Una invitación a dejar de esperar

Una invitación a dejar de esperar

Hace algunos meses escribí en estas mismas páginas, un artículo sobre el documental Demain (2015), dirigido y producido por la francesa Mélanie Laurent y su marido, el también cineasta Cyril Dion. Ahora, desde otra ciudad que nada se le asemeja a Barcelona, vuelvo sobre mis propias divagaciones para hablaros sobre el film, Qu’est-ce qu’on attend? (2016), de la francesa Marie-Monique Robin.

Desde principios de este mes, el documental puede verse en la mayoría de cines de Bruselas, incluida la sala independiente Vendôme, donde tuvo lugar la Avant-Première y en la que Robin se mostró más bien resuelta ante un público hastiado por el calor. A qué esperamos, preguntó como si la respuesta fuese obvia y, al mismo tiempo, ninguno supiese qué contestar. Así es como el documental interpela al espectador, tan sólo mostrando un modo de vida posible, una realidad que de hecho ya existe: la cerca de los 2200 habitantes de Ungersheim, un pequeño pueblo situado en la región francesa de Alsacia.

Ungersheim es una localidad denominada «en transición», esto es, en proceso de abandonar los recursos fósiles como el petróleo para reducir así la huella ecológica. Por ejemplo, con terrenos adquiridos por el ayuntamiento que ahora son huertos ecológicos y de reinserción social; con cooperativas y comedores que abastecen a varias localidades aumentando la empleabilidad local y el autoabastecimiento; con construcciones que respetan el medioambiente y en las que trabajan los propios vecinos, algunos ya jubilados; con una moneda local, los radis; y con jornadas de concienciación en la escuela, a la que los niños, por cierto, llegan cada día en coche de caballos. Éstas son algunas de las imágenes que se muestran en el documental cuyo protagonismo absoluto lo tienen sus vecinos y, en especial, su alcalde y promotor del proyecto, Jean-Claude Mensch.

El documental ha de entenderse como una carta de presentación, también como una invitación a unirse a este «movimiento» que aglutina ya a 460 localidades en todo el mundo. No obstante, se echa en falta una perspectiva crítica por parte de la periodista, quien se limita a filmar –en muchas ocasiones sin previo guión– el día a día de unos vecinos orgullosos con su nuevo estilo de vida. Pero, ¿cómo trasladar estas prácticas a otras localidades? ¿Es posible llevar a cabo estas medidas en grandes ciudades? Fueron preguntas como éstas las que llevaron a Marc de la Ménardière y Nathanael Coste a su particular aventura, a recorrer el mundo en busca de respuestas, a producir a su vuelta a Francia la película Enquête de Sens (2016).

Que en los últimos años el debate sobre el medioambiente y el cambio climático ha ido desplazándose de ciertos sectores afines al ecologismo hasta convertirse en tema de agenda de partidos políticos es un hecho esperanzador. Ahora bien, la Cumbre de París de 2015 fue un fracaso pese a que los medios la catalogaran como el gran «acuerdo histórico» sobre el medioambiente, lo cual explica también por qué el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ahora parece querer salirse del grupo. Y es que ya no se trata tanto de buscar posibles soluciones a los problemas actuales –entre otros motivos porque algunos de los cambios experimentados por el planeta ya no tienen marcha atrás– sino de interrogarse acerca de por qué no los ponemos en práctica. De la importancia de la cohesión social y de los movimientos colectivos, pero también de la necesidad de un cambio de paradigma en el que los valores de sostenibilidad primen más allá del rendimiento económico, versan todas estas producciones cinematográficas. De lo que vendrá en un futuro si no aprendemos de nuestro presente.

Buñuel, la condición humana y unas cuantas críticas al respecto

Buñuel, la condición humana y unas cuantas críticas al respecto

Desde su aparición en pantalla allá en el año 1962, El ángel exterminador ha provocado reacciones muy variadas y críticas de la más diversa índole. La película está considerada, eso sí, una de las mejores del cine mexicano, un imprescindible de Buñuel y una de esas cintas internacionales que ningún cinéfilo que se precie se debe perder. En su momento ganó el premio de la Sociedad de Escritores del Cine en Cannes y el Premio Fipresci de la crítica internacional. Pero, como digo, existen opiniones muy diversas acerca de esta extraña y original cinta.

