De salud y república, y también de corona

De salud y república, y también de corona

14 de abril, Día de la República en España. Se conmemora la proclamación de la II República española en 1931. Cinco años más tarde estallaría la Guerra Civil española, que se llevaría por delante, al menos, a medio millón personas [1], aunque otras fuentes suben esta cifra a 2 millones[2].

5 de mayo, Día de la Liberación en los Países Bajos. Se conmemora el fin de la ocupación Nazi en los Países Bajos en 1945. El total de muertos a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial en el país de los tulipanes: 240 000. Un 2.1% de la población[3].

Ambos países tienen a día de hoy dos coronas: una vírica y otra política. Creo que todos estaremos de acuerdo, independientemente de nuestros colores políticos, que la microscópica es la que más le pesa a ambos países en este momento.

Hoy me permito reflexionar. No soy historiador ni analista, soy físico (afortunadamente vuelvo a estar convencido de esto). Mis referencias son la Muy Interesante, la Wikipedia, y Google. Pero pienso en velocidades, cambios, intervalos y eventos. Supongamos un intervalo de tiempo, y un caudal que cruza ese intervalo. Los diferentes eventos a considerar serán a) la Guerra Civil en España, b) la Segunda Guerra Mundial en los Países Bajos, o c) el COVID-19 en España o los Países Bajos. Y el caudal, el número de fallecidos [4]. Caronte, sácate la calculadora y compruébame la tabla, porque me cuesta digerirla.

Evento

Comienzo

Fin

Días (approx.)

Total fallecidos

Fallecidos/día

Guerra Civil Española

17 de Julio de 1936 

1 April 1939

620

500 000

508

COVID-19, España

31 de enero de 2020

93

24 543

264

Segunda Guerra Mundial en los Países Bajos

10 de mayo de 1940

5 May 1945

1820

240 000

132

COVID-19,

Países Bajos

27 de febrero de 2020

65

4 893

75

La conclusión es clara. El número de fallecidos por día debido al COVID-19, aunque muy por debajo de los números de la cruenta Guerra Civil Española, apunta dimensiones bélicas. La humanidad está en guerra contra un enemigo común e invisible. Lamentablemente, no estamos tan unidos como deberíamos, ni entre países ni entre personas. Siento la división entre la Europa del norte y del Sur ensancharse día a día, partiendo de la falta de medidas comunes contra la crisis a nivel Europeo. Cuando pase lo peor de esta crisis, la diferencia entre países podría ser abismal. 

Como en toda guerra, el adormecido instinto de supervivencia se despierta: todos pensamos en nosotros mismos y nuestro futuro. Sin embargo, en esta guerra no habrá fotos de Capa, sino de personal sanitario exhausto. Son ellos, y los investigadores que trabajan contra reloj buscando una cura, contra el maldito virus. No me atrevo a plantearme qué bando tiene ventaja ahora mismo. Solo sé que esta guerra solo se gana siendo racionales, y tomando las precauciones necesarias para evitar en lo posible la propagación del virus. 

Me gustaría acabar con una nota optimista: las cosas irán a mejor. La Tierra se ha recuperado. Y la debilidad del sistema social-económico actual ha sido puesta en evidencia.  Honestamente, prefiero una guerra de la humanidad contra un virus que una guerra en la que no atomizamos entre nosotros. Confío en que, como especie, saldremos mejor de esta crisis.

Me despido desde la comodidad de mi encierro moderado, con la tristeza natural nacida de saber que nada volverá a ser igual. Espero que me perdonen el posible macabrismo que algunos puedan leer entre estas líneas. Sólo son números; la forma de lidiar con esta crisis está, en gran medida, en nuestras cabezas. Es allí donde podemos, y debemos, ganarle el pulso al virus.

Salud y absencia de corona para tod@s.

