Irrupciones al límite del leguaje. Sobre el último libro de Juan Álvarez «Insulto»

Irrupciones al límite del leguaje. Sobre el último libro de Juan Álvarez «Insulto»

“Insultar […] no es mera expresión descontrolada de cólera. Al contrario: insultar es la respuesta que se calcula porque se decide; y aunque se calcula, no se desconecta de los rigores de la emotividad.” Juan Álvarez, Insulto, Planeta, 204.

El escritor colombiano Juan Álvarez ha sacado este año un libro teórico como pocas veces se ha visto en el ámbito editorial colombiano: una mezcla de ensayo y de texto académico, un libro con partes poéticamente llamativas, intercaladas por ilustraciones tipo comic, una verdadera rareza. Insulto. Breve historia de la ofensa en Colombia (2018) es un gran libro sobre el pragmatismo lingüístico, sobre la política del lenguaje y sobre su sonoridad. El libro de Álvarez se posiciona en una línea de pensamiento de la teoría del lenguaje de J. L. Austin, de la teoría política de Slavoj Zizek o de Judith Butler, pero hace parte al mismo tiempo de una nueva generación del ensayo latinoamericano que, como Lina Meruane, le ha dado indudablemente a este género, y a la literatura en general, una actualidad e importancia política.

Insulto hace un recorrido brevísimo (tal vez demasiado breve) de la historia de la injuria en Colombia, como su título lo anticipa. Sin embargo, más que aproximarse a la etimología y al uso de ciertas palabras procaces de la lengua colombiana (algo que a muchos lectores les podría interesar: una reflexión sobre la palabra “pirobo”, “gonorrea”, “chimba”, “marica” o “malparido”, por ejemplo), el autor recorre algunos específicos lugares de enunciación de palabras o discursos explosivos que llevaron a cambios radicales en la historia del país. El capítulo más memorable, y tal vez el más impactante de todos, trata de dilucidar el discurso del honor y de la ofensa que fue justamente el horno en el que se cocinó a alta temperatura lo que ocurrió en el famoso 20 de julio de 1810, momento en el que un pequeño roce, pero sobre todo un calentamiento en las lenguas del pueblo y del discurso de un honor herido, llevó a la independencia nacional. Se podría decir que ese irrisorio mito fundacional (el florero destruido), acompañado por la retórica del insulto y del mostrarse ofendido, llevó al surgimiento de la nación como la conocemos hoy. El análisis meticuloso de fuentes de la época desde muy distintas perspectivas, de la lectura historiográfica de ese evento, hacen del primer capítulo del libro un ensayo memorable sobre la historia de Colombia.

Uno de los propósitos del ensayo de Álvarez es aquella especie de apología de una parte del lenguaje que ha sido siempre despreciada en el ámbito de los discursos oficiales. El Otro del lenguaje: el insulto que revela las fisuras, los límites de la retórica argumentativa y sosegada. El insulto adquiere entonces de nuevo toda su fuerza regeneradora, su rol de revuelta y de crítica necesaria. Más que apología, se podría decir que Álvarez le echa por primera vez un vistazo crítico, sin moralidades presupuestas, al fenómeno de la ofensa. En el último capítulo, después de un gran retrato del maltrecho Vargas Vila, Álvarez presenta la estética barroca del insulto en la obra de Fernando Vallejo, logrando llegar hasta el centro de la crítica vallejiana, su proceso retórico de desbordamiento de los discursos oficiales (sobre todo de la biología y del catolicismo), de enjuiciamiento y de reclamo. Álvarez presenta finalmente a Vallejo como clímax de una historia de la injuria en Colombia donde la retórica del insulto adquiere su mayor fuerza política en el lenguaje, su capacidad destructiva y renovadora.

