por Diego Zorita Arroyo | Sep 11, 2022 | Críticas, Libros, Literatura, Sin categoría |
Supersaurio
Meryem El Mehdati
Blackie Books (2022)
316 pgs.
«Hija de inmigrantes, el discurso de la meritocracia y el trabajo duro está en mi ADN, por mucho que la meritocracia sea una falacia o que el trabajo duro solo beneficie al que no ha dado un palo al agua.»
Si tecleas en Twitter «Supersaurio Meryem» en busca de reacciones sobre la última novela de Meryem El Mehdati encontrarás una larga ristra de perfiles manifestando cuán identificados se sienten con el relato de autoficción que la autora canaria ha construido. El arco argumental se construye en torno al ascenso laboral de la antiheroína por la jerarquía empresarial de la cadena de supermercados Supersaurio y los conflictos la enfrentan a su némesis—Yolanda, pasivo-agresividad y displicencia sobre unos tacones rojos— como a un decepcionante amor de oficina —Omar, una especie de Jano con una cara sensible y atenta y otra cara desaprensiva y cínica—. Pese a que, aparentemente, el relato parece constituirse a base de unos elementos básicos y mundanos que únicamente nos informarían sobre las peripecias de unos personajes concretos, Supersaurio constituye una crónica valiente y honesta del carácter alienante del trabajo asalariado, pero, sobre todo, constituye una descripción tan irónica como llena de ira de la precariedad que asola nuestro futuro. Que las reacciones a la novela se basen, primordialmente, en la identificación con la voz de la protagonista no hace sino reforzar el valor descriptivo del texto y saca a la luz la base sociológica sobre la cual se construye la narración —un grupo mayoritario de la población que se ve forzado a aceptar trabajos temporales mal pagados que únicamente les sirven para cubrir penosamente sus necesidades más inmediatas—. Si a la hora de trabar la acción, el texto es sencillo, dicha sencillez sirve para narrar con un ritmo tan frenético como hilarante la precariedad laboral en la era de las desigualdades más sangrantes —y no las dificultades del escritor para enfrentarse a su propio infierno literario, como tendía a ocurrir en otros relatos de autoficción célebres. En este sentido Supersaurio no constituye un caso aislado en campo literario español, sino que dialoga con un número creciente de novelas que hacen de la precariedad en el trabajo el centro en torno al cual se tejen las historias; es el caso de Los sueños asequibles de Josefina Jarama de Manuel Guedán, Existiríamos el mar de Belén Gopegui, Curling de Yaiza Berrocal, Lugar seguro de Isaac Rosa, Simón de Miqui Otero o Facendera de Óscar García Sierra, todas ellas publicadas entre 2020 y 2022 y otras tantas que si me olvide ruego me dén un toquecito. Pese a las diferencias tanto formales como temáticas entre ellas, todas tratan de identificar las causas estructurales que subyacen al fenómeno de la precariedad y, en este sentido, constituyen buenas guías para hacer de dicha situación de desposesión una cuestión política.
Quien esto escribe, yo, Diego Zorita, no es sino otro de los que componen ese gran grupo de jóvenes precarios y que, por tanto, no puede evitar la identificación con las realidades que Meryem El Mehdati narra en Supersaurio, pero podría ser divertido imaginarse, en un ejercicio de reseña ficción, cómo leerían esta novela personajes como Arturo Pérez Reverte o Estefanía Molina para quienes la reacción más inmediata no sería, creo, la identificación. ¿Qué dirían si llegaran a leer novela? ¿Cuál sería su reacción si no es la identificación? Imaginémoslo:
«La novela de Mariam [sic] es la última lamentación de una generación frágil que, enfrentada a la necesidad del esfuerzo, recién llegada a la edad adulta, decide dar la espalda a la virtuosa asociación entre trabajo y mérito y mendigar la asistencia del Estado. Con este gemido de víctima que pretende estigmatizar los valores del esfuerzo y que acicatea el odio entre géneros, Meryem se encadena a una voz lastimera que dudo mucho que no desemboque en otro libelo identitario que repetirá los mismos errores».
