¿Ópera o musical? «Street Scene» de Kurt Weill en el Teatro Real

¿Ópera o musical? «Street Scene» de Kurt Weill en el Teatro Real

El Teatro Real está apostando esta temporada por obras que se salen del canon clásico de ópera, como Street Scene (1946) de Kurt Weill, la cual está basada en la obra de teatro homónima de Elmer Rice de 1929 por la que este escritor ganó el Premio Pulitzer. En ella se muestra la vida de norteamericanos de clase obrera y su convivencia con emigrantes que también luchan por subsistir y sacar a sus hijos adelante, pasiones y amores prohibidos, y las bajezas del ser humano. La acción se desarrolla en un edificio en el East Side Manhattan de Nueva York.

Street Scene se estrenó en febrero en el Teatro Real y tanto la obra como su interpretación nos plantea: ¿es una ópera o un musical? Este planteamiento ya apareció con Dead Man Walking de Jake Heggie. Sin embargo, Street Scene se trata de una obra con una música impresionante en la que Kurt Weill recogió las fuentes de la ópera europea y las de la música que se desarrolló durante las primera décadas del siglo XX y en esta partitura también aparecen giros de blues y jazz, guiños a los aires italianos hasta de tarantela y uno de los músicos más influyentes mezclando estilos: George Gershwin y su Rhapsody in Blue. Además, uno de los momentos más álgidos fue la increíble interpretación de Sarah-Marie Maxwell y Laurel Dougall de una peculiar nana en la que se mezcla el realismo y su desvirtuación que va pareja con la de la música, junto con la ironía, la frustración mezclada con agresividad y grandes dosis de humor.

Uno de los hilos conductores es el incesante cotilleo por parte de los vecinos en relación a todo lo que ocurre en su edificio. Aquí hay dos vecinas muy destacables que se interesan por la vida ajena para tapar sus propias miserias: Greta Fioretino (Jeni Bern) y Emma Jones (Lucy Schaufer). Esta última hizo una interpretación sensacional a nivel escénico y vocal, de manera que la mezzosoprano le dio auténtica vida a la ubicuidad de esta singular mujer.

La versión presentada el pasado día 16 estuvo dirigida por Tim Murray y la dirección de escena de John Fulljames. Además, Nueva York destaca por sus luces y el diseño de James Farncombe fue muy inteligente reflejando esta característica y el paso del tiempo. La efectiva y realista escenografía estuvo a cargo de Dick Bird. Esa es una de las principales señas de identidad de esta magnífica obra: el realismo. Está presente en el decorado, el vestuario, los personajes y en determinadas interpretaciones. En cuanto a estas, en el primer acto fue un inconveniente la amplificación, especialmente con los instrumentos de viento metal. En relación a las voces, destacó la esposa sufridora Anna Maurrant, interpretada por la soprano Patricia Racette y especialmente el barítono Paulo Szot en el papel del peligroso marido Frank Maurrant, quien también pasa por toda una serie de estados de ánimo y vitales que logró transmitir con expresividad. No así la dubitativa hija, Rose Maurrant, a cargo de Mary Bevan, ya que a esta soprano le faltó adentrarse en el amplio registro de emociones que su personaje ofrece, al igual que sucede con el de su enamorado judío Sam Kaplan (Joel Prieto). Estos tres protagonistas se debaten entre lo que deben hacer y lo que en realidad desearían llevar a cabo. Pasiones encontradas con el amor familiar que los entrelaza y condena, mediante el teatro y la ópera.

Estos personajes contrastan con la alegría de vivir que se exalta en el número de baile por las calles de Nueva York con el que se contagió el escenario de entusiasmo y características de los musicales de Broadway, tanto en la pareja principal en ese momento como en el pequeño grupo de baile que la acompaña. No en vano esta obra fue compuesta para este famoso lugar aunque fue pensada desde un principio por Kurt Weill como una ópera aunque el influjo de los musicales aparece en números como este.