Todos aquellos que pretendan encontrar en el libro una posición del autor ante los últimos hechos nacionales (muchos de ellos citados a manera de epígrafe al inicio del libro), sobre el día a día del insulto en Colombia, un análisis sociológico sobre esta forma de expresarse, se verá totalmente decepcionado. El libro de Álvarez se asemeja a un proyecto foucaultiano: el propósito de encontrar entre el archivo de eventos históricos un par de ejemplos que puedan llevar a aseveraciones más generales, un trabajo histórico-filosófico que trata de sopesar la naturaleza del insulto en general (explicado en el prólogo y en el epílogo). Si bien Álvaro Uribe y su famoso “le voy a dar en la cara, marica” aparecen al inicio del libro, solamente algunos hechos célebres de la actualidad vienen a ser discutidos al final (como el conflicto entre Carolina Sanín y Los Chompos). Todo su contenido y su lenguaje, que coquetea con Derrida y mantiene un estilo claramente académico, hacen que el libro esté destinado, muy en contra de su estética de comic y tal vez de sus intensiones, a un círculo de lectores bastante reducido. Sin embargo, la mezcla entre lo académico, el cómic, el ensayo, lo literario, etc. hacen de Insulto una obra imperdible del pensamiento contemporáneo colombiano.

 

[Foto sacada de: https://www.elpais.com.co/entretenimiento/cultura/manual-para-aprender-a-insultar-en-colombia.html]

Guerra de ayer

Guerra de ayer

“Sin que se le pida, la guerra se encarga siempre de procurarnos un enemigo. Yo, que quería permanecer neutral, no pude serlo. Había nacido con aquella historia. Me corría por dentro. Le pertenecía».

Confieso que desearía saber si Pequeño país (Salamandra, 2018) está compuesto de sus más íntimos recuerdos, de esa visión adulterada de la infancia que nos persigue hasta el fin de nuestros días. Querría preguntarle a Gaël Faye (Buyumbura, 1982) qué hay de él en la historia de Gabriel, ese niño de madre ruandesa y padre francés que, como él hace años, huyó de la guerra de su Burundi natal con apenas trece años.

Sobre el sufrimiento de dejar atrás a los suyos, sobre la muerte violenta e injustificada que tiñe de rojo cada guerra, sobre la locura de una madre que se sumergió en el infierno para no volver. Éstos son algunos de los temas que Faye nos cuenta, casi en un susurro, como si sumergirse en aquellos años le restase vitalidad a su presente inmediato. ¿Quién se atreve a pasear por el pasado sin billete de vuelta?

Pequeño país ha sido todo un éxito literario en Francia: ha vendido más de 700.000 ejemplares, ha sido galardonado con el Premio Goncourt de los Estudiantes, otorgado por la FNAC y el Ministerio de Educación francés, y ya se ha traducido a una treintena de idiomas, incluido el español. Hablan del rapero medio francés medio africano como de una promesa literaria, y no sólo por su primer libro. Faye desprende sensibilidad en cada una de las estrofas de sus canciones. Y Petit Pays es ejemplo de ello.

 

 

El peso principal de la narración está en la voz infantil de Gabriel, también de su hermana Ana, y sobre todo en la pandilla de amigos que custodian el callejón como si fuese su reino. Será con todos ellos con quien Gabriel experimentará el sabor agridulce de la violencia, del odio y del rencor.

Este libro, testimonio histórico del continente africano, sirve para reflexionar sobre el colonialismo, la migración y el racismo todavía existente a un lado y a otro del Mediterráneo. Un relato desde la experiencia personal sobre la complejidad del ser humano.

 

Recomendaciones para el Día Internacional del Libro 2018

Recomendaciones para el Día Internacional del Libro 2018

“La creación es una preservación temporal de las garras de la muerte” escribió Emil Cioran, tan joven y tan melancólico, en su temprana obra En las cimas de la desesperación. Hay quien escribe escapando de la muerte –literal o tan sólo ficticia– y quien lee con voracidad historias precisamente para no morir.

A continuación, reunimos las recomendaciones literarias de algunas de las colaboradoras de Cultural Resuena con motivo del Día Internacional del Libro 2018. Pasen y, sobre todo, lean.

