nueva. Se trata de invertir en innovación y en el talento que hay en Barcelona y no solo servir como el escenario provincial mientras pasa la tempestad.  

Barcelona tiene a sus espaldas siglos de una sostenida y nutrida actividad creativa, no es un accidente que sea considerada un centro cultural muy importante en el mundo, pero si queremos estar entre los primeros referentes mundiales, y esto es algo que muchos queremos, es fundamental apostar fuerte por el talento y la inmensa creatividad de los artistas de esta tierra, la oportunidad está ahí, hay que aprovecharla. Seguimos. 

Técnica y expresión

Técnica y expresión

El eminente musicólogo Español Adolfo Salazar, en uno de los ensayos que publicó en Ciudad de México en 1951 sobre J.S. Bach, se lamentaba sobre la “incomprensión” con que el romanticismo había tratado a Bach. En su opinión, solo había sido reconocido y admirando en el maestro de Leipzig, su consumada técnica compositiva y no la profundidad, belleza y expresividad de su obra. Evidentemente que esta es una opinión muy personal de Salazar, pero que ha venido a mi memoria, tras muchos años de haberla leído, la noche del pasado 2 de febrero, en que algunos afortunados, reunidos en el Palau de la Música, tuvimos la oportunidad de disfrutar de una espléndida lectura, del primer libro de El clave bien temperado, de J.S. Bach. 

El clave bien temperado, es una obra fundamental dentro de la música Occidental. Finalizado muy probablemente en 1722, este libro junto con el segundo que terminó el maestro, no fue publicado hasta 1744, después de su fallecimiento. Cada tomo cuenta con 24 preludios y fugas, escritos en todas las tonalidades de la escala cromática. La posibilidad de explorar la afinación temperada, siendo esta, la que se realiza afinando los sonidos de todas las teclas, manteniendo entre las que son contiguas la misma distancia, de modo que entre ellas siempre haya medio tono exacto, entusiasmó mucho a Bach desde muy joven. Nosotros hemos vivido siempre bajo esta afinación y nos parece la más natural posible, pero antes de esta posibilidad, si se quería tocar alguna pieza sobre un teclado afinado bajo la afinación pitagórica, que era la más utilizada entre otras posible, había que ajustar la afinación del teclado, porque de lo contrario, la música sonaba simplemente desafinada, lo que limitaba mucho las tonalidades en las que se podía trabajar. 

Bach se propone con este libro, mostrar las inmensas posibilidades a nivel tonal que se tenían bajo este sistema de afinación y por ello escribió un preludio y una fuga en cada uno de los 24 tonos, tanto mayores como menores, que existen en la escala cromática. El resultado es simplemente increíble, porque explora en profundidad las posibilidades técnicas para el intérprete, así como las expresivas, que esta inmensa paleta tonal le permite trabajar. El clave bien temperado, actualmente, es una obra indispensable para todos los aspirantes a pianistas, pero también es una obra que todos los músicos hemos trabajado a nivel de análisis, tanto de sus preludios, como de sus asombrosas fugas. Y este es el nivel en el que Adolfo Salazar viene a mi memoria, porque durante décadas, se ha dicho que el clave bien temperado, muestra a un Bach más bien frío y matemático, asombroso en su técnica, pero inexpresivo. Y el pasado martes 2 de febrero, mientras escuchaba el preludio en mi bemol menor BWV 853, fue simplemente imposible no conmoverme ante algo tan sincero y hermoso. 

Schaghajegh Nosrati, pianista alemana de origen israelí, que ya había debutado en nuestra ciudad el pasado agosto, realizó una interpretación de la obra simplemente fantástica. Nosrati no solo es una pianista consumada, con una técnica muy consolidada, unos dedos muy fuertes y ágiles, además de mostrar una precisión y una amplia gama de ataques que le permiten tejer y hacer cantar muy bien, las voces de una fuga. Es, además, un consumado músico, que conoce perfectamente cada uno de los preludios y fugas que integran la obra y supo muy bien cómo desplegar las partes que la conforman. Creó una lectura fiel al texto original, pero tomando decisiones que le dieron vida y empuje a su interpretación. No solo se trataba de disparar notas y mostrar el alto grado de su técnica pianística, sino de realizar una ejecución trascendental de una obra tan relevante.

Bach es para Nosrati su autor talismán y ya el pasado agosto interpretó en el Palau de la música, la Partita núm.2 en Do menor, BWV 826, obteniendo un inmenso éxito. Pero tocar El clave bien temperado es subir varios grados, pues para poder hacerle frente con éxito a semejante empresa, se requiere no solo de haber trabajado por muchos años la obra, sino de poder administrar y mantener una tensión y una concentración muy intensas durante casi dos horas ininterrumpidas. Con tan solo 32 años y un brillantísimo curriculum, la carrera de Schaghajegh Nosrati, promete y mucho. Viendo lo pronto que regreso a casa nostra, creo que podemos decir que se ha iniciado una muy buena relación entre ella y el público barcelonés. Seguimos.

Y ahora ¿qué hacemos con el enfermo?

Y ahora ¿qué hacemos con el enfermo?

Nuevamente, querido lector, nos encontramos en esta tribuna, la última vez que lo hicimos, hablábamos de manera muy general sobre los orígenes que permitieron el nacimiento del concierto público, forma en la que, desde hace prácticamente dos siglos, venimos realizando buena parte de nuestra  actividad musical en Occidente. Apuntamos también, que esa forma tan aparentemente natural de hacer música, en la que unos “expertos” suben a un escenario y otros se disponen a escuchar pasivamente de un evento musical, tiene realmente poco tiempo, si lo comparamos con otras tradiciones, ya milenarias, como las que podemos encontrar en Indonesia por ejemplo, que tiene en el Gamelán, conjunto orquestal  tradicional de esta cultura  Asiática, un ejemplo totalmente diferente a lo que estamos acostumbrados a ver en Occidente; donde el hecho de hacer música, es un acto eminentemente social, no existe el concepto de espectador pasivo, pues la mayoría de los presentes en una ejecución de este tipo, forman parte del conjunto. La música es entonces, el escenario, el motivo, la causa para el encuentro social, para el contacto con el otro. 