Fue tal la importancia de esta obra, que aparecen matices de ella en West Side Story (1957) de Leonard Bernstein. Además, Street Scene tiene la peculiaridad de acabar igual que comenzó: con la misma música y el ajetreo diario de los vecinos, sus preocupaciones y continuar su vida como si nada aunque hayan acontecido en ese edificio desahucios y asesinatos. En este círculo vital se acogen las tragedias y las comedias con una banda sonora que recoge las peculiaridades de las personas que palpitan en ella. 

En cuanto a si se trata de una ópera o de un musical, en el programa de esta obra el mismo compositor nos puede dar la respuesta:

El concepto de ópera no puede interpretarse en el sentido limitado de lo que predominaba en el siglo XIX. Si lo sustituimos por la expresión teatro musical, las posibilidades de desarrollo aquí, en un país que no debe asumir una tradición operística, se vuelven mucho más claras. Podemos ver un campo para la construcción de una nueva (o la reconstrucción de una clásica) forma.

¿Venganza o perdón? «Dead Man Walking» de Jake Heggie en el Teatro Real

¿Venganza o perdón? «Dead Man Walking» de Jake Heggie en el Teatro Real

Una de las óperas más polémicas de los últimos tiempos es Dead Man Walking de Jake Heggie, que se presentó en el Teatro Real en enero y febrero. Esta expresión proviene del último paseo de los condenados a muerte desde su celda hasta la cámara de ejecución. Además, la obra está basada en un hecho real en Luisiana (en el sur de Estados Unidos) vivido por la hermana Helen Prejan, quien escribió su vivencia con el reo Joseph De Rocher en su obra homónima en 1995. El libro también fue llevado a la gran pantalla con Dead Man Walking (1995) de Tim Robbins, interpretada por Sean Penn y Susan Sarandon, cuya interpretación le valió el Oscar como mejor actriz.

La última representación fue el 9 de febrero, que es a la que asistí. La versión presentada en el Teatro Real fue dirigida por Mark Wigglesworth y la dirección de escena estuvo a cargo de Leonard Foglia. La prominente fuerza dramática e interpretativa recae sobre los personajes principales que estuvieron interpretados por la mezzosoprano Joyce DiDonato y el barítono Michael Mayes. Ambos consiguieron un tándem prodigioso en el que nos llevaron por una carretera hasta Angola (prisión donde estuvo De Rocher) en la que el camino estaba lleno de fe, dudas personales, cuestionamientos éticos y morales, devoción religiosa y familiar, la venganza y el perdón. Con el libreto de Terrence McNally se recorre todo un sendero de angustia, miedo, dudas pero también de esperanza y redención. Porque cuando se cometen crímenes atroces, puede resultar fácil conmutar la pena máxima pero aquí nos plantean interrogantes sobre qué ocurre con la familia del condenado, cómo se sienten los familiares de las víctimas ante la inminente ejecución de la condena judicial. Así como ¿se puede perdonar un crimen tan cruel? ¿Les servirá de consuelo saber que ese monstruo va a morir? 

Dead Man Walking es una ópera que no necesita grandes medios escénicos ni números de ballet porque el libreto, las ideas que subyacen en él, el dramatismo y las grandísimas interpretaciones de Michael Mayes y Joyce DiDonato hacen que no sea necesario nada más. Aun así, el recorrido por la prisión estuvo bien planteado. En ella vemos a una casi desvalida religiosa que con gran expresividad trata de alimentar el alma del condenado para que se libere de sus abominables pecados  a través de la confesión antes de morir.

También es muy destacable el papel de la madre del recluso, la señora de Patrick de Rocher, porque sus interpretaciones como madre que sufre al saber lo que le puede suceder a su primogénito, querer creer ciegamente en su inocencia y luchar por salvarle a todos los niveles. La encarnada de darle vida fue la mezzosoprano Maria Zifchak y uno de sus grandes escenas quedó reflejada en el momento de la declaración en el tribunal, en el que fue tan emotiva esta cantante que llegó a conmover al público con su desgarradora interpretación.

El trabajo realizado por Michael Mayes es impresionante a nivel de actuación y de interpretación musical, aunado en el papel más complejo de esta obra. Con este personaje además Jake Heggie se acerca a la tradición musical del sur de Estados Unidos con guiños al blues. En este sentido, son especialmente expresivas y emotivas las «confesiones» del condenado a la hermana Helen con las melancólicas melodías de «Everything is gonna be alright» y «I believe (…)». Una lección magistral de este otro monstruo de la escena.

