En Bogotá, sin salida. Un comentario sobre la primera novela de Andrés Felipe Solano «Sálvame, Joe Louis» (2007).

En Bogotá, sin salida. Un comentario sobre la primera novela de Andrés Felipe Solano «Sálvame, Joe Louis» (2007).

(Foto sacada de: https://en.wikipedia.org/wiki/Santa_Fe,_Bogot%C3%A1)

Emma Bovary, el Don Quijote de Gustave Flaubert, se dedica a la lectura de novelas movida por el tedio insoportable del pueblo en el que vive. En un mundo donde el ser humano se siente asfixiado, casi como en una cámara de gas, sin aire y muriendo, agonizando lentamente, la literatura, la lectura y la escritura son aquel ámbito liberador que logra resquebrajar el aire tóxico que se respira. En las novelas de amor busca Emma Bovary su antídoto, su fuga, la cual encuentra finalmente en el arsénico. De una manera similar se siente Boris Manrique, el héroe anti-heroe de la primera novela del escritor colombiano Andrés Felipe Solano Sálvame, Joe Louis (2007). Su historia es la de un ahogado, un náufrago en medio de la árida cotidianidad bogotana.

Bogotá puede entenderse entonces como aquella cámara de gas gigante, donde el veneno emerge en forma de tedio y de una monotonía que es justamente el ambiente en el que suele brotar muchas veces lo literario. Boris Manrique, un fotógrafo de la sección de eventos sociales de una revista de pacotilla llamada Control Remoto (que hace pensar tal vez en la revista machista y de mal gusto en la que solía trabajar el mismo autor, la revista Soho), se ve sumergido en un tedio existencial que viene a explotar al enterarse de la muerte del hombre más longevo del mundo. Al enterarse de una vida más larga que un centenario, el protagonista se siente confrontado ante una pesadilla, una larga vida como una muerte extendida, un suplicio y una tortura en esa meseta andina. Sin embargo, la novela es todo lo contrario a tediosa; la imaginación de Boris, su prosa delirante y extremadamente fresca como narrador, sirven de escape a una realidad que está mucho más cerca de la muerte que de la vida. El mar de su imaginación sin embargo, los enlagunamientos de sus visiones apocalípticas, sus digresiones vallejudas despotricantes, hacen de la realidad bogotana una colorida y al mismo tiempo violenta, hacen de la ciudad el ambiente perfecto para una vida llena de altibajos, de aventuras y de historias apasionantes; la imaginación es el salvavidas y  el puerto para salir de esa ciudad sin mar y sin río. La imaginación de Boris hace de su cotidianidad una de subidas y bajadas como las de una rueda de Chicago, Bogotá se convierte de pronto en un parque de diversiones.

El escapista de Boris es ante todo un romántico deshauciado, un pesimista lleno de ilusiones. Además de esto es un colombiano con todo el significado de la palabra: violento, homófobo, soñador, destructor, apasionado, nihilista, religioso, etc. De pronto, el amor aparece en su vida como un elemento más del paisaje tricolor, pero sin lograr liberarlo finalmente del suplicio colombiano. Pareciera que la muerte es la única salida, el único antídoto, el arsénico de Bovary al filo de la demencia. Sin embargo el amor con toda su potencia literaria hace que el deambular de este nihilista se convierta en una aventura, la aventura quijotesca en busca de una ilusión que se sabe falsa desde un comienzo. En el romanticismo desesperanzador de Boris la realidad encuentra en su paradójica estructura un impulso, una fuga, pero una escencialmente literaria.