Referencias:

[1]https://www.scientificamerican.com/espanol/noticias/recopilando-el-testimonio-genetico-de-los-muertos-de-la-guerra-civil-espanola/

[2] https://en.wikipedia.org/wiki/Spanish_Civil_War#Death_toll

[3] https://en.wikipedia.org/wiki/World_War_II_casualties

[4] https://gisanddata.maps.arcgis.com/apps/opsdashboard/index.html#/bda7594740fd40299423467b48e9ecf6

El amor en tiempos del corona: canciones para un crisis

El amor en tiempos del corona: canciones para un crisis

El realismo mágico, del cual García Márquez es uno de sus máximos exponentes, juguetea con nuestras cabecitas y nos intenta mostrar lo irreal como algo cotidiano o común. ¿Puede alguien confirmarme, pues, que no estamos viviendo en una novela de García Márquez en este momento? Y lo que es más importante: ¿Cómo construimos defensa ante semejante ataque a la cordura? 

La tercera ley de Newton estable que por toda acción hay una reacción en sentido opuesto y de la misma magnitud. Mi temor estos días es que la reacción puede tener, de hecho, dos direcciones: unirnos como seres humanos, o separarnos aún más. La guerra en la que estamos sumergidos tiene como campo de batalla y soldados no sólo a nuestros hospitales y a nuestro personal sanitario, tan necesitado de algo más que aplausos. Esta guerra la ganamos también cada uno de nosotros en nuestras propias mentes, y nuestro deber cívico es mantenerlas lo más despiertas y activas que podamos. Por esto, creo que más que nunca necesitamos el amor y la música, inevitablemente unidos.

Venga, vale. Llámenme tonto, cursi, idealista, romántico, o sean españolitos casposos con cero inteligencia emocional que necesitan usar la sexualidad como insulto y llámenme gay. Les escupiré a la cara que “gay” significa literalmente “feliz”, así que todos “gay-up”: ¡sonrían carajo! Tengo las armas afiladas en esta guerra contra el virus, y como tantos otros sigo al pie de la letra la canción del Dúo Dinámico y “Resistiré” porque “soy como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie”. Mi himno personal, mi canción para soltar las lágrimas de rabia, ha sido “Time Fate Love” (Tiempo Destino Amor) del legendario Luca Prodán (líder de la banda de post-funk Sumo):

«A girl called time took a long long trip and never, never came back.

A boy called fate made up his mind. 

And I did it when it was too late.

But a girl called love flew to me from the air around.


She filtered in, to my skin. She didn’t make a sound.

And every time I breath I hear her sounds.

And every time I look or see I feel her presence strong and near.»

“Una chica llamada tiempo hizo un largo viaje y nunca regresó.

Un chico llamado destino tomó una decisión. 

Pero yo lo hice cuando fue demasiado tarde.

Pero una chica llamada amor voló hacia mi desde el aire alrededor.

Se infiltró bajo mi piel. No hizo ni un ruido.

Y cada vez que respiro escucho sus sonidos.

Ya cada vez que la mire siento su presencia cercana y fuerte.”

Para llorar, vamos. Pero no todo es sentimentalismo y amor, también tenemos que pedir cuentas a muchos jefes de estado que parece solo quieren prologar esta situación. Propongo ir encargando más de un “ataúd para un jefe de estado”. El hidalgo nigeriano del afrobeat Fela Kuty nos impregna en su canción “coffin for a head of state” de una fuerza impresionante ante los poderos fácticos. Después de que el gobierno literalmente tirara a su madre por la ventana, el respondió con música. Y una música con la que es imposible no moverse. Fela predica la resistencia a través de la música y el baile. Tomemos nota, resistamos bailando.

“Negras tormentas agitan los aires, nubes oscuras nos impiden ver”, así que “a las barricadas” mentales y a unirnos todos contra el maldito virus (versión de un brigadero internacional, aparentemente). Como dice la Billos Caracas Boys “sigan bailando” lo que más les guste, “bolero o disco, o cumbia o salsa, merengue, o rock n’ roll”. 

Salud y falta de corona para tod@s.

¿Por qué morimos antes?

¿Por qué morimos antes?