El final de Dead Man Walking consiguió la expectación absoluta. Exaltación del dramatismo sin necesidad de recurrir a todo el coro y los cantantes como suele ser habitual: se utiliza el silencio para recrear la tensión máxima a la que se llega con el único sonido de unas constantes vitales que se apagan. Impresionante final de esta ópera con la ejecución de la condena.

Carrie Fisher y la princesa Leia

Carrie Fisher y la princesa Leia

El 27 de diciembre de 2016 se apagó una gran estrella de una galaxia muy muy lejana cuando nos dejó la actriz Carrie Fisher, quien dio vida a la inolvidable princesa Leia Organa. A lo largo de los años hemos visto cómo su personaje se desarrollaba y también la vida personal de la actriz, quien además fue guionista y escritora. Comenzamos este homenaje citando las palabras de esta artista:

¿Quién creéis que habría sido si no hubiera sido la princesa Leia? ¿Soy la princesa Leia o ella es yo? Encontrad el punto medio y os acercaréis a la verdad. Star Wars era y es mi trabajo. No puede despedirme y jamás podré dejarlo… Además, ¿por qué debería hacerlo? (Esa es una pregunta tanto retórica como real).

Carrie Fisher se dio a conocer a nivel planetario en 1977 con la primera película de la saga de la gran creación de George Lucas: Star Wars (La guerra de las galaxias), la que actualmente es el Episodio IV: Una nueva esperanza. Su personaje es uno de los que más me gustaron a lo largo de esta -cada vez más extensa- saga porque no era el prototipo de princesa en apuros necesitada del arquetípico príncipe azul que la rescatara. Es más, le paraba los pies a su amado -un Han Solo en un principio bastante chulo-, era la líder de la gran rebelión y mató ella misma a Jabba the Hut, el ser que la convirtió en esclava en el Episodio VI: El retorno del Jedi (1983). Posteriormente siguió luchando contra el lado oscuro como la general de La Resistencia. ¿Quién no se enamoró -de la manera que fuera- de aquella actriz? Parece una pregunta obvia, ¿verdad? Pues tal vez sorprenda descubrir que ella misma.

En El diario de la princesa (2016), su último libro publicado, Carrie Fisher explica su vida, lo difícil que fue ser hija de grandes estrellas (su padre era el cantante Eddie Fisher y su madre era la también actriz Debbie Reynolds, la protagonista de la película Cantando bajo la lluvia). Ya desde el principio nos plasma su pesimista y terrible visión de sí misma. Nunca había leído tantas autocríticas negativas como las que se hizo esta artista en este libro y no solo sobre sus dudas -algunas más que entendibles- sobre si estaría a la altura en determinados papeles y ante aquellos actores, sino también a nivel personal y sobre su físico. Sí, han leído bien, una auténtica sex symbol que lució como nadie aquellos trajes se veía de todo menos atractiva, segura y atrayente. No entendía qué veían en ella. Sin embargo, la manera que tiene de contarlo en su texto, no me sorprendió porque había visto algunos de sus brillantes monólogos y era una mujer que hablaba de cualquier tema -por muy personal que fuera- de manera natural, espontánea y muy divertida. Creo que una de las bases para sobrellevar una personalidad tan trágica -en el sentido de cómo se percibía y los problemas que le conllevaron- fue su gran sentido del humor. Sirva como ejemplo un fragmento de su show Wishful Drinking (Deseo de beber) de HBO, el cual comienza diciendo «Hola, soy Carrie Fisher y soy alcohólica».


Considero que hay que ser muy fuerte para admitir las propias debilidades, incluidas las adicciones, y aún más valiente para hablar sobre ello de una manera tan brillante, divertida e instructiva a la par que entretenida.

