Épica fuera de campo: Giovanna d’Arco en el Teatro Real de Madrid

Épica fuera de campo: Giovanna d’Arco en el Teatro Real de Madrid

 

            Algo valioso habrá de entrañar la Giovanna dArco de Verdi cuando se le sacude el hisopo de una nueva representación. Que esta se articule en versión de concierto, y con maestros de ceremonias como Plácido Domingo, James Conlon, Carmen Giannattasio y Michael Fabiano, arroja luz sobre las razones que pueden alentar el acontecimiento. Y lo mismo cabe apuntar a propósito de los dos textos que conforman el programa de mano: la introducción de Joan Matabosch, en buena medida consagrada a la contextualización de los estrenos españoles de este título y a la crítica del libreto de Temistocle Solera, y el valioso estudio de Liana Püschel, concentrado en las diversas metamorfosis fictivas del personaje histórico de Juana de Arco (resulta agradecida, a este respecto, la vindicación de la Canción en honor de Juana de Arco, de Cristina de Pizán) y, especialmente, en la adaptación musical verdiana.

            La virtud esencial de Giovanna dArco, a nuestro juicio, radica en su partitura, un sofisticado dispositivo de contención donde el empleo de la orquesta y la equilibrada dialéctica entre coro y solistas aquilatan la progresiva construcción de los distintos episodios que jalonan la historia de la campesina francesa. Esta lógica pudo intuirse desde los compases iniciáticos de la Sinfonia, hábilmente interpretados por la Orquesta Titular del Teatro Real bajo la dirección de Conlon, quien, a su vez, delineó con éxito las transiciones entre números y los fraseos seccionales de todo el prólogo. La aparición de las voces principales, sin embargo, evidenció una irregularidad notable: convencieron más en sus presentaciones Fabiano (Carlo VII) y Domingo (Giacomo) que Giannattasio (Giovanna), y brilló por encima de cualquier otra intervención un —progresivamente más seguro— Coro Intermezzo, que aportó durante el transcurso completo de su actuación el empaque del que ocasionalmente careció la entonación del elenco protagonista.

            Tras un preludio templado, el Acto I propició eventuales heroicidades líricas en el vuelo melódico de algunas arias, como fueron los casos de Franco son io, ma in core (que se desarrolló con la moderación demostrada hasta entonces por Domingo, pero probando ahora una firmeza más reconocible) y el O fatidica foresta, en el que la soprano italiana permitió entrever por vez primera la solidez del carácter de Giovanna (a pesar de la zozobra y agitación emotiva que relata la letra de este cuadro). La mejora se hizo patente incluso a través de la presencia escénica, siempre a medio camino entre el formato operístico y la versión de concierto, pero no exenta de gestos dramáticos (si bien se habían dispuesto tres atriles y sillas de manera fija, el ritual de salidas y entradas de cada uno de los papeles respetó la dinámica de una función escenificada).

            Tras el receso protocolario, la segunda parte confirmó la tendencia ascendente con la que se había desenvuelto el último tramo del Acto I: Fabiano y, particularmente, el tándem Domingo-Giannattasio brindaron una lectura (en su acepción literal: durante no pocos pasajes la atención al pentagrama fue excesiva) notoriamente más solida, provista de audacia y soltura inadvertidas hasta el momento, y suscitando casi de inmediato la empatía con el público. A guisa de ejemplo puede aducirse el Ecco il luogo de Giacomo, ejecutada por un excelso Domingo en su registro medio, sin gran despliegue de decibelios, pero exhibiendo maestría en la métrica y dicción de los versos. Es de tal modo como se encadenaron prácticamente la totalidad de escenas de los actos segundo y tercero, a cuya meritoria factura también contribuyeron las aportaciones de Moisés Marín (Delil) y Fernando Tardó (Talbot). El apartado coral no abandonó el nivel alcanzado previamente y ofreció de forma ininterrumpida cobertura musical al crecimiento de solistas y orquesta. Así, lo que inicialmente no había trascendido la mera corrección, en la segunda parte logró conquistar cotas más acordes con la entidad del reparto, hasta el punto de enhebrar lo que podría denominarse una narración épica fuera de campo. Acaso no sea pertinente cifrar en este triunfo postrero la verosimilitud y vigencia de Giovanna dArco, pero sí, al menos, la justificación de un esporádico rescate como el presente. Si se reúne la suficiente fe (también sobre la tarima), igual que la Juana de Arco de Solera, podemos, finalmente, contemplar cómo s’apre il cielo.