Con lo anterior, no quito ni pongo rey, solo apunto, menciono, informo, que hay otras maneras, otros universos sonoros igualmente válidos y muy interesantes al nuestro. Esto viene muy bien, sobre todo, para bajar de la nube, del pedestal en el que muchos se han instalado desde hace siglos, pensando que Occidente representa el espacio donde mejor y más claramente se han realizado los logros de la civilización humana, y donde sin duda, el arte, el gran arte, ese que se escribe y se hace con mayúsculas, tiene su casa solar y su hogar. Yo, insisto, no entraré en calificar la calidad de esas tan diversas manifestaciones artísticas, sobre todo porque no es mi papel. Mi empeño, es apuntar que hay mucho, pero mucho más allá de nuestra hermosa aldea y mucho de eso que allá afuera existe, es realmente interesante de conocer, nada más, porque reitero, ni quito ni pongo rey. 

Así mismo mencionábamos en nuestra última cita, que la coyuntura en la que nos encontramos, nos ha metido de cabeza en una severa crisis, que ya se venía anunciando desde hacía tiempo y que la pandemia, sólo ha venido a detonar.  Aquella tan mencionada crisis de la música clásica, que tantos y tantos veían como imposible, está aquí y no solo para la música clásica, si no para la cultura en general. Países donde el artista no cuenta con un estatuto laboral que lo proteja, están arrojando literalmente a la calle, a cientos y cientos de esos artistas y creadores, condenandolos en muchos casos al hambre y la indigencia.

Casi toda Europa ha cerrado sus teatros y suspendido sus actividades culturales y en América de un modo o de otro, las cosas han ido por el mismo camino. Cientos y cientos de músicos, bailarines, coreógrafos, y un largo, pero largo etcétera, se han quedado sin apenas manera de ganarse la vida. Muchos, los más afortunados, están tirando de ahorros, otros de amistades y familia, pero muchos otros, se están viendo en la necesidad de vender sus equipos e instrumentos  u orillados a “reinventarse” o mejor dicho, emplearse en alguna otra cosa que les pueda asegurar  unos recursos con que salir adelante por ahora, porque la vida sigue y las facturas han de pagarse. 

En el caso de las orquestas estables, el problema lo encontramos en el centro mismo de su funcionamiento y su financiación. Muchos han apuntado ya, que el mantenimiento de una orquesta sinfónica es algo muy oneroso y que la actual crisis no es el escenario para gastar en una institución, que si bien entrega  bienes culturales a la sociedad, también puede ser percibida como un lujo que ahora mismo no nos podemos permitir. Este el argumento preferido de muchos responsables políticos para comenzar a afilar las tijeras. Si a esto se suma  que en algunos casos, por dejadez y falta de iniciativa por parte de los responsables administrativos, algunas orquestas llevan toda la pandemia sin ninguna actividad, la sensación que la sociedad puede tener de esos músicos, puede ser la de que son un grupo de  afortunados que apenas trabajan y que sin embargo,   no dejan de cobrar. Discurso muy peligroso en la actual coyuntura económica, pues no son los músicos los que no quieren trabajar, sino una estructura anquilosada que no está sabiendo adaptarse a la realidad, pues no está dando alternativas .  De seguir así, estas agrupaciones serán las primeras en ser disueltas, por ser inviables en todos los sentidos. Las propuestas urgen, porque la gente necesita de la música, necesita de la cultura en su más amplio sentido y cerrar las orquesta sería una tragedia, no solo para los músicos que se verían literalmente en la calle, si no para una población que vería aún más pauperizada su vida, sin la posibilidad de disfrutar de la música en vivo.   

La discusión lleva rato dándose y hay propuestas realmente muy interesantes, algunas pasan por reestructurar desde dentro el funcionamiento de una orquesta sinfónica. Un músico de orquesta, básicamente ha sido primorosamente educado, para seguir las indicaciones de otro músico, en este caso el director,  le indica. Lejos estamos,  ya no digamos,  de variar el texto original de la obra, si no de la más mínima discusión sobre cómo se han de tocar esas inamovibles notas, escritas a fuego en un papel  y que son tratadas como si de un texto sagrado se tratara. El intérprete aquí poco importa, se requiere de su habilidad técnica, nada más. Muchos, actualmente están discutiendo si la actual crisis no es el momento de revisar esta práctica, haciendo que  todos los músicos, no solo el director, dialoguen sobre por dónde tiene que ir una interpretación. Ejemplos reales existen, no es una idea propia de soñadores y musicólogos alocados.  La Aurora Orchestra  trabaja desde 2005 con su director, Nicholas Collon, de una manera muy similar a la que he descrito arriba, Collon,  no es el tipo de director que da unas directrices que han de obedecerse ciegamente, sino que más bien aglutina las opiniones de sus músicos.  Sus conciertos están llenos de emoción y amor por la música, simplemente porque todos los músicos del grupo  están siendo tomados en cuenta, cada uno de ellos está implicado en la ejecución de los programas como un actor activo,  la responsabilidad  entonces se comparte entre todos. Suelen tocar siempre de memoria, con lo que esto supone para un profesional y por ello, dan menos conciertos, pues cada programa se trabaja muy profundamente.

Este es solo un ejemplo, pero hay algunos otros de los que en otra ocasión hablaremos, porque su importancia es tal, que vale la pena hablar sobre ellos con calma. 