Buena pregunta, ¿no? Me refiero a los hombres, la esperanza de vida de los cuales es siempre inferior a la de las mujeres, sin importar el país que consideremos. En algunos casos la diferencia es anecdótica, como en Baréin (80 a 79) o en el Pakistán (67 a 66). Ahora bien, también hay casos donde la diferencia es muy notable: en Letonia una mujer vive de media diez años más que un hombre (80 a 70) y en Armenia, 7 (78 a 71). En situaciones intermedias encontramos estados tan variados como España (86 a 80), Libia (75 a 69), EE.UU. (81 a 76), Ecuador (79 a 74), Singapur (85 a 81), Cuba (81 a 77)…

Así pues, parece que podemos establecer con bastante tranquilidad un hecho: los hombres morimos antes. ¿Cómo puede ser? Dada la aparente universalidad del fenómeno, es tentador recurrir a explicaciones biológicas: debe de ser por alguna hormona que tenemos nosotros que ellas no tienen, o al revés. O porque la próstata da más problemas que el útero. O por lo que sea, la cuestión es que es un hecho natural que los hombres morimos antes y, por lo tanto, poca cosa se puede hacer. Simplemente, es así.

Aun así, ¿y si el fenómeno fuese universal sin ser natural? ¿Y si fuera social? No es ninguna majadería, esto. Es muy conocido que el nivel socioeconómico es un factor de riesgo de nuestra salud: los más pobres mueren antes que los ricos. Es un hecho universal y social: nos costaría entender que alguien intentara dar una respuesta a esto en base a genes, hormonas u otros sustratos físicos. No hay un gen de la pobreza con una muerte prematura programada, sencillamente, el hecho de ser pobre lleva asociado toda una serie de elementos (peor alimentación, peor acceso a la sanidad, precariedad, estrés…) que te hacen morir antes. En el caso que nos ocupa, no se trata de afirmar que la biología no tiene ningún papel, que quizá sí, sino de poner el foco en otra cuestión: ¿es posible que el hecho de socializarnos como hombres nos lleve a morir antes?

Y todo apunta en la misma dirección. Parece que las mujeres siguen estilos de vida más saludables que los hombres. Determinadas conductas de riesgo están más presentes en el género masculino, como fumar, conducir sin el cinturón de seguridad o directamente bebido (“¿y quién te ha dicho a ti que quiero que conduzcas pormí?”, nos decía un entrañable ex presidente amante del buen vino).

Acabamos de descubrir que el género es otro factor de riesgo para la salud: si eres hombre estás en el bando perdedor (paradojas del patriarcado). Ahora bien, igual que la pobreza se cura tomando los medios de producción, la masculinidad hegemónica también puede ser analizada y deconstruida. ¡Manos a la obra!

Al parecer, muchas de las maneras que los hombres tienen para demostrar que son hombres son más bien poco saludables: resistirse a ir al médico, porque ir al médico quiere decir reconocer una debilidad, y esto no puede ser; conducir temerariamente, cosa que muestra como controlo mi coche y a mí mismo, porque el “yo controlo” en el fondo va de dominación, que es una cosa muy masculina; saltar un barranco con monopatín como Bart Simpson en un famoso episodio, porque así muestro que nada me da miedo y soy muy valiente; no ponerse protección solar, porque esto de las cremas para la piel es cosa de mujeres, etc. Y después pasa lo que pasa: en los EE.UU. la tasa de muertes por cáncer de piel es el doble entre los hombres que entre las mujeres. No morimos antes por ser hombres (sexo biológico), sino por querer serlo (género).

