Maerzmusik fest 2016 (II): composición algorítmica

Maerzmusik fest 2016 (II): composición algorítmica

El pasado 12 de marzo la cosa iba sobre composición algorítmica en el Maerzmusik (con lo que se desmuestra, además, cómo la capital alemana se enfrenta de una manera muy seria a problemas actuales en la composición). La definición de la composición algorítmica es un tanto compleja. Algunos apuntan a que se trata de un procedimiento, en realidad, centenario; otros, sin embargo, lolimitan al uso consciente de algoritmos en la composición y, sobre todo, mediante la utilización de ordenadores u otros medios electrónicos, como sintetizadores. Quizá uno de los representantes mas famosos fue Xenakis, que utilizaba herramientas de las matemáticas para sus composiciones.

La primera pieza del programa fue Illiac Suite: String Quartet No. 4, de Lejaren Hiller y Leonard Isaacson, una pieza de 1957. Comúnmente, se considera como la pieza fundacional de esta línea de trabajo, es decir, la primera obra compuesta por un ordenador (el Illiac I), que seleccionaba números y letras de forma aleatoria -números y letras que se podían transcribir a notación convencional. El ordenador sólo poseía algunas normas básicas de composición, que corresponden a los cuatro experimentos que componen la obra: el primero intenta construir un cantus firmi, el sengundo una melodía a cuatro voces segmentadas, el tercero se constituye siguiendo instrucciones de rítmo y dinámicas; y, por último, el cuarto se basa en cadenas mertonianas. Según señala J. L. Besada en su tesis doctoral Composición y modelos exógenos: aplicación en la música contemporánea española (2015, p. 110)

Un primera aproximación poco atenta podría ubicar la implementación informática dentro de la categoría propuesta como recubrimiento gnoseológico [es decir, «proceso mediante el que la instancia epistemológica de los modelos musicales sirve de soporte para de engendrar un metamodelo científico, o eventualmente musical»]. La identificación de unos conceptos y de unos signos musicales como un código y una sintaxis supone un primer ejercicio de formalización científica, y la transferencia de unas reglas y su lógica implícita garantiza el pasaje de un mero catálogo de signos a un lenguaje formal. No obstante, la experiencia de Hiller e Isaacson incluye un retorno artístico, al proponer la generación de música con ella. Tiene lugar por tanto una reelaboración estética, tras la etapa intermediaria de naturaleza formal.

Aquí es donde entran mis dudas: en la audición se desprende la falta de algo fundamental, a mi forma de ver, para pasar de ser un experimento aural a una composición  y, por tanto, alcanzar esa categoría de ‘reelaboración estética’: y es el carácter linguístico. Éste no se refiere, simplemente, a la capacidad de unir meramente unas cosas con otras, es decir, obedecer rigurosamente el algoritmo seleccionado, sino hacer de la composición una totalidad -no necesariamente de sentido como algo terminado y de una vez para siempre-, pero sí como algo «construido» y no meramente «hecho». La obra, a nivel estético, sólo remite a una suerte de pastiche, muchas veces kitsch, otras naif, que hace un flaco favor a la defensa de esa herramienta de composición, por más que sea interesante en la relación con la tecnología sy las matemáticas. No sé qué se ‘reelabora estéticamente’, la verdad, porque no se repiensan a través de estas categorías ninguna de las preguntas básicas de la estética y, lo que es peor, tampoco se hacen buenas preguntas a tratar de responder. Ni siquiera la pregunta por la autoría de una obra, que ya se venía discutiendo desde movimientos anteriores de vanguardia. No obstante, reconozco que la limitación de este espacio no permite una discusión y profundización de los temas que abre este tema. Para el que le interese, dejo aquí el enlace al texto que escribieron al respecto Hiller e Isaacson. La interpretación por parte del Ensemble KNM de Berlín fue bastante correcta, aunque tuvieron algunos problemas de afinación bastante notables. La obra uena a una unión entre Britten y Bártok descafeinada, que sólo se miestra interesante por la segmentacióndel continuum melódico y el fugato del IV movimiento. Destaca la simpleza de la construcción instrumental, básicamente dividida en dúos de violines y la viola y el chelo, que o bien recurrían al milenario eco o respondían a la voz principal sin demasiado ornamento.  Aquí les dejo el cuarteto para que juzguen ustedxs mismxs:

Las siguientes piezas fueron el estreno mundial Colossus, Proteus, Eidothea, Polygonus Telegonus (2016), compuestas por el ordenador Iamus, desarrollado por el Grupo de Estudios de Biomimética (GEB) de la Universidad de Málaga. Francisco Vico y Gustavo Díaz Jerez explicaron que lo interesante de Iamus, frente a otras composiciones hechas por ordenador (como la anterior), es que el ordenador no selecciona aleatoriamente materiales, sino que el ordenador aprende y compone sin seguir isntrucciones, sino conocimientos. Es decir, de una forma similar a como se supone que lo puede hacer un ser humano. De tal modo, Díaz Jerez insistió en numerosas ocasiones en señalar que el ordenador podría equivaler a un compositor de nueve años de edad. Aunque Colossus se presentó como una pieza estática y delicada, las demás no dejaban de hablar prácticamente igual y de lo mismo, con estructuras compositivas repetidas en las cuatro, como los grupetos ornamentales que hacían las veces de pseudodesarrollo de la línea melódica y los fuertes contrastes entre graves y agudos. La pregunta que guió el debate que muy amablemente propusieron Díaz Jerez y Vico fue «¿estamos preparados para introducir ordenadores en la creatividad?». Mi respuesta, de momento -y quizá porque soy un poco carca- es que primero habría que definir mejor la creatividad (no de manera definitiva, claro) y, segundo, pensar en cómo para qué se introducen ordenadores. La defensa del grupo de Málaga es que el ordenador nunca sustituirá al humano, sino que un ordenador sepa componer, y no meramente obedezca, puede ser una herramienta que ahorre mucho tiempo a lxs compositorxs: como el deep blue, decían. Esto demuestra, al menos, cómo la estética siempre -y de manera indisociable- está unida a la ética y, si me lo permiten, también a la política. A mí no me preocupa la creatividad, me preocupa (y no digo que esté necesariamente en estas obras, hablo en general), por un lado, el fetichismo del medio que -como demuestran estas obras- van en detrimento del fin y, por otro, la fascinación -que es ideología- por las herramientas, que terminan con psicólogos hablando del enganche al Whatsapp y al Facebook (ambas, al fin y al cabo -aunque útiles-, maneras empresariales de guiar nuestras formas de comunicación e interacción social -y de vivencia de la identidad). Eso sí, quedo muy interesada por ver cómo avanza esto. Simplemente creo que hace falta, como siempre, un poco más de filosofía.

Maerzmusik fest 2016 (II): composición algorítmica

MaerzMusik Fest 2016 (I): la impostura de Marino Formenti

Este año el MaerzMusik, organizado y celebrado por el Berliner Festspiele, va sobre el tiempo y, en concreto, sobre las preguntas que abre el tiempo antes los nuevos medios digitales. Berno Odo Polzer, el director artístico, indicó ayer, en la apertura, que se movían entre dos polos: por un lado, la que rigen los conceptos de eficiencia y organización de la vida moderna y, por otro, el de la percepción subjetiva y difícilmente narrable del tiempo a través de las artes. La discusión teórica está teniendo lugar ahora mismo, dentro del simposio Thinking together (el cual, por cierto, se puede escuchar desde la web del festival).

Ayer le tocó a Marino Formenti abrir el festival. Su propuesta era sencilla: se había preparado obras desde el renacimiento hasta nuestros días (incluyendo obras de Carl Philipp Emanuel Bach, Johann Sebastian Bach, Björk, John Cage, Louis-Nicolas Clérambault, Chinawoman, Jean-Henri d’Anglebert, Guillaume de Machaut, Brian Eno, Morton Feldman, Brian Ferneyhough, Bernhard Lang, John Lennon, Franz Liszt, Nirvana, Enno Poppe, Domenico Scarlatti, Franz Schubert, Karlheinz Stockhausen, Galina Ustwolskaja entre otros y otras). Según lo que le sugiera el feedback del público, iría tocando unas cosas u otras. La idea, en sí misma, no estaba mal, especialmente para romper con la tradicional idea de programa. Ya que normalmente la programación de las salas de conciertos es un sinsentido motivada para asegurar llenar y no pagar derechos de autor estratosféricos, parecía que la idea de Formenti era radicalizar esto, tocando literalmente lo que le diera la gana. La realidad no fue tan interesante. Parecía que tenía bastante claro lo que iba a tocar, y aquello se convirtió en un paripé para beber vino entre obra y obra. De hecho, el propio pianista dijo que para él aquello no era un concierto, sino una fiesta. Con esto, entiendo, también quería dinamitar la idea de concierto al uso, propuesta con la que comulgo por entero. Especialmente, detesto la lejanía autoritaria (si no me creen a mí, revisen Masa y Poder de Canetti) entre el público y el concertista. La mala conciencia de la jerarquía se trata de ocultar con un músico vestido de negro impoluto, como si por eso desapareciese en el espacio del escenario. Lo que no me quedó muy claro es la necesidad de pasar a lo contrario, en el que el músico bebe y brinda con los asistentes y de vez en cuando toca algo. Parecía más una reunión de amigos en la que se ha cambiado la guitarra con la que se cantan, cada uno como puede, canciones de la juventud compartida (y donde, por supuesto, la música es lo de menos, lo importante es el recuerdo) por un piano que, acorde con el espíritu hipster de los últimos años que reina en Berlín, se conjugaban obras contemporáneas y clásicas para contentar a los más reacios y a los más atrevidos. Al principio, estábamos allí sentados entre colchonetas y sofás cada uno de su madre y de su padre, como se suele decir, modositos, como un concierto al uso. Poco a poco, dada la actitud de relajación del pianista, la gente efectivamente fue trayendo vino y levantándose dando vueltas por el espacio. Esto hubiese sido interesante si hubiese pasado con cada pieza. Pero no. Casi a nivel sociológico cabe remarcar esto: mientras se tocaban obras tonales (sonaron Liszt, Bach y un curioso diálogo entre Scarlatti y Satie), la gente volvía a sentarse y allí reina el silencio sepulcral para motivar una escucha adecuada. Cuando tronaba la 6 sonata de Ustwolskaja Action music for piano de Scelsi, la gente se permitía hablar -aunque fuera en susurros. Se confirman ciertas intuiciones que tengo desde ha tiempo: que aún reina una especie de idolatría por lo que se considera gran música (que suele ser la tonal) y relajación ante lo «raro» de eso que suena en la música contemporánea no neoclásica («total, eso ya es ruido, qué importa hacer más»). En fin.

Por lo demás, la interpretación de Formenti, aunque elogio el -supongo- esfuerzo por estudiarse y tener en dedos tantas partituras, sus interpretación fue edulcorada y todo exceso. En la rotundidad de los fff de Ustwolskaja funcionaba a la perfección, pero hizo de Bach un pastiche romántico con tanto rubato y adorno, y su Scarlatti fue precipitado y sin dirección clara.

La gran pregunta que ustedes se harán es qué tiene que ver todo esto con el tiempo según los términos que cité antes del director artístico. Yo me hago la misma y creo que, simplemente, la respuesta es la dolorosa nada, siempre tan molesta y tan verdadera.

Sobre Historia y teoría crítica en la obra de Kracauer

Sobre Historia y teoría crítica en la obra de Kracauer

Soy de la opinión de que Siegfreid Kracauer (8 de febrero de 1889 – 26 de noviembre de 1966) es un autor todavía por rescatar y pensar en español. Sus libros sobre cine, teoría de la imagen y literatura son conocidos tímidamente por los expertos. Me refiero, por ejemplo, a De Caligari a Hitler.  Una historia psicológica del cine alemán o su Teoría del cine. Muchos, gracias a Walter Benjamin, conocen su libro La novela detectivesca, que, al igual que los escritos del propio Benjamin o de la Teoría de la novela de Lukács, es un texto que trata de captar a través del género detectivesco parte de la cultura de su época (quizá esta tarea tendría que volver a hacerse traes el auge de los escritores de Europa del norte en literatura noir).

Historia y teoría crítica. Lectura de Siegfreid Kracauer es un audaz trabajo de compilación llevado a cabo por Susana Díaz, profesora en la Carlos III de Madrid, que, desde mi punto de vista, tiene dos pretensiones. Por un lado, expandir la recepción del filósofo alemán en la lengua de Cervantes; y, por otro, extraer de sus textos un análisis sobre el concepto de historia y sus líneas de convergencia  (y también de divergencia) con los autores incluidos dentro de la teoría crítica, como el ya nombrado Benjamin, Adorno (del que fue mentor, junto al que leyó de adolescente la Crítica de la razón pura), Horkheimer o el outsider Günter Anders. Un nutrido grupo de especialistas en teoría crítica, como Sergio Sevilla,  Antonio Aguilera, Carlos Marzán o Manuel Jiménez Redondo firman los artículos de esta edición, publicada a finales de 2015 por Biblioteca Nueva. Los textos son fruto de un curso homónimo celebrado en Valencia en 2013.

Este libro es un homenaje y también la reclamación de un espacio de reconocimiento a un filósofo que, además de pensar sobre la imagen, la hizo converger con problemas fundamentales en la filosofía, como la historia, la verdad, el estatuto de la estética en el siglo XX o la libertad. Sobre la conversión del mundo en imagen, y ésta en ideología, la actualidad de Kracauer es radical:

«La idea de imagen expulsa hoy la idea, expulsa lo esencial y la esencialidad […] El mundo mismo se ha dispuesto él mimso una cara de fotografía. […] De la fracción de un segundo que basta para iluminar un objeto depende a veces el que un deportista se haga famoso, que los fotógrafos lo fotografían una y otra vez por encargo de los magazines. También las figuras de las bellas muchachas y los apuestos muchachos hay que entenderlas desde la cámara. El que ésta devore el mundo es un signo del miedo a la muerte. Las fotografías querrían desterrar mediante el amontonamiento de fotografías la memoria de la muerte que queda co-pensada con cada imagen de la memoria. […] [E]l mundo se ha convertido en una actualidad fotografiable y la actualidad fotografiada queda eternizada. Ésta tiene el aspecto de haberse arrancado a la muerte; pero en realidad se ha abandonado a ella».

Esta cita es muestra de la cantidad de buenas preguntas que aún se abren con desde Krakauer. De estas preguntas está lleno este libro -que ya se había vuelto urgente- de Biblioteca Nueva, y esto, específicamente, es lo que hace de un libro de filosofía ser filosófico.

 

Depardieu… ¿Un nuevo camino con The End?

Depardieu… ¿Un nuevo camino con The End?

Copyright de la fotografía: Le Films du Worso – LGM Films (Todos los derechos reservados). Tomada de aquí.

«Estoy cansado de las historias tradicionales con un inicio, desarrollo y final (…) llevo tiempo viajando alrededor de todo el mundo y creo que hoy en día el 90% de los filmes que se hacen se parecen todos entre sí (…) en este momento de mi carrera quiero hacer películas diferentes (…) algunos festivales como los de Sundance o Berlín aportan ese 10% y eso me encanta» decía Gérard Depardieu al finalizar la Premiere Mundial de “The End “en la capital germana.

Una cinta sin duda diferente. Según palabras de su director Guillaume Nicloux, está basada o más bien “plasmada “de un sueño que él mismo tuvo hace unos meses. Despertó y pensó que debía llevar aquello a la gran pantalla y con Depardieu como protagonista, con quien acababa de terminar el rodaje de Valey of love junto a Isabelle Huppert. Y así, se puso en contacto con él (la rodaron en apenas 9 días)

El actor francés (67 años), con kilos de más (sí, más aún) para la película por petición del propio Nicloux, representa a un oriundo sesentón solitario que vive en una humilde vivienda junto al bosque con la única compañía de su perro Yoshi. Una mañana, se levanta, coge su escopeta y decide salir a cazar; pasado un tiempo se acaba perdiendo entre la inmensidad y densidad del paraje iniciando una extraña y angustiosa aventura.

Comienza así una suerte de introspección personal donde, solo y perdido, empieza a hablar consigo mismo y parece tratar de encontrarse a él y al lugar que podría ocupar en esta etapa tardía de su vida. La trama cobra más interés cuando un par de personajes aparecen en la historia, pese a que casi la totalidad de su peso recae sobre sus enormes espaldas. La cámara es muy directa pero también sugiere temores y mantiene en un estado de alerta que el personaje parece ignorar; la música acompaña y detiene la charlatanería del viejo, poniendo mientras voz a los árboles y naturaleza del lugar. Un tono oscuro y tenebroso empieza a apoderarse entonces de la película. Hasta esos instantes muy poco se nos ha mostrado, pero consigue mantener la expectación y una cierta tensión.
A medida que avanza nos hacemos más preguntas y así sigue in crescendo hasta la última escena del filme, con un giro in extremis muy desconcertante.

“Disculpe que no me apetezca tratar de explicar muchos aspectos de la película “- respondió Nicloux tras la proyección a las dudas de una espectadora- “no siempre lo más importante es buscar la respuesta a todo, de hecho, en ocasiones es mejor no hacerlo».

Su obra, es una película personal y cortada por un molde de autenticidad, permite encontrar diversas metáforas cada vez que uno recapacita su visionado, donde todo es especial, aunque ello no la convierta en una cinta con perspectiva de ganar premios.

No es una cinta mayor ni lo pretende, incluso se diría que menor, pero esa indiferencia de pretensiones nos dice que disfrutemos de lo que vemos sin esa imperiosa necesidad de valorar o etiquetarlo todo, que tanto desvirtualiza y banaliza. Una muestra de ese “otro cine es posible “, quizás de ese 10% que hablaba Depardieu, de diferentes maneras de adentrarnos en el séptimo arte en un momento de evolución, de un despertar a la vejez del francés donde sus ganas de experimentar le rejuvenecen y pese a su aspecto físico se muestra en plena forma interpretativa.

4 Años de espera de Nicchols: Midnight special

4 Años de espera de Nicchols: Midnight special

El nombre de Jeff Nicchols está ya instalado en el inconsciente colectivo del cine actual, con un corte independiente de alta calidad y cuatro años después de ese absorbente entramado dramático que es Mud, volvía a la carga con una nueva cinta y en que mejor escenario que la Berlinale.

Retomando a Michael Shannon como actor fetiche y junto a Kirsten Dunst, no muchos dirían que el protagonismo lo pudiera acaparar un niño de 12 años, Jaeden Lieberher.

 

Midnight special comienza con una agradecible tenebrosidad, con escenas desde el interior del coche de una magia especial, una esencia de Collateral y Locke mezclada con el oscurantismo de Zodiac. Tanto, que cada vez que el auto toma la carretera, la película gana enteros mientras devora kilómetros.

Se hace notar el toque particular y un tanto indie en el uso de la cámara y el tratamiento de los tempos de Nicchols, donde presenciamos lo que a toda luces diríamos que es un rapto, pero con extraños elementos que nos despistan y nos entrecierran los ojos acaparando máxima atención.

A su vez, un gran rancho tejano americano gobernado por el veterano Sam Shepard aparece como un escenario importante relacionado con ese niño tan especial. Un niño con unas habilidades y poderes fuera de lo común y que explican porque el gobierno despliega tamaña cantidad de medios sin precedentes para encontrarlo.

 

Sin embargo, el film comienza a virar poco a poco hacia una suerte de homenaje a los filmes de ciencia ficción de los 80 con marcada influencia spielbergiana, dejando de lado esa tensión y autenticidad de su primer tercio para retomar la senda tan solo durante momentos puntuales. El propio Nicchols reconoce haber intentando emular y retomar el espíritu de clásicos como E.T y Encuentros en la Tercera Fase, lo cual no deja de ser una lástima pues se le presupone talento suficiente para realizar una cinta sobrenatural o fantástica con personalidad y sello propio, como ya demostró en la fascinante e inquietante Take Shelter (2011).

 

Destacar el papel del pequeño Jaeden Lieberher, tan resuelto dentro de la película como en la alfombra roja el día del estreno del filme. Es sin duda quien parece tener más claro su cometido y el que lo lleva a cabo con mayor determinación y naturalidad (lo que habido el buen reparto no habla muy a favor del resto). Michael Shannon parece despistado con un semblante demasiado impuesto y su personaje no termina de evolucionar; Kirsten Dunst, por su parte, no pasa de tener un rol secundario y ,aunque conocemos de su calidad interpretativa (en la reciente temporada de Fargo esta simplemente espectacular), su personaje no tiene recorrido suficiente como para permitirle brillar.

 

Eso sí, destacar a un David Wingo (hermano cinematográfico inseparable del director) que vuelve a estar magnifico con la banda sonora y demuestra un gran dominio de cada situación, sacándole más jugo a las secuencias de las que visualmente podrían ofrecer por sí mismas.

 

Una de esas historias, en definitiva, que se quedan a medio camino de lograr algo mayor, pero con dosis suficientes de gran cine como para no olvidar que detrás está Nicchols, quien esperemos nos depare mayores alegrías en los años que están por venir.