Se me dirá que está muy bien, pero que al hacer menos conciertos, los músicos tendrán igualmente que trabajar en algo para ganarse la vida  y otra propuesta de la que quiero hablar hoy,  va encaminada en ese sentido.  Consiste en  que las orquestas sean las instituciones paraguas que agrupen a varios y muy diversos grupos de cámara, cada uno de ellos con sus proyectos propios y su agenda independiente de la del resto de sus compañeros. Las orquestas aportarían un sueldo base y el respaldo de una institución de prestigio. No es lo mismo formar parte de una orquesta que no hacerlo, porque ello supone haber pasado unas pruebas rigurosas por ejemplo, lo que garantiza una respetabilidad social que puede ayudar mucho a los proyectos de cada grupo. . Además de lo anterior,  las orquestas suministrarían  todo el material bibliográfico necesario de cada pequeño grupo, y resolverían también los temas logísticos que las diferentes actuaciones de estos grupos suponen. A cambio, estos grupos internos, tendrían que presentar un proyecto musical que impacte en la comunidad, no se trata de que se formen 10 cuartetos de cuerdas para tocar todos el repertorio de siempre, se trata de que un grupo muy nutrido de músicos profesionales, se impliquen activamente en proyectos que les interese  realizar  a nivel musical. No podemos seguir reproduciendo el esquema en que un músico   toca de cualquier  modo y sin la mayor  implicación un programa y la semana siguiente otro que tampoco le interesa, para al final de mes cobrar un sueldo para ir más o menos tirando. Se trata por el contrario, de que todos los elementos de esa orquesta se impliquen en proyectos que sí les apasionen y que mediante estos proyectos, puedan sumar más ingresos al  sueldo inicial que la orquesta les paga. Evidentemente que las orquestas deberían seguir haciendo conciertos como tal, pero estos programas además de ser menos, tendrían que ser enfocados de otro modo. La típica programación de una temporada en que se escucha por enésima vez lo mismo de siempre, quizás ha llegado a su fin, pero eso… eso es un tema que valdría la pena hablar en otra ocasión, porque da para mucho. 

Yo solo he mencionado dos propuestas que cada vez están tomando más y más forma en el medio musical europeo, por ahora solo se están discutiendo, pero eso es algo bueno que tienen las crisis como esta, que se discute, se habla, se intercambian opiniones, quizás algo que le vendría muy bien a nuestro medio es integrar más y más, la costumbre de discutir y renovar, y no solo justificar las cosas con el viejo argumento de siempre, “así es la tradición” o “ siempre a sido así” , pero de eso, de tradiciones, programaciones y orquestas revolucionarias y románticas, hablaremos en nuestra próxima entrega. Seguimos.

Y el concierto público fue creado. ¿Perdón…?

Y el concierto público fue creado. ¿Perdón…?

Fue en el s.XIX cuando se consolidó una práctica que hasta ese momento era más bien minoritaria dentro de la vida musical de Europa y que nosotros hemos asumido como algo absolutamente normal: los conciertos públicos. La consolidación de la burguesía como clase dominante, permitió que este tipo de eventos tuviera cada vez más un mayor auge del que hasta ese momento había tenido. Así, por todo el continente, se construyeron espacios públicos en los que se efectuaban conciertos a los que la gente con el dinero suficiente para ello, mediante el pago de una entrada, podía disfrutar de unas cuantas horas de música en vivo. Y digo unas cuantas horas, porque las jornadas, muchas veces podían llegar a ser maratonianas.
La organización de conciertos abiertos al público era una práctica que desde siglo XVI aproximadamente se venia dando. Primero en Francia e Italia y después en el Reino Unido, este tipo de empresas fueron probando suerte. Así, por ejemplo, en Inglaterra, Johann Christian Bach el último de los hijos de Johann Sebastian Bach, se asoció con un antiguo alumno de su padre, el violista Karl Friedrich Abelt para fundar una empresa en la ciudad de Londres, que organizó conciertos públicos donde ellos mismos actuaban, además de presentar obras de, por ejemplo, Franz Josep Haydn entre otros destacados autores del momento. La Bach-Abel Concerts, se mantuvo en el gusto del público británico por más de diez años, lamentablemente, poco a poco, el favor del público dejó de favorecerlos y terminaron cerrando tal empresa.

Es en el paso del s.XVIII al s.XIX cuando el concierto público logra su consolidación como forma privilegiada de difusión musical en todo Occidente. Evidentemente, que el concierto público tiene en el mundo de la ópera su gran referente, con sus empresarios que lo mismo podían enriquecerse con el éxito de una temporada venturosa, como perderlo todo por una noche tonta o poco inspirada del castrato o de la diva de turno.
Estos empresarios, debían estar siempre atentos a lo que el público pedía, finalmente, la ópera en esa época en lugares como Venecia, París o Londres -con sus muchos asegunes por parte de un púbico que desconfiaba por sistema de todo lo que no fuera inglés- era un espectáculo, una manera de distraerse para el público, que llenaba los teatros de ópera y un negocio con el que muchos empresarios siempre en la cuerda floja intentaban hacer fortuna.