Rattle: maestro del pianissimo con la LSO en el 67 Festival Internacional de Santander

Rattle: maestro del pianissimo con la LSO en el 67 Festival Internacional de Santander

A diferencia de las grandes sinfonías del siglo anterior a la Novena de Mahler, donde se preparaba la tensión para grandes fortissimos, en la del compositor bohemio toda su fuerza se concentra en lo pequeño. De hecho, toda la sinfonía trata del duro trabajo de disolver un tema, que termina diluido al final de sus notas. Tal fue el empeño de Simon Rattle ante una imponente London Symphony Orchestra (LSO) -del que es nuevo director titular desde septiembre de 2017 tras dejar su puesto en la Filarmónica de Berlín- la pasada noche en el marco del 67 Festival Internacional de Santander.

No es tarea fácil enfrentar 80 minutos de duración ante una sinfonía que tiene un tanto de circular, pues su comienzo y su final se unen para mostrar el proceso de la desintegración. Y en ese camino que nos traza Mahler, se encuentra lo luminoso y lo grotesco, lo más delicado y también lo más terrible: tal es su cometido y su compromiso con la música. No maquillar ni facilitar el arduo proceso de desplegar lo que un tema contiene es la propuesta de Mahler. Es un atentado contra el concepto de música tradicional, tal y como explica Attali, para el que “el juego de la música se parece […] al del poder: monopolizar el derecho a la violencia, provocar la angustia para tranquilizar a continuación, el desorden para proponer el orden, crear el problema que se es capaz de resolver”. En Mahler no se resuelve, no se tranquiliza, no se propone nada que se vaya a resolver. Más bien al contrario. Salimos del concierto con cierto desasosiego, con menos certezas y menos lugares de encuentro.

Rattle y la cómplice LSO bajo su batuta exploraron ese desconcierto. La noche destacó por una cuerda absolutamente entregada al detallado trabajo dinámico del director inglés, con pasajes complejísimos tocados con maestría, salvo por algunos detalles mínimos de afinación de las violas. La rotundidad del sonido de los contrabajos y el finísimo sonido de los violines fue uno de los regalos de la noche. El viento, asimismo, fue excepcional. Un viento metal eléctrico -que tiene su protagonismo clave en el Rondo-Burleske- fue definitivo para el último aliento de optimismo marcado por esa paradoja de los muñecos infantiles, que dan miedo y ternura a la vez, como los payasos. El segundo movimiento, que es quizá el menos conseguido porque es complejísimo acatar el contraste de carácter (algo tan liviano frente a la gravedad del primero), fue enfrentado con ligereza y sencillez. Mahler decía que la sinfonía es como un mundo y, por eso, debe abarcarlo todo. También lo en apariencia más sencillo y despreocupado: como marca de la felicidad pasada ya imposible de conjurar en el resto de la sinfonía. Al Rondo-Burleske le faltó algo de lo “muy terco” que exige Mahler en la partitura: a Rattle le pudo su elegancia inglesa, aunque no dudó en sacar partido a la diferencia de timbres para conseguir un sonido afilado y un contraste entre las parte más rítmicas y las centrales líricas. Pero como se suele decir, lo fundamental es como se empieza y como se acaba, y ahí fue magistral. Pegado a ese trabajo de lo pequeño, el morendo final, la desintegración que queda en una nada sonora, es un trabajo titánico. Muchos directores se quedan sin sonido demasiado rápido: no es fácil aguantar un decrescendo de casi media hora y que no se apague la tensión. No fue el caso de Rattle, que se hizo cargo de tal hazaña sin forzar el sonido, sino dejándose llevar por sus caminos. Hubo momentos verdaderamente memorables, como el solo de fagot del último movimiento.

Con una interpretación como la de anoche, se entiende bastante mejor por qué muchos compositores comenzaron a utilizar la orquesta como un gran grupo de cámara -incluso en obras como los Gurrelieder de Schönberg-. No solo por los momentos claramente de cámara, con instrumentos a solo, sino también por la construcción en capas de color que se desprende de la comprensión de la obra de Rattle. La dinámica no se construyó por volumen, sino por color: quizá ese fue el punto más brillante de su dirección. Dice Adorno que enfrentarse a Mahler es tratar lo inconmensurable de su escritura, que excede todo contenido programático. Rattle dio buena cuenta de esa imposibilidad de traducción de la música de Mahler. Sabemos que nos habla de algo importante, algo fundamental, que solo se puede entender dentro del mundo sonoro que él propone.

