Arrival: los límites del lenguaje

Arrival: los límites del lenguaje

La película Arrival (Denis Villeneuve, 2016) representa una nueva muestra de la gran calidad de la reciente hornada de cine de ciencia ficción que estamos recibiendo de los estudios hollywoodienses. Recoge los inestimables aportes al género de las recientes Gravity (Alfonso Cuarón, 2013), Interstellar (Christopher Nolan, 2014) y The Martian (Ridley Scott, 2015), enfocados fundamentalmente en devolver la ciencia-ficción al intersticio entre lo posible y lo ficticio. Si hasta la aparición de Gravity, el género andaba a la deriva en lo puramente irreal (sin sentir la necesidad del más mínimo fundamento científico), esta cinta se empeñó metódicamente en corregir este desarrollo, en un gesto típicamente materialista: representar de forma realista el movimiento en el espacio y así devolver el balance a la ciencia ficción reforzando su lado de «ciencia». De esta forma se logra que las historias que nos cuentan, por muy irreales que sean, cumplan esa función que desde siempre ha tenido la literatura y la narración fantásticas: invitarnos a reconsiderar la naturaleza de realidades ordinarias al mostrárnoslas en un relato que las descontextualiza, radicaliza y las presenta fuera de su aura cotidiana. No es mera falsedad o fantasía, sino más bien el desencadenamiento de una lógica inmanente que late en alguna parte de nuestro día a día. En Arrival, esta realidad cotidiana que se nos redescubre es el lenguaje. (más…)

Vamos a contar mentiras: sobre el anuncio de la lotería 2016

Vamos a contar mentiras: sobre el anuncio de la lotería 2016

El anuncio de la lotería de este año nos trae su habitual momento lacrimógeno con una novedad (que en realidad no es nueva): una reapropiación de la pelicula Good Bye Lenin!. Antes de ponerme al lío, mira (si no lo has hecho ya) el anuncio:

Aparte de errores del anuncio que destaca Loulogio, me gustaría contarles porqué veo la relación con Good Bye Lenin! y porqué creo que se olvidaron de lo importante de esta película, que es lo que distancia a ambos. Good Bye Lenin! es una película de 2003 de Wolfgang Becker que resituó el cine alemán (o directamente lo situó, porque salvo algunas excepciones, no tiene demasiada difusión fuera de los circuitos teutones). Como muchos sabrán, en esta película, Christiane, una militante del Partido Socialista Unificado de Alemania entra en coma en 1989. Durante el coma, el muro de Berlín cae, y poco a poco se comienza a distribuir productos, propaganda y lógicas vitales del oeste. Alexander Kerner (interpretado por un estupendo Daniel Brühl), le hace creer al despertar que aún no ha caído el muro. La película va, en líneas generales, de mostrar qué tejemanejes se construyen para evitar a su madre el shock emocional de ver aquello por lo que había creído fagocitado por los hábitos imperantes del oeste. La mayor parte de las lecturas se aproximan a la que, a primera vista, tendríamos del anuncio de lotería: qué maja su familia, que por no hacerle daño no le cuentan la verdad y le siguen el juego. En esto se esconde la creencia de que saber es doloroso y que es mejor maquillar la realidad para que se adapte a aquello en lo que confiamos. Lo interesante de Good Bye Lenin! es que también se muestra el dolor aún mayor de la mentira, que sólo es superado porque la madre se está muriendo y entiende que su hijo ha hecho todo eso por amor. Es decir, se expone a una situación límite (la muerte) y a un amor intenso (el de una madre por un hijo -y  viceversa-) para justificar la mentira, que no se revela, sino que se perpetúa. Pero, ¿qué hubiese pasado si, poco a poco, se hubiese revelado la verdad? ¿Qué hubiese pasado si Christiane hubiese entendido y hubiese decidido afrontar sus últimos días en un mundo en que se había convertido su mundo? ¿Crear y mantener una farsa no era, en cierto modo, negar la posibilidad de modificar, desde dentro, ese nuevo mundo a través del mundo que había desaparecido? Es decir, Alexander, con su mentira, desposeyó a su madre de poder defender sus ideas en otro contexto, de situarse, de ser agente. La invitó a algo por lo que nunca había apostado: la pasividad. Pero, la diferencia de la película con el anuncio, es que en Good Bye Lenin! esta tensión se manifiesta, subyace a la historia. Es decir, se abre el dilema sobre la verdad (dolorosa) y la mentira (piadosa, supuestamente indolora). Lo piadoso, supuestamente aséptico, puede dañar al receptor, supuestamente protegido. En este caso, además, como ya han criticado varios colectivos de la tercera edad y, en concreto, la Unión Democrática de Pensionistas, se propone en una persona supuestamente frágil, a la que hay que proteger del dolor de la verdad. La polémica está servida: que si alzheimer, que si despistes de la edad. La cosa es que, por algún motivo, todo el mundo decide seguirle el rollo. La explicación de sus creadores: porque como ha sido la maestra de la escuela del pueblo, ha enseñado a muchas generaciones y por eso todos se implican para hacerle feliz, porque lo importante es compartir y no lo que se comparte en sí mismo. Muy tierno. Pero si realmente la protagonista del anuncio fue una buena maestra, si realmente tienen algo que agradecerle, será el amor al saber y a la duda. Flaco favor y precario homenaje a una maestra jubilada con una mentira cómplice que, tarde o temprano, se desvelará. Parece que no hay aristas, que esa felicidad perdurará. Se muestra que muchos están en desacuerdo, que incluso intentan decírselo. Pero «por la señora», siguen el hilo de la farsa. Aquí no sale ganando nadie. Me recuerda al cuento de Cortázar, el de «La salud de los enfermos», en el que los mentirosos obtienen más consuelo que el que recibe la mentira porque así se libran -creyendo que hacen lo mejor- del peso de la verdad. Al final, los que comen, beben y celebran como un día de fiesta son aquellos que después regresarán a su casa y comentarán la jugada. Carmina, la engañada, será la que luego sienta vergüenza, rabia, pena, qué sé yo. Se descarga el peso de la verdad sobre la engañada, que podría no haberlo sido si se hubiera cogido a tiempo: era una mentira innecesaria. No se justifica tampoco por esa lógica «de compartir, no importa el qué». En eso, entre otras cosas, se basan las tediosas comidas familiares en las que, salvo algunos casos, nos toca juntarnos con gente estupenda, sí, pero también con gente a la que vemos pocas veces al año, con la que tenemos poco en común o que directamente nos cae mal. Que el pueblo se reúna y celebre una mentira tamaña como la de haber ganado varios millones de euros habla de la fragilidad de su cohesión y de las heridas que deja a su paso. Este texto no es una moralina, sino una invitación a pensar hacia donde se descarga ese peso doloroso de lo verdadero.

De la flatulencia a lo existencial: la extraña Swiss Army Man

De la flatulencia a lo existencial: la extraña Swiss Army Man

“Un náufrago palía su soledad entablando amistad con un cadáver” Como gancho la frase sin duda funcionaría, a modo de sinopsis súper reducida. Pero entonces:

  • Uno se echa para atrás al ver que el protagonista es Harry Potter. Y en una comedia. Ingredientes peligrosos.
  • Otro le da sin embargo una oportunidad al asombrarse con las buenas, aunque también controvertidas, críticas que encuentra por la red.
  • El receloso se reafirma tras leer que en su estreno en Sundance la mitad del público abandonó la sala.
  • Al intrépido eso mismo le apuntala su curiosidad.
  • El desconfiado puede que reniegue, al descubrir que en Sitges triunfó como mejor película y actor principal.
  • Finalmente, el convencido le envía un Whatsapp a un amigo: “Oye, ésta cuando llegue a España hay que ir a verla, mira este tweet tras su estreno”:

Ben Jammin (@BenFrankIV) January 23, 2016:

«He escuchado algunas cosas sobre ‘Swiss Army Man’. Básicamente, pedos del cadáver de Harry Potter y mucha gente marchándose. Esto debe ser divertido».