Este modelo de consumo musical ya en el s. XIX con una burguesía en plena expansión, permitió pasar de los salones privados de la alta nobleza y de algún acaudalado burgués, donde se podía escuchar a lo más granado de la música del momento, a los teatros públicos, donde, como apunté anteriormente, tras pagar una entrada, se podía disfrutar de un buen rato de música. Los que a estos primeros conciertos públicos asistieron, seguramente no sabían que estaban viviendo un cambio histórico que perduraría hasta nuestros días.
La posibilidad de hacer conciertos públicos en espacios como un hermoso teatro recién construido para tal efecto, permitió que, en las ciudades, la burguesía e incluso gremios como el de los pañeros en la ciudad de Leipzig, por poner un ejemplo, crearan orquestas como la Gewandhausorchester, que podían organizar temporadas de conciertos para el público de aquellas ciudades. Muchas de estas agrupaciones, eran herederas de las antiguas capillas musicales que habían servido a la nobleza o al clero siglos antes y que ahora eran sostenidas por la burguesía, que era la nueva patrocinadora del arte y la cultura.
Muchas de nuestras actuales orquestas tanto en Europa como en Estados Unidos, nacieron de un modo parecido y el medio permitió que estas agrupaciones se desarrollaran. Había una amplia demanda por parte de la población en general, pero sobre todo, los grandes capitales del momento, las grandes familias burguesas, dueñas de los medios de producción, veían como viable en muchos sentidos, su apoyo a orquestas que no solo traían consigo algunas ganancias económicas, si no también, y esto era fundamental, un prestigio social que a la larga les permitía relacionase entre ellas, lo que traía nuevos negocios, además de mantener una alta honorabilidad ante la sociedad e imponer a toda la población su visión de lo que era la alta cultura, en este caso, musical. El canon que actualmente aun escuchamos en nuestros conciertos, es casi el mismo que esa coyuntura social generó, siendo nuestra actual realidad muy diferente, continuamos escuchando casi lo mismo que hace más de 100 años y esto creo yo, nos debería dar pistas.

Nada hay de malo en sí mismo en esto, finalmente, ese canon está integrado en su mayoría, por obras de una calidad artística innegable – alguna excepción hay- pero también es innegable que, con el paso de los años, esta manera de consumir la música se ha ido desgastando. Llevamos ya varias décadas en que se ha anunciado una “crisis de la música clásica”, a este fenómeno, muchos han reaccionado de manera displicente, apoyándose en una supuesta superioridad moral de esta música sobre el resto y zanjando el tema con frases como: “la buena música siempre existirá” o “la música clásica nunca morirá”, que denotan un franco etnocentrismo trasnochado de quien lo enuncia.
Pasando por alto la aberración de pensar que hay “buenas” y “malas” músicas, esta postura no ve el problema de fondo. Su petulancia intelectual no le deja ver que la actual crisis dentro de la “música clásica” tiene que ver no con la música en sí misma, si no con un modelo de consumo y difusión, que se muestra en la actualidad francamente agotado. Así, por ejemplo, mantener una orquesta estable en cualquier ciudad y organizar una temporada de conciertos, es un gasto tremendamente elevado que, en tiempos como los nuestros, muchos comienzan a no tener claro si vale la pena hacer, y la solución, créanme, no es cerrar la orquesta si no replantear su funcionamiento.

Nuestro mundo necesita desesperadamente de la música, de toda, no solo de la música “clásica”, pero para poder seguir haciendo esta música, los que formamos parte de esta maravillosa tradición, tenemos que pensar nuevas formas de generarla, de presentarla al público. Repito, el problema, por llamarlo de algún modo, no es la música en sí, es la manera en que la hemos venido presentando y organizando desde hace ya siglos. La realidad de la pandemia que actualmente vivimos, simplemente nos ha dado un par de bofetadas muy dolorosas, para que nos sentemos a pensar qué vamos ha hacer para que esta tradición continúe de la mejor manera posible.

En nuestra próxima entrega hablaré de las muchas propuestas que ya se empiezan a dar, algunas brillantes, otras, no tanto, pero al menos la discusión se está dando. Seguimos.

Vuelve a abrir el Teatro Real con Un Ballo in Maschera

Vuelve a abrir el Teatro Real con Un Ballo in Maschera

Si lo que se pondera es la escenografía del Un ballo in maschera que inaugura la temporada 2020/2021 del Teatro Real, uno desea que el arranque del primer acto y el cierre de la función no operen como los augurios de la pitonisa verdiana, uno quiere que no acaben convirtiéndose, por azar o por necesidad, en el signo que definirá la secuencia del resto de obras programadas durante el presente curso. Porque la cámara del Parlamento de Boston en la que se inicia la acción y el salón «amplio y ricamente decorado en la residencia del gobernador» constituyen lo menos malogrado del diseño de Gianmaria Aliverta, quien, independientemente de las dificultades circundantes a esta producción, ofrece elementos dramatúrgicos valiosos únicamente en su comienzo y en su conclusión.

Cuando se alza el telón acude vagamente al recuerdo el montaje con el que en 2012 se abría la Poppea e Nerone de Krzysztof Warlikowski: hileras de mesas (aunque esta vez de perfil y no frontalmente, como era el caso en la ópera de Monteverdi) y un orador que medita erguido (en aquella ocasión el Séneca glorioso de Willard White, ahora Fabiano, entero y consistente, encarnando a Riccardo, que ejerce su profesión con una credibilidad que sólo le tributan quienes se lo encuentran de cara y a su misma altura). Más arriba, en el paraíso de la sala, se divisa a los conspiradores, visiblemente peor vestidos, amontonados y alborotados: traman, guiados por Samuel y Tom (Daniel Giulianini y Goderdzi Janelidze respectivamente, ambos correctos en su papel), el asesinato de un Riccardo completamente obnubilado por su pasión secreta.

Todo lo que se contempla sobre la tarima hasta la consumación del complot resulta en buena medida intrascendente por decorativo y aburrido por obvio: desde el movimiento ortopédico de espejos (que evoca a cámara lenta, tal vez involuntariamente, los espasmos del séquito de Ulrica) hasta la cruz que arde en los campos desolados donde el Ku Klux Klan lleva a cabo sus asesinatos (un rescoldo a escala únicamente en tamaño del recurso que ya enturbiara precisamente otro Verdi inaugural, el Don Carlo del año anterior), pasando por el monumentalismo barato de la bandera de Estados Unidos y la cabeza decapitada de la Estatua de la Libertad (que, por cierto, suscita un elocuente símil con la clausura de la versión cinematográfica de Schaffner de El planeta de los simios).