Addendum: ¿Qué os pasa, seres de la noche, para no apagar los móviles, para poder estropear para siempre lo construido durante una hora, con ese atruendo de una llamada indebida cuando el solo de chelos anuncia el final más tremendo del ocaso de la música tonal? Me gustaría entender qué os impide apagar ese móvil, o tener que mirar las notificaciones -como una señora a dos asientos del mío- o no poder apagar una alarma (oí la vibración durante medio minuto) o los malditos pipipís de los mensajes por leer. ¿Qué os pasa, que no sois capaces de daros el lujo de desaparecer durante un rato con esta música? ¿Por qué nos priváis de hacerlo a nosotros? ¿Por qué, justo ahí? Bien merecido fue que no hubiera bis tras ese móvil catastrófico que casi lo destruye todo. Creí por momentos que Rattle se iba a girar y a decir que hasta ahí había llegado, que así no se puede. Para mí, la sinfonía llegó hasta ese móvil, un burleske contemporáneo de la incapacidad del silencio.

El verano de Cultural Resuena

El verano de Cultural Resuena

¡Vaya calor hemos pasado este verano! Ahora que ya podemos dar por extinguido el verano vamos a repasar lo que hemos estado haciendo por la redacción de esta revista. Spoiler: no hemos parado.

Alex Mesa

Tengo que admitir que me gusta el verano. Y la playa. Y bañarme, bucear, etc. Pero, siendo honestos, no es muy buena idea pasarse cada instante de la temporada estival en remojo, pues uno corre el riesgo de arrugarse como una pasa (quién sabe si para siempre). Por ello, también me gusta disfrutar de otras cosas (sí, como dijo aquél sabio: “los catalanes hacemos cosas”). De entre todas ellas, este verano me ha gustado descubrir la serie “Rick and Morty” (sí, lo sé, es imperdonable que no la conociera hasta el momento). He estado visionando las dos primeras temporadas a través de Netflix y es interesante observar como ahora se está estrenando la tercera temporada en USA. Si alguien había pensado alguna vez en fusionar Padre de Familia con The Big Bang Theory, rebuscarlo más, y añadirle un extra de ironía, cinismo y absurdo, creo que encontrará algo emocionante en esta serie del estudio Adult Swim.

Ainara Zubizarreta

Durante cuatro días de julio, el preciosísimo pueblo costero de Hondarribia (Gipuzkoa) se convierte en un gran escenario de blues, esa música ya clásica que sigue siendo tan actual. En los diversos escenarios repartidos por los lugares emblemáticos del pueblo se ofrecen conciertos GRATUITOS de mano de grupos históricos y nuevas promesas. El ambiente es inmejorable y, si eres capaz de asistir sin que se te muevan las caderas, seguramente estés muerto. ¡Larga vida al blues!

Marc Nadal Ferret

En verano hace mucho calor en Cataluña, almenos en la costa, donde yo vivo, así que o vas a la playa o buscas sitios con aire acondicionado. Yo prefiero aquella, pero a veces tienes que refugiarte en estos. Así, recorridos todos los centros comerciales y cafeterías con wifi (pronunciado uifi) sin conseguir evitar la consumición, encontré el lugar perfecto: la exposición Talking Brains del Cosmocaixa, en Barcelona.

 

La exposición trata de lingüística, y destaca por ser muy participativa (ahora hay que decir hands-on). Además de explicaciones hay botoncitos, juegos de memoria, paneles interactivos y demás artilugios (ahora hay que decir gadgets). Se comienza con la clasificación de lenguas en el mundo según origen, familia, características… se aborda el aprendizaje de la lengua por parte de los niños, la adquisición de otras lenguas, la neurocirugía y finalmente se acaba en la parte más trágica: las afasias, explicadas mediante vídeos con ejemplos. Incluso se podía participar en un experimento para detectar qué partes de nuestro cerebro se activan cuando realizamos una actividad dada.

 

Mirad si fue interesante que se me olvidó preguntar si tenían wifi en el Cosmocaixa.