Estefanía Molina sería meridiana:
«Mi personaje preferido es, sin lugar a duda, Yolanda, una mujer que ha llegado a la cima de la fortuna con su esfuerzo y que es vilipendiada en el texto. No entiendo por qué se ofrece un retrato tan esperpéntico de su comportamiento cuando se trata, a las claras, de una mujer exitosa que representa las victorias de todas nosotras. Creo que el libro hubiera sido mucho más meritorio si no se hubieran disociado los intereses del feminismo entre las mujeres que triunfan con su trabajo y las mujeres que, pese a terminar triunfando, no dejan de señalar la desigualdad».
¿Qué nos dicen estas reacciones ficticias sobre la novela? Creo que por parte de este tipo de personalidades, baluartes de la cultura del esfuerzo y del mito de la meritocracia, la novela no desataría identificación, sino que sería entendida más bien como un intento de presentar a una minoría como víctima, como si las críticas a la naturaleza alienante del trabajo asalariado, a la imposibilidad de vivir una vida digna mediante empleos precarios encadenados o los comportamientos machistas en el trabajo fueran problemáticas psicológicas fruto de la hipersensibilidad de una generación de cristal. Sin embargo, de la novela de Meryem y de su recepción se pueden extraer dos conclusiones significativas: que la ira y la rabia a la que el texto da forma y sentido conectan con un sentimiento de injusticia generalizado ante el mundo del trabajo asalariado y el mito de la meritocracia y que dicha ira y dicha rabia arraigan en un relato del ascenso social que el libro consigue burlar y criticar. Bis: otra conclusión de la que el libro es un buen testimonio es que no hay una incompatibilidad entre las identidades minoritarias y una supuesta clase obrera olvidada, sino que las injusticias de clase confluyen, se solapan y se refuerzan con injusticias culturales. Pero esa es ya otra cuestión.
No quería dejar de abordar una de las contradicciones principales que vive la protagonista, de la que es consciente y sobre la que reflexiona en uno de los pasajes del libro, tras haber conseguido un contrato fijo en la empresa. Mezclado con el júbilo por haber logrado un contrato indefinido y un sueldo digno que le permite llevar una vida más allá de un mes vista, la protagonista experimenta un conflicto de identidad. Merece la pena citarlo: «Tenía claro quién era mi enemigo. Ahora ya no sé quién soy. Odio estar aquí pero no me voy. Mis preocupaciones ya no son las que tenía cuando entré, ahora se parecen a las de ellos. Mis ¿enemigos? Los otros, los que no son yo» (pg. 220). La seguridad que le reporta empezar a formar parte del equipo de la empresa no deja de ser agridulce porque la experiencia del trabajo le sigue resultando igualmente alienante y teme participar de los mecanismos de abuso de poder que ella misma padeció al entrar en la empresa. Si, como Pérez Reverte, alguien pudiera pensar que el último libro de Meryem constituye un panfleto ideológico plano y unidireccional es que no ha llegado al final de sus páginas donde encontramos a la protagonista dirigiéndole a la nueva becaria que ahora está a su cargo las mismas palabras que a ella le espetaba Yolanda cuando accedió a la empresa: «Date vida y sígueme, por favor, que no tengo todo el día» (pg. 316). Las palabras de la protagonista, que ocupa ahora una posición consolidada en la empresa, tiñen de complejidad al personaje y cuestionan su identidad. ¿Ha dejado de llevar Meryem una antorcha a Supersaurio para ejercer sencilla e implacablemente su función en la estructura de trabajo? ¿Cuál es la responsabilidad individual cuando uno empieza a formar parte de una forma de organización social del trabajo que se rige por injusticias estructurales?
P.S: Otra cuestión final que merece ser aquí señalada: la edición de Blackie Books es bellísima.
por Camilo Del Valle Lattanzio | Ene 28, 2022 | Críticas, Libros |
“¿Y por qué salimos tristes?”, preguntaba mi madre, y triste me pedía: “Dibújanos sonriendo”.