Por eso, el cuadro conclusivo acaso parezca mejor de lo que en realidad es: la coreografía testimonial danza al compás de un minueto que desprende la mayor fuerza dramática, a pesar del número de personas que pueblan el escenario mientras tanto, a pesar del disparo que quita la vida de Riccardo y a pesar de la anagnórisis sentimental postrera, que revela las verdaderas intenciones de éste.

Pero justamente en virtud de la primacía musical que tiñe el mencionado episodio conviene prodigar comentarios de muy distinta índole al apartado orquestal y coral. En primer lugar, fue digna de aplauso la labor de Luisotti en el foso, cada vez más ampliamente reconocida por el público del Real. Es cierto que hubo momentos de duda y falta de compenetración con sus músicos, y también acudió eventualmente como rescate rítmico en socorro del canto; sin embargo, la sonrisa y la incandescencia del italiano parecieran capaces de disipar cualquier mal pensamiento o incertidumbre.

En cuanto al elenco solista, Pirozzi se alza por encima de las demás voces dando vida a una Amelia sutil y de rico registro, según pudo comprobarse con particular claridad en el aria Morrò, ma prima in grazia. Ruciński, en el rol de Renato, con dicción y dirección firmes pero matizadas, imprime una tensión que la homogeneidad tímbrica de Fabiano puntualmente podría menoscabar, la Ulrica de Daniela Barcellona aporta solvencia y estabilidad, y el Óscar de Elena Sancho Pereg se gana una simpatía ausente en los demás personajes por lo general.

En definitiva: al margen del valor simbólico que amerita esta reanudación, las tres horas de función se reifican como una losa difícilmente soportable. Ojalá que las venideras entregas discurran de un modo más vivaz: evitaría el riesgo de que celebrar la reapertura de nuestro teatro se convierta en una exigencia de guión formal.

Estéticas del fracaso, sin más: una “operación triunfo” histórica

Estéticas del fracaso, sin más: una “operación triunfo” histórica

Maialen, con su traje de Chica Sobresalto. Video still del canal de OT en YouTube.

“[…] podemos reconocer el fracaso como una forma de negarse a aceptar las formas de poder dominantes y la disciplina, y como una forma de crítica. Como práctica, el fracaso reconoce que las alternativas ya están integradas en el sistema dominante, y que el poder nunca es total o coherente; de hecho, el fracaso puede explotar lo impredecible de la ideología y sus cualidades indeterminadas”.

Jack Haberstam, El arte queer del fracaso, 2011

 

Tras un mes ya de la gran final del OT en el que Nia se proclamó absoluta ganadora, estamos en condiciones de hacer un balance reposado sobre la edición menos vista de la historia del sempiterno concurso televisivo. Pese a ser la más larga a causa del parón obligado del Coronavirus y gozar de gran popularidad en Internet (principalmente el canal 24 horas de YouTube) así como la acertadísima publicación de los singles de los concursantes durante el desarrollo mismo del programa (con millones de reproducciones), sus índices de audiencia en TV han sido incluso peores que los de la abandonada (por parte de los productores) edición de 2003 y el intento fallido del caótico OT 2011

Como fan de aquella fantasía de Generación OT Juntos o el disco de Vivimos la selección y, en fin, espectador de toda la historia del concurso lo cual permite un análisis comparativo, considero que esta generación, no obstante, ha sido una de las que más historias entretenidas ha reportado (véase aquel despistado “nos hemos enrollado todos” que Samantha susurró al oído de Nia) más allá de lo estrictamente musical. Pero no porque las actuaciones hayan sido malas, de hecho tenían un gran nivel desde el inicio. Nivel que no daba lugar a la discriminación de aquellos que, entre los que me cuento, no tenemos una formación musical que nos permita distinguir cuánto se ha desafinado, sino que ante un panorama de corrección ejecutiva generalizada, solo nos parece todo bien y nos queda guiarnos por sutiles diferencias (o por cómo nos caigan los concursantes) para emitir un juicio sobre quien podría ser el mejor. Pues al final ese es nuestro télos en cuestiones de telerrealidad.

Momento en que Samantha repara: “Somos seis chicos y seis chicas, y nos hemos enrollado todos”. Video still del canal 24 horas de OT en YouTube.

Y ese ha sido el principal problema. Partimos con una gala 0 en la que el jurado comentó que esta era la “madre de todas las ediciones”. Semejante osadía no obstante tenía parte de razón con números tan completos como los de Eva, la propia Nia, y Anajú (con una faceta suya, más flamenca, que apenas han querido explotar los profesores posteriormente). Lejos queda ya aquella pipiola Aitana que olvidó parte de la letra de la canción en su puesta de largo… y qué decir del “me he equivocao, olé”, de Rosa de España…

Tras la sorpresa inicial –y aquí miro subrepticiamente a Flavio, ya fichado en el OT Fest del verano–, poco más nos hemos removido con los chicos durante las galas, al presenciar poca tensión, pocos retos o desajustes a nivel vocal al menos destacables (sin llegar al extremo de Esther Aranda) que nos permitieran atinar una progresión. Pero lo peor han sido unas valoraciones por parte del jurado que adolecían de un halago paternalista… tanto que nos tentaba a apagar (o mejor aún, tirar) el televisor ya rondando la una de la madrugada. Por mucho que podamos reprocharle a Risto (que podemos y debemos), sus valoraciones en OT 2006 (especialmente estas) fueron acertadísimas, críticas, rigurosas: el único que trataba de mostrar a los concursantes la crudeza del mercado discográfico antes de caer en su propio embrujo (aunque él dice que simplemente ha “actualizado sus sueños”).