Así pues, parece que ser hombre implica tener que demostrar que se es un “tipo duro”. Ahora bien, esto se puede demostrar de muchas maneras diferentes: desde practicar escalada hasta meterse en bandas callejeras. Optar por unas opciones u otras dependerá fundamentalmente del nivel económico y entorno social de la persona en cuestión. Los grupos de hombres más marginalizados, que no pueden construir su masculinidad en base a, por ejemplo, tener un buen trabajo, optarán por actividades más arriesgadas. Incluso entre hombres que pensaríamos que no se dejarían influir por estas cuestiones de “machos”, por el hecho de representar masculinidades no hegemónicas, también encontramos conductas de riesgo para reafirmar su masculinidad. Nos referimos, por ejemplo, a gays que se negaban a usar protección contra el sida porque ellos eran muy hombres. Datos recogidos en los años 90 en los EE.UU. indican que los hombres no heterosexuales y los afroamericanos tenían ideas más tradicionales sobre la masculinidad que los otros. En particular, los jóvenes sin trabajo tenían ideas más conservadoras que los adultos ya incorporados al mundo laboral. De alguna manera, todos estos grupos tienden a compensar su marginación o masculinidad no hegemónica con una hipermasculinidad más destructiva.

Riqueza, fuerza física y drogadicción: un tipo duro canónico.

 

Hemos comentado hace un momento que tener un buen trabajo puede ser un recurso para construir nuestra masculinidad que nos hace prescindir otros mecanismos más peligrosos. Ahora bien, si esto es así, no es solo porque el trabajo nos proporciona un salario que nos hace sentir muy bien como proveedores de riqueza a la familia: hay trabajos que también son propios de tipos duros. Y en ellos no escapamos del riesgo. Bomberos, mineros, pescadores, trabajadores de la construcción… Los sectores más masculinizados son también los más peligrosos, con las consiguientes elevadas tasas de mortalidad en el puesto de trabajo.

Ya vemos que nos están apareciendo un montón de factores no biológicos que explican la menor esperanza de vida de los hombres. Hay que huir de los reduccionismos que tienden a naturalizarlo todo: “de acuerdo, sí, todo esto que dices es cierto, pero es así porque los hombres, con la testosterona, somos más violentos, nos gusta el riesgo…”. Esto no hay testosterona que lo explique. Ni supuestos (me atrevería a decir descartados) cerebros masculinos que nos hacen ser de determinadas maneras. Hombres de diferentes grupos sociales construyen sus masculinidades de diferentes formas. Una explicación puramente naturalista siempre quedará coja.

Para acabar, me gustaría destacar que la idea del hombre como fuerte y la mujer como “sexo débil” nos la ha jugado también a los hombres. Nos ha hecho no prestar atención a nuestra salud. Y que no nos la presten. Se ha documentado que los hombres somos despachados más rápidamente de la consulta del médico, o que se nos informa muy poco de cómo hacernos exámenes testiculares, en comparación con la normalidad con que se explica a las mujeres como hacerse exámenes de las mamas. También se nos diagnostican menos depresiones, a pesar de que nos suicidamos más. Todo el rato juega el doble factor: mi machismo me hace no ir al médico porque soy un hombretón; el machismo del médico hará que este no me vea deprimido porque, al fin y al cabo, soy un hombretón.

Es interesante comentar algunos indicadores médicos que han legitimado con “datos objetivos” esta construcción de la mujer como sexo más enfermizo: la utilización de índices como el tiempo de reposo en cama o el uso de atención médica han tendido a patologizara la mujer. No obstante, estos índices más bien explican cómo hombres y mujeres afrontan una enfermedad, y no si están más o menos enfermos. Si partimos del hombre como medida de todas las cosas, es natural concluir que las mujeres son más débiles porque necesitan más tiempo de descanso y van más al médico. Ahora bien, puesto que sabemos que las mujeres viven más (curioso sexo débil, aquel más longevo), quizá las podemos tomar a ellas como referentes de salud. Entonces podríamos concluir que los hombres no descansamos lo suficiente y vamos demasiado poco al médico, motivos que ciertamente ayudan a entender por qué morimos antes. De hecho, en muchos hogares es la mujer la que concierta citas con el médico cuando considera que su marido debe ir. Y quizás estaría bien que empezáramos a cuidarnos a nosotros mismos. Tomemos nota: descansemos y pidamos ayuda cuando la necesitemos. Porque ya se sabe que hombre precavido vale por dos.

 

Este artículo es una traducción al castellano del original publicado en la Revista Maig (en catalán).