Nos llega ahora a los cines europeos. La ventosidad como alegoría de la libertad. Y si, es divertida. Tenemos a un cadáver muy especial, que invita a reflexiones existenciales y del comportamiento humano; en ocasiones, arroja una visión de la vida mucho más interesante que la de muchos vivos. Y lo intrepreta pero que muy bien. Algunos dirán que hacer de muerto es fácil y añadirán, con crueldad, que es el único papel en el que Daniel Potter podría destacar. Yo pensaría lo mismo de no haber visto este mismo año Imperium (2016), una película del montón, pero en la que Harry Radcliffe se destapa con una magnífica actuación, interpretando a un infiltrado en un grupo neo-nazi. Por supuesto no es Edward Norton en American History X (1998), pero salir del encasillamiento es una larga travesía del desierto; por lo tanto, dejemos que se gané a partir de ahora, como mínimo, que lo llamemos por su nombre, Daniel Radcliffe. Incluso deberíamos empezar a tomarnos al actor en serio.

Swiss Army Man es, sin lugar a dudas, una comedia absurda, pero no sin miga que desgranar. Todo lo contrario, de hecho. Empezando por su título, hábilmente elegido, o siguiendo con el extravagante cadáver y su impacto en el náufrago, su finalidad es la de transmitir lo trascendental mediante lo irrisorio y el disparate. Por esta extraña y tramposa vía nos inocula razonamientos para sacar partido a nuestra vida, alejándonos de nuestros miedos y vergüenzas, para tornarla por fin enriquecedora. Para ello se apoya fuertemente en lo audiovisual. En una muy cuidada fotografía y un valiente uso de la cámara, hilando la historia con un delicado manejo de los tempos narrativos.Y en una rara y hermosa banda sonora, repleta de ecos y voces superpuestas de un modo extrañamente coral, conformando un mantra cómico-chamánico contemporáneo. Luego, por encima de todo, su gran triunfo es hacernos olvidar quien es Daniel Radcliffe y a su alter ego en nuestro inconsciente colectivo. Parece un papel hecho a su medida o será él que lo borda. Puede que ambas cosas. La historia y el cadáver evolucionan originalmente entre carcajadas por lo hilarante y admiración por la belleza de las imágenes. Todo ello contrasta con la baja calidad de unos ordinarios efectos especiales, pero se entiende que el presupuesto de una cinta de cine independiente no llegue para comprar fuegos artificiales de primera marca.

Junto a Radcliffe, aparece el actor “vivo” de la película: Paul Dano. Quizá por nombre sea un desconocido para muchos, pero su cara se reconoce inmediatamente cuando aparece en pantalla. Dano sorprendió en su irrupción en Pequeña Miss Sunshine (2006), brilló en la oscarizada Pozos de ambición (2007) y se consolidó en el biopic Love&Mercy (2014) fascinando con un papel esquizofrénico. Quienes aún no le hayan puesto cara, ¿recuerdan a ese pobre chico de gafas con retraso mental de Prisioneros (2013)? Exacto, su rol es secundario- aparece en el último tercio- pero es imposible olvidar su actuación. Su impacto en Swiss Army Man es menor que en las anteriores mencionadas, pese a contar aquí con un papel principal; porque delega el protagonismo en el cadáver de Radcliffe, sabedor de que es la gran atracción de la película, aunque de igual manera cumple con su función decentemente.

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El film destila un fuerte olor a fresco y se comprende al ver quienes hay detrás de las cámaras. Dos directores nóveles, expertos en cortos y videoclips, uno campos donde por el reducido metraje prima la potencia de la imagen y el sonido, transmitir un impacto visual y auditivo en un escaso periodo de tiempo. Una ópera prima rezuma por lo general esa frescura, pero es a su vez aquí su talón de Aquiles, pues su inexperiencia lleva a diluir por desgracia la calidad de la cinta. La trama no consigue ensamblarse convincentemente cuando parecía que ya lo tenía hecho y la guillotina del cliché cae y decapita la singularidad del film. Uno no entiende porqué cambiar de ruta cuando la que seguías era tan acertada; claro, se ve todo tan fácil con la perspectiva que da mirar desde fuera, ¿verdad? Dan Kwan y Daniel Scheinert, los directores debutantes, posiblemente alegarían esto mismo en su defensa; siempre se ha dicho que lo más difícil no es llegar arriba sino mantenerse, igual en la vida en general o circunscrito a una película.