Otra mirada sobre Nigeria

Chimamanda Ngozi Adichie ha sido uno de los fenómenos mundiales en literatura desde el año pasado. Su escritura afilada y dolorosa sobre las condiciones de vida en Nigeria, especialmente para las mujeres, y el racismo contra los inmigrantes nigerianos en Estados Unidos (por su piel negra, o su acento al hablar), le ha valido el aplauso (merecidísimo) de la crítica. Después de devorar sus libros, de entre los que destaco Algo alrededor de tu cuello, pensé con cierto apuro y muy mala conciencia el inexistente conocimiento que tengo sobre la literatura nigeriana, en particular, y africana, en general. Por eso, decidí comenzar con uno de los clásicos de su literatura, Todo se derrumba, de Chinua Achebe. Es un viaje a lo profundo de otras organizaciones sociales y culturales, pero también a otra forma de escritura, lejana a nuestra cotidiana europea, donde se entreteje la parábola, la leyenda y la ficción que quiere ser real.

Al igual que Ngozi Adichie, Achebe escribe desde la «experiencia dañada», pero sin compasión ni moralina. Escribe desde ahí quizá porque no hay otra posible si se quiere escribir sin redención. En este día del libro, les invito a que abran los ojos a otras formas de escritura, marcadas por otra relación con el lenguaje, su capacidad metafórica y expresiva. Nigeria es un lugar excelente para empezar.

Marina Hervás

Los años oscuros de Europa

Puede parecernos que todo está escrito ya sobre algunos temas. Si os digo que esta es una novela que se desarrolla en la Alemania de la Segunda Guerra Mundial, algunos de vosotros, seguramente, resopléis mostrando vuestro hastío. No sé cuánta literatura, solamente de ficción, existirá que tome como punto de partida este atroz hecho histórico. Mucha. Muchísima. De lo que estoy segura es que Morir en primavera de Ralf Rothmann es una de las mejores novelas que yo he leído sobre este tema.

En la deriva paranoica de la Alemania de 1945, con la certeza de la derrota y a pesar de ella, dos jóvenes amigos que trabajan en una vaquería son reclutados por las tropas nazis. Nada suena demasiado original, lo sé. Pero la maestría con la que Rothmann, a través de un lenguaje tan directo, nos habla de la juventud, la responsabilidad, los sueños y el silencio –el inevitable y pesado silencio transgeneracional– que deja la guerra –esa guerra contenida en ese silencio–, hacen de la lectura de esta novela una experiencia emocionante que merece verdaderamente la pena.

Ainara Zubizarreta

Alcanzar la inmortalidad

No es tanto una preocupación como un deseo. Querer permanecer más allá de la muerte, ser recordado, alcanzar la inmortalidad. Si ya en La insoportable levedad del ser, el escritor checo Milan Kundera desafiaba al pesimismo, en su novela La inmortalidad toda la trama está tintada de este carácter fatalista tan suyo.

Es Kundera en estado puro, un ejercicio cautivador de meta-literatura y una narración polifónica y casi atemporal sobre la espera del personaje protagonista, de nombre Milan Kundera, quien aguarda en la piscina como cada día la llegada de su amigo Avenarius para ir juntos a comer. Es durante esta espera cuando su mirada recala en una mujer, ya madura, que realiza un gesto con la mano al despedirse de su entrenador, tan liviana y espontánea, pero con tanta significación que constituye el hilo conductor de la historia.

La inmortalidad es un continuo juego entre realidad y ficción –punto débil de quien ahora escribe–, para abordar temas propios de su literatura, como son la muerte, el deseo, el sexo y, por supuesto, el existencialismo. Leí que alguien describía, muy acertadamente, que el tema de la inmortalidad se trata en esta obra como una “idea filosófica y algo cotidiano” al mismo tiempo. Si finalmente se deciden por esta recomendación, que sepan que estarán leyendo a uno de los grandes; y junto a Rimbaud, Goethe, Hemingway y otros tantos autores de la época moderna.

