por Carles Samper Seró | Oct 15, 2018 | Críticas, Libros, ReCiencia |
Desde que Isaac Newton pusiera de relieve la utilidad del lenguaje matemático más allá de la geometría, y en paralelo a los siempre sorprendentes avances científicos y tecnológicos, se ha generado un halo de prestigio alrededor de este particular lenguaje.
Un lenguaje que, como tal, es parcial: no permite una comunicación amplia como si lo permiten el alemán, el francés, el árabe o el quechua. Aún así, la fascinación generada a consecuencia de su idoneidad para describir y anticipar distintos fenómenos de nuestra realidad es cada vez mayor.
Al unir estas fantásticas capacidades con la disciplina paradigmática del consumismo, el marketing y el idioma de lustrar conceptos; sucede lo propio y, sorpresa, tenemos la nueva doctrina mágica de nuestro sistema económico: los datos.
Big Data, Data Analytics, Smart Data, o el algo más castizo “basado en datos”. Día tras día llevamos tiempo escichando la misma canción. Una canción que, una vez la intentamos representar nosotros, nos sorprende con sus virtudes. Además, seguramente conozcamos a algún “experto en datos” o, en un caso rozando lo fatídico, los seamos nosotros mismos.
Este artículo no pretende negar la mayor: un buen análisis de la información disponible es imprescindible para tomar buenas decisiones. Los datos correctamente tratados son una herramienta muy adecuada y precisa para tal tarea. Aún así, es necesario conocer sus límites y, ante todo, los sesgos de todos aquellos entusiastas lanzados a “analizar datos” con un descontrol muy propio de la pubertad.
Cathy O’Neil era una de esas. Ella misma se autodenominaba científica de datos. Una persona con una carrera académica y profesional brillante a base de usar las matemáticas para identificar patrones. Hasta que un día, como San Pablo, cayó del caballo y vio la luz. Esos datos mágicos, responden a fenómenos en el mundo real, fenómenos muchas veces vinculados a individuos. A personas. A tí, querido lector, y a mí.
La sobreexcitación en el uso del dato empieza a emponzoñarse, a dejar ver los problemas existentes. Cuando se elaboran modelos automatizados, los datos empiezan a tomar decisiones que nos afectan directamente. Los modelos automatizados generan resultados que, a su vez, retroalimentan al modelo, reafirmando cualquier sesgo sufrido por los primeros resultados. Y empezamos a sufrir sus consecuencias en nuestro día a día: en nuestra economía, en nuestra educación, en nuestro trabajo e incluso en nuestro estatus jurídico y político.
A partir de una serie de casos mediáticos y bien documentados (a mi parecer, un factor común en el ensayo estadounidense) la autora empieza a hilar una serie de injusticias resultantes del uso incontrolado de estos modelos. O’Neil elabora un claro paralelismo al nombrar estos modelos Weapons of Math Destruction, cuyo acrónimo WMD se popularizó durante el mandato de George Bush Jr. debido a la acusación sobre Iraq de la tenencia ilícita de Weapons of Mass Destruction.
Según la autora, hay tres elementos clave que se deben dar para poder considerar un modelo como una Arma de Destrucción Matemática. Primero, la magnitud; ¿cuánta gente se verá afectado por ello? Segundo, la retroalimentación del modelo; ¿recibe éste información sobre qué errores comete o únicamente bebe de sus propios datos sesgados? Finalmente, la opacidad; ¿es posible entender cómo funciona el modelo para ofrecer sus resultados?
El libro va más allá del mero aviso sobre el exceso de celo en el uso de modelos computerizados: aboga por un uso más responsable. Para O’Neil la solución pasa por enseñar, junto a la programación y la estadística, ética. Si los estudiantes aprenden sobre las consecuencias de su trabajo, serán más cuidadosos en su desempeño. Su propuesta: Juramento hipocrático para la nueva economía digital.
Me parece un comienzo encomiable y un buen cierre para el libro, tal como lo ha desarrollado la autora. Por mi parte eché de menos el abordar con mayor profundidad una hipótesis: la relación entre humanidades y ciencia. Es probable que la autora no aborde con profundidad este punto ya que no llega a tratar la CIENCIA, solamente los modelos matemáticos.
Aun así, apunta al desconocimiento de muchos “científicos de datos” sobre como la inescapable telaraña de la sociedad contemporánea esta constituida por elementos y sesgos culturales.
O’Neil reconoce modelos sesgados. Hasta cierto punto, incluso lo defiende como parte del proceso de evolución del modelo hacia una herramienta mejor. Otra cosa muy distinta son los sesgos de sus creadores. Estos pueden entrar el modelo y definir una realidad prejuzgada, impidiendo así el correcto análisis de los fenómenos.
Al final de la lectura (tanto del libro como de mi crítica) es necesario recordar la importancia de este fenómeno. Mi voluntad no es negar el uso de estos modelos, ni impedir abrazar la senda del análisis. Al igual que la autora del libro, considero demasiado grandes las potenciales pérdidas si se renuncia a este tipo de herramientas.
Sin embargo, debemos ser cautos. Aprender y preguntar dos veces cuando estamos frente a éstos modelos. Lo que nos anula como ciudadanos es el desconocimiento y la falta de voluntad de explicarnos estos modelos. Nuestro deber es buscar respuestas, bien aprendiendo las herramientas o bien exigiendo explicaciones no guiadas por un Deus Ex Machina. La curiosidad es nuestro camino al empoderamiento.
por Carles Samper Seró | Jul 9, 2018 | Críticas, Libros |
A través de «Dins el riu, entre els joncs» Antoni Munné consigue hacer válida la literatura como microscopio para la observación de fenómenos sociales. El ágil estilo narrativo desplegado en este libro, facilita acercarse al protagonista y entender la forja de una identidad. Sorprende la naturalidad de exploración desplegada, sobre todo al tratarse de un tema subjetivo tan difícil de abarcar sin dejar de ser fiel a todos los matices que rodean al fenómeno.
El tema es un recurrente clásico en disciplinas más académicas cuyo objetivo es sintetizar, diseccionar y establecer causas para el fenómeno (sirvan de ejemplo la sociología o la psicología). La aportación de esta obra de Munné es el color y su facilidad para cazar la atención (al menos el mío).
La historia es sorprendente en si misma: un maestro catalán de la república decide alistarse voluntariamente a la División Azul para poder ejercer su profesión bajo el nuevo régimen y vengar la muerte de su padre. Motivaciones distintas que acaban convergiendo en un sorprendente curso de acción: un alistamiento para luchar al otro lado del continente.
Me gustó el ritmo desplegado a lo largo del relato, un aspecto que me recordó a algún texto de Emmanuel Carrère. La evolución de la historia y de la experiencia vital del protagonista consiguió que me sumergiera rápidamente en un mundo crudo y muy frío. Se trata de una aportación más a las obras que explican las experiencias catalanas durante la Segunda Guerra Mundial, aunque esta vez no sea a través de un testimonio tan cercano como, por ejemplo, Joaquim Amat Piniella a través de su «K.L. Reich».
Tan solo una duda me surge después de finalizar el libro: ¿hubiera sido posible tal relato en el marco de la literatura del exilio española? ¿y en el de la literatura de la posguerra? La renuncia a mostrar las flaquezas de un nuevo régimen en construcción por parte de los vencedores, junto a la rabia de los derrotados de saberse expulsados, perseguidos y acosados, resultó en una falta de narrativas y discursos parecidos al expuesto en «Dins el riu, entre els joncs».
Siempre resulta más fácil decirlo a tiempo pasado, pero creo la carencia de ese espacio ha resultado en un empobrecimiento de la vida cultural de España y al empobrecimiento de la paleta de colores disponible para pintar a su sociedad. Por suerte no se trata de un fenómeno irreversible y la publicación de este tipo de historias con un foco en los procesos subjetivos de los actores, ayuda a ir llenando ese espacio.
A mi parecer este es un libro recomendable en general, aunque seguramente lo disfruten más aquellas personas con interés por autores cómo Oliver Sacks y su búsqueda de las motivaciones humanas o personas que disfruten con novelas con un ritmo rápido y bien trabajado como podría ser «Las increíbles aventuras de Pomponio Flato» (a pesar de la diferencia de género literario).
por Carles Samper Seró | Feb 19, 2018 | Críticas, Teatro |
Al entrar al teatro el programa rezaba «Pretender hacer de nuevo El ángel exterminador sería una tarea tan banal como imposible: El ángel exterminador ya existe, está ahí como una de las más grandes películas de Buñuel, forma parte de la historia del Cine y del Arte en general.»
Lo mismo podría llegar a pensar uno sobre la crítica de dicha obra, pero considero necesaria cierta valentía para no quedar abrumado por la tarea y atrapado en una especie de impotencia. Atrapados como los personajes de la obra. Atrapados en sus delirios de grandeza, atrapados en sus pecados.
Esta producción del Teatro Español deslumbra por todos lados. Nada más entrar a la sala queda ya uno cautivado por el impresionante despliegue realizado. Un pequeño vértigo se apodera de uno: gran despliegue escénico y gran obra. Surge la pregunta: ¿quedarán los actores atrapados por una obra demasiado grande?
Para la tranquilidad del público, disipan esa duda incluso antes del comienzo marcado por la sala. Tanto Don Julio, Camila y Lucas aportan un gran saber hacer en la caracterización de sus personajes, demostrando el resultado de un laborioso trabajo.
El resto del elenco no es para menos. A pesar de las exigencias de una obra dónde constantemente están en el escenario (aunque el foco no siempre reside en éstos), realizan un gran trabajo artístico con sus personajes. Me gustaría decir que mantienen el alto nivel del comienzo, aunque la verdad es que se van degradando. Un proceso en paralelo a lo que sienten sus personajes quienes, al ser incapaces de salir del comedor, acaban abrumados por el peso de sus pecados. Lo digo como algo extremadamente positivo, como un reconocimiento de ese trabajo.
Viven toda una experiencia religiosa a medida que avanzan por la senda del pecado, regocijándose en ellos alienadamente, sin ser conscientes. La desesperación les corroe incluso llegan a la adoración de falsos ídolos (¿sabremos jamás quiénes son?) llegando a querer ofrecer como sacrificio la carne del hombre.
Y al final la redención llega; y éstos personajes son capaces de escapar y recuperar su libertad. Magnífico, una vez más, el esfuerzo de los actores externalizando ese proceso y esa penitencia posterior a tamaña experiencia mística.
El conjunto está a la altura, aunque no dejan de haber un par de sorpresas. No sé si son decisiones de dirección, exigencias del guion o consecuencia de la inmersión en el personaje. No me pareció igualado el trato entre el cuerpo masculino y el femenino, aunque me quedé con la duda de si se trata de alguna especie de representación de algún instinto reprimido del autor de la obra. A pesar de eso, no llega a sobreponerse al resto del trabajo.
Al acabar salí satisfecho por saberme libre. La reflexión me llevó a creer mejor que esos personajes atrapados por sus miserias. No me daba cuenta como, a medida que avanzaba por el sendero de este pensamiento, me hundía más y más en esa misma actitud denunciada en la obra. A modo de cierre, se debe elogiar la obra, pues me hizo salir atrapado. Atrapado por mis propias miserias.
por Carles Samper Seró | Dic 18, 2016 | Música, Teatro |
No es habitual para los espectadores tener la oportunidad de seguir un proyecto más allá de sus representaciones y sus giras. Quizá lleguemos a tener la suerte de poder intercambiar nuestras impresiones con alguno de los intérpretes tras la función. Sea como sea, no suele ser habitual poder formar parte del proceso que culmina con la representación de la obra.
Y, aun así, hay veces cuando somos sorprendidos por la suerte. Eso me pasó a mí: tuve la ocasión de poder ver lo que no se ve, poder estar en los ensayos previos a la función, ver la relación entre los intérpretes y entender más de cerca el trabajo de dirección.
Esa oportunidad me ha permitido tomar conciencia del esfuerzo necesario para montar un espectáculo es uno de los primeros detalles muy fácilmente ignorados por nuestra parte, en tanto que espectadores. Estamos demasiado acostumbrados a una sociedad del impacto, dónde solo valoramos el resultado final por encima de todo el resto. Haber sido testigo de algunos ensayos me ha abierto una nueva mirada al proceso artístico.
Pero antes debo poneros en antecedentes. La Ilustradora de Sueños es una propuesta que combina un concierto musical con un cuento infantil ilustrado e interpretado. Una propuesta excepcionalmente interesante, sobre todo para un público más familiar, porque las dos fuerzas de la propuesta (la música de Henry Cowell y las aventuras de Lena) están trenzadas entre con muy buen gusto y con mucha habilidad. Tanto es así que uno no sabe si se encuentra frente a un concierto de música camuflado en un cuento infantil o viceversa.
Personalmente, al principio, tenía algunas dudas sobre el formato de la obra. La música tiene un papel casi exclusivo en la primera parte, mientras que al final comparte protagonismo con el cuento de Lena. Mis reservas con este planteamiento se esfumaron cuando vi la reacción del público. Los niños quedaban atrapados por la fuerza conjunta de las ilustraciones, la música y la actuación.
Inicio de la Ilustradora de Sueños. Foto: La Lira de Siete Cuerdas.
Para ser justo, debo decir que existen dentro de la obra distintos elementos usados para conciliar la música con el cuento. El más interesante es la participación de los músicos en distintos momentos del cuento. Sin quitar protagonismo a Lena o al narrador, nos recuerdan su presencia en la obra, su esfuerzo en hacer más completa la experiencia de la obra. Los músicos no están escondidos en un foso, fuera de la vista de los espectadores. Todos los elementos de la composición son importantes, y estas incursiones de los músicos hacen que no los olvidemos.
Esta participación de los músicos en la obra (más allá de su interpretación musical) hizo más divertidos los ensayos. Hubo un momento excepcional cuando el director artístico les pidió que caminaran “como una persona normal. No sé si las integrantes del proyecto pensaran lo mismo, pero deduzco por sus risas que así fue. El buen humor existente en el equipo hace que el resultado llevado a los escenarios sea atractivo para el público, pues se vislumbra en el escenario esa positiva actitud.
Lena (María Alonso) en acción. Foto: La Lira de Siete Cuerdas.
También el público reconoció el trabajo hecho. La función en el LABoral Centro de Arte y Creación Industrial superó con creces las expectativas de asistencia. Tal fue así que, para sorpresa de los músicos, el público les quitó sus sillas para aumentar el número de localidades para los asistentes. Además de una asistencia excelente, los comentarios del público al acabar la función también reconocían positivamente el proyecto.
Y aún ha recibido más reconocimientos. La Ilustradora de Sueños ha sido seleccionada de entre cerca de 700 propuestas para la Feria Europea de Artes Escénicas para Niños y Niñas (FETEN). Profesionalmente les abre la oportunidad de que su trabajo sea expuesto en uno de los principales aparadores para este tipo de creaciones. Cuando en febrero se celebre la feria, sabremos hasta qué punto mi entusiasmo y el del público de Gijón será compartido por el del público del resto de España.
Tras agradecer la oportunidad de compartir con ellas un tiempo precioso y poder ver todo su trabajo, desde el ensayo hasta la función, espero que tengan esa suerte y La Ilustradora de Sueños pinte de alegría tantas salas de España como sea posible.
Ficha técnica
Dirección
Patricia Vázquez
Guión
Sonia Marrón
Ilustraciones
Patricia Vázquez
Arpa
Helena Garreta
Violonchelo
Oboe
Sonia Marrón
Flauta
Patricia Vázquez
Actriz
María Alonso
Actor
Didier Otaola
Producción
por Carles Samper Seró | Nov 11, 2016 | Artículos, Videojuegos |
La relación de los videojuegos con la política es un hecho sobre el que ya no hace falta llamar la atención. Podemos presentar algunos ejemplos para sustentar esta afirmación. Uno de los casos más conocidos es el de la creadora del canal de YouTube Feminist Frequency, Anita Sarkeesian. En él, Sarkeesian, tiene una serie de videos llamados Tropes vs Women in Videogames consistente en analizar las figuras retóricas usadas en los videojuegos y la posición de las mujeres frente a ellos.
Debido a estos vídeos, Sarkeesian fue víctima de una campaña de acoso a través de las redes sociales y distintas amenazas de muerte y de bomba en distintas universidades donde planeaba dar conferencias para concienciar sobre el tema.
También existen referentes más cercanos que han dedicado un tiempo a pensar en la interacción existente entre los videojuegos y distintos valores políticos. Siguiendo con los canales de YouTube existe el excelente trabajo de Bukkuqui. En él, tanto el tema del feminismo en videojuegos (y series) como el de la ideología de los videojuegos han sido tratados de una forma excelente.
Llegar a reflexionar sobre la ideología de los videojuegos nos lleva a otro tipo de aproximación al mundo de la política y los videojuegos. Ya no se trata de una mera reproducción de estructuras de poder, como es el caso del feminismo y el patriarcado, sino que se trata de un refuerzo de ciertas creencias en el inconsciente de los jugadores.
Otras aproximaciones a la intersección entre los videojuegos y la política es el libro Videojuegos: La explosión digital que está cambiando el mundo. La reflexión general del libro es “que los procesos sociopolíticos, económicos o culturales y los videojuegos están inextricablemente unidos.” Todo el libro es un esfuerzo por relacionar distintas vertientes de “lo político” con el mundo de los videojuegos.
Un último referente a mencionar es el número dedicado al tema que nos ocupa por la revista Presura. En él una variedad de autores reflexionan con rigor sobre distintos aspectos de la función política de los videojuegos; desde la representación y reproducción de hechos históricos, hasta las presentaciones de estructuras sociopolíticas en los videojuegos.
Habiendo visto todos estos trabajos, es hora de abrir las preguntas. Por un lado tenemos como un grupo de trabajos dedicados a sacar a la luz las capacidades descriptivas de situaciones políticas por parte del videojuego, como el artículo de Jesús Sahuquillo Olivares sobre Victoria II y el imperialismo occidental. Por otro lado, hallamos los trabajos encaminados a hacernos tomar conciencia sobre las visiones políticas latentes en los videojuegos.
Mis intereses personales y profesionales dirigen mis preguntas, sobretodo, a este segundo conjunto de reflexiones. Intuitivamente se hace evidente la existencia de una relación entre la emisión de un mensaje político (aunque esté encubierto tras un aparente producto de mera diversión) y la reproducción de éste por parte de los receptores. Lo que no está tan claro es la dirección causal de dicha relación. Me parece importante saber si los videojuegos actúan meramente como refuerzo de actitudes ya existentes en nosotros o, por el contrario, son estos las que crean estas actitudes.
Soy consciente de la simplificación inherente a este planteamiento, pues seguramente el conjunto de fuerzas latentes interactúa de forma recíproca y afectada por la presión de nuestros círculos íntimos, elementos de estructura social o el márqueting de los productos.
Me parece muy importante aclarar el funcionamiento de estos mecanismos debido al cada vez mayor impacto de este producto cultural en nuestra sociedad. Ignorar esta relación puede suponer abrir en nuestro inconsciente una puerta a la pérdida de autonomía. Entre otras implicaciones, me preocupa el efecto que pueda tener en la configuración de los valores de nuestra sociedad. Por ahora podemos tener algo claro: la política y los videojuegos tienen una fuerte interacción, ya sea como catalizador o como reforzador de los valores políticos de los jugadores.
Seguramente a los lectores más atentos les habrá sorprendido, sino molestado, el uso polisémico de la palabra política. A veces la he usado como sinónimo de valores políticos personales y a veces como acción guiada por éstos. Los distintos usos dados a la palabra en este artículo son conscientes y responden a la voluntad de intentar presentar una visión tan amplia como sea posible de las distintas intersecciones existentes entre “lo político” y los videojuegos.
Evidentemente soy consciente del impedimento supuesto por la polisemia de cara a estudiar el problema de forma específica, pero no es el objetivo de este artículo. Debido a esta voluntad generalizadora y generalizante será bienvenida cualquier reflexión o sugerencia sobre posibles interacciones ignoradas (involuntariamente) en el artículo.