En el centro de la novela de Solano está una pregunta sobre el quehacer literario, sobre la literatura y la vida. Esta temática hace que la obra no se limite a un contexto cultural regional, se trata más bien de un aporte a la literatura universal. La reconocida revista Granta ya ha puesto sus ojos muy acertadamente en lo que parece ser el futuro de la narrativa colombiana al señalar a Solano como una de las voces jóvenes prometedoras de la actualidad. Solano nos presenta con su primera novela (ya seguida de una segunda llamada Los hermanos Cuervo que será prontamente reseñada para Cultural Resuena) una grandiosa muestra de la nueva narrativa latinoamericana, una que se aparta del más serio y clásico tono de Juan Gabriel Vásquez, del tal vez un poco patético grito de Fernando Vallejo, y  propone un nuevo lenguaje que se une al de Antonio Ungar y al de la generación de latinoamericanos que se ha denominado Post-Boom. Debo reconocer finalmente que he devorado la novela en una sentada y que su lectura ha sido alucinante.

 

Por una sociedad colombiana diversa. Columna de opinión respecto al problema de la homofobia en Colombia

Por una sociedad colombiana diversa. Columna de opinión respecto al problema de la homofobia en Colombia

Foto sacada de: http://www.pinknews.co.uk/2016/01/18/russia-is-actually-considering-jailing-gays-who-kiss-in-public/

Cuando hace unos meses la Corte Constitucional en Bogotá sacó la cara por todo Colombia, marcó una raya sin precedentes en la historia del país y le puso un tatequieto a la discriminación en materia de derechos entre los individuos con distintas orientaciones sexuales, algunos políticos reaccionaron y, ni cortos ni perezosos, levantaron una campaña mediática en contra del progreso en materias de igualdad e inclusión en el país. La corte defendió el derecho a la adopción y al matrimonio de las parejas del mismo sexo, algo que causó escozor en el conservadurismo colombiano. La bandera del movimiento homofóbico liderado entre otros por el archiconservador procurador general de la nación Alejandro Ordóñez y la senadora Vivianne Morales y su marido, lleva el slogan de “defensa de la familia” y “en contra de la ideología de género”. Sin embargo, el movimiento ha encontrado un auge excepcional en los últimos días con motivo de una implementación del Ministerio de Educación y de su ministra Gina Parody (la cual salió del closet hace un tiempo públicamente) en las políticas de inclusión y de aceptación de la diversidad sexual en los colegios. Estos cambios fueron motivados, entre otras cosas, por la tragedia de Sergio Urrego, alumno que llegó al suicidio por el matoneo homofóbico. Esta nueva bandera de la educación colombiana, en dirección a un país incluyente y diverso, llevó a algunas fuerzas políticas, motivadas claramente por el sector uribista, a implantar e propagar el chisme de que se habían repartido cartillas pornográficas para “convertir” a los niños a la “ideología de género”, es decir denunciaban que existía una maquinaria de ‘conversión homosexual’ en la educación escolar.

Se dice que la ignorancia es atrevida, pero en Colombia se es atrevido sin vergüenza y por eso se acepta la ignorancia sin vacilación. Basta echarle un ojo a la historia del país y darse cuenta que uno de los políticos más salpicados de escándalos en los últimos años sigue sentado en el parlamento, ya no como presidente sino ahora como senador (hasta el mismo Pablo Escobar estuvo sentado allí). Es por eso que ya la situación no sorprende, sin embargo quisiera aclarar un par de puntos importantes que, por más de que sean obvios para muchos de nosotros, deben ser recordados una y otra vez en un pueblo sordo, sin memoria:

  • Aunque ya se mostró que las famosas cartillas educativas no eran más que un cómic pornográfico belga, el procurador Ordóñez se lanzó en ristre contra lo obvio y ya descartado, y sigue diciendo que la ministra miente. En Colombia cuando una mentira es sostenida con testarudez, esta se vuelve verdad para muchos por más de que su irrealidad sea contundente (he allí un aspecto del realismo mágico colombiano).
  • Aunque las cartillas educativas no hayan sido más que un chisme y un saboteo de las políticas incluyentes del gobierno, cabe aclarar que la homosexualidad no es una ideología ni una religión como sí son las ideas de “familia” y “naturaleza” que defienden los homofóbicos. El deseo sexual no se enseña y la clara muestra de esto es que muchos fuimos bombardeados desde pequeños con erotismo heterosexual sin compartirlo nunca en ningún momento. El confrontar a los niños con dos hombres o dos mujeres dándose besos sí sería una confrontación necesaria en una sociedad que se estremece ante muchos actos de amor y se inmuta ante muchos de violencia y sevicia.
  • El llamar a los estudios de género (más conocidos como gender studies) como “ideología de género” es una clara muestra de la ignorancia y del subdesarrollo del país. Es justamente la ciencia la que por medio de métodos críticos ha llegado a desmantelar las ideologías ciegas y sordas que comparten muchos (piénsese por ejemplo en Galilei). La ciencia y la crítica es la cura de las ideologías, llamar a estas mismas como ideologías es un acto de ignorancia. La desfachatez de decir que los estudios críticos de género son una ideología raya con la desvergüenza (sin embargo para nadie ha sido un secreto que el procurado no carece mucho de ella).
  • Se le tiene un gran miedo a la libertad que puedan llegar a recibir los niños en su libre desarrollo personal y sexual. Tienen miedo por ejemplo de que tengan libertad de decidir entre una falda y un pantalón, y cuando se les pregunta por qué, remiten inmediatamente a palabras como “valores tradicionales”, “la naturaleza y el nacimiento” y demás. Ahora yo pregunto: ¿qué es ideología entonces? La naturaleza nos da solamente una constitución orgánica, lo que cada uno desee hacer con ella es parte del libre albedrío de cada individuo, de su libertad. ¿Dónde están esos libros de Dios, esas instrucciones de qué hacer con su cuerpo? El creer que ese libro es legible o, peor, que lo hemos leído, eso es ideología. Hay entonces un claro miedo a la libertad y es precisamente un miedo que radica en el asco a lo nuevo, a lo que se sale de su status quo, del estancamiento de sus vidas.
  • Hay un concepto clásico en la teoría de la ciencia que se llama “falacia naturalista” (naturalistic fallacy) y radica en la confusión entre lo que ES y lo que DEBER SER y se sabe, desde hace mucho tiempo, que es una falacia derivar de lo que se ve una ley moral. Ese es otro argumento de los homofóbicos: en la naturaleza no vemos que los animales tengan esas “inclinaciones impuras” (de lo cual yo no estaría tan seguro). Por cuestiones lógicas es una falacia decir que si vemos algo por eso tiene que ser así nuestro comportamiento. Por otro lado, la premisa en sí es falsa: el hecho es que observamos que los hombres, animales al fin y al cabo, tienen estas inclinaciones no convencionales. Se piensa entonces que el hombre se sale de la naturaleza, de alguna forma, ¿de cuál?, eso no lo aclaran. ¿Dónde está la frontera entre lo no-natural y lo natural, lo animal y lo no-animal? ¿No es esa frontera pura ideología?
  • Los homofóbicos dicen que tienen derecho a opinar lo que quieran y que sus opiniones tienen que ser respetadas. Hay un gran problema respecto a esto, ya que ninguno de ellos podría hoy en día decir lo mismo del racismo o del nazismo: nadie aceptaría que una opinión racista o nazi sea sostenible, de hecho todos sabemos que estas opiniones son peligrosas y la historia nos lo ha demostrado. Ahora bien, la opinión de que Dios nos hizo hombres y mujeres y la familia se compone entre hombre y mujer y que el resto no es natural o (como dijo la diputada archihomofóbica Ángela Hernández en una entrevista) ‘no es éticamente aceptable’, es de igual manera peligrosa y la historia nos lo ha mostrado (véanse los muchos casos de suicidios y matoneo en Colombia y EEUU, o bien las matanzas del EI a homosexuales). La opinión de que alguien es natural y otro extraño, perverso u obsceno, es una opinión segregante, odiosa y por ende peligrosa. El derecho a opinar es inquebrantable pero con argumentos y no con ideologías ciegas y en contra de la armonía entre la diversidad de una sociedad: la historia es testigo de los desastres de estas opiniones.
  • Colombia es un país laico, los argumentos que se basan en la Biblia y en Dios no son válidos en una discusión de derechos jurídicos.
  • Se dice que es una cuestión del pueblo decidir estas cuestiones y que la corte suprema o el gobierno no puede imponer políticas incluyentes. Es precisamente el estado (y gracias a Dios por lo menos esto funciona en ese país) el que tiene que cuidar a las minorías de una dictadura de la mayoría. Porque una gran masa de personas piense algo no quiere decir que esto sea bueno o verdadero. El gobierno y el estado tienen que garantizar la armonía, la seguridad y la funcionalidad del cuerpo social, ya sea inmiscuyéndose en el ámbito privado (de la misma forma que un hombre no puede maltratar a su mujer y a sus hijos por más de que este esté en su casa). Estos organismos vigilan y proporcionan políticas para que no se llegue a situaciones perjudiciales para la sociedad y esto ocurre en todos los estados modernos. Una minoría es minoría y es discriminada porque la mayoría la discrimina y si pusiéramos en manos de la democracia ciertos principios inquebrantables (como la igualdad de derechos) viviríamos en un caos absoluto ya que las masas pueden ser manejadas por los afectos como marionetas (recuérdese al Nazismo en donde las masas nunca por ser muchos tuvieron la razón).
  • El estado tiene que regular las políticas de educación del colegio y del hogar cuando estas ponen en riesgo la salud corporal y mental de los individuos. No es una intromisión en el hogar lo que hace el ministerio, es más bien su deber de controlar que mal llevadas informaciones no desemboquen en un desequilibrio social. El estado está comprometido con la salud y seguridad de todos los individuos y eso incluye también a aquellos como Sergio Urrego. Todas estas políticas son entonces pro-familia, es decir, tratan de garantizar la harmonía en todas las familias colombianas.