En primer lugar, es importante recordar algunos datos. Luis Buñuel es uno de los cineastas españoles más reconocidos a nivel internacional. Aragonés de nacimiento, se interesó por el cine desde muy joven. Después de su primera película, El perro andaluz de 1929, dirigió más de treinta películas a lo largo de su carrera cinematográfica. En España fue parte de la Residencia de Estudiantes, donde conoció y forjó una estrecha amistad con Salvador Dalí y Federico García Lorca; en París formó parte del grupo surrealista, integrado por artistas como André Breton, Max Ernst o Tristan Tzara, entre otros; también trabajó para varias productoras de Hollywood, y en la década de los 40, tras haber abandonado España durante la Guerra Civil, llegó finalmente a México, país en el que rodó la mayor parte de sus películas (entre ellas El ángel exterminador y Los olvidados, una de las mejores películas de la historia del cine, hecho que avala el que haya sido incluida por la UNESCO, junto a otras contadas películas, en el Patrimonio Cinematográfico de la Humanidad).

Pero la película de la que me ocupo hoy no es Los olvidados, sino El ángel exterminador. Esta película, filmada en 1962, fue producida por Gustavo Alatriste y contó entre sus actores principales con Silvia Pinal (protagonista también de la emblemática Viridiana), Enrique Rambal y Claudio Brook. Aunque el film fue en general bien recibido por la crítica, la extraña historia de estos personajes despertó reacciones diversas.

La historia comienza cuando un grupo de personas de la alta sociedad mexicana se reúne en la casa de una de ellas tras salir de una función teatral. Una primera consideración que es interesante tomar en cuenta es que al inicio de la película la llegada de estas personas a la mansión de la calle Providencia contrasta con la salida, prácticamente huida, del personal de servicio. Los cocineros y sirvientes se van apresurados porque “saben” que deben salir de la casa cuanto antes, “saben” que algo está pasando; y más allá de la incógnita de qué es lo que pasa en la casa (incógnita que no se resuelve en la película), es importante hacer notar el conocimiento de la situación por parte de un grupo de personas frente al desconocimiento o la ignorancia de otro. No creo que sea casual que quienes “conocen” el problema de la mansión de Providencia sean las personas más humildes y sencillas, frente a la acomodada burguesía que, pese a sus recursos, ignoran muchas cosas (aún hoy día es importante conocer y revalorizar lo que se suele llamar “sabiduría popular”, cada vez más desdeñada pero con un valor real inconmensurable).

El misterio se manifiesta cuando el grupo reunido se percata de que no pueden salir de la sala en la está teniendo lugar la reunión. ¿El motivo? Como ya decía, el motivo queda totalmente desconocido a lo largo de la película, pero la atención de la historia no se centra en el misterioso acontecimiento que imposibilita a todos los invitados salir de la mansión (o entrar a cualquiera de fuera), sino en las reacciones que un acontecimiento como éste provoca en los diferentes personajes. Y ahí es donde comienzan las múltiples interpretaciones y críticas.

Las diferentes actitudes que van adoptando cada uno de los personajes, incoherentes, surrealistas y sin sentido para algunos, son el puro reflejo de la condición humana para otros. El misterioso encierro deja a este grupo de personas, con el paso de las horas y los días, sin víveres. La comida y la bebida escasean, la falta de higiene se hace presente y la desesperación aumenta conforme transcurre el tiempo. La reacción de los personajes ante la situación pone a prueba los finos modales de la clase alta que a lo largo de la película va desprendiéndose del artificioso comportamiento social para dejar paso a las supersticiones, las pasiones, la desconfianza de todos y hacia todos, la competencia, los miedos y, sobre todo, a la incapacidad del grupo para organizarse y lograr una solución para poder salir de la casa.

De este modo, Buñuel explora en lo más hondo de la condición humana cuando existen condiciones extremas, y la incógnita que plantea en su película no es la del motivo por el que los personajes no pueden salir de la casa, sino la de por qué, aún en condiciones adversas, estas personas no son capaces de comunicarse, de ponerse de acuerdo y de priorizar la necesidad de encontrar una solución frente a los sentimientos y pasiones generados por la situación.