Elisa Pont

*La imagen que encabeza el artículo es obra de la ilustradora Veambe.

 

 

Escribir la primera novela. Sobre «Friedinger» (2018) de Stefan Kutzenberger.

Escribir la primera novela. Sobre «Friedinger» (2018) de Stefan Kutzenberger.

 

(Foto sacada de: http://www.oe24.at/kultur/Friedinger-Bestseller-mit-Hindernissen/, copyright Deuticke)

 

Die einzige Möglichkeit, gegen die fiktionalisierte Realität bestehen zu können, schien mir der Alltag.

Stefan Kutzenberger (2018): Friedinger. Viena: Deuticke, p. 126.

Me pareció que la única posibilidad de resistirme a la realidad ficcionalizada, era la cotidianidad.

En medio de un congreso de literatura comparada en la Universidad de Viena en verano de 2016, Stefan Kutzenberger me comentó al preguntarle qué opinaba del escritor argentino César Aira: „me parece valiente, su literatura asume riesgos y eso es muy valioso“. Al recomendarme un libro del escritor, que para aquel momento era totalmente desconocido para mí, me dijo: El congreso de literatura. Entonces me di cuenta de su guiño literario, nosotros hablando sobre César Aira en un congreso de literatura sobre los riesgos que se toman en ella, tal vez sobre el gran riesgo de llevar la ficción y la realidad al poroso límite que las divide. En este caso se trataba del verdadero Kutzenberger, profesor de la Universidad de Viena y antiguo profesor mío, y no del narrador de su última y primera novela Friedinger (2018); novela en la que lleva de forma arriesgada, como un juego autoficcional al estilo de sus más admirados escritores (Borges, Knaugard, Kermani, Cercas, Bolaño, entre muchos otros), a la literatura hasta su frontera más externa o bien más interna: la vida misma.

Friedinger es sobre todo una novela autoreflexiva sobre el escribir la primera novela, la obra se vuelve un ensayo sobre escribir novelas pero en ficción y dejando que la narración tome sus propios rumbos. La temática es caudalosa, desde películas de ciencia ficción, pasando por relatos eróticos, el ya legendario caso del monstruo de Amstetten, la física nuclear, escándalos políticos, tramas policiales y hasta la propia vida del autor. La autobiografía y la ficción, o bien la escritura de la vida como aquello inseparable de la fabulación, la pseudo-autobiografía o la literatura como elemento esencial de la vida, ese es pues el gran tema de la novela. Sin embargo, cada tema parece llevar al siguiente, todos ensartados en una misma corriente que es ese impulso de vida constante: si hablamos de literatura, si nos sentamos a hablar de cualquier cosa, desembocamos inevitablemente en una reflexión sobre la vida misma, este siendo pues el corazón de cualquier ensayo (Lukács). La narración de la novela es una cadena de asociaciones, digresiones y anécdotas que no aparecen de manera arbitraria; son las lecturas, los contextos y los eventos relevantes en una vida que parece estar encerrada en sí misma, generando sus propios monstruos, una máquina automática.

Lo que se convierte en una trama policial termina siendo, para el lector más atento, la combinación ficcional de las vivencias e impresiones del narrador-autor: el erotismo, el arte, Klimt, el exotismo, la midlife-crisis, Camus y muchos otros elementos que se combinan de nuevo una y otra vez hasta mostrarnos que tal vez no hayamos salido nunca de un laberinto muy personal, encerrados en la cabeza de Kutzenberger y sus desbordamientos entre la ficción y la realidad. El deseo por construir su primera obra se vuelve en la exitosa “ficcionalización” de su vida.

