Una tropa de generales redescubriendo a Telemann

Una tropa de generales redescubriendo a Telemann

“Son una orquesta de generales”, tal frase se ha aplicado en las medianías del siglo XVIII tanto a la orquesta de Mannheim en sus más luminosos momentos,  como también se ha dicho en pleno siglo XX de la Filarmónica de Berlín en tiempos de Herbert von Karajan intentando con estas palabras, separar a la agrupación berlinesa del resto de orquestas del mundo colocándola, en una especie de olimpo al que nunca podrían acceder el resto de orquestas del mundo.

Un servidor lo confiesa, nunca ha sido un gran admirado de esa época de la mítica Filarmónica de Berlín, porque sin detrimento de sus innegables méritos artísticos, con el tiempo se ha visto que mucho del brillo de aquellos años, provenía de una minuciosa campaña de mercado donde la cabeza era Karajan y otras personas de muy dudosa honorabilidad, al menos en el plano estrictamente artístico. Es por ello que creo que sería más justo aplicarle esta frase a un grupo donde sus integrantes sean verdaderamente unos generales,  poseedores de una autoridad y de una autonomía en exclusiva reservada a seres que obtengan tal autoridad de un conocimiento muy profundo y de un ejercicio honesto y concienzudo de su labor como músicos y sinceramente, creo que el pasado domingo 3 de diciembre en Barcelona en la sala Oriol Matorell de l’Auditori, tuvimos la oportunidad de ver a una auténtica “orquesta de generales”. Me refiero sin ningún género de duda al conocidísimo grupo italiano Il Giardino armonico.

Con una sala llena, el mencionado grupo interpretó un programa homenaje a G.P. Telemann, nombre injustamente vituperado por demasiados y que está a la altura de los grandes nombres de su época, sean estos Bach, Haendel  o Alessandro Scarlatti. El drama de Telemann tiene su origen en varias fuentes, todas tienen solución en la medida en que la musicología moderna haga su trabajo. La reelaboración del famoso canon de la música de donde tantos nombres han quedado apartados es más que necesaria. Música de una factura magistral, escrita por ejemplo, por mujeres de un enorme talento, duerme el sueño de los justos. En el caso de Telemann en parte, es víctima del enorme volumen que ocupa su obra. Se calcula que su catálogo, que dista de estar concluido, está integrado por más de 700 obras. Semejante volumen  hace que al ser un corpus poco conocido tanto por músicos como por el público, oculte sus más notables tesoros. Actualmente para el gran público, casi cualquier obra firmada por el maestro alemán es algo a descubrir y créanme cuando les digo que Telemann nunca defrauda. En él confluyen los tres grandes estilos del barroco tardío, y podemos encontrar como en el concierto del pasado 3 de diciembre, obras escritas en un solemne estilo francés, como también hermosas y sentidas melodías más propias del estilo italiano. Esto, sin menoscabo de un trabajo armónico y contrapuntístico de primer nivel que evidentemente tiene en Alemania su matriz.

Las obras que integraban el programa de nuestro concierto iban desde una suite o una sonata hasta un concierto, lo que confirma lo antes dicho: Telemann conocía perfectamente el funcionamiento de todas las escuelas y estilos de su época. Fue un hombre de un carácter afable y muy social, que viajó muchísimo, aprendiendo cuanto podía del lugar que visitaba y logrando el reconocimiento sincero de colegas tan encumbrados como el mismo J.S.Bach, que le pidió que fuera padrino de bautizo se su segundo hijo, nada más y nada menos, que el genial C.P.E Bach.

El que un grupo tan sólido como el Il Giardino Armonico, integrado por tan buenos músicos, interprete un programa casi consagrado en su totalidad a un compositor que está siendo cada vez más revalorizado como es el caso de Telemann es muy de agradecer. La única obra que no estaba firmada por nuestro autor, era una sonata para dos violines, viola y bajo continuo en do menor escrita por J.G.Goldberg, el famoso alumno de Bach destinatario de las célebres variaciones que llevan su nombre. La interpretación del programa fue realmente espectacular, las obras del programa, al necesitar una dotación casi de música de cámara dejaban al descubierto la precisión y la enorme solvencia de todos los músicos que integraban la orquesta. Era realmente satisfactorio ver las miradas de complicidad que existían entre el grupo, las sonrisas, los gestos que daban pie al compañero, los momentos en que  juntos tejían tal o cual pasaje de las obras de este concierto. Todo estaba perfectamente preparado, pero todosurgía de una manera espontánea. Realmente eran generales, que en vez de comandar, conversaban amigablemente.