Cabría preguntarse aquí por lo que hubiera ocurrido si las personas encerradas no hubieran sido gente de la clase alta sino personas más humildes; si se hubieran quedado encerrados, en una situación similar, los sirvientes y cocineros. ¿Habrían encontrado una solución? ¿Se habría degenerado su comportamiento en pocos días al mismo nivel? ¿La respuesta a situaciones límite nos iguala a todos independientemente de nuestra condición social o éste es un factor decisivo en nuestro modo de afrontar problemas? ¿La falta de recursos económicos nos aporta otro tipo de recursos más “humanos”?

Tampoco estoy muy segura de hasta qué punto este tipo de cuestiones estaban presentes en la mente de Buñuel a la hora de rodar la película. Quizá, en parte, la historia no es más que un pretexto para explorar el curioso lenguaje cinematográfico de la repetición, que es, sin duda, la característica técnica más importante de esta película. Hay más de veinte escenas repetidas (eso sí, no con total exactitud)  a lo largo de la película; y es una repetición, la repetición de una misma postura de todos los personajes al compás de una misma melodía, lo que finalmente posibilita que este grupo pueda salir de nuevo de la mansión.

Como quiera que sea, El ángel exterminador, más de medio siglo después de su estreno sigue dando qué hablar y qué reflexionar. Al respecto, el compositor inglés Thomas Adès acaba de presentar hace pocos días su nueva ópera, The Exterminating Angel, basada en la película de Buñuel. No os perdáis mañana el artículo de mi compañero Elio Ronco al respecto de este estreno.

‘Frágil equilibrio’ en la 30ª Semana de Cine en Medina del Campo

‘Frágil equilibrio’ en la 30ª Semana de Cine en Medina del Campo

(Fotograma de Frágil equilibrio)

Medina del Campo (Valladolid) es una población que tiene un entorno histórico y arquitectónico impresionante, con el castillo de La Mota como su máximo exponente, principalmente porque durante el reinado de los Reyes Católicos -y sobre todo por la reina de Castilla Isabel I-, se construyeron o empezaron a erigir algunos de los edificios más importantes de aquella época. En esta ocasión el motivo por el que volví a mi tierra es porque del 10 al 18 de marzo se celebró la Semana de Cine que este año cumplió su trigésima edición con este certamen de cortometrajes. En dicho entorno histórico además de muchas y diversas proyecciones nacionales e internacionales, se celebraron conciertos y hubo exposiciones relacionadas con el cine, como Platea. Los fotógrafos miran al cine que estaba en la Plaza Mayor y mostraba cuarenta obras de fotógrafos españoles relacionadas con el séptimo arte.

A lo largo de la semana también se concedieron premios honoríficos. Este año el Roel de honor fue para la actriz Ángela Molina por su extensa carrera. Rodrigo Sorogoyen fue reconocido como Director del siglo XXI, siendo Que Dios nos perdone (2016) su trabajo más reconocido con seis nominaciones en los Premios Goya. Las menciones de actores del siglo XXI fueron para Carlos Santos e Ingrid García Jonsson.

En cuanto a las películas galardonadas, Frágil equilibrio (2016) de Guillermo García López se alzó, al igual que en los Goya, con el premio al mejor documental. Esta película es de esas obras que me llaman la atención por su título y me incitó a verla. En ella nos adentramos en las vidas de personas de diferentes países con culturas, costumbres, ideas y religiones muy distintas pero con algunos componentes generalizados. Conocemos a un ejecutivo japonés; a un español que acabó siendo desahuciado y vive como ocupa en una vivienda en Madrid; a un grupo de hombres, la mayoría procedentes de Mali, que subsisten en un monte de Marruecos mientras esperan su oportunidad para escalar las vallas de Melilla y aventurarse en suelo español. Con tales diferencias geográficas y políticas, ¿de verdad estos hombres tienen algo en común?

El narrador de esta historia es José Mujica, ex presidente de Uruguay, quien comparte sus ideas y planteamientos en relación al hombre y la humanidad. A través de sus palabras, las imágenes nos van envolviendo en las diferentes realidades en estos países y en esas vidas seleccionadas. Son planos bellos, incluso cuando nos muestran las atrocidades que la humanidad está cometiendo en nuestro ecosistema contaminando el aire o el agua. Lo mismo sucede con las imágenes ralentizadas que nos revelan diferentes tipos de población que van de acá para allá realizando su vida cotidiana. En el caso japonés además es motivo de reflexión y contraste porque la vida allí es tan sumamente ajetreada que esa ralentización no disminuye esa cotidianidad, sino que la potencia.