Aparecen entonces un sinnúmero de figuras ficcionales que traen consigo distintas historias: Clelia, el propio Friedinger, Bob Belaner (que hace pensar en el álter ego de Bolaño, Arturo Belano), Vangelis, entre muchos otros. Los personajes terminan contando las historias de los otros, sus anécdotas se entrecruzan como en la cabeza del lector Kutzenberger: referencias, vivencias verdaderas y falsas, etc. Todo termina siendo un narrar de una historia prohibida o silenciada y, al mismo tiempo, de una historia que todos conocen, lugares comunes de la historia austriaca del siglo XX. Sin embargo, todo adquiere un sentido en la reflexión metaliteraria que deambula por toda la historia como un fantasma: ¿qué es escribir? ¿a quién escribir? ¿qué es la verdad, qué es la vida? ¿a qué viene esto de desear escribir? Friedinger es un debut literario que reflexiona sobre sí mismo como debut, sobre el empezar a escribir literatura, o bien sobre volverse literatura.

El recurrir a una temática policiaca para llevar a la reflexión sobre la literatura misma, me remontó a varias lecturas ya hechas y pensé en otros textos con temática policial que echan un vistazo sobre sí mismos, sobre su naturaleza literaria: uno de ellos es Seis problemas para don Isidro Parodi de Jorge Luis Borges, uno de los autores más admirados por el mismo Kutzenberger. El personaje de Borges, de esa novela o libro de cuentos o lo que sea, se encuentra encerrado en una cárcel desde la cual, por medio de la lectura o la audiencia de los testimonios que le son confesados, desenreda de manera extraordinaria y algo mágica los casos criminales más enredados. El nombre del detective borgiano remite claramente a lo que este representa, una parodia, pero en medio de la parodia tal vez la verdad del corazón de la justicia y lo policiaco: la justicia como narración, ilación de hechos, construcción artificiosa, reorganización de la “realidad”. Curioso que justamente allí, donde la justicia supone encontrar la verdad sobre los hechos, la ficción parece minarlo todo. La justicia y la investigación de la verdad como un rodadero resbaladizo de mentiras. En el centro de Friedinger está justamente esa reflexión: el corazón ficcional de la verdad, un tema meramente literario.

La novela trata también sobre la imposibilidad de escribirse a sí misma y al mismo tiempo cómo esa imposibilidad (el autor sin obra, la vida pura, la cabeza atascada) es justamente la obra misma. Un juego literario digno de un autor que al mismo tiempo ha dedicado su vida al análisis de la literatura  – sin embargo, mucho más que un juego, se trata de la negociación de las fronteras de la literatura en general, y en medio de esa negociación aquella otra entre el yo y su existencia, una pregunta existencial y un tanto anacrónica: ¿Estamos tratando entonces tal vez con una obra que parece revivir sin proponérselo un existencialismo a los inicios del siglo XXI?

Notas a partir de algunas lecturas

Notas a partir de algunas lecturas

Alguien deja encima de la mesa, en mi ausencia, Historia de un viaje de seis semanas (Sabina, 2017), de Mary Shelley. Sonrío por el regalo inesperado, más aún al descubrir la dedicatoria de la primera página, que guardo en la memoria, y hojeo curiosa el contenido de sus apenas setenta y cinco páginas. Aquí están condensados los paisajes de Francia, Suiza, Alemania y Holanda de finales del siglo XIX. Dejo a un lado el libro y fijo la mirada en mi interlocutor.

[Salto temporal]

El libro vuelve a aparecer como por arte de magia encima de la mesa, en esta habitación falta de luz natural caída la tarde. Una breve introducción, de manos de Carmen Oliart Delgado, ayuda a entender el porqué de estos fragmentos de un diario de viajes, publicados por primera vez en 1817 y reeditados por la propia autora en 1840 y 1845. Con cierta sorpresa leo que Shelley utilizó como referente literario a su propia madre, la filósofa y escritora Mary Wollstonecraft (1759-1797), autora de A Vindication of the Rights of Men (1780), considerada una de las obras precursoras del ideario feminista. Mi sorpresa no es tanto por el desconocimiento de este hecho —que también— sino porque se afirme con todas sus letras que una mujer es «referente literario». Qué poco acostumbradas estamos, las mujeres, a ser protagonistas debido a nuestra producción creativa.

[Salto temporal, más lejano]

Hace años que Leer Lolita en Teherán (Quinteto, 2009) de Azar Nafisi, esperaba su turno de lectura. Una mudanza y unos meses de idas y venidas entre varias ciudades hicieron que su lectura se postergase. «Siempre he anhelado la seguridad de los sueños imposibles», anoté mientras intentaba entender cómo las mujeres (sobre)viven en un país como Irán, del que la autora se exilió definitivamente en 1995 cuando el régimen le obligó a usar velo en sus clases universitarias. Antes, le prohibieron enseñar literatura extranjera y por eso decidió reunir, en su propia casa, a un grupo de discípulas para contarles quién fue Vladimir Nabokov, Scott Fitzgerald y Jane Austen, entre otros. ¿Todavía hoy nos escondemos, las mujeres, para desempeñar actividades aparentemente tan banales como leer?

[Salto temporal, antes de ayer]

Paseo por Barcelona. Llueve. Busco refugio y acabo en La Virreina, en una sala con numerosas fotografías de mujeres. Es One Year Women’s Performance 2015-2016, el proyecto de la artista Raquel Friera, basado en la performance del artista taiwanés Tehching Hsieh. Ante mí, la atenta mirada de doce mujeres que constituyen una cierta figura femenina y colectiva de los problemas de la economía actual desde una perspectiva de género. Friera reflexiona acerca del trabajo doméstico y de cuidado que el sistema heteropatriarcal ha normalizado desde sus inicios, presentándolo como un «trabajo de mujeres», no remunerado, y que en muchos casos es el causante de la feminización de la pobreza.

Miro los rostros de Carol Webnberg, Claudia Murcia, Fina Aluja, Júlia Solé, Júlia Sánchez, Agustina Bassani, Gemma Molera, Aina Serra, Naia Roca, Lali Camos, Priscila de Castro y Francisca Duarte [escribe aquí tu nombre] y me pregunto si conseguiremos, las mujeres, una igualdad real, un reconocimiento, una conciliación, más respeto.

[Salto temporal, ahora]

Y me sigo preguntando, no sólo hoy 8 de marzo, Día Internacional en Defensa de los Derechos de las Mujeres, sino todos los días: ¿hasta cuándo?

 

  • Ilustración Leer el feminismo global, de la artista gráfica @veambe con motivo del Día Internacional de la Mujer.
Pasionarias, tragedias y el paraíso. Sobre la última novela de Juan Sebastián Cárdenas «El diablo de las provincias»

Pasionarias, tragedias y el paraíso. Sobre la última novela de Juan Sebastián Cárdenas «El diablo de las provincias»

(Foto sacada de: http://www.revistaarcadia.com/impresa/literatura/articulo/obra-juan-cardenas-escritor/41879)

 

Sentado en la banca de concreto, rodeado por el olor de romero, el biólogo sintió por fin que todo hervía en el mismo dibujo: las emociones y las ideas, los datos, los recuerdos del tío, un bebé con cara peluda, la prótesis de una pierna, una virgen abandonada en un nicho con forma de concha, el asesinato de su hermano, un hombre con cabeza de escarabajo, un monocultivo de edificios, la pasiflora, los ojos desorbitados del tío Remus, perdido en el tiempo zip-a-di-du-da. Todavía no entendía nada, pero la imagen viviente empezaba a cobrar forma. Quizás, pensó el biólogo, quizás es hora de ir a la casa vieja.

Juan Cárdenas, El diablo de las provincias, 2017, Madrid, Periférica.