Ya que, llegado un momento, deja de ser una comedia con visos de algo gordo para quedarse en tan solo comedia, una verdadera lástima. Las metáforas y simbologías que se esconden tras los pedos no logran cerrar el círculo de nuestra convicción, pese a que en algunos momentos puntuales se acerque. Si las flatulencias tuvieran sabor diríamos que Swiss Army Man deja un regusto agridulce, aunque un cadáver que especula acerca de lo existencial no es algo que se vea todos los días. Un puzle efectista pero efectivo compuesto de artificios y bellas rarezas, que contrasta con una ineludible sensación de duda final de si hemos visto una buena película, un engaño magnético bien diseñado o un film absurdo y fortuito cuyo único fin es llamar la atención. Incluso sería posible todo ello a la vez.

Documental «Política, manual de instrucciones»: sobre partidos y desilusiones

Documental «Política, manual de instrucciones»: sobre partidos y desilusiones

La conformación y creación de un nuevo partido político es un fenómeno que parecía ya relegado a las viejas generaciones. Más aún, la posibilidad de que una nueva fuerza política pudiera, como mínimo, desestabilizar la hegemonía del bipartidismo, parecía condenado a la utopía.

El componente histórico de un nuevo partido político viene dado por su capacidad para, en poco tiempo, hacer que un sistema político determinado ya no pueda entenderse sin ese elemento novedoso. Esa entrada en la historia proviene de su sensibilidad a la hora de entender que nuevas relaciones sociales empiezan a exigir un conjunto de demandas que el estado, y el conjunto de fuerzas políticas que lo constituyen, no pueden hacer frente.

Más allá de la multitud de posiciones que se pueden tomar, la creación de Podemos ya es un acontecimiento histórico por una razón principal: ha venido para destruir el bipartidismo del sistema político parlamentario español. Si durante mucho tiempo la doctrina de la estabilidad institucional sirvió para que el reparto del estado entre el PP y el PSOE se viera como la muestra de la solidez de aquel sistema político que surgió de la Transición, a partir de Podemos esa confianza ha empezado a quebrarse. ¿Qué ocurrió para que esta confianza comenzase a romperse? La irrupción del 15M fue el momento en que la cultura de la Transición empezó a romperse. El grito de «No nos representan» iba dirigido al bipartidismo, precisamente porque el estado estaba constituido por esos dos partidos. La crisis práctica de la representación política abrió la puerta para que una nueva forma de hacer política pudiera, por lo menos, plantearse. Esta nueva forma no era otra cosa que el propio movimiento, el mismo 15M. La recuperación de las plazas como lugar de encuentro, la crítica a la democracia representativa o el rechazo a la especulación económica como causante de la crisis iniciada en 2008 ya eran una forma de hacer política que no era institucional pero que sí era directa, deliberativa, horizontal, autónoma y, en muchos aspectos, más acorde a nuestros nuevos tiempos que aquella circunscrita al parlamentarismo.

Esta diferencia entre dos concepciones de lo político son muy importantes para entender el propio auge de Podemos. El conflicto entre la institución y la calle, para reducirlo de forma esquemática, juega un papel muy importante en el relato que cuenta Política, manual de instrucciones, un documental de Fernando León de Aranoa.

La historia que se muestra es la que va desde la fundación del partido en el congreso de Vistalegre en Madrid (18/10/2014) hasta las primeras elecciones generales en las que se presentan (20/12/2015). Por lo tanto, es el desarrollo de cómo un movimiento se convierte en partido político. Es el viaje de la calle a las instituciones.