Carles Samper Seró

A mi modo de ver verano es esa época del año que guardamos para cumplir todos aquellos propositos de año nuevo que no hemos cumplidohasta la fecha. Y, evidentemente, tampoco cumplimos. El calor nos puede; trabajamos en el sector turístico y no tenemos vacaciones; o bien tenemos vacaciones y por eso no podemos.

A pesar de eso yo he conseguido cerrar bastantes temas pendientes. Voy a comentar las tres más interesantes.

  • Teatro: Asistí a una interesante obra en el olivar de castillejo (espacio maravilloso de Madrid, que recomiendo encarecidamente, pues la temperatura respecto al centro de la ciudad es cuatro grados más baja) sobre ciencia. Distintas piezas montadas, algunas con más acierto que otras, pero con mucho cariño en su ejecución por parte de la compañía TeatrIEM.

  • Videojuegos: He dedicado muchas horas junto a mi compañero de piso a jugar a Salt and Sanctuary. Un juego que bien se podría situar en aquel género que ahora llaman algunos “Dark Souls”. El modo sofá es aquello que más me ha fascinado, aunque es un poco difícil de activarlo sin ayuda de alguna guía externa al juego. Decorados fantásticos, buen planteamiento en el desarrollo de personaje y algunos bugs muy divertidos.

  • Literatura: Me cuesta llamar así esta recomendación, pues en verdad acabé un libro de memorias que tenía pendiente de hace mucho. Las memorías del autor polaco Slawomir Morsczek. Lo más interesante del asunto es que, el autor, narra su propia vida como parte de una terapia para recuperarse de un afásia que tuvo. Realmente interesante y recomendable para aquellos fan de este maravilloso autor polaco.

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Marina Hervás Muñoz

El verano es para las bicicletas… Y las mujeres. Y las guitarras. Han sido protagonistas en mis listas de reproducción de Spotify. Especialmente tres: Silvia Pérez Cruz, que publicó su último álbum (titulado como una de sus canciones fetiche, “Vestida de Nit”), el pasado 12 de mayo de 2017, y que nos brindó por primera vez alguna de las versiones que solo se encontraban en vídeos de youtube o en grabaciones mejorables. La segunda es María Arnal que, junto a Marcel Bagés, han traído aire fresco cuando no veíamos luces al final del túnel. Originales (aunque las malas lenguas los comparan con la ya nombrada Pérez Cruz en su disco junto a Raül Fernández), comprometidos, con un directazo y con todo por ofrecer. Al menos así lo augura su “45 Cerebros y un corazón”, publicado el 21 de abril de este año. Y, por último, Rosalía y Raül Refree, que me conquistaron con el quejío de “Nos quedamos solitos”, la tercera pista de Los Ángeles, su primer álbum, que vio la luz el pasado febrero. Algunos lo llaman “flamenco hipster”, porque no sabemos vivir sin etiquetar las cosas. Lo bueno de este proyecto es que no es ni flamenco ni hipster, sino puro tercipelo. Así de cursi me pongo para decirles que no pierdan de vista a estas tres mujeres a las que, como según Sabina le pasaba a Serrat, les tiembla el corazón en la garganta.

Camino Aparicio Barragán

El verano en México tiene un encanto muy particular que sólo puedes entender cuando has pasado uno en estos lares. Si bien México está en el mismo hemisferio que España y, por tanto, las estaciones son las mismas, el clima de esta tierra hace que en este país el año se divida, en la práctica, en dos estaciones: la de secas y la de lluvias; y, curiosamente, la época de lluvias abarca los meses del caluroso veranito español.

En la Ciudad de México, en verano, el clima es fresco, hay días nublados y llueve por las tardes. Todo invita a disfrutar de una buena lectura, con una bebida caliente y buena música de fondo, mientras ves a través de la ventana cómo diluvia afuera (porque aquí cuando llueve, llueve de verdad). Así es como me adentré este verano en la música para chelo y descubrí el concierto para dos chelos y cuerdas en Sol menor de Vivaldi, una maravilla musical que, junto a un rico chocolate caliente, me sirvió de escenario perfecto para disfrutar de algunos clásicos de la literatura que, confieso, no había leído hasta ahora: Madame Bovary de Flaubert y Arráncame la vida de Ángeles Mastreta.