Imagínense que escriben a su yo del pasado, algo muy acorde con estas fechas de hacer balance por el año que acaba y los propósitos del año que está por comenzar. Seguramente en algún instante le dirían a ese/esa joven NO LO HAGAS. En algún momento Carrie Fisher escribió algo así porque en este libro ella hizo una (re)visión de sus experiencias desde el punto de vista que da la madurez y llega a reírse -con cariño- de su personaje (como el acento que le salió en determinadas escenas o que detestaba ese pelo enroscado cual Dama de Elche), las poquísimas mujeres que trabajaron en aquella primera trilogía e incluso cómo se comportó con su más que compañero de reparto Harrison Ford. También cuenta su experiencia con el paso del tiempo, de lo que influye eso en la carrera de una actriz, el implacable dictamen de los medios sobre los cambios físicos que se van produciendo y la decepción de algunos fans al encontrarse mucho tiempo después no con aquella jovencita que surcaba mundos, sino con la actriz que había ido cumpliendo años. Todo ello con grandes dosis de sarcasmo y humor.

El 27 de diciembre el cine perdió uno de sus iconos más importantes de las últimas décadas y me voy a remitir a sus propias palabras, con las que les planteo ¿están de acuerdo con ella?

La mayoría de las celebridades disfrutan de la fama corriente, en la que periodos prolongados de calma se alternan con breves estallidos de actividad, cuya intensidad y frecuencia disminuyen cada vez más hasta que la luz de las estrellas se extingue por completo, momento en el cual hay un último estallido de nostalgia: la muerte del icono ya perdido.

Viajando por Cuba con jazz: «Ashé» de Michael Olivera Group

Viajando por Cuba con jazz: «Ashé» de Michael Olivera Group

Continúa el ciclo «Coliseo jazz» en el Real Coliseo de Carlos III en San Lorenzo de El Escorial (Madrid). Les confieso que en ocasiones voy a los conciertos sin escuchar los trabajos nuevos que se presentan porque me gusta que me sorprendan con sus propuestas en directo, ya que este tiene una magia especial que es difícil captar en los discos. En esta ocasión Michael Olivera Group presentó su disco Ashé (2016) el 2 de diciembre. Esta agrupación está formada por Michael Olivera (batería, voz y compositor de la mayor parte de los temas de este trabajo), Munir Hossn (bajo eléctrico, guitarra y voz), Ariel Brínguez (saxofones), Miryam Latrece (voz) y en esta ocasión contaron con David Sancho (piano) aunque en el disco la interpretación corre a cargo de Marco Mezquida.

La palabra ashé procede del yoruba afrocubano y hace alusión a todo lo bueno que se nos ha concedido y podría traducirse como bendición divina o entregada. Con este vocablo comenzamos el recorrido por Cuba a través de su música y de las aportaciones de cada uno de los integrantes de este grupo. El primer gran tema fue Trilogía (formado por Guajiro, Llanura y Andaluza) en el que Munir Hossn nos mostró que es capaz de hacer un gran solo al bajo -con sonidos no tan usuales en el jazz- mientras canta y baila de una manera absolutamente natural pero, sobre todo a lo largo del concierto nos mostró cómo vive la música y transmite su entusiasmo y energía al público de manera que la puedan vivir tan intensamente como él.

Por su parte, las insinuaciones vocales (scat) de Myriam Latrece nos ayudaron a entender aún más los temas en los que aportó su voz, insinuándonos paisajes y sentimientos, como en Acknowledgment, un tributo a A Love Supreme del gran John Coltrane. Ahí es nada. En este tema hacen una grandísima versión con mezclas de diversas influencias y ritmos caribeños. Estoy enamorada de este tema (del original y de su versión).


La combinación de Michael Olivera y Ariel Brínguez es sinónimo de buena música y talento, como lo demostraron hace unas semanas en el concierto en el que el saxofonista presentó su Notalgia cubana. Ambos son virtuosos de sus respectivos instrumentos y las combinaciones de estos con los demás integrantes de la formación bajo la dirección del percusionista, hicieron que fuésemos de estación en estación en un recorrido especial por Cuba. Uno de los temas más sorprendentes es Raíles, donde comienza una música suave y llegamos a escuchar unos espectaculares sonidos de pájaros emitidos por el propio Olivera. Se trata de un músico todoterreno que crea música con mucha energía, ya sea para removernos por dentro de manera tranquila o con toda la intensidad rítmica de la que es capaz.


