La película Arrival (Denis Villeneuve, 2016) representa una nueva muestra de la gran calidad de la reciente hornada de cine de ciencia ficción que estamos recibiendo de los estudios hollywoodienses. Recoge los inestimables aportes al género de las recientes Gravity (Alfonso Cuarón, 2013), Interstellar (Christopher Nolan, 2014) y The Martian (Ridley Scott, 2015), enfocados fundamentalmente en devolver la ciencia-ficción al intersticio entre lo posible y lo ficticio. Si hasta la aparición de Gravity, el género andaba a la deriva en lo puramente irreal (sin sentir la necesidad del más mínimo fundamento científico), esta cinta se empeñó metódicamente en corregir este desarrollo, en un gesto típicamente materialista: representar de forma realista el movimiento en el espacio y así devolver el balance a la ciencia ficción reforzando su lado de «ciencia». De esta forma se logra que las historias que nos cuentan, por muy irreales que sean, cumplan esa función que desde siempre ha tenido la literatura y la narración fantásticas: invitarnos a reconsiderar la naturaleza de realidades ordinarias al mostrárnoslas en un relato que las descontextualiza, radicaliza y las presenta fuera de su aura cotidiana. No es mera falsedad o fantasía, sino más bien el desencadenamiento de una lógica inmanente que late en alguna parte de nuestro día a día. En Arrival, esta realidad cotidiana que se nos redescubre es el lenguaje. (más…)
El anuncio de la lotería de este año nos trae su habitual momento lacrimógeno con una novedad (que en realidad no es nueva): una reapropiación de la pelicula Good Bye Lenin!. Antes de ponerme al lío, mira (si no lo has hecho ya) el anuncio:
Aparte de errores del anuncio que destaca Loulogio, me gustaría contarles porqué veo la relación con Good Bye Lenin! y porqué creo que se olvidaron de lo importante de esta película, que es lo que distancia a ambos. Good Bye Lenin! es una película de 2003 de Wolfgang Becker que resituó el cine alemán (o directamente lo situó, porque salvo algunas excepciones, no tiene demasiada difusión fuera de los circuitos teutones). Como muchos sabrán, en esta película, Christiane, una militante del Partido Socialista Unificado de Alemania entra en coma en 1989. Durante el coma, el muro de Berlín cae, y poco a poco se comienza a distribuir productos, propaganda y lógicas vitales del oeste. Alexander Kerner (interpretado por un estupendo Daniel Brühl), le hace creer al despertar que aún no ha caído el muro. La película va, en líneas generales, de mostrar qué tejemanejes se construyen para evitar a su madre el shock emocional de ver aquello por lo que había creído fagocitado por los hábitos imperantes del oeste. La mayor parte de las lecturas se aproximan a la que, a primera vista, tendríamos del anuncio de lotería: qué maja su familia, que por no hacerle daño no le cuentan la verdad y le siguen el juego. En esto se esconde la creencia de que saber es doloroso y que es mejor maquillar la realidad para que se adapte a aquello en lo que confiamos. Lo interesante de Good Bye Lenin! es que también se muestra el dolor aún mayor de la mentira, que sólo es superado porque la madre se está muriendo y entiende que su hijo ha hecho todo eso por amor. Es decir, se expone a una situación límite (la muerte) y a un amor intenso (el de una madre por un hijo -y viceversa-) para justificar la mentira, que no se revela, sino que se perpetúa. Pero, ¿qué hubiese pasado si, poco a poco, se hubiese revelado la verdad? ¿Qué hubiese pasado si Christiane hubiese entendido y hubiese decidido afrontar sus últimos días en un mundo en que se había convertido su mundo? ¿Crear y mantener una farsa no era, en cierto modo, negar la posibilidad de modificar, desde dentro, ese nuevo mundo a través del mundo que había desaparecido? Es decir, Alexander, con su mentira, desposeyó a su madre de poder defender sus ideas en otro contexto, de situarse, de ser agente. La invitó a algo por lo que nunca había apostado: la pasividad. Pero, la diferencia de la película con el anuncio, es que en Good Bye Lenin! esta tensión se manifiesta, subyace a la historia. Es decir, se abre el dilema sobre la verdad (dolorosa) y la mentira (piadosa, supuestamente indolora). Lo piadoso, supuestamente aséptico, puede dañar al receptor, supuestamente protegido. En este caso, además, como ya han criticado varios colectivos de la tercera edad y, en concreto, la Unión Democrática de Pensionistas, se propone en una persona supuestamente frágil, a la que hay que proteger del dolor de la verdad. La polémica está servida: que si alzheimer, que si despistes de la edad. La cosa es que, por algún motivo, todo el mundo decide seguirle el rollo. La explicación de sus creadores: porque como ha sido la maestra de la escuela del pueblo, ha enseñado a muchas generaciones y por eso todos se implican para hacerle feliz, porque lo importante es compartir y no lo que se comparte en sí mismo. Muy tierno. Pero si realmente la protagonista del anuncio fue una buena maestra, si realmente tienen algo que agradecerle, será el amor al saber y a la duda. Flaco favor y precario homenaje a una maestra jubilada con una mentira cómplice que, tarde o temprano, se desvelará. Parece que no hay aristas, que esa felicidad perdurará. Se muestra que muchos están en desacuerdo, que incluso intentan decírselo. Pero «por la señora», siguen el hilo de la farsa. Aquí no sale ganando nadie. Me recuerda al cuento de Cortázar, el de «La salud de los enfermos», en el que los mentirosos obtienen más consuelo que el que recibe la mentira porque así se libran -creyendo que hacen lo mejor- del peso de la verdad. Al final, los que comen, beben y celebran como un día de fiesta son aquellos que después regresarán a su casa y comentarán la jugada. Carmina, la engañada, será la que luego sienta vergüenza, rabia, pena, qué sé yo. Se descarga el peso de la verdad sobre la engañada, que podría no haberlo sido si se hubiera cogido a tiempo: era una mentira innecesaria. No se justifica tampoco por esa lógica «de compartir, no importa el qué». En eso, entre otras cosas, se basan las tediosas comidas familiares en las que, salvo algunos casos, nos toca juntarnos con gente estupenda, sí, pero también con gente a la que vemos pocas veces al año, con la que tenemos poco en común o que directamente nos cae mal. Que el pueblo se reúna y celebre una mentira tamaña como la de haber ganado varios millones de euros habla de la fragilidad de su cohesión y de las heridas que deja a su paso. Este texto no es una moralina, sino una invitación a pensar hacia donde se descarga ese peso doloroso de lo verdadero.
«Quand les gibus y chang’ront d’têtes Quand les bagouses elles chang’ront d’doigts Quand l’homard y chang’ra d’fourchettes Les employés, on s’ra les rois»
Loïc Lantoine – Quand les cigares…
Hoy se estrena en España Merci Patron!, un documental del otro lado de los Pirineos producido por un pequeño periódico de Amiens llamado Fakir. Es frecuente la transferencia de producciones culturales entre Francia y España, tanto por proximidad física como cultural. Lo destacable de esta producción es su sorprendente acercamiento al tema tratado.
Ya desde el primer minuto intuimos que existe algo distinto en la narración de FrançoisRuffin, una ingenuidad convertida en arma política esgrimida por ciudadanos de a pie para defenderse de las grandes fortunas y los grandes capitales.
El director del documental presenta una serie de ciudades desoladas por la deslocalización del tejido industrial realizadas por el grupo LVMH (LouisVuitton, es una de sus reconocidas marcas), dirigido por BernardArnault. Ante cualquier testimonio de la desgracia, Ruffin comenta lo mismo “Arnault es buena persona y habláis mal de él porque no lo conocéis”. Veneno sintetizado: ¿ironia o sarcasmo?
Mediante esta presentación, Merci Patron!, nos presenta con una historia familiar tantas veces oída, sufrida e ignorada: la de una familia en ruina debido a la pérdida del trabajo y cualquier tipo de ingresos. Falta de calefacción, depresión y enfermedad. Un cuadro común a muchos países.
Hasta aquí llega la convencionalidad de la idea del documental. A partir de este momento viene la parte brillante, aquella que ha hecho que más de medio millón de espectadores franceses fueran a las salas a ver esta obra. Ésta, heredera del cine social francés, pervierte la idea de presentar un tema de forma sofisticada en una sociedad tan amante del culto como la francesa.
Ruffin realiza una película popular, divertida y asequible, pero nada falta de ingenio. Precisamente esa sencillez permite captar el mensaje más trascendental de todo el conjunto: ni nuestros adversarios son tan fuertes, ni nosotros tan débiles.
Todos los minutos de la cinta están dedicados a señalar la capacidad que tenemos los individuos de plantar cara a esa burguesía salvaje, adicta al crecimiento de beneficios en términos exclusivamente monetarios y absolutos. Esa estúpida clase de empresarios que piensa que un descenso en el porcentaje de beneficios significa tener pérdidas. En suma, esa clase dirigente y opresiva que justifica su posición tras un discurso meritocrático pasado por tintes de Channel en cualquier escuela de negocios de prestigio.
Es deliciosa la forma de poner de manifiesto este discurso imperante por parte de Ruffin. Su uso de chascarrillos “cuñados” consigue el buscado doble efecto: hacer reír al público y poner de manifiesto la absurdidad de la situación. Mi favorito: “estos pobres…. Cuando tienen dinero siempre lo gastan”. Excelente observación, ante la compra de una estufa por parte de los Klur.
Este uso del humor y la ingenuidad se convierte, como dicho anteriormente, en un arma política. No solo porque hace saltar todas las piezas de la falsa imagen proyectada de los grandes empresarios (AmancioOrtega hecho a si mismo; DonaldTrump como gran gestor; BernardArnault, defensor de puestos de trabajo), sino también porque demuestra donde reside el poder.
Un concepto clave en política, pero difícil de entender debido a su volatilidad. A menudo pensamos en el poder como en un botón rojo que los políticos pulsan para solucionar un problema. Una especie de mecanismo causal que, tras ser activado, produce el resultado esperado. Esa es la gran losa del discurso meritocrático de la que nos libera Ruffin. No hace falta sentarse en lo alto de una torre de PlazaCastilla o en un despacho de Pedralbes para tener poder. Como ciudadanos tenemos capacidad de agencia, a pesar de tantos años siendo bombardeados con lo inevitable y beneficiosa de las políticas liberales.
Es cierto que hay posiciones sociales desde las que resulta más fácil actuar individualmente, pero nosotros no somos ajenos a esos mecanismos. Saber organizarse, tal como demuestra el documental, es una herramienta clave para poder hacer frente a todos aquellos ataques que recibimos constantemente por parte de las clases altas.
Este mensaje de esperanza y buen humor es aquello que ha revolucionado Francia. Merci Patron! ha funcionado como catalizador debido a su tono y a su proximidad, esa voluntad de ser etiquetado como cine popular y no rehuir de esta etiqueta. Seguramente en España no removerá las consciencias de la misma forma, pero aun así me parece imprescindible ir a las salas a disfrutar de esta obra.
Viendo Merci Patron! me acordé mucho de Pride. Salvando las distancias del género usado, en ambas transmiten una tragedia de forma positiva gracias a poner el foco en la organización de los afectados y en su planteamiento de soluciones. Hay que evitar pensar en esa aura positiva como sinónimo de fácil, pero después de años de mensajes negativos y de un conductivismo de los medios para hacernos pensar que somos estúpidos e incapaces, encontrarse con joyas como Merci Patron! permite afrontar cualquier problema político cotidiano con una sonrisa y con mucha seguridad en nuestras capacidades.
“Un náufrago palía su soledad entablando amistad con un cadáver” Como gancho la frase sin duda funcionaría, a modo de sinopsis súper reducida. Pero entonces:
Uno se echa para atrás al ver que el protagonista es Harry Potter. Y en una comedia. Ingredientes peligrosos.
Otro le da sin embargo una oportunidad al asombrarse con las buenas, aunque también controvertidas, críticas que encuentra por la red.
El desconfiado puede que reniegue, al descubrir que en Sitges triunfó como mejor película y actor principal.
Finalmente, el convencido le envía un Whatsapp a un amigo: “Oye, ésta cuando llegue a España hay que ir a verla, mira este tweet tras su estreno”:
Ben Jammin (@BenFrankIV) January 23, 2016:
«He escuchado algunas cosas sobre ‘Swiss Army Man’. Básicamente, pedos del cadáver de Harry Potter y mucha gente marchándose. Esto debe ser divertido».
Nos llega ahora a los cines europeos. La ventosidad como alegoría de la libertad. Y si, es divertida. Tenemos a un cadáver muy especial, que invita a reflexiones existenciales y del comportamiento humano; en ocasiones, arroja una visión de la vida mucho más interesante que la de muchos vivos. Y lo intrepreta pero que muy bien. Algunos dirán que hacer de muerto es fácil y añadirán, con crueldad, que es el único papel en el que Daniel Potter podría destacar. Yo pensaría lo mismo de no haber visto este mismo año Imperium (2016), una película del montón, pero en la que Harry Radcliffe se destapa con una magnífica actuación, interpretando a un infiltrado en un grupo neo-nazi. Por supuesto no es Edward Norton en American History X (1998), pero salir del encasillamiento es una larga travesía del desierto; por lo tanto, dejemos que se gané a partir de ahora, como mínimo, que lo llamemos por su nombre, Daniel Radcliffe. Incluso deberíamos empezar a tomarnos al actor en serio.
Swiss Army Man es, sin lugar a dudas, una comedia absurda, pero no sin miga que desgranar. Todo lo contrario, de hecho. Empezando por su título, hábilmente elegido, o siguiendo con el extravagante cadáver y su impacto en el náufrago, su finalidad es la de transmitir lo trascendental mediante lo irrisorio y el disparate. Por esta extraña y tramposa vía nos inocula razonamientos para sacar partido a nuestra vida, alejándonos de nuestros miedos y vergüenzas, para tornarla por fin enriquecedora. Para ello se apoya fuertemente en lo audiovisual. En una muy cuidada fotografía y un valiente uso de la cámara, hilando la historia con un delicado manejo de los tempos narrativos.Y en una rara y hermosa banda sonora, repleta de ecos y voces superpuestas de un modo extrañamente coral, conformando un mantra cómico-chamánico contemporáneo. Luego, por encima de todo, su gran triunfo es hacernos olvidar quien es Daniel Radcliffe y a su alter ego en nuestro inconsciente colectivo. Parece un papel hecho a su medida o será él que lo borda. Puede que ambas cosas. La historia y el cadáver evolucionan originalmente entre carcajadas por lo hilarante y admiración por la belleza de las imágenes. Todo ello contrasta con la baja calidad de unos ordinarios efectos especiales, pero se entiende que el presupuesto de una cinta de cine independiente no llegue para comprar fuegos artificiales de primera marca.
Junto a Radcliffe, aparece el actor “vivo” de la película: Paul Dano. Quizá por nombre sea un desconocido para muchos, pero su cara se reconoce inmediatamente cuando aparece en pantalla. Dano sorprendió en su irrupción en Pequeña Miss Sunshine(2006), brilló en la oscarizada Pozos de ambición(2007) y se consolidó en el biopicLove&Mercy (2014) fascinando con un papel esquizofrénico. Quienes aún no le hayan puesto cara, ¿recuerdan a ese pobre chico de gafas con retraso mental de Prisioneros(2013)? Exacto, su rol es secundario- aparece en el último tercio- pero es imposible olvidar su actuación. Su impacto en Swiss Army Man es menor que en las anteriores mencionadas, pese a contar aquí con un papel principal; porque delega el protagonismo en el cadáver de Radcliffe, sabedor de que es la gran atracción de la película, aunque de igual manera cumple con su función decentemente.
El film destila un fuerte olor a fresco y se comprende al ver quienes hay detrás de las cámaras. Dos directores nóveles, expertos en cortos y videoclips, uno campos donde por el reducido metraje prima la potencia de la imagen y el sonido, transmitir un impacto visual y auditivo en un escaso periodo de tiempo. Una ópera prima rezuma por lo general esa frescura, pero es a su vez aquí su talón de Aquiles, pues su inexperiencia lleva a diluir por desgracia la calidad de la cinta. La trama no consigue ensamblarse convincentemente cuando parecía que ya lo tenía hecho y la guillotina del cliché cae y decapita la singularidad del film. Uno no entiende porqué cambiar de ruta cuando la que seguías era tan acertada; claro, se ve todo tan fácil con la perspectiva que da mirar desde fuera, ¿verdad? Dan Kwan y Daniel Scheinert, los directores debutantes, posiblemente alegarían esto mismo en su defensa; siempre se ha dicho que lo más difícil no es llegar arriba sino mantenerse, igual en la vida en general o circunscrito a una película.
Ya que, llegado un momento, deja de ser una comedia con visos de algo gordo para quedarse en tan solo comedia, una verdadera lástima. Las metáforas y simbologías que se esconden tras los pedos no logran cerrar el círculo de nuestra convicción, pese a que en algunos momentos puntuales se acerque. Si las flatulencias tuvieran sabor diríamos que Swiss Army Man deja un regusto agridulce, aunque un cadáver que especula acerca de lo existencial no es algo que se vea todos los días. Un puzle efectista pero efectivo compuesto de artificios y bellas rarezas, que contrasta con una ineludible sensación de duda final de si hemos visto una buena película, un engaño magnético bien diseñado o un film absurdo y fortuito cuyo único fin es llamar la atención. Incluso sería posible todo ello a la vez.
Foto sacada de: http://lgecine.org/2016/07/theo-y-hugo-paris-559-2016-un-toque-de-realidad/
Si bien el VIH no es una enfermedad exclusiva de los hombres homosexuales, esta ha desarrollado una narratología del amor al incorporarse desde los años ochenta a la cotidianidad del hombre homosexual. El para ese entonces llamado «gay cancer» hace parte actualmente del imaginario de la cultura gay en general: el amor ha recibido un tinte de muerte y su esencial aspecto accidental viene a quedar de relieve en una situación en la que el amor mismo puede llevar directamente (pero sorpresivamente) a la tumba. Tristan Garcia, el aclamado escritor francés por su novela La meilleure part des hommes, describe en una escena cómo el accidente amoroso de los homosexuales al no ser el embarazo, y con esto la vida como entre los heterosexuales, es la misma muerte y con ella el estigma que implica portar dicha enfermedad: “Hazme un hijo. Will, métemela en el vientre, la muerte, la enfermedad, mira, así la podré llevar, y será un poco tuya…”
La película Théo et Hugo de Oliver Ducastel y Jacques Martineau trata de mostrar sin rodeos ni pelos en la lengua, una situación en la que grotescamente, o bien eróticamente, el amor y la muerte se presentan en un mismo momento: la primera y extendida escena en un darkroom lleva de la mano al espectador a vivir en carne propia el flechazo animal y amoroso en medio de cuerpos desnudos y sudados, y cuya única comunicación entre ellos es el placer mismo. La extendida escena erótica es una de las pocas escenas no homofóbicas que se han podido ver en el cine: sin rodeos, una mirada de frente a un ámbito que pertenece esencialmente a la cultura gay en Europa. En un entorno en el que se pensaría que reina la total ausencia del amor, el flechazo se presenta como un accidente de tráfico y viene acompañado del verdadero accidente, una exposición al VIH. Esta temática hace que la película se haga en la fila de los cientos y cientos de filmes educativos sobre el tema de la prevención de VIH, sin embargo la película trata de ir más allá: el amor es justamente el tema principal, es decir, cómo en medio de un momento de infección y de una especie de actuación suicida, se afronta la situación sin estigmatización y sin miedos, y se da rienda suelta a una historia de amor.
Más que una película preventiva es un filme antidiscriminatorio de las personas que padecen la enfermedad más estigmatizante de las últimas décadas. El accidente se presenta pero se adhiere al amor de una forma que pareciera grotesca y escandalosa pero que viene a ser el verdadero aporte de la película al debate actual sobre el VIH, sobre una enfermedad que está viendo salidas, curas efectivas y una profilaxis eficiente. La tumba, de la que hablo arriba, ya no es más que una imaginaria, una que no tiene que ser el desenlace al salir del darkroom.
En la película no hay lágrimas de sufrimiento, no hay espacio para la victimización, para la conmiseración, la enfermedad no es más que eso, una situación incómoda, un accidente que se pudo haber prevenido pero que no viene a impedir que en menos de doce horas dos hombres puedan llegar a amarse intensamente, como por medio de un flechazo, de un accidente de tráfico. Susan Sontag ha comparado muy acertadamente en su libro Illness as Metaphor & Aids and its Metaphors el VIH con la tuberculosis y el cáncer, mostrando cómo la incomprensión y las pocas facilidades de tratamiento no solamente han llevado a una estigmatización de todos aquellos que padecen esta enfermedad sino a una producción cultural de metáforas en torno a ellas.
Théo et Hugo se inscribe en el discurso metafórico de incomprensión sobre la enfermedad para develar muchos mitos e invertir muchas creencias: el portador del VIH puede ser un hombre atractivo como Hugo, la infección no es una cuestión de incompetencia sino un accidente por descuido que le puede pasar a cualquiera, la infección puede ser tratada rápidamente y la vida de todo aquel que porta el virus puede tomar un curso común y corriente. Por otro lado, el amor subvierte la cantidad de mitos y estigmatizaciones en torno al virus al presentarse como accidente, un accidente que pueden sufrir todos, sin importar su orientación sexual, su clase social o su religión: el VIH y el amor desconocen todo tipo de discriminación.
La conformación y creación de un nuevo partido político es un fenómeno que parecía ya relegado a las viejas generaciones. Más aún, la posibilidad de que una nueva fuerza política pudiera, como mínimo, desestabilizar la hegemonía del bipartidismo, parecía condenado a la utopía.
El componente histórico de un nuevo partido político viene dado por su capacidad para, en poco tiempo, hacer que un sistema político determinado ya no pueda entenderse sin ese elemento novedoso. Esa entrada en la historia proviene de su sensibilidad a la hora de entender que nuevas relaciones sociales empiezan a exigir un conjunto de demandas que el estado, y el conjunto de fuerzas políticas que lo constituyen, no pueden hacer frente.
Más allá de la multitud de posiciones que se pueden tomar, la creación de Podemos ya es un acontecimiento histórico por una razón principal: ha venido para destruir el bipartidismo del sistema político parlamentario español. Si durante mucho tiempo la doctrina de la estabilidad institucional sirvió para que el reparto del estado entre el PP y el PSOE se viera como la muestra de la solidez de aquel sistema político que surgió de la Transición, a partir de Podemos esa confianza ha empezado a quebrarse. ¿Qué ocurrió para que esta confianza comenzase a romperse? La irrupción del 15M fue el momento en que la cultura de la Transición empezó a romperse. El grito de «No nos representan» iba dirigido al bipartidismo, precisamente porque el estado estaba constituido por esos dos partidos. La crisis práctica de la representación política abrió la puerta para que una nueva forma de hacer política pudiera, por lo menos, plantearse. Esta nueva forma no era otra cosa que el propio movimiento, el mismo 15M. La recuperación de las plazas como lugar de encuentro, la crítica a la democracia representativa o el rechazo a la especulación económica como causante de la crisis iniciada en 2008 ya eran una forma de hacer política que no era institucional pero que sí era directa, deliberativa, horizontal, autónoma y, en muchos aspectos, más acorde a nuestros nuevos tiempos que aquella circunscrita al parlamentarismo.
Esta diferencia entre dos concepciones de lo político son muy importantes para entender el propio auge de Podemos. El conflicto entre la institución y la calle, para reducirlo de forma esquemática, juega un papel muy importante en el relato que cuenta Política, manual de instrucciones, un documental de Fernando León de Aranoa.
La historia que se muestra es la que va desde la fundación del partido en el congreso de Vistalegre en Madrid (18/10/2014) hasta las primeras elecciones generales en las que se presentan (20/12/2015). Por lo tanto, es el desarrollo de cómo un movimiento se convierte en partido político. Es el viaje de la calle a las instituciones.
Ya en el momento de la inauguración del partido se muestra la diferencia de modelos organizativos, y de formas de entender la política, de la que surge Podemos. Principalmente dos: por un lado, el grupo de Pablo Iglesias, que aboga por una organización centralizada y jerárquica alrededor del líder – secretario general, Pablo Iglesias. La segunda, que apuesta por repartir el liderazgo entre varias personas para dar más peso a los círculos, órganos democráticos de base de los que surgió la conformación del partido, en donde si sitúan Teresa Jiménez o Pablo Echenique.
Como ya es sabido, la propuesta que ganó fue la de Pablo Iglesias. Sin embargo, el documental muestra que las diferencias entre los dos grupos fueron mucho más importantes de lo que, en un principio, parecía. Los desacuerdos fueron tan importantes que lo que se pone en juego es la posibilidad de articular un movimiento político capaz de ganar el poder a través de unas elecciones, sin por ello crear un partido político tradicional.
¿Qué hubiera pasado si la opción «circulista» hubiera ganado? Probablemente sí que hubiera existido un grupo político que hubiera hecho posible esa aspiración de «otra política posible». La pregunta es cuál hubiera sido el límite de una forma semejante en un sistema representativo que ha creado una sociedad acostumbrada a las formas tradicionales de hacer política.
Probablemente, esta sea la parte más interesante de todo el documental, porque muestra una posibilidad truncada de haber apostado por formas nuevas de hacer política, con todos los riesgos que eso conllevaba.
El resto del recorrido hasta las elecciones generales no es más que la construcción de una posición paradójica: un partido nuevo, que aspira a transformar el país y la política, se va posicionando a nivel nacional e internacional con los gestos y ademanes de los partidos viejos: viajes internacionales para recabar apoyos, presencia masiva en medios de comunicación, defensa de los ataques mediáticos sin la valentía que supondría romper con todo lo que tuviera que ver con el nuevo marxismo latinoamericano, etc.
Esta segunda parte tiene el interés de ver cómo se conforma a nivel interno y externo un partido político en relación a su cotidianeidad: creación de un programa, dinámicas electorales, etc. Aunque los fantasmas de aquella posibilidad realmente democratizadora vuelven a surgir de vez en cuando en relación a cuestiones de organización, lo cierto es que la unidad y fidelidad (curioso el rol absolutamente mesiánico del líder que se respira en las reuniones en las que se deciden cuestiones realmente importantes) parecen ser el pegamento con el que funciona un partido político.
Tal vez sin quererlo, Política, manual de instrucciones confirma que la historia de Podemos es la historia de una desilusión, de un movimiento político como el 15M del cual podría haber salido una organización más allá de la forma-partido, pero el cual fue clausurado rápidamente por ese mismo gesto que entiende que toda política debe llegar a ser parlamentaria o no ser.