Claramente hay muchos otros puntos importantes pero podríamos resumir que salta a la vista que el problema es uno de carácter educativo: yo, además de promover más exposición ante la otredad que se esconde, es decir, exposición al homoerotismo, propongo que sería bueno educar más en historia y no solamente en historia de Colombia sino en historia universal. A todos nos quedó claro que aquellos que marcharon la semana pasada en masas por ‘la familia’ se rajaron en historia y esto significa una vergüenza para la educación colombiana. ¡Ánimo ministra Parody, que esto solamente es muestra de que todavía le (nos) queda mucho por hacer!

La banalización de la tragedia. Sobre Thomas Ostermeier y su desastroso pero increíblemente exitoso Hamlet en la Schaubühne de Berlín.

La banalización de la tragedia. Sobre Thomas Ostermeier y su desastroso pero increíblemente exitoso Hamlet en la Schaubühne de Berlín.

[Imagen sacada de: http://www.schaubuehne.de/en/productions/hamlet.html]

O, reform it altogether. And let those that play your clowns speak no more than is set down for them; for there be of them that will themselves laugh to set on some quantity of barren spectators to laugh too, though in the mean time some necessary question of the play be them to be considered.

Hamlet, William Shakespeare

 

Han pasado ocho años desde el estreno de Hamlet de Thomas Ostermeier en la Schaubühne de Berlín y los boletos siguen agotados, conseguir un puesto pareciera ser todavía una cuestión de suerte. La semana pasada tuve sin embargo el privilegio de poder ver, después de haber esperado mucho tiempo con el boleto en casa, la tan aclamada versión de la obra de Shakespeare. El resultado fue, sin embargo, una decepción absoluta. No sorprende, por otro lado, que la obra haya tenido tanto éxito hasta ahora: la ya muy común conversión de lo trágico en lo cómico, la transformación del héroe en un bufón ridículo, las citas de canciones pop innecesarias, hacen que la obra pierda todo su contenido y que en la superficialidad encuentre una lightness comercial que parece ser pólvora en el mercado. La obra de Ostermeier (y muchas otras adaptaciones modernas de Hamlet) parecen verse confrontada ante el reto insuperable de llevar a las tablas una tragedia y deciden optar por el camino fácil: la comedia trae más público y es mucho más fácil de escenificar, pero no una comedia de verdad sino una que se limita a confrontar lo antiguo y serio con lo nuevo y popular, haciendo de la obra una mera experiencia de reconocimiento de motivos, canciones y estructuras. Confrontados con el problema de hacer lo trágico entretenido, las nuevas versiones de Hamlet parecen ver en los chistes ridículos un paliativo para el tedio del espectador acostumbrado a Hollywood. Sin embargo, cabe recordar que se trata de una tragedia y su característica trágica está esencialmente unida a su contenido.