Ya en el momento de la inauguración del partido se muestra la diferencia de modelos organizativos, y de formas de entender la política, de la que surge Podemos. Principalmente dos: por un lado, el grupo de Pablo Iglesias, que aboga por una organización centralizada y jerárquica alrededor del líder – secretario general, Pablo Iglesias. La segunda, que apuesta por repartir el liderazgo entre varias personas para dar más peso a los círculos, órganos democráticos de base de los que surgió la conformación del partido, en donde si sitúan Teresa Jiménez o Pablo Echenique.

Como ya es sabido, la propuesta que ganó fue la de Pablo Iglesias. Sin embargo, el documental muestra que las diferencias entre los dos grupos fueron mucho más importantes de lo que, en un principio, parecía. Los desacuerdos fueron tan importantes que lo que se pone en juego es la posibilidad de articular un movimiento político capaz de ganar el poder a través de unas elecciones, sin por ello crear un partido político tradicional.

¿Qué hubiera pasado si la opción «circulista» hubiera ganado? Probablemente sí que hubiera existido un grupo político que hubiera hecho posible esa aspiración de «otra política posible». La pregunta es cuál hubiera sido el límite de una forma semejante en un sistema representativo que ha creado una sociedad acostumbrada a las formas tradicionales de hacer política.

Probablemente, esta sea la parte más interesante de todo el documental, porque muestra una posibilidad truncada de haber apostado por formas nuevas de hacer política, con todos los riesgos que eso conllevaba.

El resto del recorrido hasta las elecciones generales no es más que la construcción de una posición paradójica: un partido nuevo, que aspira a transformar el país y la política, se va posicionando a nivel nacional e internacional con los gestos y ademanes de los partidos viejos: viajes internacionales para recabar apoyos, presencia masiva en medios de comunicación, defensa de los ataques mediáticos sin la valentía que supondría romper con todo lo que tuviera que ver con el nuevo marxismo latinoamericano, etc.

Esta segunda parte tiene el interés de ver cómo se conforma a nivel interno y externo un partido político en relación a su cotidianeidad: creación de un programa, dinámicas electorales, etc. Aunque los fantasmas de aquella posibilidad realmente democratizadora vuelven a surgir de vez en cuando en relación a cuestiones de organización, lo cierto es que la unidad y fidelidad (curioso el rol absolutamente mesiánico del líder que se respira en las reuniones en las que se deciden cuestiones realmente importantes) parecen ser el pegamento con el que funciona un partido político.

Tal vez sin quererlo, Política, manual de instrucciones confirma que la historia de Podemos es la historia de una desilusión, de un movimiento político como el 15M del cual podría haber salido una organización más allá de la forma-partido, pero el cual fue clausurado rápidamente por ese mismo gesto que entiende que toda política debe llegar a ser parlamentaria o no ser.

Mario Conde y Padura dan el salto al cine con ‘Vientos de la Habana’

Mario Conde y Padura dan el salto al cine con ‘Vientos de la Habana’

Uno de los aspectos más valorados de la escritura de Leonadro Padura es lo visual que es. Mientras tenemos el libro entre las manos, nos sumergimos en sus letras y, de pronto, estamos en una silla, con un vaso de ron, en silencio, sintiéndonos parte de las reuniones del Flaco, el Conejo, el Conde, Andrés y Candito el Rojo, desgranando las miserias cotidianas. Y nos imaginamos a Conde fumando, llamando comemierda a Manolo pero siendo «más bueno que el carajo», paseando por las calles de La Habana, donde cada esquina es una promesa de lo que podría haber sido, suspirando por Tamara (y todo lo que Tamara supone). Eso tan valorado, la facilidad para crearnos todo un mundo, es que cuando se hace visual siempre nos falta algo.

Vientos de La Habana (estrenada ayer en España), dirigida por el director Félix Viscarret, y atentamente guionizada por Leonardo Padura y por su compañera, Lucía Lopez Coll, comete la herejía de meterse en ese mundo tan íntimo al que nos ha invitado Conde (al que da vida Jorge Perurrogía), el de cada uno de nosotros. Está basada en Vientos de Cuaresma y en su fidelidad al texto introduce guiños para los lectores, que encajamos todo lo que para el no iniciado resulta anecdótico como portador de un significado amplísimo. Es una película que, si no se ha leído nunca a Padura, cumple a la perfección su papel: casi dos horas que se pasan volando, una historia que va enganchando, unos personajes a los que más o menos se les ha cogido cariño cuando se encienden las traicioneras luces de la realidad. A todo ello se suma una fotografía deliciosa, concentrada en crear un retrato de La Habana como sólo puede hacerlo alguien que ama esa ciudad pese a todo, que es consciente de que, La Habana, «de tanto decaer, se ha ido p’al carajo» (como suena por ahí en el celuloide). Pero si se ha leído a Padura, como es mi caso -y, además, confieso que he disfrutado con la lectura de sus libros como con pocos en mi intensa vida de lectora-, falta un rasgo esencial: lo escuálido y conmovedor. Creo que el problema se encuentra en que se intenta condensar una complejidad trabajada al detalle de los personajes en dos horas, porque hay algo de aquellas relaciones -fundamentales en las letras de Padura– que se quedan algo desinfladas porque lo vemos todo in media res sin entender muy bien todo el conjunto. Pero me bajaré de la torre de marfil donde nos ponemos los críticos y me enfrentaré a la pregunta que, estoy segura, se hizo el equipo de Vientos de La Habana: ¿Cómo se es fiel a esta historia tan llena de matices, donde lo más importante es lo que se lee entre líneas? Padura ha conseguido convencer a lectores ávidos de thriller y novelas policíacas con unos libros donde los crímenes son lo de menos y con un policía que quiere ser escritor. Pero en el cine todo esto no es fácil de contar: por eso, a veces no queda claro qué tipo de película es. No tanto porque las películas tengan que ser o encajar en algo, sino porque el lenguaje visual de cada género lleva a cuestas una larga trayectoria. Por eso esta película no termina de estar en ningún lado y es quizá ahí donde pierde su fuerza. Utiliza algunos clichés para no perderse entre la indecisión -como la aparición del jazz y el sexo saxofón mediante- y deja algunos cabos por desarrollar que en los libros son vertebradores. Las historias de ese círculo de amigos, cuyo mejor pasatiempo nocturno es escuchar a Creedence bebiendo ron, aparecía de refilón como reproche de borrachos, y toda su vida pasaba por los ojos del espectador en un par de minutos. Las tensiones del policía-escritor, que no es nada del todo, quedan disueltas en una comisaría de policía donde las viejas y las nuevas rencillas y las largas sesiones de investigación y cooperación pasan como un suspiro. El sexo y las mujeres (que en esta película van de la mano, salvo en el caso de la buena de Josefina), aparecen ocupando un lugar accesorio para la vida de Conde, que se presenta mucho más transparente y enamoradizo de lo que nunca será en los libros. Aunque parece que la relación con Karina (Juana Acosta) -que sustituye el rol de Tamara- es uno de los hilos conductores, mirándolo con lupa, Karina es la excusa para que Conde escriba, para que cuente algunas cosas, confiese otras y, sobre todo, dibuje con más nitidez su faceta de perdedor que siempre, de alguna forma, sale a flote. La complejidad de sus relaciones sentimentales, tan bien perfilada por Padura en los libros, que nos toca tanto a todos, se difumina -aunque con verdadera elegancia-.

En esta película, por mor de ser fiel a todo y que nada se escape, y dar a los lectores un retrato en el que no echen nada de menos, todo pasa demasiado deprisa. Por eso creo que no hay que entenderla como la película sobre Mario Conde, sino como un experimento, un juego para ver cómo sería hacer eso que tanto deseamos los que hemos dedicado horas a disfrutar con las páginas de Padura: que esa gente exista, que ese mundo tenga vida, que nosotros podamos, por un rato, creer que es posible traspasar la ficción.