Giuseppe Caputo, Estrella madre
Juan Cárdenas señala, en una cita en la contraportada de la novela de Giuseppe Caputo Estrella madre (2020), lo arcaico en la poética del escritor colombiano. Me parece muy acertado este comentario, que va de la mano de una idea de otro autor cuyo comentario sobre la novela fue impreso en la misma contraportada: Fabio Morábito. En El idioma materno, Morábito habla sobre dar nombre, o bien sobre el nombramiento en el aprendizaje de la lectura y la escritura: „Los niños deberían aprender a leer y a escribir no por medio de sustantivos […], sino de nombres […].“ Y es justamente el nombre lo que viene primero, lo que constituye la magia del lenguaje: nombrar la realidad y así crearla. El nombramiento es la facultad divina porque creadora del lenguaje: por él nos hacemos a un mundo, a una casa. La novela de Caputo se nutre de esta magia y la celebra: llena de nombramientos y de bautismos, la realidad de sus personajes encuentra su mayor gravedad en la creación de mundos por medio del nombramiento. Al nombrar la realidad, ese trasfondo arcaico de la leyenda y la mitología en la novela invita, como el nombre que esconde su caótica referencia, a la búsqueda de un tesoro –el significado– que se le escapa una y otra vez de las manos. Lo transparente y aparentemente ingenuo del estilo de la narración esconde constantemente su secreto, se va complicando –como un pasaje bíblico o la iconografía religiosa – en lo pictórico de su lenguaje. La clave para la lectura de este texto estaría en muchos de los pensamientos de Walter Benjamin en Über die Sprache des Menschen: es un libro sobre el abandono, sobre el exilio de la lengua y su retorno a su magia divina del nombramiento, a la luz del sol que crea una y otra vez este mundo, y que al crearlo siempre lo deja caer una y otra vez en las sombras más profundas.
Y ese es el otro tema de la novela, uno que se va cristalizando a lo largo de la narración y que encuentra su contraparte en la noche de la primera novela de Caputo: el sol, la estrella madre. En el sol está la madre y está Dios, es esa estrella presente pero ausente en su lejanía, y esa es justo la imagen que le da título a la novela y que articula toda la narración sobre este niño abandonado que espera a su madre en la monotonía de un calor solar que viene y va. La novela es sobre el premeditado y cruel abandono de un niño por su madre, y sobre el abandonado que espera su retorno en vano. Sin embargo, en medio de esa espera el protagonista va desligándose paulatinamente de su cordón umbilical: se hace a una nueva familia, o bien encuentra una familia electiva y aún más potente que la sanguínea, la familia de la amistad. La espera de la madre deviene cicatriz, ombligo. Por más de que es la tristeza del abandono de este niño lo que hala la narración y lleva de la mano al lector o la lectora a sentir la incertidumbre de la espera, entre momentos de subida y de bajada, de felicidad y de tristeza, de esperanza y desesperanza, la novela retrata paralelamente el forjamiento de esa otra familia que se da con sus amigas, las vecinas, sus nuevas madres o bien su nueva casa.
En esa casa de la amistad – tal vez el elemento más queer y al mismo tiempo más cristiano en toda la novela – se encuentra la verdadera madre, porque es precisamente esa otra familia la que en su espontaneidad del amor forja una genuina conexión de cuidado mutuo. Como Jesucristo que conscientemente niega a su madre y a su padre y proclama al amor como fuerza cósmica, la amistad se muestra como familia más allá de la biología y de lo sanguíneo, como unión genuina del amor, la verdadera familia cristiana, la familia queer. La novela de Caputo reinterpreta, piensa y reordena a la familia y a la madre, rescatando al mismo tiempo todo aquello que hay allí en el amor materno que debe ser rescatado (por más de que ese amor no necesariamente se dé entre la madre y el hijo). Moviendo los códigos del amor y la familia, el personaje encuentra una cama blanda y calientita donde hacerse a una casa.
Más allá de esa narración que aparenta irrealidad e ingenuidad infantil, el mundo, al que se refiere ese vocabulario fantástico que crea su personaje para sobrevivir, es el más desolador de la miseria humana: la pobreza y su condición de estar atada a un futuro incierto, a un tiempo contado y reducido de las monedas (tic, tac, tic, tac) y que, atado al vaivén del capital, se reduce como las oportunidades de vida de todos sus personajes. Ese claroscuro entre tristeza profunda del mundo y euforia de la carcajada del lenguaje –que ya estaba en el centro de la primera novela de Caputo Un mundo huérfano– se forja como una estética literaria, hace parte de un mundo literario auténtico que está creado por una voz que ya se puede llamar caputeana: la literatura de Caputo entiende la magia del lenguaje como único vehículo de rescate en medio de la desolación de la realidad colombiana. Similar a la estética literaria de García Márquez, la obra de Caputo no habla de irrealidades sino de verdades muy profundas y oscuras que para poder ser toleradas y vistas de frente, deben ser abordadas necesariamente por el mágico velo de la ternura, la imaginación y la carcajada.