Bibliografía

Courtenay, Will H. (2000). “Constructions of masculinity and their influence on men’s well-being: a theory of gender and health”. Social Science & Medicine, 50: 1385-1401.

Criado, Miguel Á. (2015). “No hay un cerebro masculino y otro femenino”. El País. https://elpais.com/elpais/2015/11/30/ciencia/1448904392_009014.html

Global Health Observatory data repository: Life expectancy and Healthy life expectancy. Data by country. http://apps.who.int/gho/data/view.main.SDG2016LEXv?lang=en

Lo que La Oreja de Van Gogh “nos contó” hace diez años sobre pandemia y nacionalidad

Lo que La Oreja de Van Gogh “nos contó” hace diez años sobre pandemia y nacionalidad

No, este guiño al “nos contó” no hace referencia a aquel disco emblemático del pop español de los 2000. Y sí, Lo que te conté mientras te hacías la dormida fue el más memorable de los retos a la longitud adecuada en títulos de discos comerciales (después del clásico Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana, de El último de la fila, claro).

Pero este guiño, que puede leerse más bien como una profecía, nos lleva al inicio de otra gran crisis. 2008 fue el año en que Leire Martínez se estrenó como la nueva vocalista de la aclamada banda donostiarra con un prudente pero significativo “último” vals. Y es que aquel “primer” single estaba trufado de referencias ambiguas al nuevo comienzo sin Amaia con un “siempre serás bienvenido a este lugar” en el estribillo y un videoclip donde la cantante vagaba taciturna por la calle hasta encontrar un anuncio de “se busca cantante”. Pero en aquel disco, A las cinco en el Astoria, había otro gran tema digno de ser rescatado hoy.

Se trataba de Europa VII, una canción de un elenco de madurez lírica solvente y arreglos sofisticados: probablemente su álbum más “comprometido” tanto política como musicalmente, con composiciones como Jueves o Cumplir un año menos. El tema relata una historia desoladora aunque tamizada de una melodía suave y envolvente que hoy, en plena pandemia global, parece cobrar especial significación (Y sí, estamos al tanto de que el nuevo single del grupo se titula esperadamente Abrázame).

Para empezar, eso de Europa VII no resulta muy aclaratorio. Si bien la canción es una crítica al desarrollismo occidental (por tanto, aceptamos lo de “Europa”) ¿por qué “VII”? Bien, analicemos la letra, que arranca así: “Comienza la desconexión, se acaba el aire y la energía, no queda nadie en el control, la nave flota a la deriva”. Como vemos, esta primera frase dibuja un paisaje nada halagüeño, y aunque distopía y belicismo no son conceptos nuevos en el grupo, aquí parecen decididos a ir al centro del asunto. No hay “deriva” que en el pop nos lleve a buen puerto.

El entorno que parecen esbozar contiene astronautas y naves espaciales (como vemos en el videoclip), y un cierto momento de iluminación personal: “repaso ciencia y religión”, así como de nostalgia: “allí vivía yo”. Ah, Europa VII es el nombre de la nave espacial… lo cual quiere sonarnos a rarezas de Mecano como Viaje espacial o, por qué no, El fin del mundo. Este panorama parece asemejarse a la situación apocalíptica que vivimos hoy (especialmente las imágenes de equipos de protección tan comparables a los trajes espaciales) y a la oportunidad a la reflexión que esta, no obstante, incita: “muerta de miedo en un rincón, pienso en mi civilización (…) allí vivía yo”, añade.

Si las estrofas junto a unos arreglos que insertan sonidos del código morse y de radio nos van llevando en un medio tiempo que va en crescendo; el estribillo, esperablemente más rápido y efectista, aunque no tan pegadizo como de costumbre, guarda un claro mensaje político: “me quito la bandera de mi traje espacial”. Este gesto tan decisivo no nos parece muy alejado de la realidad: nos lleva a esas mascarillas bordadas con la bandera de España que ciertos dirigentes políticos portan y ahora son tan populares, recubriéndose el protegerse de tintes patrios y heroicos. Leire concluye: “y escribo en el reverso que soy de la humanidad”.

