EUFORIA: festival de cine trans y no binarie

EUFORIA: festival de cine trans y no binarie

La primera edición del festival de cine trans y no binarie: Euforia se inauguró el pasado 23 de noviembre, con motivo del día internacional de la memoria trans, teniendo otras dos sesiones los días 25 y 28 del mismo mes. Los beneficios de las entradas de la muestra se destinaron a la caja de resistencia Nit de Reinonis, una agrupación de peña trans que surgió del grupo de apoyo mutuo (GAM) de Valencia. El festival presentó cortometrajes de Ángel Morales, Carlos Torres, Rio Molinengo, Colectivo Tekiero, Cande Lázaro, Álbert García, Savel Alonso, Saya Solana, Víctor Díez y Aikkke Hernández. Asimismo, se proyectaron videoclips de Asier Elgars, Leña Dora, Gadyola y Vinaixa, y contó con la exposición de obras plásticas de Pablo Salse y Yun Ping.

Natalia y Angie sirviendo. Imagen de Celia Dosal.

Angie y Natalia se conocen en el contexto del cine. Comienza el movimiento. Con marcada emoción hacia un día de memoria, ambas deciden organizar un festival de cine trans y no binarie. A partir de esto, y a través de una intensa búsqueda en redes sociales y el apoyo de algunas organizaciones comprometidas con la causa, se desarrolla un proceso de selección interna de piezas audiovisuales creadas por personas que formasen parte de esta realidad y que abordasen el tema de la identidad, de la transición y del cuerpo. La composición de este festival -que en un principio pudo entenderse como evento o certamen, y que vio la necesidad de ampliar fechas en vista del interés general- ha pasado por un camino orgánico dada la respuesta de su comunidad más cercana. Angie afirma:

“Terminamos considerando Euforia como un festival después de visionar todas las propuestas y quedar destrozadas con el potencial que prestaba cada una de ellas”.

Esto no fue un encuentro casual, sino un lugar de resignificación. Entonces, Euforia -nombre que, de hecho, se inspira en el cuerpo textual del cortometraje de Aikkke Hernández- llevó a sus organizadoras a sentir la necesidad de mantenerlo en el tiempo. Existe una narrativa en la que la representación está determinada por vórtices y relatos trágicos que llevan a quienes tienen la voluntad de contarlo a que las demás seamos testigos de algo así como un sueño febril. Alrededor de esto, Natalia y Angie quisieron lanzar reflejos que no siguieran un discurso preceptivo, sino que estuvieran atravesados por la ternura, la diversión y la vulnerabilidad.

Llegamos a una ambiciosa programación, de hora y media de duración, compuesta por catorce obras audiovisuales y cinco plásticas. Se configuraron tres bloques: uno musical, a saber, Poniendo el corazón en las cosas que me importan (Asier Elgars); Cliente (Leña Dora); Travesti de Perú (Gadyola) y Vecinas (Vinaixa), que atienden a lo queer dentro de la cultura del videoclip. El segundo, con tono documental, presentó Ancla (Ángel Morales); Cuerpo a cuerpo (Carlos Torres); Habitándome (Rio Molinengo); Uranite (Colectivo Tekiero); Mar(i)cona (Cande Lázaro); Enby (Álbert García); Versión Definitiva (Savel Alonso); Piropo Maniacs (Saya Solana); Montería (Víctor Díez) y Moratoria (Aikkke Hernández). Y un tercer bloque expositivo, sobre las paredes de la misma sala, donde se dispusieron las fotografías Self-portrait with sock as a penis y Self-portrait with dildo de Yun Ping, que a pesar de tener dos años de distancia de creación entre una y otra, comparten espacio con su serie de fotografías Be water, my friend. En frente, la obra CELIA de Pablo Salse, una pieza de gran formato que establece un diálogo entre el avatar digital y el transformismo.

(De izquierda a derecha) Ángel, Aikkke, Savel, Vinaixa y Carlos pasándoselo bien. Imagen de Celia Dosal.

“Por encima de cualquier cosa, Euforia ha sido vital, transformador, inspirador, único y necesario”.

Este festival, organizado de manera autónoma, no sirvió exclusivamente como plataforma de representación. Fue, durante toda su jornada, un espacio íntimo que permitió tener un coloquio compuesto por quienes acudieron, tratando lo sustantivo dentro de las realidades de cada une, con naturalidad y confianza, como si formásemos parte de un grupo de apoyo. Natalia, emocionada y satisfecha, confiesa:

“Al final de cada día de presentación, pensaba en que ojalá la Natalia de hace un tiempo hubiese tenido la oportunidad de vivir algo así. Me llevó a sentirme plena con lo que hicimos”.

Esto va a durar. Esto no se acaba aquí. Y ahora, en momentos afilados, de cuestionamiento y derogación de los derechos más básicos de nuestra comunidad, seguirá arrojándose desde el activismo; la academia; desde lo público y lo privado; desde la educación; cualquier plataforma y, sobre todo; desde la cultura, toda una luz capaz de perforar la normatividad e iluminar ese cosmos en el que han de convivir todas las realidades con la mayor sensibilidad identitaria, conciencia de clase, perspectiva de género y mucha -de verdad, mucha- euforia.

Vista general de una de las sesiones del festival. Imagen de Celia Dosal.

Humo Internacional: entrevista a Sofía y su álbum «Canciones para saltarse por encima»

Humo Internacional: entrevista a Sofía y su álbum «Canciones para saltarse por encima»

Sonoridades abruptas, oscuridad armónica y deconstrucción del predominio sónico dentro de la escena punk y postpunk hegemónica. Humo Internacional es una discográfica que marca la diferencia en la escena. Su implicación en la exposición de lo underground ha consolidado todo un campo sonoro donde, por fin, tienen cabida cuestiones como el ruido, la disonancia, la simpleza melódica y la arritmicidad cadencial.

Noviembre vino cargado de un paradigma industrial, oscuro y electrónico. Humo organiza así un festival de dos días en la Moby Dick, Madrid. Grupos como Somos la Herencia, Dame Area, Fiera o artistas en solitarixs como Vigilant, Cachito Turulo o Sofía, nos desgarran la escucha a través de una jornada altamente agitada. Con el triunfo de una sala completamente llena, los conciertos organizados por Humo consolidan la escena contemporánea española de los suburbios sonoros típicos de los antiguos y clásicos espacios alternativos del post-punk e industrial.

Dentro de todas las curiosidades musicales y performativas que nos encontramos durante el festival, la artista Sofía marca la diferencia por varias razones. La experimentación sonora que nos ofrece a través de melodías neomedievales y minimalistas son capitales en la velada. Con una aparente estructura pop, la música de Sofía supone una propuesta totalmente novedosa y curiosa para la escena. Una maquinaria sintética controlada por ableton y un sampler, las diferentes armonías vocales que nos propone se fusionan a la perfección con el colchón electrónico que va ejecutando en escena mediante instrumentos analógicos como el microkorg, la manipulación de pedales… -entre otros-.

Su comienzo en Humo Internacional estuvo marcado por un éxito directo, donde sus canciones El Cielo Blanco y Decir Adiós afincaron la diferencia dentro de la discográfica. Sin embargo, a pesar de que la rítmica pueda parecer similar, su último álbum titulado Canciones para saltarse por encima, supone un viaje hacia otro tipo de sonoridades, donde la exploración sonora y experimentación musical se tornan capital a modo de disonancias, armonías no convencionales y letras irónicas que nos hablan de cotidianidades satíricas, cómicas y casi ficcionales con títulos como A la señora de la fila del cajero o Un gato largo.

Fotografía de «Felipín»: @ectasyandwine.

Con su concierto a modo de apertura del festival, Sofía nos ofrece una breve entrevista que no nos deja indiferentes:

¿Cómo describirías la música que haces?, ¿la afincas en un género concreto?

Intento hacer pop desde algo bastante íntimo. Tengo referencias, pero no me sale copiar ni calcar nada de lo que haya oído porque tampoco sé hacerlo. Creo que es un pop fácil, bastante de habitación y a la vez muy experimental. Intento mezclar cosas que me gustan, con referentes como el Tender Buttons de Broadcast, John Maus…  Además, me puse mi nombre precisamente para poder explorar todas las posibilidades musicales. Quería darme libertad en este sentido y no encasillarme desde el principio.

¿Cómo empezaste en la música y cómo te introdujiste en las sonoridades electrónicas?

De niña tocaba la guitarra clásica y aprendí un poco de lenguaje musical, aunque me enfocaba más en la práctica que en la teoría. También canté en un coro y eso me influenció en cuanto a la voz, pero nunca pensé que iba a ser cantante ni nada parecido…

Hace como 10 años empezó a ponerse de moda en Barcelona la escena new wave con grupos como Belgrado, Ciudad Lineal, etc., estaban genial y empecé a conocer el minimal y synth wave. Así empecé a explorar con el ordenador, comprándome el ableton pirateado desde wallapop.

¿Qué instrumentos utilizas en tu proceso creativo y en tus directos?

Normalmente llevo un teclado microkorg, el sampler, un micrófono con pedales y ahora he añadido un model D… Realmente hay mucha diferencia entre lo digital y lo analógico y, por ejemplo, el model D lo llevo desafinado, pero no me preocupa porque lo mío suena a muerto, como un xilófono de maderita que nunca ha respirado.

lo mío suena a muerto, como un xilófono de maderita que nunca ha respirado.

En cuanto a la composición de tus melodías, que no son muy comunes y que parten de lo no-convencional, ¿desde dónde y cómo las compones?, ¿cuál es tu proceso?

Primero encuentro una base sencilla, luego normalmente no me convence por la repetición y lo que hago es que voy añadiendo capas. Realmente no tengo un método concreto, pero mediante la combinación y la prueba todo va funcionando.

Tengo muchas facilidades porque con un teclado midi tienes todos los instrumentos que quieras y eso con un poco de intuición y oído lo es todo.

El primer EP que sacaste es más clásico en cuanto a sonoridad pospunk, pero el último trabajo que has lanzado ha supuesto una sólida deconstrucción sonora y un desvío hacia lo experimental… ¿Esta cuestión ha sido parte de una evolución personal en cuanto a tu relación con la música?

Realmente es un álbum de descarte. Iba buscando y buscando. Me gustaba el resultado, pero al final la música de una es algo más complejo. Cuando empecé a tocar en más directos, sentí inseguridad con mi música y como que iba quemando mis propias canciones. Hiciera lo que hiciera no valía. Gracias a Pablo, de Humo Internacional, me vi empujada a lanzar este último álbum, aunque no estuviera del todo segura.

También me gusta la idea de que no estuvieran grabadas para sacarlas y se nota que hay canciones que están hechas de prueba, como la de Chico raro, en la que salgo murmurando y que me encantó cómo quedó. Me gusta que la mezcla no quede exacta. Finalmente, el conjunto, por alguna razón, tiene sentido. No es un álbum con continuidad en cuanto a sonido y eso me encanta.

no es un álbum con continuidad en cuanto a sonido y eso me encanta.

¿Cómo fue tu proceso de composición con “Canciones para saltarse por encima”? Las letras son muy curiosas, nada predecibles ¿de dónde parten?

Es todo bastante improvisado. Me siento a tocar y se me van ocurriendo cosas. Las voces para mí es lo más complicado, es un poco desastre y me cuenta bastante encajar bien la letra. Intento que la canción se haga a ella mima.

En mis letras, cojo cualquier cosa de la vida cotidiana y le intento dar un tono extraño y un poco irónico. Es divertirte y dotarlo un poco de sufrimiento. Es cualquier temática y darle un toque surrealista y gracioso, pero dentro de lo serio que supone hacer música. Es un poco hablar con la canción misma, es un no callar.

¿Cómo te relacionas con la música?, ¿desde el ocio, desde el trabajo?

Supongo que cuando era más niña la utilizaba a modo de aislamiento. Me gustaban mucho las zarzuelas de niña y posteriormente me apunté al coro, que era la coral universitaria y se cantaba música eclesiástica o contemporánea para coro. Después, comencé a escuchar punk.

Lo que pasa es que en un momento dado empecé a dejar de escuchar bastante música, siento que no es algo que disfrute como antes. Cuanta más música hago menos disfruto la música desde la escucha. La relación que he tenido con la música ha ido cambiando, pero siempre ha sido una cuestión privada, intensa. La música siempre ha sido para crear mi mundo y aislarme.

Fotografía de portada por «Jelen»: @jelen.westfield.

A ritmo de todo, menos de “cha cha cha”

A ritmo de todo, menos de “cha cha cha”

Käärijä, representante de Finlandia en Eurovisión 2023.

Es la primera vez en cuarenta y tres años que el Festival de Eurovisión se celebra en una sede distinta a la que, en principio, le correspondería. Según las bases del famoso concurso de canciones, la televisión que consiga ganar el primer premio, en este caso la ucraniana UA:PBC, ha de organizar Eurovisión al año siguiente en los límites de su territorio nacional. Normalmente, la capital.

Pero como es bien sabido, la guerra en Ucrania imposibilita este hecho, con lo que la UER (Unión Europea de Radiodifusión), el ente que da vida al certamen, propuso a la BBC, segunda clasificada en 2022, la gestión de la presente edición. Se trataba, sin duda, de una acción coherente ya que hasta en ocho ocasiones esta corporación televisiva se ha encargado de celebrarlo, siempre con excelsos resultados. No solo cuando el Reino Unido ha ganado Eurovisión, sino en los momentos en que el triunfador del año anterior no estaba dispuesto a organizarlo.

Por tanto, nos encontramos ante una suerte de casa común (sede comodín incluso) que permitirá el óptimo desempeño de una gala que tantos esfuerzos cuesta levantar y que no se puede permitir dejar nada a la improvisación, como en otras ocasiones lamentablemente ha ocurrido. Véanse, por ejemplo, los desmanes con la escenografía y la realización de la delegación italiana el año pasado. O, en otro orden de cosas, el despilfarro de ediciones como las de Moscú 2009 o Copenhague 2014.

Ucrania, sin embargo, estará muy presente en este concurso. Pese a que se eligió Liverpool como sede, parte de la comitiva organizadora la integran profesionales de la UA:PBC. Así que, aunque tras bastidores, el país del este de Europa formará parte de la presente edición. Anualmente, además, el corazón que simula la V del rótulo de Eurovisión es rellenado con los colores de la bandera del país que ese año lo gestiona. Esta vez se ha decidido no emplear los del Reino Unido para dejar claro que es en Ucrania donde deberíamos habernos citado si no fuera por la invasión de Putin. Ya en los grafismos que componen la identidad visual sí que se advierte una interesante mezcla de rasgos de ambas culturas, según cuentan sus diseñadores.

Resulta paradójico que, en tiempos de Brexit, sea precisamente el Reino Unido el lugar al que toda Europa, Australia y algunos países de Oriente Próximo se reúnan para defender los valores que Eurovisión promueve: los mismos de la Unión Europea… Y, como la historia es caprichosa, todo ello solo una semana después de la coronación de Carlos III a escasos kilómetros de Liverpool. De hecho, este año encontramos dos candidaturas que hacen un breve guiño a la monarquía en sus canciones, “My sister’s Crown” de la televisión checa y “Queen of Kings”, de la noruega. Curiosamente, para hablar de empoderamiento femenino.

Alusiones a los Beatles las hallamos en la tipografía “Penny Lane” de los diseñadores del festival, así como de manera más sutil en las actuaciones de las bandas irlandesa, eslovena o azerí, con unos atuendos muy setenteros. Sin embargo, no presenciamos tantos temas en inglés, como era costumbre, y en efecto –con permiso de la sueca Loreen– la canción que está movilizando a la mayoría de fans está escrita en probablemente el idioma más vilipendiado del concurso… el finés.

Sí, porque la televisión finlandesa lleva participando en Eurovisión 55 años, con pésimos resultados. Estos son más acusados en las primeras décadas (y hasta 1998), en las cuales cada una de las cadenas televisivas debía enviar a concurso temas en sus lenguas oficiales o cooficiales (desde 1999 ya no será así). Los idiomas germánicos nunca resultaron demasiado atractivos para los jurados internacionales. Es más, desde los sesenta a los ochenta las canciones en francés coparon a menudo los mejores puestos. Hasta el Merci, chérie del austriaco Udo Jürgens tuvo que hacer esa pequeña concesión al francés, al menos en el título.

Desde los noventa el inglés predominaría hasta nuestros días, en consonancia, claro está, con su hegemonía en el pop mainstream. Imagínense entonces las posibilidades en una competición como esta de un idioma hablado solo por unos cinco millones de personas. En este caso, procedente de la familia de lenguas urálicas, muy minoritario en Europa y con apenas semejanza al resto de idiomas hablados en el continente. Realmente pocas, muy pocas pasiones podría en principio remover.

No obstante, tras su selección en el UMK, “Cha cha cha” se ha convertido en los últimos meses en todo un fenómeno social. Podríamos decir que la YLE lo ha vuelto a hacer, al igual que con Lordi, aunque de una manera algo más radical. Ha jugado con el estereotipo de que el hard rock es santo y seña de su marca-país en el extranjero. Pero no tanto el género musical en sí, sino más bien el imaginario que desprende. De hecho, Käärijä no es un cantante de rock sino un rapero. Sin embargo, ataviado con pulseras y collares de pinchos, así como plataformas, realizando una interpretación siniestra y entonando estrofas que sondean las más reconocidas notas guturales del género, consigue dar el pego.

La canción es mucho más que eso, al tener una base electrónica que predomina en todo el tema, con lo cual incita al baile. Y aunque los “cha cha cha” que culminan las primeras estrofas son pegadizos y no nos hacen extrañar un posible estribillo, de repente en el minuto 1:48 este irrumpe con fuerza. Se trata de una melodía mucho más pop –suena incluso a k-pop– y consigue contrastar con la dureza más power metal, electrónica y rap de la primera mitad de la composición. Resulta hasta hilarante, ya que es una melodía muy catchy e incluso cheesy –como dirían los ingleses–, pero en ciertos momentos vuelve a contrastar con las voces graves y el rapeo y eso le otorga un plus de originalidad que no habíamos visto tantas veces en Eurovisión.

El hecho de la mayoría de la población del planeta no entienda una sola palabra de lo que la canción dice, más allá de la “pina colada” [sic] a la que se refiere, contribuye al enigma de la propia canción. Lo áspero que puede resultar el finés, con sus vocales abiertas y la abundancia de consonantes como la r o la k, en contraposición a otros idiomas más suaves, como el francés o el portugués, se suma al refuerzo de esa imagen tan desaforada y portentosa, a la par que marginal, de un tipo de música con tantos adeptos en aquellas tierras.

Lordi sí que defendió su tema en inglés, a diferencia de Käärijä. Aunque este no se vista de monstruo, su monstruosidad reside en todo lo apuntado en referencia a la composición del tema. Pero también está en el juego de elementos visuales que son puestos en relación. Tanto su maquillaje, como sus pantalones y bolero realizados en material sintético, este último además de color verde fluorescente, no nos ayudan a clasificar muy bien su estilo. Los diabólicos bailarines no hacen sino reforzar esta imagen, vestidos de rosa chillón y con unas desconcertantes dentaduras postizas.

La YLE ha sabido jugar sus cartas dando a Europa lo que Europa espera de Finlandia, pero añadiéndole una dosis de autoparodia. De hecho, sus mejores posiciones han sido frecuentemente las de candidaturas que han caminado en este sentido. Algo similar ha ocurrido en la reciente historia de RTVE: desde las Azúcar Moreno hasta nuestros días (exceptuando las propuestas más internacionales de Pastora Soler y Ruth Lorenzo). Se trata entonces de jugar con la marca país, pero tanteando bien las reglas de ese juego (algo que Blanca Paloma está sabiendo hacer magistralmente).

Estamos ante un “Cha cha cha” que, como ya se ha mencionado, no es un chachachá (algo que también contribuye a esta subversión), y probablemente se postula como la candidatura más rompedora de las presentadas a Eurovisión este año. La seriedad de la televisión sueca (la SVT) con la propuesta de Loreen, donde dos enormes plataformas de pantallas LED está siendo motivo de controversias (por su coste y gestión), son contrastadas por el prop de la YLE: un montón de palés apilados, y poco más.

Resulta muy llamativo visualizar en redes sociales un video ya viral en el que el propio Käärijä imita la actuación de Loreen con sus palés simulando el baile de su compañera en esa escenografía high-tech. Palés que podrían ser los mismos que han servido para el transporte del famoso aparato sueco. Sin embargo, si indagamos en cómo será la actuación final, su disposición, la manera de jugar con estas tablas, es tan ingeniosa y efectista, que el artista consigue demostrarnos que Eurovisión tal vez no necesite tantos despliegues escénicos (por otro lado, altamente contaminantes). Incluso parodia todo ello creando un número de enorme singularidad.

La broma del rapero va en sintonía con toda la narrativa que le envuelve. No sabemos hasta qué punto juega a no saber inglés, quizás forzando un acento que potencia a este personaje que tantas pasiones está despertando. Más en un concurso donde casi siempre se habla en inglés. Haciendo precisamente lo que no hay que hacer, sin presumir de un idioma que no controla, Käärijä (que por cierto, tampoco ha cambiado su nombre artístico para sonar más comercial) entona esta oda que habla sobre el ocio de fin de semana (y a la ansiada “pina colada” que caerá). Y lo hace precisamente en uno de los fines de semana más mediáticos del año. Pero eso así, a ritmo de todo, menos de “cha cha cha”.

Berlinale 2023: “20.000 especies de abejas”, de Estíbaliz Urresola (Competición)

Berlinale 2023: “20.000 especies de abejas”, de Estíbaliz Urresola (Competición)

¿No es este rostro de una pureza evocadora? La película más emotiva de la Berlinale llega de manos de una debutante en el largometraje, la bilbaína Estíbaliz Urresola. La más clara candidata al Oso de Oro, si no la gran favorita, es muchas cosas, entre ellas la película más redonda, más completa del festival, pero es que además es una película adelantada a su tiempo.

20.000 especies de abejas afronta una temática hasta ahora casi inexplorada en el cine, la transexualidad en la infancia. El único precedente conocido con cierta repercusión internacional es el de Petite Fille, el sentido y sincero documental del francés Sébastien Lifshitz, estrenado hace tres años en la sección Panorama de la Berlinale.

En el caso de la película de Urresola la comprensión y la sensibilidad son apabullantes, una incursión en la sociología alrededor de la infancia trans con el punto de vista más inteligente de todos: el de los otros. ¿Cómo nos perciben los demás? La pequeña Lucía (que aún no es Lucía) nos representa, nos metemos bajo su piel y atónitos observamos la parálisis y estupefacción de los adultos ante un ser humano en evolución. Porque, ¿qué es Lucía? El nacido y conocido como Aitor transita una etapa de pupa, una intermedia y necesaria para su desarrollo, conocida como Coco. Con este nombre unisex se presenta ante los otros niños, pero, sin embargo, no gusta que su familia le llame por ese nombre. Efectivamente, esto resulta muy confuso. En uno de los videos, podríamos decir, de autoayuda de Alejandro Jodorowsky se nos indican unos pasos necesarios para la liberación: libérate de tu nacionalidad, de tu sexo, de tu profesión (que tampoco te define) y de tu nombre. Una vez liberados de todas las etiquetas, podremos ser nosotros mismos. La labor de deconstrucción de las identidades es un tema capital en el discurso político actual, es casi un rugido en las calles.

Una excepcional Patricia López Arnaiz interpreta a Anne, la madre de la inminente Lucía, quien proyecta en su hija sus inseguridades, fruto de unos padres conservadores, hijos de una época y contexto heteropatriarcal y machista. Anne es una excelente escultora, igual o más que lo fue su padre, pero la condescendencia de ambos con su talento devino en una cierta cárcel de frustración en la que Anne vive. Una falta de confianza que es un velo que le impide ver lo que tiene delante: el desconcierto que está atravesando su crianza con su identidad.

La película es una representación de la sociedad a través del panal que forman los miembros de la familia de Aitor/Coco/Lucía y su entorno. Y la reina de 20.000 especies de abejas es la niña, quien ayuda a su madre tras atravesar un proceso trascendental ante el asombro del espectador. Explicaba la directora en rueda de prensa que su relación con el cine era el de construir puentes, tratando con esta película de unir diferentes mundos para ayudar a la comprensión. Estos dos mundos están hábilmente representados por las dos abuelas de Lucía: por un lado, la conservadora Lita, que culpa a Anne de la confusión de su hijo, asegurando que es solo una fase que ya pasará. Y por otro la apicultora Lourdes, un alma libre, el verso suelto de la familia, una mujer atípica acostumbrada a ser señalada por miradas ajenas y a luchar contra adversidades; esto hará que tenga una empatía especial con esa niña a la que todo el mundo llama Aitor. Junto a Lourdes, el gesto de la niña (portentosa actuación de Sofía Otero) es de una sororidad liberadora y sonriente.

En el guion sagaz de 20.000 especies de abejas encontramos sirenas, esculturas abstractas y un ramillete de referencias a lo corpóreo, a identidades no normativas, que maridan una trama soportada por fantásticas actuaciones durante las dos horas de película. Todo ello conforma un tejido social y psicológico que, en última instancia, deviene en una pangea emocional. Y es que, gracias a un fluido montaje, el parpadeo es más inconsciente que nunca ante la historia que acontece ante nuestros ojos. Unos ojos exhaustos los de Estíbaliz Urresola cuando nos cruzábamos durante estos días en los correcalles habituales del festival. Iba de compromiso en compromiso, de entrevista a entrevista, nacionales e internacionales, me decía. Y yo la animaba y sentía una tremenda admiración por esta mujer y por todo el mundo que intervino en hacer esta película posible. Además, si un rayo de hielo nos traspasara el corazón tornándonos insensibles, podríamos apreciar más siquiera la excelente película que es en sí misma, por su talento cinematográfico y su lección de planteamiento, desarrollo y conclusión de una historia.

Quien me suela leer, conocerá de mi cierta tendencia a la grandilocuencia, la cual no responde a la exacerbación gratuita sino a una sensibilidad consecuente, sustentada por un considerable conocimiento y estima por el buen cine. Dicho lo cual, sin el menor atisbo de duda, llegará un día, dentro de mucho tiempo (esperaríamos que no tanto) en el que se hayan producido enormes avances en la integración de la visibilización y comprensión de la transexualidad en la infancia. En ese día, la desmemoria del paso del tiempo hará que muchos no sean conscientes de que 20.000 especies de abejas fue una piedra de toque para haber llegado hasta ahí.

Berlinale 2023: «TÓTEM», de Lila Avilés (Competición)

Berlinale 2023: «TÓTEM», de Lila Avilés (Competición)

Lila Avilés aborda en TÓTEM en apenas hora y media una cantidad ingente de temas: el hogar, la familia, la muerte, la niñez, la enfermedad, la fauna, las tradiciones o las creencias. Y el resultado es, permítase el término, cercano a lo milagroso. La película funciona como un todo, como si hubiera un solo tema que todos estos aunase. Y quizás así sea: el Tótem, como indicó la directora mexicana en rueda de prensa, entendido como la casa, allí donde habitamos todos los días. Y por ello ahí es donde todo tiene lugar, todos los temas posibles. Dentro de la casa de Sol.

Sol tiene siete años y le pregunta a una tía cuándo terminará el mundo y a otra si su papa se va a morir. Un padre enfermo en su habitación al que veremos a cuentagotas. Su cuidadora es Cruz, una mujer amorosa y una más de la familia (interpretada por la maravillosa Teresita Sánchez, quien también aparecía en La Camarista, la ópera prima de Avilés) Y una madre que juega con Sol al principio de la película y apenas volveremos a ver.

El dinamismo en la casa es incesante allí donde intervienen hijas, tías, sobrinos, abuelos, amigos…las niñas que juegan, mujeres que conversan y preparan la cena o se acicalan, el abuelo terapeuta en plena sesión con un paciente. Y así.

Este dinamismo tan solo se detiene por hermosos momentos de observación de insectos y animales, que forman parte de la vida, y cuya abundante presencia también está relacionada con los seres humanos, que también somos animales aunque a veces lo olvidemos. Todo forma parte de un uno. No tenemos música en TÓTEM, pues el ritmo emana de los propios personajes. Y emana asimismo de su sentido del humor, esporádico e ingenioso, que impregna muchos diálogos. Al final del día, se han reunido para celebrar.

Porque el motivo de la reunión de tanta gente es el cumpleaños del papá de Sol, quien, dado su delicado estado de salud, adivinaríamos que podría ser el último. Es bien conocida la festiva manera de los mexicanos de celebrar la muerte, tan unida a una cultura rica y atávica. En este caso, interpretamos que es una doble celebración, de la vida y de la muerte.

Quizás estas largas ausencias en pantalla del padre y madre de Sol, así como de la propia Sol a lo largo de muchos minutos, viniera a simbolizar los avisos de lo que pronto sucederá, la desaparición del núcleo familiar. Y es que los tres nunca aparezcan juntos en una escena, sino de a dos o por separado. Uno tiene la sensación de que en TÓTEM todo está preconcebido y es intencionado, dada la enorme lógica interna de la película, donde incluso para los interrogantes podemos encontrar interpretaciones que cobran sentido. Esta armonía nació de la libertad, como confirmó el equipo en rueda de prensa, una que todos los actores gozaron durante el rodaje.

“Sí, esto es una película, ¡pero juguemos!” decía la directora. “Juguemos como si fuéramos niños, preguntemos, riamos, bailemos y lloremos, cantemos y celebremos. Porque todo forma parte de la vida” apuntaba ahora Naíma Sentíes, la pequeña actriz que interpreta a Sol. Una de las estrellas del festival.

Todos recordamos algunas películas recientes con familias numerosas y la naturalidad con el transcurrir de sus vidas. TÓTEM alcanza un nivel tan realista casi mayor que la propia realidad.

Un tótem es un elemento de la naturaleza, generalmente un animal o una talla pintada, que en la mitología de algunas sociedades representa un emblema protector de la tribu y del individuo. Cuando cerramos los ojos y pensamos en nuestro centro protector, generalmente veremos la casa de nuestra infancia. Lila Avilés opinaba que hoy en día vivimos la vida hacia afuera, por lo que para ella era importante construir desde adentro, desde la casa. Y la vorágine armónica de la vida en TÓTEM no terminó con la película. En la rueda de prensa, Naíma Sentíes (Sol) se levantaba frecuentemente para abrazar e incluso llorar junto a la directora y a otras actrices, todas emocionadas, todas celebrando la vida delante de las cámaras y las preguntas de los periodistas, algunos de los cuales también lloramos, fruto de la preciosa película y de la celebración de la vida de Naíma, una pequeña gran niña tan grande como el Oso de la Berlinale.

Está siendo esta edición del festival una especialmente familiar, con muchas películas que giran en torno a estos dos conceptos, la casa y la familia; bien por su presencia, bien por su ausencia, anhelo o transformación. Abordadas desde distintos puntos de vista, si nos alejáramos y observásemos cual enorme cuadro en un museo, se uniformarían todas ellas en un TÓTEM, un lugar donde celebrar la vida y la muerte, un espacio donde reír, llorar, trabajar y bailar. Un lugar llamado Berlinale.

 

Berlinale 2023: «The Survival of Kindness», de Rolf de Heer (Competición)

Berlinale 2023: «The Survival of Kindness», de Rolf de Heer (Competición)

The Survival of Kindness (en español, La supervivencia de la amabilidad) comienza con la imagen de una mujer negra dentro de una jaula en mitad del desierto. Abandonada allí a su suerte, a una muerte segura, por unos personajes siniestros ataviados con máscaras de gas, quienes se comunican con unos balbuceos ininteligibles. La película es una distopía de un mundo en el que la comunicación entre los seres humanos ha fallado, así pues, el idioma es una herramienta inservible.

Pese al evidente pesimismo y desesperanza de la película, sobresale asimismo el valor de la amabilidad. A este respecto Rolf de Heer, director de la película, indicó en la rueda de prensa que el mundo está lleno de bondad, pero que estamos en peligro de perderla.

Paradójicamente, los enmascarados logran hacerse entender con su idioma absurdo, mientras que los perseguidos, la gente de raza negra, se comunican solo por gestos. Hasta la palabra les han quitado. O quizás la película vendría a referirse a esa bondad inherente al ser humano de lenguaje universal, que no es la palabra, sino la mirada, un movimiento de cabeza, una gesticulación. Esto me recuerda a una escena de la excelente Las Mil y Una, una película argentina plagada de hermosas escenas de silencios. En ella, Renata le dice a Iris que la gente habla demasiado y que el ochenta por ciento de lo que dicen son pelotudeces (leer entrevista a su directora aquí).

La actriz natural Mwajemi Hussein (quien nunca había puesto un pie en un set de rodaje) provee una actuación memorable, con un gesto perenne de fortaleza y fragilidad, de valentía y miedo. Nacida y criada en el Congo, Mwajemi escapó de la guerra hacia Tanzania, donde vivió casi una década en un campo de refugiados con su marido y sus hijos. Entonces la familia consiguió asilo en Adelaida, Australia, donde actualmente reside a sus 51 años.

Con esta historia en mente resulta más poderoso aún su personaje en The Survival of Kindness, una mujer con una convicción inquebrantable que escapa de una jaula y avanza incansable por el desierto, donde le esperan los horrores de un mundo que se vino abajo. La amabilidad de Blackwoman (su personaje no tiene nombre, símbolo de la deshumanización derivada del racismo) con las personas perdidas que se va encontrando es enternecedora. Personas de diversas razas que se tratan con amabilidad y amor mediante el lenguaje de los gestos.

Las parábolas y representaciones se nos hacen visibles gracias a la casi absoluta ausencia de comunicación verbal, otorgando al espectador la posibilidad de concentrarse en los imponentes y desolados parajes, en la travesía de su protagonista y sus interacciones, en búsqueda de un país que ya no existe, representado por una bandera que terminará por arder.

Rolf de Heer ha trabajado durante su larga y dilatada carrera con las comunidades indígenas, conviviendo con ellas y ofreciendo retratos de su pasado y su presente. En The Survival of Kindness da un salto hacia el futuro recreando una distopía no dialogada, una donde pese a la desesperanza y los infiernos la fuerza de voluntad se presenta como el último bastión por el que luchar.