Giovanni Antonini su director y además solista en esta ocasión, es un músico delicado y que cuida al extremo todos los detalles, no solo de la agrupación que dirige, sino, además, de su ejecución a la flauta dulce, instrumento que puede con mucha frecuencia dar notas bajas o una sonoridad saturada. En su caso, nunca fue así, la afinación siempre fue perfecta, la sonoridad justa y nítida, la musicalidad constante. Caso semejante fue cuando el mismo Antonini junto con Tindaro Capuano ambos al chalumeaux interpretaron dos obras donde el solista fue este instrumento del que en su momento Telemann fue un virtuoso consumado.

Como no podía ser de otro modo, tras una enorme ovación, la orquesta nos obsequió con un pequeño bis del mismo Telemann culminando un concierto que nos dejó un gratísimo sabor de boca y  con unas tremendas ganas de que en futuras fechas regrese a nuestros escenarios Il Giardino Armonico.

 

Koyaanisqatsi revisitada por GoGo Penguin

Koyaanisqatsi revisitada por GoGo Penguin

El pasado 13 de octubre en la Sala 2 de l’Auditori de Barcelona la banda británica GoGo Penguin realizó una doble inauguración: la decimoquinta edición del festival In-Edit y la primera de la programación Sit Back, el nuevo ciclo de música amplificada de L’Auditori. Para ello presentaron su nuevo proyecto, la interpretación en directo de su nueva banda sonora para el documental Koyaanisqatsi, una obra de culto dirigida por Godfrey Reggio el 1982. (más…)

El Cuarteto Casals aborda la integral de Beethoven

El Cuarteto Casals aborda la integral de Beethoven

Al Cuarteto Casals le van los retos grandes y para celebrar su 20 aniversario han escogido uno mayúsculo: interpretar los 16 cuartetos de Beethoven en una sola temporada. El pasado agosto presentaron por primera vez la integral, y lo hicieron en la Schubertíada de Vilabertran, en una maratón de 5 conciertos en solo 8 días. Ahora la han presentado en l’Auditori de Barcelona en un formato de 6 conciertos (dos en octubre y cuatro en mayo) que repetirán a lo largo de la temporada en Londres, Berlín, Lisboa, Turín, Viena, Amsterdam, Madrid y Tokio.

Como parte de la celebración del 20 aniversario cada uno de los seis conciertos incluye una obra de estreno, encargada por el Cuarteto Casals. Esta espléndida iniciativa no solo promueve la creación de nueva música e incluye algo de variedad en un ciclo por lo demás monográfico. Al tratarse de obras compuestas especialmente para complementar los cuartetos de Beethoven es de esperar que queden bien integradas con ellos. Así sucedió por lo menos en el concierto del pasado 5 de octubre con el Cuarteto «Otzma»  [footnote] Otzma se puede traducir como fuerza o fortaleza.[/footnote] de Matan Porat, programado junto a los cuartetos 6, 15 y 16 de Beethoven. La obra de Porat transmitía la sensación típicamente beethoveniana de la música que avanza imparable en una dirección definida, como si cada nota fuera inevitable.

El Cuarteto Casals demostró un gran dominio del estilo clásico, con una interpretación precisa, emocionante y, sobretodo, idiomática. Su versión de los cuartetos de Beethoven es sin duda de referencia y promete ser una de las sensaciones de la temporada. Quedan cuatro conciertos para vivirlo en directo, no se los pierdan.

Mención a parte merecen las notas de programa a cargo de Jonathan Brown, viola de los Casals. Nos hemos quejado muchas veces de la pobre calidad de los textos de los programas de l’Auditori. En esta ocasión es un lujo y un placer leer los penetrantes comentarios de Brown sobre de los cuartetos de Beethoven, mezclados con sus reflexiones -avaladas por 20 años de experiencia- sobre la esencia del cuarteto de cuerda como grupo de músicos.

 