Si ya en Geografía el grupo lanzó en 2003 un alegato al multiculturalismo en pleno debate sobre la guerra de Irak y la inmigración masiva a España, aquí advertimos una crítica al nacionalismo ante una situación de catástrofe. Catástrofe como la que estamos viviendo ahora y a la que los partidos políticos aluden con ingeniosos alegatos como “anticuerpos españoles” o caceroladas “abanderadas” desoyendo el confinamiento, así como gobiernos independentistas que parecen no colaboran en el cómputo de decesos de la pandemia.

Si en un hilo de Twitter encontramos un profundo análisis de aquel “Lo que te conté…” en clave marxista, en Europa VII ahora nos topamos con un aspecto profético que resulta sobrecogedor: “Y yo escucho esta retransmisión para que suene en el futuro y sirva de lección”. Recalquemos: “sirva de lección”. Además, hablan de “gotitas” que violan la gravedad, de “sufrir la colisión”, y muchas referencias que sin duda, escuchadas desde la experiencia del COVID-19 no son pasteladas (como tanto se le ha reprochado al grupo) pues aluden a una cuestión delicada en nuestro tiempo: el contacto corporal.

Por último, y como el inteligentísimo letrista Xabi San Martín hace siempre con sus temas (cerrándolos con un broche de oro muy cercano al lenguaje publicitario), en el último estribillo modifica ligeramente la letra: “La frágil existencia milagrosa y casual, la vida más pequeña vale mil veces más que la nación más grande que se invente jamás”. Palabras que podían ser aplicadas a las noticas, más centradas hoy en crispaciones políticas y en el dilema de terrazas y playas que en el número de muertos diarios (pues aunque afortunadamente ha descendido mucho, siguen muriendo personas).

En estos momentos de reflexión, ya que se están revisando los ideales estoicos sobremanera, tal vez sería congruente hacernos eco del mensaje de La Oreja de Van Gogh (y de paso redescubrir un disco rico en significados) para seguir la lección cosmopolita de los primeros estoicos griegos y romanos para entender “nuestra radical interdependencia”, como dice la filósofa Mónica Cavallé, puesto que, a fin de cuentas, “el hombre no está para servir a la política sino la política para servir al hombre”.

Requiem a ritmo de ABBA

Requiem a ritmo de ABBA

Imagen de RTVE

El pasado miércoles día 3 de junio, los concursantes de Operación Triunfo -obedeciendo, supongo, a las directrices del programa- terminaron su actuación grupal arrodillándose en señal de respeto y homenaje al joven afroamericano asesinado en EEUU por un agente de policía. El programa hizo, según he podido leer, una excepción al informar a los cantantes de un suceso “del exterior”, como se le suele llamar en los reality shows a la vida real. Desde que el suceso ocurriera el 25 de mayo en Mineápolis (Minesota), las revueltas se han extendido a lo largo y ancho del país y las reivindicaciones se han ampliado a las diversas redes sociales en forma de hashtag, eslogan o imagen. Uno de los gestos extendidos por diversas vías ha sido el de arrodillarse con la cabeza gacha en señal de protesta frente a este hecho atroz y como símbolo de respeto hacia la víctima. Los concursantes -o, quizás, habría que decir el concurso- se unen así al movimiento antirracista que se viene sucediendo los últimos días. Sin pretender juzgar el hecho en sí, teniendo en cuenta que el objeto de la reivindicación es absolutamente respetable, creo, sin embargo, pertinente realizar una reflexión en torno a la escenificación y al uso que se ha hecho de esta reivindicación en este programa emitido, cuestión no baladí, en la televisión pública.

No soy seguidora de Operación Triunfo. Mi desconocimiento de las personas que forman parte de este engranaje audiovisual hace que las imágenes de la mencionada actuación se hayan revelado ante mí sin ninguna información previa sobre el concurso. Soy una persona, pues, del exterior, que no ha tenido ningún contacto con nada de lo que haya ocurrido ahí dentro. Por eso, la visualización del vídeo que me llega sin quererlo -como llega otra tanta información no solicitada hoy día- me deja realmente desconcertada. El tendencioso titular me hace morder el anzuelo: “Los pelos de punta. El aplaudido homenaje de ‘OT2020’ a George Floyd”. Sin embargo, asisto perpleja a una actuación mediocre de un tema de ABBA sobre un amor posesivo en el que los jóvenes concursantes realizan una aprendida y encorsetada coreografía, sobreactuando la gesticulación vocal (levantando la cabeza, frunciendo el ceño y cerrando los ojos) y cada uno de los intérpretes potenciando su peculiar timbre de voz en un intento de mostrarse diferente al otro -ser auténtico lo llaman-. Al final, eso sí, se arrodillan. Cuando termino de verlo no puedo evitar volver a hacerlo. No soy capaz de asimilar tanta información. Ni tanto despropósito.

Por un lado, el homenaje es inexistente. Añadir un gesto a la actuación, como un pegote, no es hacer un homenaje. Pasar de la sonrisa forzada en la interpretación de un tema disco y bailable a un gesto de supuesta introspección y respeto hacia una persona asesinada y llamarlo homenaje es, por decirlo suavemente, una absoluta banalización del movimiento. Supongo que el tsunami virtual nos arrastra a veces a considerar que el activismo de pantalla tiene algún tipo de impacto social. Cuando las redes se llenan de hashtags antirracistas, uno puede sentirse obligado a hacer visible su postura ante la causa del momento, no vaya a ser que el resto piense que no la apoya. Sin embargo, la profundidad y seriedad que la causa pueda tener, lejos de verse reforzada, se banaliza cuando compartes la foto de tu desayuno justo después de cambiar tu foto de perfil y ponerla en negro junto con un #blacklivesmatter. Y eso es exactamente lo que la actuación de OT hace: banalizar el gesto final al incluirlo por exigencias del guion y sin ningún tipo de conexión con la canción que previamente había sonado. Para eso, mejor no haber hecho nada.

Por otro lado, este homenaje se ha llevado a cabo mientras en las televisiones se ha incluido un crespón negro como símbolo del luto nacional de diez días decretado por el Gobierno el pasado 27 de mayo. Resulta cuando menos paradójico que un programa de la televisión pública rompa la burbuja en la que viven los concursantes del programa para incluir un homenaje a George Floyd y no realice ningún gesto hacia las decenas de miles de personas muertas en España durante estos tres meses. Y, para que no se me malinterprete, no quiero decir que el homenaje a Floyd no tenga que tener espacio en TVE (siempre que, por supuesto, se hubiera hecho con respeto, y no con esa actuación bizarra), ni siquiera considero que se tenga que abusar del dramatismo y la sensiblería en estas circunstancias, pero, ya que se ha dejado en evidencia que la norma es quebrantable, quizá habría sido adecuado romperla para homenajear (también), con previsión y respeto, a los miles de fallecidos que el crespón de la esquinita de la pantalla nos pretende recordar. Supongo que habrán pensado que necesitamos entretenernos, que nos protegen de algún tipo de dolor. Porque, en realidad, ese pequeño gesto oportunista del miércoles no mira al exterior, sino que, simplemente, se mira el ombligo. 

Una cuestión de clase

Una cuestión de clase

Podría comenzar este artículo citando a Pierre Bourdieu y su ya clásico libro “La distinción. Criterios y bases sociales del gusto”, escrito en 1979 y que realiza un acercamiento desde la sociología y la psicología social a los conceptos del gusto cultural y las interacciones sociales que se general alrededor de este objeto de estudio. Sin embargo, sería ésta una manera de establecer entre quien esto escribe y quien sea que lo lea, precisamente, una distancia y de remarcar esa distinción del otro de la que habla Bourdieu. La cita hablaría más de mí, por el mero hecho de haberla elegido, que de la idea que quiero desarrollar. De hecho, resulta verdaderamente complicado citar a otro sin establecer esa diferencia, sin incluirse en un grupo social determinado por ese gusto o capital cultural. La paradoja, pues, resulta inevitable si una quiere arrancar el artículo con una referencia a lo que ha dicho o escrito otro. Pero, asumiendo esta inevitabilidad, prefiero (perdóname Bourdieu) utilizar una cita de Groucho Marx para resumir la idea que iré desarrollando más adelante: nunca pertenecería a un club que me admitiera como socio.

