En Bogotá, sin salida. Un comentario sobre la primera novela de Andrés Felipe Solano «Sálvame, Joe Louis» (2007).

En Bogotá, sin salida. Un comentario sobre la primera novela de Andrés Felipe Solano «Sálvame, Joe Louis» (2007).

(Foto sacada de: https://en.wikipedia.org/wiki/Santa_Fe,_Bogot%C3%A1)

Emma Bovary, el Don Quijote de Gustave Flaubert, se dedica a la lectura de novelas movida por el tedio insoportable del pueblo en el que vive. En un mundo donde el ser humano se siente asfixiado, casi como en una cámara de gas, sin aire y muriendo, agonizando lentamente, la literatura, la lectura y la escritura son aquel ámbito liberador que logra resquebrajar el aire tóxico que se respira. En las novelas de amor busca Emma Bovary su antídoto, su fuga, la cual encuentra finalmente en el arsénico. De una manera similar se siente Boris Manrique, el héroe anti-heroe de la primera novela del escritor colombiano Andrés Felipe Solano Sálvame, Joe Louis (2007). Su historia es la de un ahogado, un náufrago en medio de la árida cotidianidad bogotana.

Bogotá puede entenderse entonces como aquella cámara de gas gigante, donde el veneno emerge en forma de tedio y de una monotonía que es justamente el ambiente en el que suele brotar muchas veces lo literario. Boris Manrique, un fotógrafo de la sección de eventos sociales de una revista de pacotilla llamada Control Remoto (que hace pensar tal vez en la revista machista y de mal gusto en la que solía trabajar el mismo autor, la revista Soho), se ve sumergido en un tedio existencial que viene a explotar al enterarse de la muerte del hombre más longevo del mundo. Al enterarse de una vida más larga que un centenario, el protagonista se siente confrontado ante una pesadilla, una larga vida como una muerte extendida, un suplicio y una tortura en esa meseta andina. Sin embargo, la novela es todo lo contrario a tediosa; la imaginación de Boris, su prosa delirante y extremadamente fresca como narrador, sirven de escape a una realidad que está mucho más cerca de la muerte que de la vida. El mar de su imaginación sin embargo, los enlagunamientos de sus visiones apocalípticas, sus digresiones vallejudas despotricantes, hacen de la realidad bogotana una colorida y al mismo tiempo violenta, hacen de la ciudad el ambiente perfecto para una vida llena de altibajos, de aventuras y de historias apasionantes; la imaginación es el salvavidas y  el puerto para salir de esa ciudad sin mar y sin río. La imaginación de Boris hace de su cotidianidad una de subidas y bajadas como las de una rueda de Chicago, Bogotá se convierte de pronto en un parque de diversiones.

El escapista de Boris es ante todo un romántico deshauciado, un pesimista lleno de ilusiones. Además de esto es un colombiano con todo el significado de la palabra: violento, homófobo, soñador, destructor, apasionado, nihilista, religioso, etc. De pronto, el amor aparece en su vida como un elemento más del paisaje tricolor, pero sin lograr liberarlo finalmente del suplicio colombiano. Pareciera que la muerte es la única salida, el único antídoto, el arsénico de Bovary al filo de la demencia. Sin embargo el amor con toda su potencia literaria hace que el deambular de este nihilista se convierta en una aventura, la aventura quijotesca en busca de una ilusión que se sabe falsa desde un comienzo. En el romanticismo desesperanzador de Boris la realidad encuentra en su paradójica estructura un impulso, una fuga, pero una escencialmente literaria.

En el centro de la novela de Solano está una pregunta sobre el quehacer literario, sobre la literatura y la vida. Esta temática hace que la obra no se limite a un contexto cultural regional, se trata más bien de un aporte a la literatura universal. La reconocida revista Granta ya ha puesto sus ojos muy acertadamente en lo que parece ser el futuro de la narrativa colombiana al señalar a Solano como una de las voces jóvenes prometedoras de la actualidad. Solano nos presenta con su primera novela (ya seguida de una segunda llamada Los hermanos Cuervo que será prontamente reseñada para Cultural Resuena) una grandiosa muestra de la nueva narrativa latinoamericana, una que se aparta del más serio y clásico tono de Juan Gabriel Vásquez, del tal vez un poco patético grito de Fernando Vallejo, y  propone un nuevo lenguaje que se une al de Antonio Ungar y al de la generación de latinoamericanos que se ha denominado Post-Boom. Debo reconocer finalmente que he devorado la novela en una sentada y que su lectura ha sido alucinante.