 

La imagen completa, el cuadro entero no termina de aclararse en toda la novela. Se trata precisamente de un cuadro hirviendo, viviente. En la cita anterior está condensado el tráiler de una trama que no es más que eso: una colección de imágenes resbaladizas que reclama una unidad, una colección de especímenes naturales que no termina de llenar el paisaje infinito. La profundidad organizadora de la trama se esconde tras una materialidad densa, ese archivo de imágenes impenetrable, la naturaleza salvaje de Colombia en la que se gesta constantemente una tragedia insondable. Entonces la religión, las teorías de la conspiración, el recuerdo y hasta la justicia no son más que imágenes sueltas e infértiles en un todo saturado. Todo se mueve por la inercia material de los acontecimientos, una inercia que repite casi míticamente un mismo sacrificio hasta el infinito.

La última novela del escritor colombiano Juan Sebastián Cárdenas, El diablo de las provincias, trata de dibujar un enredo oscuro que palpita en la trágica de la cotidianidad colombiana. Entre religión, violencia, sexismo, nostalgia, naturaleza, explotación, amor y fracaso, la trama presenta un inventario de imágenes que se asemeja a la colección de un explorador botánico: ejemplares de flores salvajes y pasionarias, o bien pasiones en un contexto, la provincia colombiana, que está regido por sus propias leyes. El hombre pierde entonces cualquier tipo de voluntad, los acontecimientos se lo tragan como una planta carnívora, el botánico se vuelve parte de su inventario.

La novela relata la vuelta de un biólogo a su ciudad natal en Colombia en la que se ve confrontado no solamente con un pasado inconcluso sino con una sociedad que lo envuelve en una trama salvaje y que encarrila su vida en un nuevo rumbo. Sin otra alternativa comienza trabajando como profesor en un colegio para señoritas pero cumplirá, hasta donde le es posible, con el papel de un observador crítico de la sociedad donde las imágenes crean un mosaico ininteligible. La novela presenta entonces lo contrario a un Bildungsroman, el personaje principal no se desarrolla en absoluto, más bien va perdiendo sus características y se va difuminando en un estado primitivo, anterior. El personaje va perdiendo la cabeza, como Santa Bárbara y se da entonces el sacrificio. El personaje colectivo que, a las malas, se entrega a una maquinaria en la que este termina deshilachándose: la plantación, el mal, el diablo de las provincias.

Antes de tomar el fruto prohibido, aquel que da el conocimiento del bien y del mal, aquel que divide al hombre y a la mujer de la naturaleza, antes de la aparición de la primera vergüenza y del uso de las vestiduras, el paraíso es exactamente eso, un lugar repleto y saturado sin lugar para el sujeto. La toma del fruto prohibido es justamente el inicio de la voluntad humana y el forjamiento de las fronteras del mundo, el aquí y el allá; la posibilidad de acción, el inicio del libre albedrío. En la novela de Cárdenas la voluntad humana es descabezada, la posibilidad de reparación está clausurada, la vuelta al paraíso se da inevitablemente, como la vuelta a casa, pero de una forma inesperada, como la llegada al infierno.

La novela de Cárdenas es una obra para ser pensada. El lector siente inevitablemente que el lenguaje lírico que da forma a imágenes tan intensas, lo lleva a la búsqueda de un significado que se da en el horizonte como promesa. Tal vez se trate de la expresión por excelencia del hombre colombiano, aquel que percibe la tragedia como el germinar constante de frutos salvajes y se pregunta en total desolación por una razón para todo aquello. El colombiano en medio de aguas movedizas en las que cualquier intento de reparación no hace más que sumergirlo en la indiferencia homogénea de la arena. El colombiano que hace preguntas en un valle desolado; el colombiano con la cabeza volada de marihuana que no puede fijar el hilo que hala las imágenes. El colombiano que vive la realidad como una parábola sin solución, una historia sin trasfondo sobre machetes y niñas desangradas. El entendimiento se anula, solamente está allí la materialidad que arrastra con todo, el machete que marca el arado. Todo está allí, un lugar repleto y en ese lugar repleto hay que hacerse a un hogar, poner un techo, alzar paredes, habitar esa casa de la tragedia.