Claro que nada me impide enfundarme el chubasquero y las katiuskas para salir a disfrutar de otras muchas actividades, como el teatro (sin duda alguna, la mejor obra a la que asistí este verano fue “Después del ensayo”, un magnífico montaje sobre la obra de Ingmar Bergman) o la primera Feria internacional del libro universitario (organizada por la UNAM y con la Universidad de Salamanca como invitada de honor).

¡El veranito lluvioso… también es gozoso!

Antonio

Me he hecho una buena gira de festivales. Empezando en el festival de arte en la calle «A la fresca» en Molina de Aragon, después el festival de música celta de Ortigueira en Galicia y terminando con el Samba Embora en Valladolid. Con un julio ajetreado también de trabajo lo que más me apetecía era descansar y ¿qué mejor manera que con una videoconsola nueva? Me subí al tren del hype de la nueva máquina de Nintendo (Switch) y no he parado de echar carreras y combatir el mal en Hyrule gracias al Zelda Breath of the Wild. Un increíble juego que redefine de alguna manera el genero sandbox dándonos herramientas para explorar a nuestro gusto y tener siempre algo esperando en cada rincón del mapa.

He hecho más cosas pero por seguir con la temática de videojuegos os diré otro interesantisimo que he podido disfrutar: Calendula. Un juego desarrollado por el estudio español Blooming Buds Studio que se adentra en un discurso artístico más que jugable. Se trata de un meta juego en el que el propósito será, precisamente, intentar jugar, a lo que se opondrá continuamente. Es bastante corto, creo que me habrá durado una media hora pero sumamente satisfactorio y sorprendente no solo por lo visual sino por la originalidad de los puzzles.

Irene Cueto

El verano invita a deleitarnos más tiempo con aquellas actividades que nos entusiasman. Y eso hice. Como no todo iba a ser hacer deporte, me adentré en literatura extranjera y descubrí Esperando a mister Bojangles de Olivier Bourdeaut. Pero para no pasar demasiado calor, estuve unas horas en Invernalia para vivir Game of Thrones. También disfruté con festivales flamencos y de jazz por nuestra geografía. De hecho, recomiendo el disco Passin’ Thru de Charles Lloyd New Quartet. ¡Porque la vida es mucho mejor con estos placeres!

La Isla Desolada de Tomás Marco en el FIS

La Isla Desolada de Tomás Marco en el FIS

Fotografía bajo copyright de Javier Cotera para el FIS

Dentro del Festival Internacional de Santander (FIS), el pasado 16 de agosto se acogió el estreno absoluto de la última obra de Tomás Marco, La isla desolada, que pone música a un texto de Luciano González Sarmiento. Se trata de una cantata profana, como él mismo la subtitula, para narrador (Manuel Galiana), mezzosoprano, que asume el rol de Sombra (Marina Rodríguez Cusí), tenor, en el rol de Crespúsculo (Eduardo Santamaría), dos pianos (Gustavo Díaz-Jerez y Javier Negrín), percusión (Antonio Domingo y Pedro Terán) y coro (Camerata Coral de la Universidad de Cantabria). Raúl Suarez se encargó de la dirección coral y José Ramón Encinar llevó la batuta del conjunto.

El texto que sirve de base a La isla desolada se resume de la siguiente manera: “Estructurada en cinco episodios, la isla desolada es una descripción del hombre en su ocaso (Crepúsculo), su soledad (la isla) y el agónico dilema de vivir o morir (Sombra), resuelto por la opción de vivir reconstruyendo la vivencia amorosa desde el mar de las Nereidas”. Sin embargo, nada de eso se evidencia en la escucha, donde más bien aparece, por un lado, un texto abigarrado, excesivo (la abundancia de palabras «biensonantes» rozaba la pedantería), recargado y con poco calado narrativo y, a nivel musical, un horror vacui compositivo que impide entender la estructura de la cantata, pese a su división -artificial a mis oídos- en cinco partes (más introducción).