Un mundo de huérfanos a la espera constante de algo, a la espera de una escucha de la Gran Oreja de Dios que no está, a la espera de un capítulo de telenovela que se repite como sus vidas hasta el cansancio, en ese mundo hay una salvación que está justamente en la risa entre los y las amigas, en el momento en el que la orfandad compartida trae momentos de luz. En ese mundo hostil del abandono y de la soledad, la cuestión de la madre y de la maternidad sirve de signo para entender una realidad nacional de la espera: sus ciudadanos y ciudadanas con el tiempo precario de la esperanza, un país como un edificio en perpetua construcción y una realidad excesivamente iterativa en la que los rituales del lenguaje y del cariño, del humor y del cuidado detienen por momentos el monótono paso del tiempo. Y en ese afán de preguntarse cuánto tiempo, cuánta plata, en el afán de una espera infinita, el lector o lectora acompaña a este niño en busca de esos momentos en los que el tiempo se concentra (el abrazo, el regalo, el milagro, la fiesta, el tesoro, etc.), se eterniza y, por medio de esa quijotesca testarudez del niño contra el tiempo, recibimos momentos de respiro, una bocanada de aire, un rayo de sol, la risa que se desata muchas veces en la lectura.
Caputo ya ha creado con sus dos primeras novelas un mundo literario propio, un mundo que habla únicamente del nuestro nombrándolo de otra forma. Caputo se ha hecho en sus novelas a una voz, una voz extranjera en medio de la familiar, en la indiferenciación de la del niño y la del adulto, de la poética y de la cotidiana – una voz que deja deseando más de ese mágico nombramiento, en lo paradójico y claroscuro de su espera y de sus risas, de su llanto y de su preciosura.
por Rebeca Machín Ramos | Ene 3, 2022 | Cómic, Libros, Recomendaciones |
Dibujando viñetas desde siempre y publicándolas desde 1983, las historias que escribe Alison Bechdel hablan de la vida. De la suya, en tanto que son autobiográficas, pero también de la de otras muchas personas. Lo biográfico es el hilo por el que discurren las ilustraciones, pero beben de un contexto histórico, social y político que está reflejado en ellas. A veces ese contexto se manifiesta de forma explícita y cuenta cómo formando parte del colectivo LGTBI vivió los años duros del sida; otras veces se expresa como una nota al pie y viene ilustrado en la imagen de una tele encendida que da las noticias.
A finales 2021, se ha publicado en español su última obra, que ya se encuentra entre los 50 mejores libros del año. Y es que El secreto de la fuerza sobrehumana no tiene nada que envidiarles a obras anteriores como la mítica Funhome.
Esta última obra habla de ella, pero no como lo hacía en Funhome donde cuenta su relación con su padre y la experiencia de su muerte; o en ¿Eres mi madre? donde trata las relaciones y, en concreto, el vínculo con la madre. Esta es su historia, narrada a través del cuerpo y de cómo lo físico ha sido la vía para cohesionar las pasiones a lo largo de la vida.
Pero ¿qué es lo que hace que una «historietista» -así la define Wikipedia- ocupe un puesto entre los 50 mejores libros del año? En Bechdel se encuentran distintos estratos que la hacen una autora fundamental para este momento. Un primer estrato de su obra sería el paso del tiempo. Todas las historias están narradas en lapsos de tiempo muy amplios, lo que le permite jugar con el derecho al cambio. Comienzan en la infancia y llegan hasta el presente más inmediato. Y no se trata únicamente del cambio que acontece en la vida normal de los personajes, sino al cambio en la forma en que ella percibe las historias. Su historia. Quizás esto solo se aprecie con claridad si se han leído varias de ellas, pero en la historia consecutiva suele hacer repaso y crítica de la anterior. Con ello lo que se percibe es que no se ha blindado en sus propios recuerdos, sino que discurre por ellos a media que crece.