Decepcionante cierre del ciclo Sampler Sèries y del Sonar en L’Auditori

Decepcionante cierre del ciclo Sampler Sèries y del Sonar en L’Auditori

El pasado 18 de junio se cerraba conjuntamente esta edición del ciclo Sampler Sèries y del Sonar. Ya el año pasado hubo esta unión entre el público fijo del Sampler y los abonados al Sónar (aunque no todas las modalidades del pase incluían el concierto en L’Auditori). Y, al igual que el año pasado con Become Ocean de Luther Adams, claramente la selección del programa tenía una intención de atraer a un público poco acostumbrado, en general, a pisar L’Auditori y, en particular, conciertos de música contemporánea, por más que el Sónar se subtitule como “festival de música avanzada”. Lo que sucede aquí es una cuestión de marketing que habría que considerar con calma. En cualquier caso, el resultado fue un concierto anodino y con muchas carencias. La primera, las dos piezas de Nico Muhly, Quiet Music y Four studies for keyboard and two violins, dos obras que toman el lado más cursi del minimalismo (aunque Muhly denuncie una y otra vez que en él no caben etiquetas). Quiet music es una obra esquelética que solo a duras penas intenta crear rupturas en un discurso plano de acordes con escaso interés, interpretada por el propio Muhly con muy poca direccionalidad. Four studies for keyboard and two violins es, salvo el segundo movimiento, una obra que se queda con lo peor del romanticismo: frases sencillas que conectan fácilmente con el mundo emocional del oyente con alguna disonancia para crear la ficción de que la música, como dice Jacques Attali, debe tranquilizar el caos previamente creado por ella misma. Fue interpretado con una afinación poco precisa para las exigencias de la partitura y un vibrato excesivo innecesario. El teclado, con un volumen por debajo de los dos violines, disminuyó aún más su presencia hasta lo anecdótico. En la misma línea, escuchamos New Piece for Ayumi de Richard Reed Parry, sobre la que la violinista explicó que es una obra sin tempo fijo. El tempo viene dado por la respiración de algún asistente voluntario. Fue seleccionado un hombre de la primera fila que marcaba con su mano la cadencia de sus pulmones. Aparte de que Ayumi Paul no fue,muy exigente con la precisión siguiendo la mano del oyente, la pieza carecía de interés alguno a nivel musical, pudiendo pasar perfectamente por el esbozo de una obra futura. Paul mostró dificultades para afinar las partes más agudas y prácticamente el trabajo dinámico no estuvo presente en la pieza. Electric Counterpoint for electric guitar and tape, de Steve Reich, es una pieza que, pese a sacarle entre 25 y 30 años a las que componían en programa, demostró a mitad del concierto que lo moderno no es una cuestión cronológica. Aart Strootman no terminó de sentirse cómodo, aunque tuvo buenos momentos. La exigencia rítmica le hizo dejar de lado otros elementos, como la dinámica -algo fundamental en la versión de Mats Bergström y que permite el juego de lo mecánico y lo orgánico. Por último, cerró Death Speaks de David Lang. Esta obra intenta unir el mundo indie con el uso de la voz no impostada con el de la clásica. Se supone, además, que se inspira en los Lieder de Schubert que, en su mayoría de una forma u otra, tratan de la muerte. El resultado de la pieza es, en general, una demostración del horror vacui, pues la voz se mantiene y llena todo el espacio sonoro, algo cuestionable a nivel constructivo, pues no permite que la obra respire. Además, la interpretación resultó muy plana a nivel dinámico y hubo muy poca conexión entre los músicos, pese a formar parte de una banda estable, stargaze.

Hay dos cosas que creo que se encuentran detrás de esta programación. Por un lado, la necesaria reflexión de los compositores que deciden componer con los recursos de la tonalidad  como si nada hubiera pasado. No se trata aquí de caer en el tópico del fankfurtiano Adorno -y trágicamente mal traducido- de que ya no se puede hacer poesía después de Auschwitz. La mayoría de los compositores que trabajan con los recursos de Muhly, donde también -aunque en otra liga- puede estar Glass o Nyman, tienen como herramienta teórica cosas como que, en un mundo donde lo que prima es la fealdad, la música tiene que conseguir la ardua tarea de recomponer la belleza sonora. El problema es que la fina línea entre lo bello y lo cursi o lo manido en los asuntos musicales suele ser muy fina. La tonalidad ha quedado dañada desde que en la vanguardia se pusieron en jaque mate sus cimientos, y esta música solo remarca sus fisuras. Por otro lado, estas obras que intentan unir lazos con la música popular urbana, como dicen los musicólogos, tienen el peligro de no estar ni en un lado ni en otro. Pero no por decisión propia, sino porque no hay fuerza en el trabajo compositivo. Algunas obras que no tienen tantas pretensiones del mundo del rock han sabido hacerlo hace décadas, sin intención de parecerse a nada, sino mostrando  en sí mismas cómo muchas de las propuestas del mundo académico y del popular (la verdad es que no encuentro categorías mejores) ya se tocan. Solo hay que pensar en la electrónica o en el noise. Creo que esta colaboración entre el Sonar y el Sampler Sèries, que hace que se llenen las salas de L’Auditori destinadas habitualmente al Sampler, tiene que replantearse ser menos amable con el público del Sónar y arriesgarse con el programa que suele caracterizar el interés de los que somos fieles a las citas del Sampler. En esta propuesta se perdió algo de lo mejor de lo que suele ofrecer Sampler Sèries: no dejar a nadie indiferente, hacer que el oyente salga de los conciertos con muchas preguntas y su compromiso con las nuevas propuestas más rompedoras.