(Foto: Michael Olivera)

«Órficas»: las diferentes versiones (y visiones) de Orfeo

«Órficas»: las diferentes versiones (y visiones) de Orfeo

Este año se celebra el 450º aniversario del nacimiento del compositor Claudio Monteverdi. Coincidiendo con esta conmemoración, Nórdica Libros ha reeditado el libro Órficas de Francesc Capdevila, conocido artísticamente como Max, quien en 2007 ganó el Premio Nacional de Cómic. El protagonista de este polifacético libro es el héroe de la Antigua Grecia Orfeo.

El eje central de este trabajo es el mito de Orfeo. Este es considerado según la mitología griega como hijo del dios Apolo y según otras versiones como el humano que llegó a convertirse en el dios Dioniso (Baco, en la antigua religión romana) tras su muerte. Numerosos filósofos, poetas y artistas han plasmado desde la Antigüedad su visión de este mito. En este libro se recogen algunas de ellas y las del propio Max, en forma de textos, dibujos y un cómic sobre este héroe que desafío al mismo dios de la muerte en su reino, el poderoso Hades.

Orfeo poseía poderes que llegaban a curar y ensimismar a cualquier criatura, divina o no, con su música, tanto al cantar como al tañer su lira (uno de los símbolos de Apolo). Este mortal se enamoró de Eurídice con quien se casó pero ella murió al ser mordida por una serpiente. En su desesperación y movido por el profundo amor que la profesaba, Orfeo llegó al mismo corazón del Inframundo donde conmovió a la esposa de Hades, Perséfone, y al propio dios del infierno. Este le permitió salir de allí con Eurídice con la condición de que no la mirara hasta salir de aquel lugar. Sin embargo, en el instante en el que iban a salir, Orfeo se giró para mirarla y ella se desvaneció. Tal fue su desconsuelo por haber perdido por segunda vez y para siempre a su esposa, que lloró amargamente durante mucho tiempo y desconsolaba a cualquiera que escuchara su música. No hizo caso a las mujeres que se le presentaron y debido a esta afrenta, las tracias y las macedonias se vengaron matándole y descuartizándole. Es así como según algunas versiones llegó a convertirse en un dios.

Este libro se divide en tres partes. La primera se titula «El texto de Epiménides». Aquí, Max nos muestra su recorrido personal desde que descubre el cuadro Orfeo (1865) de Gustave Moreau en el Museo del Louvre en París. 

Poco a poco se da cuenta de que lo que le llama la atención es la interrelación entre los ojos de los personajes. ¿Se trata de un espejo? Este autor tendrá que verse a través de varios espejos para seguir descubriéndose a sí mismo mientras investiga sobre el mito de Orfeo. En su bagaje intelectual en torno a esto, el filósofo y poeta Epiménides y su paradoja reaparecen una y otra vez. ¿Qué nos mostró y qué nos quiso mostrar este sabio? Max nos los va narrando con sus propias experiencias, dibujos que hacen alusión a la mitología griega y citas de la Antigüedad clásica.

En «Katábasis», cuyo significado es descenso, nos narra este mito desde su punto de vista a través del cómic. En él nos sigue mostrando a Orfeo desnudo por fuera pero sobre todo por dentro. Vemos y notamos su amor, su miedo, su desesperación, la incertidumbre, sus dudas que llegan a hacer que pierda aquello que más ama. ¿Es posible que los demonios no provengan solamente de las profundidades del averno?

La última parte del libro es «L’Orfeo de Monteverdi«. En ella aparece el libreto de esta ópera y podemos leerla tanto en italiano -idioma original- como su traducción en español. Esta ópera cuyo subtítulo es Favola in musica, fue una de las primera de la historia y se estrenó en 1607 en Mantua durante la celebración del Carnaval. La música ayuda a resaltar el significado de la trama y de cada una de las partes, así como el desarrollo de los personajes y acontecimientos, dotándole de aún más dramatismo a los lamentos de Orfeo.

 

Este libro se trata de una inteligente visión del mito de Orfeo a través de un recorrido artístico, histórico y personal que en ocasiones nos plantea aún más interrogantes de los que llega a responder en esa búsqueda constante del autoconocimiento.

(Imagen: Max).