 

Por una sociedad colombiana diversa. Columna de opinión respecto al problema de la homofobia en Colombia

Por una sociedad colombiana diversa. Columna de opinión respecto al problema de la homofobia en Colombia

Foto sacada de: http://www.pinknews.co.uk/2016/01/18/russia-is-actually-considering-jailing-gays-who-kiss-in-public/

Cuando hace unos meses la Corte Constitucional en Bogotá sacó la cara por todo Colombia, marcó una raya sin precedentes en la historia del país y le puso un tatequieto a la discriminación en materia de derechos entre los individuos con distintas orientaciones sexuales, algunos políticos reaccionaron y, ni cortos ni perezosos, levantaron una campaña mediática en contra del progreso en materias de igualdad e inclusión en el país. La corte defendió el derecho a la adopción y al matrimonio de las parejas del mismo sexo, algo que causó escozor en el conservadurismo colombiano. La bandera del movimiento homofóbico liderado entre otros por el archiconservador procurador general de la nación Alejandro Ordóñez y la senadora Vivianne Morales y su marido, lleva el slogan de “defensa de la familia” y “en contra de la ideología de género”. Sin embargo, el movimiento ha encontrado un auge excepcional en los últimos días con motivo de una implementación del Ministerio de Educación y de su ministra Gina Parody (la cual salió del closet hace un tiempo públicamente) en las políticas de inclusión y de aceptación de la diversidad sexual en los colegios. Estos cambios fueron motivados, entre otras cosas, por la tragedia de Sergio Urrego, alumno que llegó al suicidio por el matoneo homofóbico. Esta nueva bandera de la educación colombiana, en dirección a un país incluyente y diverso, llevó a algunas fuerzas políticas, motivadas claramente por el sector uribista, a implantar e propagar el chisme de que se habían repartido cartillas pornográficas para “convertir” a los niños a la “ideología de género”, es decir denunciaban que existía una maquinaria de ‘conversión homosexual’ en la educación escolar.

Se dice que la ignorancia es atrevida, pero en Colombia se es atrevido sin vergüenza y por eso se acepta la ignorancia sin vacilación. Basta echarle un ojo a la historia del país y darse cuenta que uno de los políticos más salpicados de escándalos en los últimos años sigue sentado en el parlamento, ya no como presidente sino ahora como senador (hasta el mismo Pablo Escobar estuvo sentado allí). Es por eso que ya la situación no sorprende, sin embargo quisiera aclarar un par de puntos importantes que, por más de que sean obvios para muchos de nosotros, deben ser recordados una y otra vez en un pueblo sordo, sin memoria:

  • Aunque ya se mostró que las famosas cartillas educativas no eran más que un cómic pornográfico belga, el procurador Ordóñez se lanzó en ristre contra lo obvio y ya descartado, y sigue diciendo que la ministra miente. En Colombia cuando una mentira es sostenida con testarudez, esta se vuelve verdad para muchos por más de que su irrealidad sea contundente (he allí un aspecto del realismo mágico colombiano).
  • Aunque las cartillas educativas no hayan sido más que un chisme y un saboteo de las políticas incluyentes del gobierno, cabe aclarar que la homosexualidad no es una ideología ni una religión como sí son las ideas de “familia” y “naturaleza” que defienden los homofóbicos. El deseo sexual no se enseña y la clara muestra de esto es que muchos fuimos bombardeados desde pequeños con erotismo heterosexual sin compartirlo nunca en ningún momento. El confrontar a los niños con dos hombres o dos mujeres dándose besos sí sería una confrontación necesaria en una sociedad que se estremece ante muchos actos de amor y se inmuta ante muchos de violencia y sevicia.
  • El llamar a los estudios de género (más conocidos como gender studies) como “ideología de género” es una clara muestra de la ignorancia y del subdesarrollo del país. Es justamente la ciencia la que por medio de métodos críticos ha llegado a desmantelar las ideologías ciegas y sordas que comparten muchos (piénsese por ejemplo en Galilei). La ciencia y la crítica es la cura de las ideologías, llamar a estas mismas como ideologías es un acto de ignorancia. La desfachatez de decir que los estudios críticos de género son una ideología raya con la desvergüenza (sin embargo para nadie ha sido un secreto que el procurado no carece mucho de ella).
  • Se le tiene un gran miedo a la libertad que puedan llegar a recibir los niños en su libre desarrollo personal y sexual. Tienen miedo por ejemplo de que tengan libertad de decidir entre una falda y un pantalón, y cuando se les pregunta por qué, remiten inmediatamente a palabras como “valores tradicionales”, “la naturaleza y el nacimiento” y demás. Ahora yo pregunto: ¿qué es ideología entonces? La naturaleza nos da solamente una constitución orgánica, lo que cada uno desee hacer con ella es parte del libre albedrío de cada individuo, de su libertad. ¿Dónde están esos libros de Dios, esas instrucciones de qué hacer con su cuerpo? El creer que ese libro es legible o, peor, que lo hemos leído, eso es ideología. Hay entonces un claro miedo a la libertad y es precisamente un miedo que radica en el asco a lo nuevo, a lo que se sale de su status quo, del estancamiento de sus vidas.
  • Hay un concepto clásico en la teoría de la ciencia que se llama “falacia naturalista” (naturalistic fallacy) y radica en la confusión entre lo que ES y lo que DEBER SER y se sabe, desde hace mucho tiempo, que es una falacia derivar de lo que se ve una ley moral. Ese es otro argumento de los homofóbicos: en la naturaleza no vemos que los animales tengan esas “inclinaciones impuras” (de lo cual yo no estaría tan seguro). Por cuestiones lógicas es una falacia decir que si vemos algo por eso tiene que ser así nuestro comportamiento. Por otro lado, la premisa en sí es falsa: el hecho es que observamos que los hombres, animales al fin y al cabo, tienen estas inclinaciones no convencionales. Se piensa entonces que el hombre se sale de la naturaleza, de alguna forma, ¿de cuál?, eso no lo aclaran. ¿Dónde está la frontera entre lo no-natural y lo natural, lo animal y lo no-animal? ¿No es esa frontera pura ideología?
  • Los homofóbicos dicen que tienen derecho a opinar lo que quieran y que sus opiniones tienen que ser respetadas. Hay un gran problema respecto a esto, ya que ninguno de ellos podría hoy en día decir lo mismo del racismo o del nazismo: nadie aceptaría que una opinión racista o nazi sea sostenible, de hecho todos sabemos que estas opiniones son peligrosas y la historia nos lo ha demostrado. Ahora bien, la opinión de que Dios nos hizo hombres y mujeres y la familia se compone entre hombre y mujer y que el resto no es natural o (como dijo la diputada archihomofóbica Ángela Hernández en una entrevista) ‘no es éticamente aceptable’, es de igual manera peligrosa y la historia nos lo ha mostrado (véanse los muchos casos de suicidios y matoneo en Colombia y EEUU, o bien las matanzas del EI a homosexuales). La opinión de que alguien es natural y otro extraño, perverso u obsceno, es una opinión segregante, odiosa y por ende peligrosa. El derecho a opinar es inquebrantable pero con argumentos y no con ideologías ciegas y en contra de la armonía entre la diversidad de una sociedad: la historia es testigo de los desastres de estas opiniones.
  • Colombia es un país laico, los argumentos que se basan en la Biblia y en Dios no son válidos en una discusión de derechos jurídicos.
  • Se dice que es una cuestión del pueblo decidir estas cuestiones y que la corte suprema o el gobierno no puede imponer políticas incluyentes. Es precisamente el estado (y gracias a Dios por lo menos esto funciona en ese país) el que tiene que cuidar a las minorías de una dictadura de la mayoría. Porque una gran masa de personas piense algo no quiere decir que esto sea bueno o verdadero. El gobierno y el estado tienen que garantizar la armonía, la seguridad y la funcionalidad del cuerpo social, ya sea inmiscuyéndose en el ámbito privado (de la misma forma que un hombre no puede maltratar a su mujer y a sus hijos por más de que este esté en su casa). Estos organismos vigilan y proporcionan políticas para que no se llegue a situaciones perjudiciales para la sociedad y esto ocurre en todos los estados modernos. Una minoría es minoría y es discriminada porque la mayoría la discrimina y si pusiéramos en manos de la democracia ciertos principios inquebrantables (como la igualdad de derechos) viviríamos en un caos absoluto ya que las masas pueden ser manejadas por los afectos como marionetas (recuérdese al Nazismo en donde las masas nunca por ser muchos tuvieron la razón).
  • El estado tiene que regular las políticas de educación del colegio y del hogar cuando estas ponen en riesgo la salud corporal y mental de los individuos. No es una intromisión en el hogar lo que hace el ministerio, es más bien su deber de controlar que mal llevadas informaciones no desemboquen en un desequilibrio social. El estado está comprometido con la salud y seguridad de todos los individuos y eso incluye también a aquellos como Sergio Urrego. Todas estas políticas son entonces pro-familia, es decir, tratan de garantizar la harmonía en todas las familias colombianas.

Claramente hay muchos otros puntos importantes pero podríamos resumir que salta a la vista que el problema es uno de carácter educativo: yo, además de promover más exposición ante la otredad que se esconde, es decir, exposición al homoerotismo, propongo que sería bueno educar más en historia y no solamente en historia de Colombia sino en historia universal. A todos nos quedó claro que aquellos que marcharon la semana pasada en masas por ‘la familia’ se rajaron en historia y esto significa una vergüenza para la educación colombiana. ¡Ánimo ministra Parody, que esto solamente es muestra de que todavía le (nos) queda mucho por hacer!