Sampler Sèries en la Fundación Joan Miró: Castellarnau, Parra, Rappoport y Santcovsky con CrossingLines

Sampler Sèries en la Fundación Joan Miró: Castellarnau, Parra, Rappoport y Santcovsky con CrossingLines

Junio se abría con una sesión de Sampler Sèries en la Fundación Miró, que acogía tres estrenos y la recuperación de una obra dedicada a los intérpretes de la noche, Crossing Lines. El concierto se abrió con Trio i Aurora del jovencísimo (lo enfatizo porque es de mi edad, ¡qué remedio!) Fabià Santcovsky. El peso de la obra recayó completamente sobre el clarinete, enmarcado por la percusión y el piano. En general, el trabajo melódico estaba basado en dos planos: por un lado, una construcción sinuosa y serpenteantetécnicamente marcada por unos exigentes multifónicos (es decir, hacer sonar dos notas simultáneamente)  del clarinete bastante bien resueltos; y, por otro, en melodías tartamudas, como una suerte de balbuceos, que quedaban en manos del piano y la percusión. Eso generaba un punto de introversión en la melodía del clarinete, frente a la exterioridad del piano y la percusión. Esta tensión entre caracteres estuvo bien lograda en el primer movimiento (Aurora), fue más forzada en el segundo (Trio). La delicadeza inicial con la que se construyó los dos planos melódicos se desvaneció en el segundo movimiento, con planos excesivamente bruscos en el clarinete.

Fixacions II, de Carles de Castellarnau, fue una de las grandes sorpresas de la noche, aunque se trata de una obra compuesta para CrossingLines hace cinco años, cuando el ensemble comenzaba a despuntar. Es una pieza con un trabajo micrológico de la percusión, construida de forma fragmentaria. La fijación que da título a la pieza habla de un doble gesto de su concepción: por un lado, porque parece el material, al ser tan pequeño, está fijo y, por otro, porque la precisión rítmica parece que hay un pulso permanente, que es fijo. Lo interesante y potente de la obra es que ambos gestos hacen que se cierre sobre sí misma, con un carácter irónico, como el que sabe que en realidad no hay nada fijo, y que todo lo que se presenta como tal o es una mentira o una burla. Fue especialmente brillante el papel de Feliu Ribera, en la percusión, que llevaba al mismo tiempo el peso de la pieza pero también su dirección.

Oliver Rappopport presentó su obra de estreno Blue II, una pieza que crecía poco a poco, cuyos elementos constructivos era, a là Kandinsky, el paso del punto a lo lineal y las vueltas esporádicas a lo puntillista. Había dos planos que a veces no llegaban a dialogar del todo, el del piano y la percusión, con un carácter violento, y el de los vientos, con un talante más delicado. También por bloques aparecía la forma de la pieza, que exigía la renuncia a lo orgánico. Para conseguir este efecto de contrastes, los miembros del ensemble demostraron su absoluta atención y sensibilidad por el trabajo del control de la tensión y del nervio interior de la obra.

El concierto finalizó con el estreno de una obra para no olvidar: Cells 2, de Hèctor Parra. La melodía del piano, magistralmente interpretada por Neus Estarellas, estaba siempre presente, como una suerte de fantasía, recordaba a un lenguaje pasado, pero al mismo tiempo reconvertido, pues nada puede volver como si no hubiera pasado nada desde su desaparición. El piano era portador de lo olvidado, como si viniera de muy lejos. Pensaba a menudo en aquello que Walter Benjamin (quizá la conexión entre Parra y Benjamin sea un terreno por explorar para valientes) nos contaba, que “las obras de arte pueden compartir con determinados hechos naturales [que] esta presencia, que sería lo cercano en ella, lo familiar, revela ser sólo la apariencia consoladora que ha adquirido lo lejano, lo extraordinario” . En contraste, la percusión tenía un carácter primitivo, muy corporal e irracional, como eso que intentó hacer incansablemente el primer Stravinsky pero sin la mística cultural. El resto del trabajo melódico se caracterizó por la radicalidad en las tesituras (algo especialmente brillante en la flauta, interpretada por Laia Bobi), que creaban un marco de tensión creciente con esa lejanía cercana del piano, es decir, entre lo salvaje y lo intimista (quizá como se ha tenido que volver el ser humano desde que el siglo XX le contara que el progreso prometido no iba a llegar nunca).