En este trabajo se plasman las diversas luchas en las que está inmerso el ser humano: contra el trabajo y la soledad. En primer lugar, lo que nos suele llegar a través de los medios de comunicación son los graves problemas derivados de la carencia de trabajo y esto está representado por el hombre madrileño que cuenta su drama personal que le llevó a perder a su familia y su casa, hasta el punto de ser desahuciado. Tiene que subsistir como puede, por lo que se convirtió en un ocupa en un «piso patada», como lo llaman en algunos lugares que conocí.

Luego están los hombres que huyen de su país por las guerras que están arrasando con todo y tratan de llegar a Europa para tener una posibilidad de sobrevivir y así poder ayudar a sus familias. Tienen tan poco para poder vivir el día a día que lo comparten. Hay imágenes de cámaras nocturnas que captan la marcha de muchísimas personas recorriendo a pie entre 10 y 15 kilómetros para llegar a la frontera y avalanzarse sobre esas vallas dotadas de cuchillas entre Marruecos y Melilla. Esto también nos resulta muy familiar por las noticias, así como una serie de propuestas basadas en que Europa no puede albergar a la población de otros tres continentes porque no hay recursos suficientes. Sin embargo, esos países sí tienen los recursos pero no los medios ni la paz para poder desarrollarse. Lo que nos podemos preguntar viendo todo esto es ¿Europa no puede hacer nada para mejorar la situación de esos continentes? El dilema está servido, al igual que los intereses económicos de unos y otros.

Por último, nos descubren una realidad que tal vez no es tan conocida o no se expone tanto: aquellos que viven para trabajar. No tienen vida porque su trabajo es tan exigente que les impide tenerla. Y sienten ese vacío que tratan de llenar con aquellos objetos materiales que les gusta y pueden permitirse comprar sea cual sea su precio porque les ocasiona una falsa sensación de momentánea felicidad. Sin embargo, el vacío sigue ahogando su vida siendo el fiel compañero del estrés. De hecho, Japón es uno de los países donde más gente se suicida y es algo que también se refleja en un momento del documental con un suicidio en el metro. Tremendamente impactante. Todos nos estremecimos.

Frágil equilibrio es un documental que destila inteligencia de principio a fin. Nos presenta unas ideas -con las que se puede estar de acuerdo o no- y una serie de existencias sin maquillar acompañadas de planos inteligentes y bellas imágenes. Cuando una obra me hace reflexionar mientras estoy disfrutándola pero sobre todo me sugiere una serie de interrogantes y reflexiones que me hacen pensar en ello durante días, créanme que no considero esa obra solo como buena. Es brillante. Magnífica.

Poesía que ensalza el valor de la rutina: Paterson y el cine atemporal

Poesía que ensalza el valor de la rutina: Paterson y el cine atemporal

Existen dos tipos de cine: el representativo y el atemporal. El primero aborda los retos a los que se enfrenta el hombre de cada época, un espejo de celuloide de la sociedad; pueden tratar acontecimientos pasados, actuales o vaticinadores, bien sujetos a la realidad o a la ficción. En el segundo, el atemporal, no importa tanto un periodo o escenario político-social determinado sino la simple idiosincrasia de sus personajes y la interacción entre sus protagonistas, buscando así respuestas mediante la reflexión sobre su vida misma. Nos centraremos en éste, el atemporal, donde Paterson es un buen ejemplo y, con el tiempo, será un exponente.

El movimiento se demuestra andando. Vamos a andar.

Para hacernos un cuadro mental sobre Paterson cojamos un triángulo. Por su lado derecho, el minimalismo. “Menos es más” es una cita del arquitecto germano-americano Ludwig Mies Van der Rohe, jefe por excelencia de este estilo y padre de la arquitectura moderna, allá por los inicios del siglo pasado. Me explico.

Vivimos en una época con una exposición a estímulos como ninguna otra. Una sobreexposición, en realidad, ineludible a menos que el sujeto elija dejarlo todo e irse a vivir en medio de la naturaleza, como el protagonista de Into the Wild (2007). A más exposición, más ansías de alcanzar lo que nos exhiben y más frustración por no conseguirlo o no alcanzar lo suficiente. Paterson busca protegerse de esta feria de excitación y desnudar la realidad para incitarnos a pensar de un modo diferente, llevándonos al detalle despojado de distracciones superfluas.