La música de esta cantata es de Tomás Marco y de muchos otros: se cuelan en su composición muchos rostros conocidos: Stravinsky, Satie, Glass, Gesualdo, Bach, etc. No lo oculta, solo hay que tener los oídos abiertos para ir siguiendo estos préstamos estilísticos. Sin embargo, eso provoca que su voz se desvanezca, sin saber muy bien dónde está Marco en esa reunión de amigos. Y, al mismo tiempo, esta técnica de collage provoca que se difuminen los posibles hilos conductores, resultando en una pieza -simplemente- deshilachada: no funcionan la mayor parte del tiempo las transiciones, ni la unión de voces, ni la lógica constructiva. Dicho en breve: no se entiende nada, incluyendo la unión música-texto. Destacan, por interpretación (tocadas con mucho gusto y delicadeza) y construcción (las únicas con personalidad idiomática y verdaderos  pilares de la pieza), las partes de piano y percusión. Sin embargo, vimos a un coro inseguro, con problemas en los agudos y más necesidad de empaste, aunque es muy meritorio que un coro amateur se enfrentase a esta partitura, de gran complejidad por esa lógica de collage que la caracteriza. Enfrentó notablemente los exigentes glissandi a los que se le expuso. No era de esperar, por el contrario, ver comprometidas las voces solistas. Mientras que Santamaría estuvo correcto pero con un vibrato, a mi juicio, inapropiado en esta pieza, Rodríguez mostró su incomodidad en el poco cuidado de los finales de las frases. El trabajo dinámico de ambos, además, fue prácticamente inexistente, manteniéndose en un cómodo binomio mezzoforte-forte. Es una lástima que el FIS haya limitado en esta edición su programación de contemporánea a  esta pieza, poco representativa, a mi juicio, de lo mejor de la composición española actual.

Verano 2017

Verano 2017

Los veranos de la infancia eran felices, escuché decir desde la cocina mientas abría otra botella de vino. Faltaba poco para la cena. Ahora que aquí también es verano, aunque el sol se deje ver más bien poco, todos solemos recurrir a aquellos meses eternos y calurosos en los que el tiempo se difuminaba hasta perder consistencia y tus mayores preocupaciones distaban mucho de serlo. Ahora que trabajamos en un país que no es el nuestro, echando de menos lugares, cosas, gente, como escribió Leila Guerriero, recordamos aquellos veranos sumidos en la nostalgia de lo que sabemos no volverá.

Los veranos de la infancia suelen ser felices. Pensé cuando se apagaron las luces de la sala, casi vacía, del Cinéma Les Galeries. Al menos, el verano de 1993 no fue especialmente feliz para Frida, la protagonista de Estiu 1993, el primer largometraje de la cineasta Carla Simón. Con apenas seis años, la pequeña Frida –alter-ego de la directora catalana–, se queda huérfana: su madre muere víctima del SIDA, enfermedad que posiblemente también se llevó a un padre conflictivo y ausente. Desconcertada, con el dolor de la pérdida adentro, Frida se ve obligada a abandonar Barcelona y a mudarse al campo con sus tíos (interpretados por Bruna Cusí y David Verdaguer) y su prima pequeña, Anna (la bonita Paula Robles). Las primeras imágenes de la película muestran a una niña reservada, enfadada con el mundo, que no derrama ni una lágrima al subirse al coche y despedirse de sus amigos, su barrio, su casa. El silencio se interpone entre Frida y todo lo demás. Ahora que su mamá ya no está, poco importa lo que suceda a su alrededor.

Algunas escenas son clave para entender el sentido último del relato: Frida maquillándose y fumando recostada en una tumbona, Frida imitando a su madre, siempre indispuesta para jugar con ella. O la manera indirecta en la que se nos hace ver la posibilidad de que Frida también esté enferma. El rojo vivo de la sangre en las rodillas de la niña cuando se cae en el parque sugiere desconocimiento, temor, también prejuicios hacia una situación dolorosa para toda la familia. Los abuelos que la consienten, quizás porque se sienten culpables de los sucedido; los tíos que ahora son responsables de ella, que la integran como si fuese su propia hija, en un proceso de adaptación receloso y complejo para ambos. La relación entre las primas, ahora hermanas, centra la trama del film, pasando de la desconfianza e incluso de la violencia a cierta armonía fraternal. Los días calurosos en esa casa de campo, entre juegos y riñas, entre lechugas que son coles, y un lago y gallinas y música noventera. Durante la proyección se escucharon algunas risas: el público se veía reflejado en la moda y la música de otra época.

Los ojos de Frida. Los primeros planos de Frida. La película es ella, por suerte. La atmosfera que se crea a su alrededor es lo suficientemente potente para que el espectador comprenda su historia, su dolor canalizado en rabietas y discusiones. Hasta que al fin consigue explotar. Llora, llora Frida.