Como es recurrente en el teatro alemán contemporáneo, los actores de esta obra también se embadurnan, en este caso de tierra, se revuelcan en una matera gigante que sirve como escenografía. Tal vez la escenografía sea lo más rescatable de la adaptación en la Schaubühne: la importante relación con la tierra y el protagonismo del motivo del entierro, hacen que la imagen escenográfica adquiera un trasfondo semántico complejo e interesante. Por otro lado, los actores tocan la frontera de lo histérico y sus sobreactuaciones son innecesarias: la voz que introduce al público, mientras se proyecta la cara del aclamado actor Lars Eidinger en el fondo, dice los ya en el mercado muy trillados y mal entendidos versos, “ser o no ser/ esa es la cuestión”. Desde un comienzo están claras las intenciones comerciales de Ostermeier: hacer uso de la popularización superficial de la figura de Hamlet como garantía para el éxito taquillero que alcanzó. Estos versos se repiten varias veces arbitrariamente, sin sentido, haciendo que el espectador filisteo, aquel que va al teatro para sentirse ‘culto’, reconozca por un instante algo, algo que no leyó ni vio anteriormente sobre las tablas, sino en un anuncio comercial o en cualquier café con sus semejantes.

Lars Eidinger parece estar caminando sobre las nubes de una fama que lo ha encandelillado brutalmente: su actuación no tiene nada de admirable, por más de que muchas veces la risa es inevitable por las estupideces que hace, su sobreactuación es grotesca e inaguantable y, lo peor de todo, inconsecuente con el personaje de Hamlet. Existe un claro contraste entre Hamlet y la pareja de su madre y su tío: está claro que Hamlet juega el papel de loco, pero no de uno ridículo, inválido, sino de un loco lúcido, el más lúcido de todos, el que ve la porquería en el centro del estado. El loco, aquel que ve a los fantasmas, es pues el poeta y el filósofo, el pensador y el vidente, el amante y el amigo, tal vez una de las figuras más serias que existen en toda la literatura universal. Si bien parece un loco, el énfasis está en el parece, es decir, así lo ven los otros, los no-videntes, los imbéciles. Lastimosamente la actuación de Eidinger destroza toda la intensidad de la figura hamletiana y hace del héroe un bufón de tres pesos. La sobreactuación pareciera ser en un comienzo irónica, pero nunca se invierte, se mantiene ridícula y su tono chillón hace de la obra, una inaguantable.

La última escena de Hamlet, tal vez el reto más grande para una interpretación de esta obra maestra, justo aquella en la que los personajes se hunden en una orgía mortífera, es representada por el grupo de Ostermeier de la peor forma imaginable. La obra termina en la ridiculez absoluta, la tragedia de esta escena no se ve por ningún lado y hace que toda la obra se hunda en lo vacío. La historia de venganza de Hamlet, el laberinto ético de este personaje, parecen no jugar ni siquiera un papel mínimo en la obra, haciendo de ella un mero repertorio de chistes de mal gusto, de efectos baratos, de revolcones en la tierra. Ostermeier logra la banalización de Hamlet de forma extraordinaria, garantizando así ocho años de prosperidad taquillera, ocho años de éxito apoyados en un vacío sintético. Para aquellos que buscan encontrar ese lago profundo, infinito, caudaloso y abismal que es la obra de Shakespeare, van a sentirse insultados y estafados frente a una obra de la cual difícilmente se puede rescatar algo.