Por el lado izquierdo del triángulo, la mirada. Suele decirse que los ojos son el espejo del alma. Para que el cine nos convenza, para que una historia nos agrade y nos compense haber gastado en ella dos horas de nuestro tiempo, las miradas deben de ser verídicas y convincentes. El ritmo, el guion, la música o la fotografía de poco sirven si las miradas de los protagonistas no son creíbles, si yerran y nos desconectan de la pantalla impidiendo el fin principal de cualquier película: la abstracción. En Paterson las miradas son auténticas y están cocinadas a fuego lento, sin prisas, por lo que uno no es consciente de que ha visto una excelente película hasta que ha llegado a casa y su mente la procesa, ya en la cama.

Y en la base del triángulo está el director de la cinta, Jim Jarmusch. Su cine, personal e independiente, paladea la calma, mima los diálogos con esmero y prima la sencillez por encima de todo lo demás. El protagonista de Paterson se llama Paterson y la ciudad donde vive se llama Paterson. Esto ejemplifica mucho de lo previamente expuesto. Paterson, encarnado por el actor Adam Driver (California, 1983) se despierta cada mañana a la misma hora sin necesidad de despertador, entre las 06:15 y las 06:25. Tras comprobar la hora en su reloj, acaricia los buenos días a su novia, que duerme plácidamente junto a él. Desayuno, trabajo, vuelta a casa, pasear al perro y cerveza en el bar: la vida de Paterson es una rutina metódica cuya única decoración son la poesía y los nuevos proyectos en los que con gran alegría se embarca su novia cada día. Esto es una simple rima asonante, ni siquiera merece llegar a poesía. Pero Paterson sí que la tiene.

Paterson, el protagonista, escribe en su cuaderno poesías sobre cotidianeidades, objetos tan simples como una caja de cerillas o una jarra de cerveza. Escribir es igual que soñar. Si tienes una vida trepidante soñarás con cosas trepidantes y si tienes una vida ordinaria soñaras con cosas ordinarias. La frase es de Pepe Colubi, un poeta bien diferente a Paterson pero asimismo reflexivo cuando habla de temas trascendentes y deja de lado la masturbación y el sexo con ancianos.

Y hay que reflexionar para conseguir apreciar la belleza en lo sencillo. La belleza en un diamante de 50 quilates es más clara de distinguir que en una copa de vino artesanal de madera. Paterson, la película, es esa copa de madera. Porque Paterson, el protagonista, ni tiene teléfono móvil ni lo quiere, así como tampoco grandes sueños o altas metas para el futuro porque no los necesita, es completamente feliz con la vida que tiene. El carácter efusivo y soñador de su novia Laura, interpretada por Golshifteh Farahani (Teheran, 1983), es un necesario contrapeso para equilibrar la película y demostrar que, en el amor, los opuestos se atraen. Él ama la vivacidad e ingenuidad infantil en ella y ella la serenidad y la bonhomía de su madurez en él.

Sin ser propiamente una comedia, las ocurrencias de Paterson provocan una risa sincera y espontánea, donde no se fuerza para agradar al espectador: el humor está diseminado en pequeñas dosis, interpretadas con tal naturalidad que encajan en la película con la facilidad de las piezas de un puzle para niños. La cinta muestra la vida de la pareja con un sosiego de ritmo constante, donde la voz en off de Paterson, el protagonista, nos relata poesías mientras éstas se escriben en la pantalla, a la vez que el poeta las escribe en su cuaderno.

Cada fragmento y cada objeto están cuidadosamente elegidos, donde no sobra ni falta ningún plano, porque todo lo que aparece tiene una función y lo que no aparece es porque no era imprescindible: el minimalismo. Los ojos de los personajes son francos, no tienden a la sobreactuación y transmiten fidedignamente mediante buenas interpretaciones lo que cada escena requiere de ellos: el poder de la mirada. Una obra tranquila y bonita, de diálogos muy elegidos y de humildad para con el proyecto: el cine de Jim Jarmusch. Triángulo cerrado. El cierre y el reforzamiento del mismo son la expresión facial de Adam Driver, que debería llevarle a una nominación en los Oscar. Paterson tiene una finalidad y es la de recordarnos, a través de la poesía y de una pequeña gran película, que la rutina también puede ser bella y sanamente edulcorante. La misión es, en resumen, valorar lo que uno tiene.