Ese elemento temporal engarza con un segundo estrato, lo autobiográfico. A través de ello Bechdel apela a la necesidad de representación y de ser representada. No es necesario mujer o lesbiana para empatizar con los devenires de su personaje principal, ella. Porque todos estamos llenos de contradicciones y eso está plasmado en cada una de las viñetas. Es extrañamente divertido ver cómo lidia con la muerte de su madre mientras hace sexting con una amante a distancia. En la vida situaciones muy dramáticas coexisten con momentos ridículos y pasamos de unas a otras con total naturalidad, normalmente ayudados por la risa. No es casual que tragicomedia fue el subtítulo elegido para Funhome y es un género que sigue cultivando casi 20 años después.
Alison Bechdel es lesbiana y habla de ello. La homosexualidad y algunos aspectos de cómo esta influye en la vida de las personas están presentes, pero no es el núcleo de su historia ni de sus historias. Y en cuanto a representación esto es fundamental, en tanto que la gente vive siendo homosexual sin que serlo sea en muchas ocasiones, cada vez lo es menos, un conflicto. Te enamoras, convives, te divorcias, se te muere el gato, familiares, odias tu trabajo y todo ello sucede al margen de tu sexualidad. Es imprescindible que haya historias donde hay lesbianas, gays, queers de todo tipo, donde la sexualidad sea un atributo más de los personajes y no un conflicto que inflige drama a las historias.
Lo que articula todos estos estratos es lo que hace su obra clave para este momento y quizás sea la clave de su éxito: la transversalidad. Lo subjetivo que se va solapando con el mundo en el que existe, condicionado por los estímulos que la nutren. Se puede presuponer que estos estímulos son muchos y de distinta índole, pero en sus novelas habla principalmente de las influencias literarias. Estas dan soporte teórico a la historia, la acompañan por los distintos derroteros y aportan un elemento añadido a la historia. Habla de su padre junto con las lecturas que compartieron y grandes obras de la literatura universal son compañeros de sus vivencias. Cuenta la historia de su madre en una búsqueda de analizar sus sentimientos, de la mano de Virginia Woolf o Sigmund Freud. Y emprende este viaje a la fuerza sobrehumana tomando algunos de los caminos que tomó Jack Keruac. Entra en un diálogo con estos autores a la vez que se cuestiona su propia historia y la conversación con ellos va abriendo nuevos focos y ofreciendo respuestas. Los autores y sus obras se convierten también en personajes. La vida está llena de matices y contar una historia que es biográfica limitándose a los hechos sería solo una forma de empobrecer la literatura.
Bechdel aprovecha todos esos estímulos y los plasma en novelas gráficas, un formato que quizás no ha tenido mucho protagonismo hasta ahora. Pero es ese formato lo que le aporta un valor añadido a las historias ya que le permite aunar y separar, según sea necesario, lo gráfico de lo literario, creando dos planos narrativos.
La retrospectiva en que aparece El secreto de la fuerza sobrehumana se titula «Lo mejor de la cultura en el año del reencuentro». No es baladí el título ya que reencontrarse es lo que hace la autora a lo largo de sus páginas. Así nos ofrece a sus lectores la posibilidad también de reencontrarnos a nosotros; nos presenta nuevos interlocutores y nos acompaña en el camino de encontrar un hilo del que ir tirando para llegar a algún sitio de nosotros mismos.
por Diego Zorita Arroyo | Dic 25, 2021 | Críticas, Libros, Recomendaciones, Sin categoría |
Título: Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI
Autor: Erik Olin Wright
Akal (2021)
188 pgs.
Esta reseña debería haberla escrito hace unos meses, pues fue entonces cuando terminé de leer Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI. Sin embargo, una conversación con Jorge Riechmann, poco después de terminar el libro, tiñó de incertidumbre el entusiasmo que en mí había desatado. Decía Jorge que el libro le había gustado mucho, pero que debería haberse titulado Cómo ser anticapitalista en el siglo XX pues el proyecto emancipador de un socialismo como democracia económica que Orin Wright planteaba dejó de ser biofísicamente posible en la década de los 70. El argumento de Riechmann era convincente y afectaba no solo a la obra de Olin Wright sino a la de muchos otros sociólogos y economistas marxistas que, definiendo su metodología como materialista, no atendían a los determinantes materiales fundamentales, a saber, los límites físicos de un planeta finito que tornan imposible, por el gasto energético que supone, la transformación social planteada en el texto. