Jean Arp (y Kaspar) en el MAM de la CDMX

Jean Arp (y Kaspar) en el MAM de la CDMX

Era 1916 cuando en Zúrich, en el mítico Cabaret Voltaire, se reunió un grupo de artistas para crear un nuevo movimiento cultural y artístico al que llamaron Dadaísmo. Este movimiento, encabezado por el escritor Tristan Tzara, y que surge en el contexto de la Primera Guerra Mundial, se rebela frente a los cánones artísticos tradicionales y aporta formas, materiales y estilos muy diferentes a los utilizados convencionalmente en las artes.

Uno de los fundadores del Dadaísmo que estaba reunido en el Cabaret Voltaire la tarde-noche del 5 de febrero de 1916 –fecha en la que dio comienzo oficial el movimiento Dadaísta– era el artista Jean Arp.

Por primera vez en México y en toda América Latina, se ha exhibido una exposición dedicada íntegramente a este polifacético escultor germano-francés. La exposición, inaugurada el pasado 8 de abril del presente año y que está por clausurarse el próximo 8 de julio, ha conseguido sobrepasar los exorbitantes costos de traslado de las obras escultóricas de los artistas europeos del siglo XX (hay que destacar que este último hecho ha propiciado un gran desconocimiento de estos escultores en otras latitudes del mundo).

La exposición ARP, dirigida por el connotado historiador del arte Serge Fauchereau, ha estado albergada –y lo estará aún unos días más– en el MAM (Museo de Arte Moderno) de la Ciudad de México. La exposición reúne más de 60 obras de Arp que abarcan desde esculturas y relieves, hasta pinturas, litografías, dibujos, papiers collés, tapices, y sus imprescindibles poemas, así como diferentes fotografías de Arp y sus coetáneos.

Las obras provienen de la Fundación Arp, del Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Estrasburgo, del Centro Georges Pompidou y de la Galería Thessa Harold. La exposición ha sido organizada por el MAM en colaboración con la Fundación Arp y la embajada de Francia en México, y tiene como marco el contexto del centenario del Dadaísmo.

La gran variedad de estilos artísticos representados en esta exposición tan calculadamente cuidada, es reflejo de la propia variedad creativa de Arp y, a su vez, reflejo también de las diferentes etapas artísticas por las que atravesó tan singular personaje. Fundador, como veíamos, del movimiento Dadaísta, Arp fue también un gran exponente del surrealismo y, posteriormente, del abstraccionismo, además de su interés por el cubismo.

Perteneció en su juventud al grupo Der Blaue Reiter, formó parte del Cabaret Voltaire, y también integró el Abstraction-Creation y el Cercle et Carré (en el que conoció a su amigo el escultor mexicano Germán Cueto).

Esta peculiar diversidad en la carrera y en la producción de Arp, se ve reforzada por algunas diversidades de carácter personal. De madre francesa y padre alemán, Arp, que vivió 80 años, tuvo nacionalidad alemana durante cuarenta de ellos y nacionalidad francesa durante los otros cuarenta. Debido a esto, se llamó oficialmente Hans Arp durante la mitad de su vida y Jean Arp la otra mitad. Como quiera que sea, Arp condensó en su persona y en su obra ciertas peculiaridades que se reflejan en un arte fresco, divertido y armónico.

Ya apunté que Jean Arp también escribió poesía, labor que emprendió desde su más temprana juventud y que le ha llevado a ser considerado unos de los grandes poetas alemanes del siglo XX (a la hora de escribir poesía, Arp parecía más cómodo con el uso de la lengua germana y es en este idioma en el que escribió casi todos sus poemas, aunque también escribió en francés.)

Como digo, el artista conocido principalmente por sus esculturas, tiene una interesante faceta de poeta. Escultura y poesía se unen en una curiosa historia que desemboca en su obra más representativa y la central de esta exposición en el MAM de la CDMX: la historia de Kaspar.

Entre los años 1912 y 1914 Arp se dedicó principalmente a la poesía. En ese tiempo es que compuso su famoso poema Kaspar ist tot (Kaspar está muerto), cuya forma misteriosa cautivó a sus compañeros del Cabaret Voltaire al punto de que lo convirtieron en uno de los textos de culto del Dadaísmo.

Kaspar resultó un personaje complejo y misterioso, una especie de duende (o ávatar) “amable y travieso”, como lo han llegado a calificar algunos estudiosos como el propio Fauchereau. La naturaleza y el carácter de Kaspar suponían (y aún lo suponen) todo un misterio.

El hecho es que en 1930 Arp vuelve a dar vida a Kaspar, ahora bajo la forma de una escultura de 50 centímetros de alto, que resulta tan misteriosa y enigmática como el poema, y que se ha convertido en la escultura emblemática del Dadaísmo.

La Tête de lutin, dite Kaspar se presenta en el MAM en dos modalidades: el original de yeso en el que aún se vislumbran las huellas de los dedos de Arp, y una versión posterior de bronce.

Estas dos obras centrales en la exposición están rodeadas, además, por una variedad de esculturas de diferentes épocas y materiales, y acompañadas también por la selección de dibujos, tapices, relieves y demás materiales seleccionados para la muestra.

Llama la atención que todas las esculturas están colocadas sobre bloques de ladrillos, sin pedestales. Esto, según el curador de la exposición, se debe a que el propio Arp consideraba que las esculturas deben exponerse solas, sin estructuras ni soportes.

Asimismo, y para que la exposición armonizase también con la propia obra del artista, Fauchereau decidió orientar toda la muestra de manera circular, creando un espacio acogedor y armónico que conduce al visitante por la biografía y la obra de este singular artista, imprescindible de las vanguardias, que es Hans-Jean Arp.

Joyce en el exilio

Joyce en el exilio

El connotado escritor irlandés James Joyce (1882-1941) es conocido por su singular narrativa (la cual dio paso, según muchos estudiosos, a la literatura contemporánea) y, principalmente, por su Ulises. Pocos saben, sin embargo, que entre su producción literaria existe una peculiar obra de teatro: Exiliados.

La unicidad de esta obra teatral conlleva dos aspectos dispares. Por un lado, nos encontramos ante un autor ajeno en su práctica creativa al género teatral; esto no le quita valor ni calidad a su obra, pero es cierto que si la comparamos con la de los grandes dramaturgos de su tiempo, como Ibsen, podemos observar algunas carencias estilísticas y metodológicas propias de la inexperiencia de Joyce en el género. Por otra parte, el hecho de que el irlandés haya escrito una única obra de teatro le concede no sólo cierta exclusividad a la obra, sino además, un interés añadido a la hora de su estudio y del de los motivos que impulsaron a Joyce a incursionar en la dramaturgia.

En cuanto a este último aspecto, sabemos que Joyce fue un gran admirador del teatro ibseniano, motivo por el cual es fácil pensar que haya querido emular al maestro noruego. La obra la escribió en 1915, época en la que estaba gestando ya su Ulises. Suponemos que no habrá sido fácil compaginar la escritura de dos obras tan dispares en su forma: Exiliados es un drama en tres actos que sigue los cánones clásicos de temporalidad y diálogo, y Ulises… bueno, Ulises ya sabemos que es una afortunada suerte de experimento narrativo totalmente innovador y vanguardista.

La temática de Exiliados, por su parte, sí guarda ciertas semejanzas con Ulises. Hay mucho (o se cree que hay mucho) de biográfico en la historia que se cuenta en esta comedia de tintes dramáticos, al igual que se suponen aspectos biográficos en la gran novela de Joyce. Además, encontramos presente en ambas obras el tema de la infidelidad, muy recurrente en la producción de Joyce y que da pie, precisamente, a todo tipo de especulaciones sobre qué tanto de biográfico hay en las truculentas historias amorosas de los personajes del autor irlandés.

Exiliados nos presenta la historia de cuatro personajes. El escritor Richard Rowan y su pareja, Bertha, han estado fuera de Irlanda, en el exilio, y acaban de regresar a su país y a su casa. El periodista Robert Hand, amigo de juventud de Richard, está enamorado de Bertha y ahora que ha regresado, le confiesa tímidamente su amor. Richard sabe de los cortejos de Robert y sabe también que Bertha alberga sentimientos hacia el periodista. Así, con un sufrimiento palpable y tragicómico, Richard decide dejar que Bertha mantenga una aventura con Robert si así lo quiere. Bajo una bandera de generosidad con la que le otorga completa libertad a Bertha, Richard parece ocultar en realidad la justificación de su propia infidelidad, pues él está enamorado desde años atrás de Beatrice, prima de Robert y con la que ha mantenido ya una aventura en el pasado.

Los escarceos amorosos de estos cuatro personajes tienen como telón de fondo el contexto del exilio. Recordemos aquí que Joyce estuvo exiliado de Irlanda por muchos años y que fue una circunstancia que le causó no poco pesar (por ello el tema del exilio es también recurrente en su obra). Joyce partió de Irlanda con Nora, su pareja, a los pocos días de conocerla, igual que Richard con Bertha en la obra. Joyce ya nunca regresó a Irlanda, pero seguro imaginó y soñó con su regreso en no pocas ocasiones y una de esas ocasiones parece ser Exiliados, que se convierte en un ejercicio imaginativo del escritor irlandés sobre el posible regreso a su patria. Sin embargo, la obra va más allá de este contexto y de lo anecdótico de las aventuras de estos cuatro personajes. Exiliados, en clave metafórica, se adentra en otro tipo de exilio, el del exilio interior, el exilio de los propios sentimientos.

Con gran agudeza e ingenio, Joyce desnuda lo más profundo de los sentimientos y las pasiones humanas y construye a cuatro personajes profundamente enamorados pero a su vez profundamente atormentados por estos amores. La duda se convertirá en la verdadera protagonista, una duda sobre la posible infidelidad, una duda que no se puede disipar porque sobrevive incluso a las confesiones más íntimas. La duda, así, torna estas relaciones en trágicas, pero a su vez es sobre ella que se construye el amor entre estos personajes. En suma, Exiliados representa una obra de gran profundidad psicológica en la que Joyce diserta con profundidad y algo de humor sobre los sentimientos, las relaciones, el amor y la duda.

Exiliados se estrenó en teatro en 1918, en Munich, con un gran fracaso de público y de aceptación. Tampoco los intentos que se hicieron en Nueva York en los años 30 o en Inglaterra en los 70 obtuvieron ningún éxito. Sin embargo, la historia de Exiliados en México es muy distinta.

México es un país con una amplia tradición de producción teatral de gran calidad. Actores, directores y escenógrafos de primer nivel surgen en este país en el que Joyce sí ha triunfado sobre el escenario. En 1980 Marta Luna dirigió una primera puesta en escena de Exiliados que se representó con gran éxito en el Poliforum Cultural Siqueiros, alcanzó más de quinientas representaciones y cosechó grandes críticas.

Ahora, Martín Acosta se pone al frente de un nuevo y actual montaje de la obra de Joyce que se está representando en el teatro El Granero del Centro Cultural del Bosque de la Ciudad de México. Acosta, además de dirigir la puesta en escena, es el responsable de la traducción y la versión del texto utilizado para esta ocasión y, también, del diseño de la escenografía, que combina de forma magistral el minimalismo, la practicidad escénica y un curioso estilo kitsch.

El nuevo elenco se ha ganado desde la primera representación al público y a la crítica. La obra cuenta con las magníficas actuaciones de Carmen Mastache –en el tímido personaje de Beatrice–, Verónica Merchant –espléndida en su representación de Bertha–, Pedro de Tavira Egurrola –hijo del connotado director Luis de Tavira y de la actriz Julieta Egurrola y que encarna a Richard– y Tenoch Huerta –quien toma un descanso de la pantalla grande para regresar al teatro en la piel de Robert Hans–.

La maestría de los cuatro actores, combinada con la fuerza narrativa de la historia, da como resultado un poderoso montaje en el que el director se toma libertades tan inusuales como mantener un primer plano con el actor de espaldas al público principal; y si de algo adolece esta puesta en escena es de más funciones. La corta temporada termina el próximo 9 de julio, así que si nos lees desde la Ciudad de México, no dudes en disfrutar de este magnífico espectáculo joyciano, y para los asentados en otras latitudes, aprovechad que los derechos de autor de la obra quedaron liberados en 2012 y conseguid este magnífico texto que no dejará a nadie indiferente.

 

 

Buñuel, la condición humana y unas cuantas críticas al respecto

Buñuel, la condición humana y unas cuantas críticas al respecto

Desde su aparición en pantalla allá en el año 1962, El ángel exterminador ha provocado reacciones muy variadas y críticas de la más diversa índole. La película está considerada, eso sí, una de las mejores del cine mexicano, un imprescindible de Buñuel y una de esas cintas internacionales que ningún cinéfilo que se precie se debe perder. En su momento ganó el premio de la Sociedad de Escritores del Cine en Cannes y el Premio Fipresci de la crítica internacional. Pero, como digo, existen opiniones muy diversas acerca de esta extraña y original cinta.

En primer lugar, es importante recordar algunos datos. Luis Buñuel es uno de los cineastas españoles más reconocidos a nivel internacional. Aragonés de nacimiento, se interesó por el cine desde muy joven. Después de su primera película, El perro andaluz de 1929, dirigió más de treinta películas a lo largo de su carrera cinematográfica. En España fue parte de la Residencia de Estudiantes, donde conoció y forjó una estrecha amistad con Salvador Dalí y Federico García Lorca; en París formó parte del grupo surrealista, integrado por artistas como André Breton, Max Ernst o Tristan Tzara, entre otros; también trabajó para varias productoras de Hollywood, y en la década de los 40, tras haber abandonado España durante la Guerra Civil, llegó finalmente a México, país en el que rodó la mayor parte de sus películas (entre ellas El ángel exterminador y Los olvidados, una de las mejores películas de la historia del cine, hecho que avala el que haya sido incluida por la UNESCO, junto a otras contadas películas, en el Patrimonio Cinematográfico de la Humanidad).

Pero la película de la que me ocupo hoy no es Los olvidados, sino El ángel exterminador. Esta película, filmada en 1962, fue producida por Gustavo Alatriste y contó entre sus actores principales con Silvia Pinal (protagonista también de la emblemática Viridiana), Enrique Rambal y Claudio Brook. Aunque el film fue en general bien recibido por la crítica, la extraña historia de estos personajes despertó reacciones diversas.

La historia comienza cuando un grupo de personas de la alta sociedad mexicana se reúne en la casa de una de ellas tras salir de una función teatral. Una primera consideración que es interesante tomar en cuenta es que al inicio de la película la llegada de estas personas a la mansión de la calle Providencia contrasta con la salida, prácticamente huida, del personal de servicio. Los cocineros y sirvientes se van apresurados porque “saben” que deben salir de la casa cuanto antes, “saben” que algo está pasando; y más allá de la incógnita de qué es lo que pasa en la casa (incógnita que no se resuelve en la película), es importante hacer notar el conocimiento de la situación por parte de un grupo de personas frente al desconocimiento o la ignorancia de otro. No creo que sea casual que quienes “conocen” el problema de la mansión de Providencia sean las personas más humildes y sencillas, frente a la acomodada burguesía que, pese a sus recursos, ignoran muchas cosas (aún hoy día es importante conocer y revalorizar lo que se suele llamar “sabiduría popular”, cada vez más desdeñada pero con un valor real inconmensurable).

El misterio se manifiesta cuando el grupo reunido se percata de que no pueden salir de la sala en la está teniendo lugar la reunión. ¿El motivo? Como ya decía, el motivo queda totalmente desconocido a lo largo de la película, pero la atención de la historia no se centra en el misterioso acontecimiento que imposibilita a todos los invitados salir de la mansión (o entrar a cualquiera de fuera), sino en las reacciones que un acontecimiento como éste provoca en los diferentes personajes. Y ahí es donde comienzan las múltiples interpretaciones y críticas.

Las diferentes actitudes que van adoptando cada uno de los personajes, incoherentes, surrealistas y sin sentido para algunos, son el puro reflejo de la condición humana para otros. El misterioso encierro deja a este grupo de personas, con el paso de las horas y los días, sin víveres. La comida y la bebida escasean, la falta de higiene se hace presente y la desesperación aumenta conforme transcurre el tiempo. La reacción de los personajes ante la situación pone a prueba los finos modales de la clase alta que a lo largo de la película va desprendiéndose del artificioso comportamiento social para dejar paso a las supersticiones, las pasiones, la desconfianza de todos y hacia todos, la competencia, los miedos y, sobre todo, a la incapacidad del grupo para organizarse y lograr una solución para poder salir de la casa.

De este modo, Buñuel explora en lo más hondo de la condición humana cuando existen condiciones extremas, y la incógnita que plantea en su película no es la del motivo por el que los personajes no pueden salir de la casa, sino la de por qué, aún en condiciones adversas, estas personas no son capaces de comunicarse, de ponerse de acuerdo y de priorizar la necesidad de encontrar una solución frente a los sentimientos y pasiones generados por la situación.

Cabría preguntarse aquí por lo que hubiera ocurrido si las personas encerradas no hubieran sido gente de la clase alta sino personas más humildes; si se hubieran quedado encerrados, en una situación similar, los sirvientes y cocineros. ¿Habrían encontrado una solución? ¿Se habría degenerado su comportamiento en pocos días al mismo nivel? ¿La respuesta a situaciones límite nos iguala a todos independientemente de nuestra condición social o éste es un factor decisivo en nuestro modo de afrontar problemas? ¿La falta de recursos económicos nos aporta otro tipo de recursos más “humanos”?

Tampoco estoy muy segura de hasta qué punto este tipo de cuestiones estaban presentes en la mente de Buñuel a la hora de rodar la película. Quizá, en parte, la historia no es más que un pretexto para explorar el curioso lenguaje cinematográfico de la repetición, que es, sin duda, la característica técnica más importante de esta película. Hay más de veinte escenas repetidas (eso sí, no con total exactitud)  a lo largo de la película; y es una repetición, la repetición de una misma postura de todos los personajes al compás de una misma melodía, lo que finalmente posibilita que este grupo pueda salir de nuevo de la mansión.

Como quiera que sea, El ángel exterminador, más de medio siglo después de su estreno sigue dando qué hablar y qué reflexionar. Al respecto, el compositor inglés Thomas Adès acaba de presentar hace pocos días su nueva ópera, The Exterminating Angel, basada en la película de Buñuel. No os perdáis mañana el artículo de mi compañero Elio Ronco al respecto de este estreno.

Eduardo Mendoza: un cervantes con humor quijotesco

Eduardo Mendoza: un cervantes con humor quijotesco

Para una apasionada de la literatura, de los libros y de su idioma, como lo es una servidora, el 23 de abril es una fecha muy especial en el calendario anual, y no sólo por las ferias del libro que se celebran en tantas ciudades del mundo (o por ser el día de Castilla y León, mi tierra) sino, también, por el Cervantes.

El Premio Miguel de Cervantes, que se creó en 1976, premia, desde entonces y cada año, lo más granado y distinguido de la literatura escrita en lengua española. El premio se da a conocer a finales de año pero la entrega del mismo se hace, por motivos simbólicos, el 23 de abril del año siguiente; y seguir la premiación ese día es ya, para quien suscribe, toda una tradición. Claro que este año no se pudo cumplir con hacer la entrega del premio el mero día 23 de abril y fue el pasado jueves 20 cuando se llevó a cabo la ceremonia del Premio Cervantes 2016.

Este año el premio cobra un sentido especial. Ya se suponía que tras el escritor mexicano Fernando del Paso (Premio Cervantes 2015), el ganador de este año sería de nuevo un literato español y, efectivamente, el premio recayó nada menos que en las manos, o mejor, en la pluma, del entrañable escritor barcelonés Eduardo Mendoza.

Eduardo (me voy a permitir aquí tutearlo por las muchísimas horas de lectura que hemos compartido sus páginas y yo) es un excelente escritor, un virtuoso de la palabra española como pocos quedan y un creador con una imaginación difícilmente igualable. Todo ello lo hace un digno merecedor del galardón que se le acaba de conceder.

“Nunca esperé recibirlo”, declaraba modestamente Eduardo en su discurso, y es que, lamentablemente, un autor que dedica gran parte de su obra al humor, no espera ser considerado para tan importante galardón. Es necesario sobrepasar el prejuicio del género humorístico como género literario menor para darle, con seriedad, el lugar que merece. El jurado del Premio Cervantes parece haber superado en esta ocasión el prejuicio, haciendo además justicia a la obra cuyo nombre lleva el premio.

El Quijote es la obra emblemática de nuestra literatura española y Cervantes, el autor por excelencia de nuestras letras. Su grandeza literaria es la que llevó a poner su nombre mismo a este importante premio, pero parece que a menudo nos olvidamos de que ese libro enorme y gordo que con tanto pesar leemos de pequeños, es una obra cómica; y su prominente carácter humorístico no sólo no le resta valor, sino que incluso se lo eleva, pues lo humorístico no quita lo valiente, o, en este caso, lo valioso.

Pocos autores alcanzan la maestría cervantina en el uso del humor. No es tarea fácil. Eduardo Mendoza es uno de los pocos escritores de nuestra lengua que lo ha conseguido desde el ejercicio serio y comprometido de su actividad literaria. Ese humor inteligente, fino y tan natural en él, bien vale un Premio Cervantes.

En su discurso, Eduardo rindió un emotivo homenaje a Cervantes y al Quijote. El escritor reconoce haber hecho cuatro lecturas “cabales” de la obra. Durante la primera, en sus años adolescentes, declara que “De Cervantes aprendí que con el idioma se podía hacer cualquier cosa”, y vaya si lo aprendió. La verdad sobre el caso Savolta, su primera novela, y para algunos todavía hoy la mejor lograda de su producción, es una clara muestra del exquisito manejo que se puede llegar a hacer del lenguaje, con sencillez y elegancia (claro, que no cualquiera puede lograrlo).

Ya en su madurez, Eduardo se adentró en una tercera ocasión en la obra. “En aquella lectura del Quijote descubrí y admiré el humor que preside la novela, […] un humor que no está tanto en las situaciones ni en los diálogos, como en la mirada del autor sobre el mundo. Un humor que camina en paralelo al relato y que reclama la complicidad entre el autor y el lector. Una vez establecido el vínculo, pase lo que pase y se diga lo que se diga, el humor lo impregna todo y todo lo transforma.”

Ese tipo de humor que en complicidad con Cervantes descubrió el escritor, es el mismo tipo de humor que nosotros, lectores, en complicidad con Eduardo, descubrimos en gran parte de su obra. El misterio de la cripta embrujada (y la subsiguiente saga de novelas del detective anónimo) va más allá de la parodia y la novela negra; Sin noticias de Gurb es mucho más que un esperpento surrealista. Se necesita haber establecido un vínculo especial con Eduardo, haber alcanzado una complicidad personal con él, para compartir ese humor y ahondar en las problemáticas y críticas presentes tras él.

La literatura de lengua española y la literatura propiamente española, estarán siempre en deuda con Eduardo por su valioso legado literario y por tantas sonrisas generadas. Pero sin duda, quien más le debe a este barcelonés de nacimiento y de corazón, es precisamente Barcelona, su consentida, la constante protagonista de su obra. Más allá de La ciudad de los prodigios, excepcional testimonio sobre la vida de la ciudad de Barcelona, el conjunto de la obra de Mendoza es un documento histórico sobre la evolución real y cotidiana de esta ciudad española a lo largo de las últimas décadas.

Mucho se le ha preguntado en estos días sobre su próximo proyecto o si ya está escribiendo alguna nueva novela. Sus supersticiones, dice, no le permiten hablar sobre ello, pero no tardaremos mucho en enterarnos cuando vea la luz una nueva creación suya. Lo que tardaremos un poco más en conocer, veinte años exactamente, es el legado que Eduardo ha dejado guardado en la tradicional caja depositada en la Universidad de Alcalá de Henares por los ganadores del premio. Veinte años. En veinte años sabremos cuál es ese legado elegido por Eduardo, pero su legado literario (aunque todavía pueda aumentar) lo tenemos ya a nuestro alcance. Y el humor está garantizado.

Walt Whitman y el descubrimiento de Life and Adventures of Jack Engle

Walt Whitman y el descubrimiento de Life and Adventures of Jack Engle

Walt Whitman (1819-1892) es probablemente el poeta estadounidense más reconocido y uno de los nombres más consagrados de la literatura de ese país. Su obra emblemática, Leaves of Grass (Hojas de Hierba), ha quedado ya inevitablemente integrada en el catálogo de los imprescindibles de la literatura universal debido a su originalidad y a los elementos novedosos que, en su época, introdujo para la poesía (v.g. el verso libre).

A pesar del indudable mérito literario de Whitman, su nombre va ligado en algunos círculos, no tanto a su obra poética sino a la polémica que rodea a su figura. El poeta, nacido en Long Island, exalta abiertamente en su obra los placeres sensuales y el amor físico; esto, unido a su supuesto homosexualismo, ha dado pie a todo tipo de conjeturas e historias en torno a su vida y sus posibles amantes.

Lo cierto es que para todo aquél al que ni su nombre, ni su obra, ni su figura polémica le resulten familiares, puede que caigan en la cuenta de quién es este poeta si citamos los versos más famosos de su obra: “¡Oh, Capitán, mi Capitán!”. Éstos son los versos con los que comienza la elegía que Whitman dedicó a Abraham Lincoln y que se hicieron popularmente conocidos gracias a la película El club de los poetas muertos. La archiconocida escena final de esta película muestra cómo los alumnos, encabezados por Todd Anderson (Ethan Hawke), rinden homenaje al recién expulsado profesor Keating (Robin Williams), declamando estos versos de Whitman.

Ahora bien, aunque es cierto, como decía más arriba, que la obra más emblemática de Walt Whitman es Leaves of Grass (en la que está contenida, por cierto, la elegía a Lincoln), la obra de la que me voy a ocupar aquí es otra muy diferente.

Zachary Turpin, un estudiante de doctorado de la Universidad de Houston dedicado a investigar el legado de Walt Whitman, ha descubierto recientemente una nueva novela que el escritor publicó en 1852 de forma anónima en el periódico Sunday Dispatch. La novela, titulada Life and Adventures of Jack Engle: An Auto-Biography, está publicada en el reciente número 34 de Walt Whitman Quarterly Review, en una doble edición de la revista dedicada al descubrimiento de esta obra. El especial recoge también el minucioso estudio introductorio que escribe Turpin, autor del hallazgo, sobre Whitman, sobre Life and Adventures of Jack Engle y sobre la importancia de esta novela para su posterior obra poética.

Turpin detalla en su artículo cómo Whitman, antes de la publicación de Leaves of Grass en 1856, fue un exitoso escritor de ficción. Vinculado a trabajos de imprenta y en periódicos desde muy temprana edad, Whitman vivió sus mejores años como escritor de ficción en la década de 1840. En aquellos años publicó más de veinte cuentos en revistas de alto prestigio nacional como American Review o Democratic Review. Los cuentos, no muy originales y de una dudosa calidad literaria, tuvieron gran éxito entre el público de la época, éxito que le llevó a la redacción de su primera novela, Franklin Evans, or The Inebriate. De esta novela se vendieron aproximadamente veinte mil copias, cifra muy alta para la época; sin embargo, y a pesar de ello, Whitman renegó posteriormente de su obra de ficción porque consideraba, no sin cierta razón, que carecía de calidad literaria y la condenó casi al olvido cuando decidió consagrar su trabajo enteramente a la poesía, la cual rehacía una y otra vez, de forma un tanto obsesiva, con el ánimo de perfeccionarla hasta el límite (así pasó con Leaves of Grass, obra de la que Whitman publicó en vida nueve ediciones diferentes, pues hasta su muerte siempre la estuvo revisando, corrigiendo y aumentando).

Es en el contexto de esta primera época en la que Whitman se dedicó a escribir relatos de ficción en el que aparece Life and Adventures of Jack Engle, la novela por entregas que Whitman publicó de forma anónima en Sunday Dispatch. La novela, que ya ha sido catalogada de dikensiana, recoge para Turpin, además de la evidente influencia de Dickens, el estilo sentimentalista de las novelas estadounidenses de la época (como las de Fanny Fern, Maria Susanna Cummins o Lydia Sigourney).

Life and Adventures of Jack Engle no tuvo ni remotamente el mismo éxito que diez años antes tuvo la historia de Franklin Evans. Esto pudo deberse principalmente a dos motivos: el anonimato de la publicación y la poca publicidad que el propio Sunday Dispatch hizo de la novela. Como resultado del escaso éxito, o en paralelo a ello, Whitman condenó al olvido esta novela que nunca se volvió a publicar y de la que él apenas dio noticia de haber escrito. Pero ahora, 146 años después, Turpin saca a la luz esta obra que ya empieza a ser considerada por los estudiosos de Whitman como el posible mejor relato de ficción del escritor.

Como quiera que sea, la edición electrónica de esta novela de aventuras que publica Walt Whitman Quarterly Review (y que es de libre acceso) nos da ahora a nosotros la oportunidad de leer la obra para poder comentar próximamente, ya no la noticia del descubrimiento, sino la historia del joven Jack Engle propiamente dicha.