Lessing y nosotros. La ideología del humanismo y el teatro alemán

Lessing y nosotros. La ideología del humanismo y el teatro alemán

Foto: Marcus Lieberenz/bildbuehne.de

El proyecto de la ilustración, salir de la cueva por medio de la luz de la razón revelándonos la oscuridad en la que vivíamos en medio de parábolas y mentiras religiosas, parece revelar cada vez más su teatralidad. Trabajamos hace siglos en un proyecto que pareciera infinito ya que trata de luchar contra lo que siempre ha sido. Sobre todo hoy, viviendo en medio de un conflicto ideológico, donde la crítica de la razón no nos ayuda a salir del calor de las religiones y las ideologías. Todo radica en el error de pensar que se sale de las ensoñaciones ideológicas con la razón y no con los mismos cuentos, con las mismas parábolas, con las mismas mentiras. Al fin y al cabo somos seres de mentiras, siendo un poco injustos y banales parafraseando a Nietzsche. Nuestro proyecto de ilustración no es más que eso, una ilustración en su segundo sentido, una imagen, un mundo construido, diseñado, ilustrado. Ya Žižek lo señala en sus críticas al liberalismo capitalista, a esa mentira de nuestra verdad de que el hombre es en su forma más pura un sujeto universal, un sujeto desnudo de culturas, lo cual viene siendo en definitiva un ideal, un sueño. Ese sueño del humanismo, el hombre desnudo de todo, es el mayor proyecto de la ilustración o tal vez de toda nuestra cultura occidental. Es justamente en una grandiosa obra de teatro, como Nathan der Weise de Lessing, donde este sueño de la hermandad de todas la culturas en el marco de una misma humanidad llega a su esplendor pero al mismo tiempo revela su suelo imaginario, su irrealidad.

La temporada de teatro en Berlín comienza de nuevo, tras una pausa de verano, entre otras con una adaptación contemporánea, dirigida por Andreas Krigenburg, del clásico de Lessing en el Deutsches Theater. Hay que resaltar que la presentación de esta obra clásica del teatro alemán, obra ensayística y dramática y cumbre de la ilustración alemana, cae como anillo al dedo en la situación que está viviendo Europa. A pesar del fracaso de la puesta en escena (donde lo humorístico barato oscurece y empaña el verdadero poder de la obra) es justamente con esa obra donde se nos presenta de forma utópica la irrealidad de nuestros ideales humanistas. Se presenta utópicamente sin negar la fuerza, la importancia y sobre todo la urgencia de esa utopía. Es justamente una parábola, la parábola de los tres anillos, la única que puede revelar esa verdad. Se trata de aquella verdad humanista que se revela en forma de narración, de cuento, de mentira. En pocas palabras se puede resumir el cuento, que relata Nathan, de la siguiente forma: Un rey viéndose en aprietos por la división de su herencia que está condensada en un solo anillo, decide hacer tres copias idénticas de la joya, una destinada a cada uno de sus hijos, y hacer desaparecer de esta forma el original. Los tres anillos, las tres fes (el islam, el cristianismo y el judaísmo) son ante el Dios monoteísta iguales, y este mismo une a las tres en una sola humanidad fraternal. Es decir, las diferencias son meramente superficiales, meras mentiras, sucios trajes.

Lo que me interesa de esto es justamente la forma en la que esta verdad aparece: Aparece como una superficie, como una mentira. Es una concepción de verdad que anticipa de cierta forma a Nietzsche. Pero al mismo tiempo esta narración se conjura, casi como una nostalgia, al final de la obra uniendo en la realidad escénica a las tres religiones en un acto de familiaridad humanista. Pero los cristianos, los musulmanes y los judíos solamente se encuentran porque la contingencia de los hechos en el drama los lleva a eso. Somos nosotros, los espectadores, los que vemos la obra y nos es contada en una segunda instancia la misma historia, ahora hecha carne sobre las tablas. El discurso humanista nos es impartido como una moral religiosa, un cuento que nos convence y nos conmueve. Ahora somos nosotros los que tenemos que realizar esa comunión. Sin embargo ignoramos que todo hace parte de nuestra narratología, todo hace parte de la narración ideológica de occidente que nos hace ver que la cultura es un disfraz, una vestimenta y que ese hombre que está ahí debajo debe ser revelado. Esta revelación es justamente nuestra cultura y es llevada a cabo solamente, como señala Žižek, con violencia. Al fin y al cabo no conocemos y no sabemos qué es ese hombre desnudo, ese sujeto universal. El camino para revelarlo siempre va a ser el de la narración. Salir del mundo de lo retórico, aquel proyecto ingenuo de la ilustración, es un proyecto mandado a recoger. Más bien hay que reconocer ese proyecto como algo nuestro, como nuestra ideología y de esta manera luchar por ella, sin engañarnos al pensar que no se trata esta vez de una narración hermosa. Una y otra vez volvería entrar a ver y a oír las líneas de Lessing, tal vez no en el Deutsches Theater donde no se toma en serio la mentira que es esa obra.