Hoy. ¿Y mañana?

Hoy. ¿Y mañana?

«Queriéndolo, es cierto, uno puede también empeñarse en encontrar un orden en las estrellas, en las galaxias, un orden en las ventanas iluminadas de los rascacielos vacíos donde el personal de limpieza entre las nueve y la medianoche encera las oficinas».

Tiempo cero, de Italo Calvino.

Suena el despertador. Son las siete y cuarto de la mañana. Enciendo la luz. Gasto energía. Todavía somnolienta me dejo llevar por mis pasos torpes hasta el baño. Me ducho con agua caliente, hace frío. Gasto energía. Me tomo un café con leche. Gasto más energía: en calentar, en producir, en consumir. Bajo en ascensor. Más energía. Cojo el coche porque hoy llueve, y gasto más energía. En el trabajo la tecnología, la calefacción, la producción masiva, los ordenadores, el móvil, los desplazamientos… Y así un día tras otro, una persona tras otra, hasta sumar más de 7 mil millones en este planeta. ¿Qué hacer ante el desafío que supone nuestra propia supervivencia?

La interrelación directa entre la calidad de vida, el uso de la energía y la inversión económica es una verdad aplastante. No sólo lo dice el Catedrático del Departamento de Ecología de la Universitat de Barcelona (UB), Narcís Prat, sino que cualquier ciudadano mínimamente interesado por el hoy, que es ya mañana, se percata de esta correspondencia. Así lo expuso el pasado martes el profesor Prat en el Palau Macaya de Barcelona, en una conferencia un tanto desesperanzadora sobre el futuro posible de nuestro mundo. La contaminación que producen las 24 megaciudades que actualmente concentran a más de 100.000 habitantes es el mayor de nuestros retos, así como el gasto descontrolado de energía y recursos naturales, como ahora el agua.

Ante una situación alarmante como es la de nuestro presente, en el que alrededor de 900 millones de personas viven sin agua potable, por aportar un dato más, el debate en torno a un «futuro habitable» parece perderse en consideraciones únicamente consumistas. Por ejemplo, poco o nada se ha hablado de la reducción de los niveles de contaminación por emisiones de CO2 que experimentará Madrid ahora que su alcaldesa, Manuela Carmena, ha decidido restringir el tráfico en el centro de la ciudad en las fechas navideñas. La mayoría de medios de comunicación, tanto en televisión como en prensa, han presentado la noticia desde el punto de vista comercial, con opiniones más bien contrarias o directamente despreocupadas ante esta medida impulsada por el gobierno de la capital.

Y es que la manera en la que se presenta la información −matizo, el uso que se hace de ella−, tiene un papel decisivo en la configuración de un debate público apenas existente en la sociedad española. Estamos viviendo, como sociedad global, un momento crucial en la especie humana, pues los expertos hablan ya de un punto «de no retorno» a las condiciones medioambientales en las que surgió la vida humana, como argumentan Anthony D. Barnosky y Elizabeth A. Hadly en su obra Tipping point for the planet Earth: how close are we to the Edge? (MacMillan, 2015). Y ante esta evidencia aplastante, gobiernos, empresas, instituciones y organismos internacionales parecen querer mirar hacia otro lado. Se celebran cumbres, como la de París, se firman tratados, se hacen fotos, pero poco más.

Precisamente de una entrevista a los dos autores citados anteriormente, nace el documental Demain (2015), dirigido por Mélanie Laurent y Cyril Dion. Una película que pretende ir más allá de la mera exposición de datos y cifras, y muestra un verdadero abanico de posibilidades para cambiar el modelo de vida actual. Un viaje alrededor del mundo, desde Estados Unidos, Copenhague, Francia o la India, para mostrar proyectos pioneros en la reformulación de la agricultura, la economía, la educación y la democracia.También la ciudad en la que vivo –Barcelona es un lugar de ida y vuelta− se están realizando proyectos interesantes, como las Superilles, que tienen como eje vertebrador la sostenibilidad, esto es, la conjunción entre el medio ambiente y el desarrollo social y económico de una ciudad. Y como Barcelona, muchos otros lugares podrían añadirse a esta lista.

No hay soluciones inminente. No esperemos tampoco un milagro.