Berlin‘s Queer Cinema. Sobre la última película de Yony Leyser y sobre la historia de un subgénero cinematográfico berlinés.

Berlin‘s Queer Cinema. Sobre la última película de Yony Leyser y sobre la historia de un subgénero cinematográfico berlinés.

(Foto sacade de: http://tracks.arte.tv/de/buntes-kino-gegen-graue-konvention-desire-will-set-you-free)

 

Existe un subgénero cinematográfico bastante exitoso que se suele llamar queer cinema y dentro de este subgénero existe otro subgénero que yo llamaría Berlin’s queer cinema, el cual ha dado desde hace varias décadas muchos filmes interesantes. Este año aparece lo que pareciera ser una continuación en la propuesta de Yony Leyser Desire will set you free (2016). Se trata en este caso de una especie de popurrí de todo lo que ya ha aparecido en este ámbito, o bien, de una infortunada continuación de esta tradición. La película de Leyser se presta sin embargo para hacer un pequeño resumen de lo que ha sido una polifacética tradición underground del cine en Alemania y en Estados Unidos y que se ha hecho definitivamente a un estilo propio.

El subsubgénero cinematográfico del que hablo remite a otras tradiciones del cine norteamericano sin las cuales este no hubiera podido surgir: me refiero por un lado al trash y por otro lado al camp. Sin la influencia de John Waters y su musa Divine (la cual no podía faltar en la película de Leyser, en la que aparece colgada en una pared) el cine homosexual berlinés carecería de ese estilo trash, el cual en las manos de Leyser se ha corrompido con la estética hipster de lo vintage. De esta manera Leyser se ha alejado de la libertad que hacen del trash un género fresco y subversivo. En Alemania, el director Rosa von Praunheim (el cual también aparece en el name droping de Yony Leyser), cuya película Nicht der Homosexuelle ist pervers, sondern die Situation, in der er lebt (1971) ya épica en el cine queer, fundó una nueva tradición que, manteniendo un estilo pedagógico y al mismo tiempo trash, llevará a la aparición de Coming out (1989) de Heiner Carow, película homosexual que aparece todavía en la República Democrática Alemana. Estas dos películas harán que el cine de temática homosexual adquiera un carácter documental y pedagógico. Leyser es consciente de la herencia de esta tradición y trata de continuarla en su filme con bastante fidelidad. De hecho la película procura retratar una escena (muy privada) del travestismo y homosexualidad en el Berlín actual, con un estilo vintage que recuerda melancólicamente y casi a manera de folletín turístico, la escena política homosexual de los ochentas y noventas en Berlín. El intento de Leyser se queda sin embargo en eso, en un intento, un guiño de ojo.

El tono de propaganda turística que tiene el malogrado filme de Leyser remite a ese topos del cine queer en Berlín en el que se narra desde la perspectiva de un norteamericano. El mismo Leyser, el cual autobiográficamente presenta su muy personal Berlín, viene de Chicago y en la película pocas veces se habla en alemán. El legendario musical Cabaret (1972) de Bob Fosse, el cual toma lugar en el Berlín nazi y narra una historia de amor homosexual, es una clara referencia de este motivo cinematográfico. Por otro lado las películas pornográficas de culto de Bruce LaBruce rodadas en Berlín y protagonizadas en su mayoría por la espectacular Susanne Sachsse, tienden también a conservar el tono angloamericano. El ambiente decadente de Alemania después de la caída del muro y el aire de libertad sexual que se respiraba en esa época sirven de exotismo para ambientar la fantasía sexual norteamericana. No hay que olvidar la gran tradición queer que ha venido a Berlín desde el territorio anglosajón y que le ha dado una calidad extranjera a la escena homosexual (con figuras como la grandiosa artista transexual Vaginal Davis o el mismo David Bowie, entre muchos personajes de la vida pública). Los diálogos afectados y entrecortados de las películas trash de LaBruce tienen un eco en la película de Leyser, por más de que este último se limite a insinuar el contenido pornográfico como si con esto estuviera garantizando la popularidad de su película en el ámbito heterosexual. La libertad sexual que se propone retratar la película se ve frenada por la mojigatería al momento de presentar las escenas de alto contenido sexual: Leyser trata de ser atrevido sin excederse. Su voluntad de fama es tan obvia como chocante.

Esta tradición de grandes nombres encuentra en la película casi olvidada y de culto Prinz in Hölleland (1993) de Michael Stock su mayor expresión, a la cual pareciera que hacen referencia el maquillaje exagerado y los personajes circenses de la película de Leyser. Otro legendario filme queer (y a diferencia de los otros ejemplos el más realista y sobrio) Taxi zum Klo (1980) de Frank Ripploh, está incluido también en el resumen de las grandes obras influyentes en este subsubgénero cinematográfico. La temática del amor imposible y de la promiscuidad sin freno encuentran un espacio en la obra tanto de Leyser como de Ripploh. Sin embargo en el primer caso el lente no se atreve a sumergirse en la realidad presentada, más bien se limita a permanecer en la superficie: se nutre de sus símbolos despojándolos al mismo tiempo de su complejidad y fuerza.

El cuero como elemento crucial en la escena homosexual berlinesa es recurrente en este género cinematográfico. Se trata del erotismo de lo militar, de lo mordaz y de la muerte, erotismo que está en el centro del sadomasoquismo. Un elemento que se puede ver en la película de Praunheim o en la de Ripploh, y cuyo origen puede estar en los libros de Jean Genet y en su erotización del fascismo, y que es tomado por Leyser de forma superficial y casi descarada. La película tematiza el fascismo como elemento erótico o de moda (expresado ya en el título que invierte la frase de los campos de concentración ‘Arbeit macht frei’ o bien ‘El trabajo hace libre’) pero con la simpleza y la rudeza de un turista que desconoce el significado profundo de este tema. El erotismo del fascismo (cuya máxima expresión cinematográfica a mi parecer es The night porter (1974) der Liliana Cavani) no es un accesorio o un simple capricho hipster. La inmadurez de Leyser al abordar este tema deja un sinsabor desagradable y delata su infantil deseo de controversia.

En fin, se podría prolongar mucho más la lista, una lista que ha forjado la tradición del cine queer berlinés que pareciera seguir encontrando eco en el panorama cinematográfico actual. Sin embargo, no todos los ejemplos son afortunados: la película de Yony Leyser es una simple carta postal (con todo su patetismo) o un resumen de todos aquellos aspectos que ya otras películas han mostrado. El contenido de la película se limita a este popurrí malogrado. Leyser nos presenta una radiografía que en realidad es una pose, una película hipster superficial y que no le hace justicia a la tradición que arrastra consigo. Esperemos entonces encontrar pronto un digno heredero del Berlin’s queer cinema.

Un chapuzón en la piscina del deseo. Un comentario sobre la nueva película de Luca Guadagnino ‘A bigger splash’.

Un chapuzón en la piscina del deseo. Un comentario sobre la nueva película de Luca Guadagnino ‘A bigger splash’.

(Foto sacada de: http://www.feelguide.com/2015/10/01/watch-the-first-trailer-for-psychosexual-bowie-esque-a-bigger-splash-starring-tilda-swinton/)

 

Muchos de nosotros seguramente fuimos arrastrados al cine por el mismo deseo de ver una vez más una extraordinaria película de Luca Guadagnino, el director de Io sono amore (2009) que ahora presenta en los cines su nuevo filme A bigger splash (2015). Se trata de una clara referencia al cuadro de David Hockney y a su película con el mismo nombre. Sin embargo no es exactamente un filme homoerótico, como se podría esperar, aunque sea, como en el caso de Hockney, entre otras cosas sobre una piscina. El tema central de la nueva película de Guadagnino es el deseo, al igual que en su primera muestra cinematográfica, el deseo y sus consecuencias, el deseo y sus fatales cadenas de reacción. Se podría afirmar que pocos directores actuales han desarrollado tan concienzudamente tanto un estilo como un objeto de estudio propios, el objeto de estudio es claramente las pasiones y el deseo humano, y su estilo uno intenso y memorable. El gran cine italiano del siglo veinte ha encontrado un gran heredo en Guadagnino.