Citar a Marx sigue hablando de mí, no tanto por la mención en sí, sino porque al citarlo decido dejar de aludir a otros. La referencia me une a quien también pueda conocerla y, de esta manera, proyecto una imagen de mí misma que no es más que la que yo decido proyectar. No dice demasiado sobre mí, pero es suficiente para que el lector se haga una idea de mi bagaje y mi consumo cultural. Pero esto no es más que una ilusión, porque, en realidad, no sé de dónde sale la cita, no he visto más que una película de los hermanos Marx y me sé la frase de habérsela oído a alguna otra persona, ya que forma parte de lo que llamamos el imaginario común. Así, la imagen de mí misma que pretendo mostrar no dice nada sobre mí. Podría haber escogido una frase de algún gag de Los Morancos, ya que he consumido más sketches de estos últimos que de los anteriores. Sin embargo, habría quien, nada más leer la referencia a este dúo de cómicos, dejaría el artículo de lado, por la simpleza que se le presupone a quien tiene semejantes gustos.

Esto es, precisamente, lo que ha sucedido los últimos días con la plataforma de cine online Filmin que se caracteriza por incluir en su catálogo cine de autor y cine independiente, aunque también tiene disponibles títulos de lo que hemos venido en llamar cine comercial. Filmin se distingue de otras plataformas similares en que pone a disposición de sus usuarios películas y documentales que no se encuentran en otras más relacionadas con el entretenimiento. La plataforma, pues, establece una distinción entre sus clientes y los del resto de las plataformas. Hacerte socio de Filmin en vez de Netflix, por ejemplo, dice, por tanto, “algo” sobre ti, aunque la cuota mensual sea similar y nadie más que tú sepa qué es lo que consumes y cómo lo consumes.

Pero parece que Filmin ha ofendido a sus usuarios incluyendo en su catálogo la saga de Torrente. Resulta ahora que, volviendo a Groucho, hay personas que ya no quieren formar parte del club en el que nadie les puso pegas ni les pidió referencias curriculares para entrar. La ofensa parece ser, entonces, no tanto que la plataforma ofrezca la posibilidad de ver estas películas (que es a lo que se dedica), sino en compartir espacio, aunque sea éste simbólico y virtual, con algo que huela a lo que supongo que los ofendidos llamarán “baja cultura”. Con la sola inclusión de la saga, Filmin ha conseguido que algunas personas se den baja como usuarios porque ya ni eso les queda para distinguirse del vulgo y no quieren seguir perteneciendo a un club que les admitió como socios.

Supongo que el pecado de Torrente es haber sido la película más taquillera del cine español hasta que fue destronada, creo, por Ocho apellidos vascos y, si lo ve tanta gente, tiene que ser malo. Claro, no sirve con que a uno le guste lo que le dé la gana, sino que es necesario (¿dónde estaría, si no, la distinción?) que a uno le guste lo que les gusta sólo a unos pocos. La paradoja está, sin embargo, en el democrático acceso a la cultura que facilita internet (y ocho euros al mes) y que pone a nuestro alcance miles y miles de películas. Y así seguimos, parece ser que encantados de mantener ese halo de elitismo pequeñoburgués de la distinción entre alta y baja cultura, en vez de permitir que cada cual consuma como quiera la ingente cantidad de material cultural y de entretenimiento que tenemos a nuestro alcance. Resulta, sin embargo, paradójico que, en este maremágnum, haya quien pretenda distinguirse del otro por el hecho de ver una u otra película desde el sofá Ikea de su casa. Y, por terminar con una referencia cinematográfica, “música para ahogarse. Ahora sé que estoy en primera clase”, decía el personaje de Leonardo di Caprio en Titanic. Por cierto, ¿se puede ver en Filmin?