Por otro lado, es destacable esa falta de tensión y pique pues al final se trata de un concurso: parecía como si no hubiera un premio de 100.000 euros esperándoles al final. Solo los salseos como los de Eli o Jesús al principio contaminaron las primeras semanas de la academia y consiguieron mantenernos atentos a Twitter, más para mal que para bien, pues llevaron el concurso a lo peor de aquellas trifulcas del casi olvidable OT 2008. Y recalco el “casi” por Virginia, pues Pablo López, por muy bien que componga y por mucho que lo admiremos ahora, revisando sus actuaciones, lejos quedan de la intensidad interpretativa que hoy le caracteriza en una corrección simplemente academicista (además del hecho de entretenerse más de la cuenta en aquellas trifulcas).

A esta relajación que parecía contaminarse a los concursantes con su “yo ya he ganado” como mantra cada vez que los despedían, por lo menos la invitada Lola Índigo, sincera y ambiciosa, cuando Roberto Leal le preguntó: “¿Tú soñabas con esto?”, respondió: “Yo sí”. Pero el escaso brío de los concursantes además se ha opacado en una realización en directo o muy pobre o por el contrario saturada de elementos que nos entorpecían llegar a la mirada de los concursantes. Si durante toda la semana el emotivista Iván Labanda trataba de arrancar las vísceras de los chicos que se veían perfectamente en los pases de micros, en las galas –con todos los visuales, las luces, los props y el cuerpo de baile así como la falta de primeros planos– la magia se diluía perdiéndonos los rostros de los concursantes. Menos mal aquella cámara que nos mostró a la mejor Anajú sobre la cama, si no aquel número habría perdido toda la intimidad requerida. Porque es ahí, en la interpretación donde realmente está la clave y donde ha habido el mayor de los avances.

Ya que hablamos de relajación, nada como la actuación en la cama de Anajú, una de las más memorables del concurso. Video still del canal de OT en YouTube.

Ni tras la lección aprendida por parte de Natalia Jiménez luego de la magistral sustituta Ruth Lorenzo la tensión volvería a las nominaciones. Pese a todo, al menos Natalia nos ha proporcionado alguien sobre quien depositar alguna emoción en este concurso… ira, aversión e incluso cariño, lo cual tratándose de espectáculo es más que significativo y valorable… pues la severidad que tanto distinguía a la Nina directora de OT 2001 y 2002 se ha desplomado en unos halagos desmesurados –casi rozando el couching, aunque ya apuntaba maneras– que por mucha afectación se quedan en palabras vagas. Las batallitas de Portu o Javier Llano poco más han hecho sino motivarnos a ir al baño o volver a Twitter. Desde luego, el jurado rotativo de años anteriores, para aportar algo de dinamismo a la gala, incluso aquella aparición totalmente aleatoria del incomprendido y encantador Alejandro Parreño, resultaba más dinámica. Pero la pregunta de todo fanOTico sigue siendo la misma: ¿Dónde estás que no estás aquí, Ruth Lorenzo? Vuelve, como sea.

El clima de extrema relajación se ha visto también en la academia, sobre todo en los pases de micro. Si bien la frescura de Noemí Galera es un rasgo a alabar, en este caso su actitud ha rozado demasiado el colegueo y esto parecía, más que una academia, unas “colonias” (como tan acertadamente una vez la fabulosa Coco Comín dijo en una de las valoraciones del 2006). Es por ello que las pocas veces en que les ha echado la bronca a los chicos las visitas al canal de Youtube han emergido, pues eso es lo que esperamos: algo de emoción (que procede de movere, mover). Se trata de imagen en movimiento, y de que algo pase, que algo se mueva en nosotros. Y con OT estamos muy hartos de todo, queremos transportarnos, queremos soñar.

Para colmo, las visitas de cantantes de más bien ya poco fuelle (manque me pese en el alma, incluso La Oreja de Van Gogh) tanto a la academia como a la gala nos han provocado alguna que otra cabezadita (como las de la tierna Anne Lukin). Eso sí, si por algo ha hecho historia este OT ha sido por llevar a la estupenda sor Lucía Caram a la academia: la primera monja en visitar el concurso (desatando muchas lágrimas). Por otro lado, de las predecibles bromas del chat con el tan afectado Ricky Merino (¿qué es eso de “chatines”?) ni me detendré, pues hasta nos lleva a extrañar aquellos primeros chats en OT 2001 Y OT 2002 donde pasaba de todo, desde terapias de grupo a stripteases (y a veces incluso aparecía la psicóloga).

Anne Lukin en una de las clases. Video still del canal 24 horas de OT en YouTube.

Esta ha sido una de las finales más variadas y equilibradas. No obstante, sorprende el enorme fandom de última hora hacia Nia (su actuación fue buena, pero no mucho más que la de Flavio, especialmente cuando volvió a interpretar Calma), victoriosa con una clara diferencia en votos al resto de sus contrincantes. Nia, alguien que aparentemente no tenía mucho a su favor en un concurso como este, donde suele gustar más bien el joven espontáneo y gracioso, incluso bromista como David Bisbal y aquellas imitaciones de Chiquito (las de Naím no eran para tanto), Joan Tena (que merece mucho la pena ser recordado), la ingenuidad de Jorge González y por supuesto aquello del “sapoconcho” de Roi. Otro perfil destacable es el del concursante novato en esto de los escenarios pero que se supera a pasos de gigante, como ejemplos paradigmáticos son Bustamante y Soraya, pero también la infatigable Idaira, y Aitana o Ana Guerra si tenemos en cuenta el nivel de aquella gala 0. O el concursante tímido, incluso “freak” o no normativo, pero carismático, que se lleva al público de calle por su fragilidad (fórmula de éxito que se sabe cada vez más en este tipo de formatos, pues inspira humanidad), como Rosa, Manuel Carrasco, Sergio Rivero, Virginia, –dejadme que incluya a Mario Jefferson porque lo merece–, Amaia, Alfred, Famous.

A pesar de no radicar en ninguna de esas categorías, y quedar relegada a una Chenoa o una Miriam de la vida (una perfeccionista), ha conseguido llevarse el ansiado puesto. Y eso que el galardón de Favorito semanal ya no estuvo tan monopolizado como en las primeras ediciones, lo que daba cierto juego a la hora de pensar en la victoria. Indiscutiblemente Nia es una cantante de ejecución eficaz, ganas y poderío, pero que poca vulnerabilidad o magia ha expresado en el escenario, haciendo perfectamente todo lo que se le ha pedido. Sin salir de ahí, como si cantar fuera un encargo. Pero un artista debe ser algo más, ya lo decía Longino, quien prefería la “grandeza con errores” a la “pulcra mediocridad”: “¿No merece la pena preguntarse en general qué es preferible, en poesía como en prosa, si la grandeza con errores, o la mediocridad en la ejecución, pero pulcra en su conjunto y sin fallos?”

Los temblores de Hugo cantando La leyenda del tiempo, obra basada en el poema de Lorca Así que pasen cinco años, son destacables en este sentido. La cuestión del «tiempo» (algo tan apremiado en TV, por otro lado) era el concepto de la canción, así como el fabuloso descubrimiento de su inexistencia. En la clase de Labanda Hugo quedó fascinado con la lección del profesor, que le definió el tiempo como unidad de medida y por tanto una invención: “me ha cambiado la vida ese hombre”, dirá. La clase, que parecía más bien una tertulia metafísica –además, sorprendentemente el concursante no conocía a Lorca– toma un curso de lo más terrenal cuando Labanda pregunta: “A ti te hablan de una columna y ¿adónde se te va la cabeza?”. Hugo responde: “Al parking del Mercadona”.

La afectada, temblorosa y rompedora actuación de Hugo. Video still del canal de OT en YouTube.

También destacamos otros momentos torpes, azarosos, espontáneos como el patinazo de Eva  en el Twist Again a pesar de sus zapatillas, y vestida con el traje de su abuelo (así como el estilo que ha ido forjando gala tras gala), las caras titubeantes de Flavio (y sus movimientos de tanto en tanto patosos, como en Shotgun) o las asfixias de una Anajú enredada en la coreografía de Tusa. Aunque nunca han llegado a tener errores graves, todo ello aportaba un punto de frescura, incluso estilo, a actuaciones que te “pellizcan” el alma (otro tropo muy de jurado de OT, véase Portu o Manuel Martos) y te llevan con ellos. Como lo hizo Bisbal cantando en inglés aquel “Ifsisbet”. Nia, sin embargo, en el escenario parece sobrehumana. No una de nosotras. Es una diosa. Pero una diosa que se nos parece (o quieren que se parezca) a otra. Casi siempre la visten como Beyoncé. Y lo peor, ¿qué estilo le espera?

Otro punto esencial de esta edición ha sido que produjeran sus singles durante el concurso, favoreciendo así la composición, las canciones, que es de lo que están hechos los artistas y el mayor reproche a todos los OT anteriores… En este sentido, tristemente a Nia le han endosado un estilo musical que “parece” venirle de serie (digo parece porque han querido asociar su color de piel a un sospechoso esencialismo) pero que recae en clichés tan esperables como los de “8 maravillas”. En su letra dice “Chacho, viaja, vive, compara esto con el Caribe”, se refiere al “mojo picón”, la “sabrosura” y por supuesto desenfunda un “que ríííco”. El tema aspirará a formar parte de la campaña turística de las Islas Canarias, pero si queremos a esta artista, sabemos que realmente merece mucho más (más que aquel Cantabria que cantó Bustamante o Las calles de Granada de Rosa). Si pensábamos que el estilo Kike Santander era solo cosa de Bulería, bulería, Oye el boom y las latinadas de los 2003-2004… pues bien, está de regreso.

Los temas de Flavio, Eva, Samantha o Anajú quedan, sin embargo, muy a la altura de ellos. Pero sobre todo el de Maialen, que además lo sabe bien: o te pones un nombre artístico singular y memorable, véase Chenoa, Lola Índigo, Nena Daconte, o todo tu proyecto quedará en generalidades (tristemente la potencia de “Miriam Rodríguez” no es la misma que “Malú”, cuando la primera nada tiene que envidiarle). Muy bien, Chica Sobresalto. Adoramos además tu traje de súper heroína, y eso era a lo que Risto se refería cuando hablaba de “producto”, en su acepción más positiva. Otros concursantes parecen perderse en la precipitación de intentar aprovechar el hype que a nivel mediático queda de este concurso. Y probablemente no sea culpa de ellos.

No obstante, pese a su poca promesa inicial, pase lo que pase Rafa con su Díselo a la vida, y Javy con su Qué sabrá Neruda han sido ya los grandes triunfadores de OT 2020. Aunque más el segundo que el primero. Esto nos lleva a pensar porqué esta reivindicativa balada que aun conserva lo mejor de finales de los 90 y los primeros 00 y con casi 4 M de reproducciones en YouTube aún no ha llegado, por lo menos, a la lista de los 40… Inexplicable. Mención aparte requiere el más extraño himno grupal compuesto por los alumnos. Sal de mi tiene una letra muy sofisticada pero no apropiada para el tono optimista y apresurado que este tipo de canciones han tenido y requerido. Y una composición incluso demasiado buena para OT.

Nia es la cantante más experimentada de esta edición, y la mayor de todos, aunque tampoco gran cosa: 26 años. Esta probablemente es otra de las claves de este relativo fracaso. Si bien es cierto que la juventud del 2001 es radicalmente distinta a la de hoy (además los vestían como señores y señoras cuando solo tenían 20 años, acordaos de esos vestidos-rebeca de Rosa…), creemos que ampliar el rango de edad de los concursantes ampliaría a su vez su público en una realidad laboral muy distinta a la de hace dos décadas… Si bien en las ediciones celebradas en Tele 5 había concursantes que rondaban o superaban los 30, el target de este programa se ha reducido casi a la adolescencia, cuando antes este concurso era visto por personas de todas las edades.

Y diría incluso más, personas de todos los signos, pensemos en las pancartas de los alcaldes del PP alabando a Nuria Fergó y Bustamante. Y es que el aplaudido sesgo feminista de los últimos OT puede haber alejado a un público más conservador, así como la polémica acerca de la tauromaquia despertada por Maialen y replicada por Estrella Morente. Otro punto a destacar es que si bien en las primeras ediciones la palabra “mariquita” era frecuente y se daba por sentado una heterosexualidad obligatoria en los chicos (lo que contribuía una tajante división de género), en la final de esta última edición, por ejemplo, los exconcursantes acudieron con una pulsera de la bandera LGTBI+. En cuanto a los sesgos políticos o ideológicos, son siempre inevitables (Carlos Lozano tenía sus perlitas, también: “Cuidado con Rosa cuando vea el comedor, porque si quiere perder peso…”). Pero está claro que el programa no es muy popular en las derechas.

En 2002 los alcaldes del PP de San Vicente de la Barquera (Bustamante) y Nerja (Nuria Fergó), haciendo campaña de los concursantes tras la nominación. Video still de la Gala 13 OT 2001.

Otro de los posibles fallos del formato está relacionado con el tema de lo amateur. La narrativa Bustamante o Soraya, ajenos al ámbito laboral musical (uno cantando en el andamio, la otra desde la ducha), construida semanalmente desde aquellos banquillos del plató, nos hacía dirigirnos a sus actuaciones con muchas expectativas, o al menos, cierto morbo. Su superación semana a semana así como su procedencia rural nos hacía soñar con que tú o yo, que jamás hemos tenido oportunidad de recibir clases de canto, ni vivimos en una capital con posibilidades, con esfuerzo y tesón podemos llegar a lo más alto (entiéndanme, a llenar estadios, vender discos, ser querido por el público). Cuando la mayoría ya lo hacen muy bien desde el principio poco más nos podemos identificar con ellos.

A pesar del ingente esfuerzo de Roberto Leal, en esta histórica edición de Operación Triunfo ha faltado tensión y magia en las galas, rigor en los jurados, ganas de superarse y quedarse en la academia incluso… (a veces el mal perder nos representa, y Anne Lukin, es fabuloso que así te mostraras en aquel chat: jamás debiste salir tan pronto). Apenas hemos visto fallar a los concursantes, las realizaciones han sido muy poco atractivas y más que acercarnos a los cantantes, nos los han alejado entre tanta tramoya (de hecho, curiosamente una de las galas más vistas ha sido la celebrada en la academia, el #OTYoMeQuedoEnCasa). Pero, y esto es esencial, la organización ha conseguido dar salida a los 16 concursantes, puede que solo con un aislado single, pero al menos ha sido la “operación triunfo” más coherente con su propósito inicial, con la industria musical, seleccionando a artistas con personalidad que han dado a conocer.

A la forja de este estilo ha contribuido la selección de los temas para las galas. A pesar del despropósito de las puestas en escena, se han puesto sobre la mesa, en prime time, temas procedentes del indie, desde La Bien Querida a Vetusta Morla o La Casa Azul, a incluso el trap con C. Tangana (a pesar de aquel sonado desplante). O, más fuerte aún para los puristas, se ha cantado a Extremoduro, Camarón o María Jiménez. Jamás en su historia este concurso había apostado por tal diversidad y de ella se han hecho eco los concursantes (recordemos que en los primeros OT Chayanne, Ricky Martin, Luis Miguel, Whitney Houston y hasta Diego Torres se repitieron una y otra vez en las galas).

El formato quedará agotado (está claro que va a necesitar un descanso), pero han ganado ellos, los concursantes. Y eso a la larga, será lo mejor. Para lo más mainstream este OT es un fracaso. Y bendito fracaso. De hecho, el concepto clave de “cruzar la pasarela” en tanto tránsito a un “espacio otro” (mejor), un espacio simbólico de aprobación, que quedó irremediablemente marcado por su recorrido en silla de ruedas por parte de la inestimable Samantha. Todo un icono de esta edición. Como en su single canta: «Yo, la verdad, es que sin más». Esa es la actitud.

El mejor de los momentos. Samantha cruza la pasarela en una silla de ruedas customizada. A la semana siguiente ya se recuperaría de su lesión. Fotografía: José Irún.

Que la poca audiencia de este OT no haya impedido su cancelación pese –incluso- al Coronavirus, lo hace doblemente fracaso, fracaso de las lógicas de marketing (porque lo de OT 2011 fue un desplante a la organización, una auténtica faena). Lo hace más queer, más digno y auténtico incluso, menos vendido. Nos hemos sorprendido menos pero nos llevamos unos tenaces cantantes y compositores (por fin han salido beneficiados todos ellos), así como el diamante en bruto multimedial como es Samantha, que a la vuelta del confinamiento dijo en pleno directo que echaba de menos a Fernando Simón… Sin titubeos. Para concluir, como escribe el teórico Jack Haberstam, el fracaso es posible de ser entendido “como una forma de crítica”, crítica, en este caso, a las lógicas televisivas actuales. Y en la cadena pública. Por todo ello, larga vida a OT.