Es entendible que sea justamente Tilda Swinton la musa del director italiano y que sea el paisaje idílico de Italia el setting apropiado para los encuentros sexuales y para la trama trágica de sus películas. Los personajes, tanto de Io sono amore como de A bigger splash, son títeres de sus deseos sexuales que son expresados con tan gran intensidad que el espectador adquiere la capacidad de participar en ellos. La cámara que se concentra en retratar las miradas y los entornos de estos encuentros, es (al contrario de la patética e infortunada de Paolo Sorrentino) profundamente poética y recuerda a la obra literaria y cinematográfica de Pier Paolo Pasolini. Tal vez en ello radica lo queer de su estilo. Por otro lado, es la importancia que le da Guadagnino a los gestos y al paisaje lo que hace que el retrato del deseo sea perfecto: es la realidad misma, su materialidad y su intensidad lo que está en el centro de la obra; la mudez de la imagen, esa piscina pictórica en la que el espectador se echa un chapuzón.

Por más de que la película recaiga en ciertas trivialidades al repetir una estructura de contenido que ya había aparecido en su anterior filme, la referencia a la obra precedente pareciera remitir a un proyecto que va más allá de cada filme, un proyecto de vida: el objeto de estudio que no deja de obsesionar al director y que recuerda indudablemente a la obsesión de Hockney, la piscina y el misterio, el deseo detrás de la imagen aparentemente estática. El proyecto de Guadagnino encuentra en Ralph Fiennes su complemento perfecto; la increíble actuación exaltada del actor británico, tal vez la mejor de su carrera, marca un contraste a lo estático del balneario, complicando de la tal forma la trama y haciendo que el suspenso y el misterio se incrementen exponencialmente. Las actuaciones extraordinarias de Fiennes y de Swinton garantizan el éxito de la película.

A bigger splash trata sobre un quiebre, sobre el quiebre en la vida de una cantante convaleciente (Tilda Swinton) y su novio mucho menor que ella (Matthias Schoenaerts). Mientras estos dos personajes se encuentran en retiro en un balneario italiano, al parecer después de una tragedia suicida, llega de sorpresa, casi como un accidente, un viejo amor de la cantante y amigo del novio (Ralph Fiennes) con su hija (Dakota Johnson), su pequeña femme fatale. El histrionismo de estos dos huéspedes hace que la vida de los cuatro personajes se descarrile y, mientras el filme va retratando las entrecruzadas sexuales de los cuatro, la trama se va perfilando en dirección a una tragedia ya latente en las iniciales escenas misteriosas de la piscina y en los gestos que sirven como símbolo de un volcán a punto de erupcionar. Una vez más los personajes de Guadagnino se ven introducidos en una maquinaria que los llevará a hacer aquello de lo que nunca se habrían creído capaces, halados por un deseo irresistible, un deseo suicida y al mismo tiempo nostálgico, un grito histérico en la mudez de una juventud que nunca volverá.

La película no podía evitar las referencias políticas a la crisis de refugiados en Europa, sin embargo este aspecto queda como un hilo sin resolverse, al igual que la mudez de la cantante, un elemento poético y crucial en toda la película. Esta mudez recuerda a la muda de Mutter Courage de Beltolt Brecht, en la cual recae todo el peso de la trama pero la cual permanece como un elemento marginal, un elemento que requiere ser leído, descifrado. La mudez ante la hecatombe, la catástrofe latente, deseosa; la violenta mudez del deseo, sin argumentos, sin justificaciones, como la imagen misma, la belleza y la comunión con esta. La película está llena de estos elementos que hacen de ella un cuadro aparentemente superficial y vacío, como el de Hockney, pero que esconde un trasfondo supremamente complejo y apasionante. A bigger splash es sin duda alguna una nueva joya del cine italiano.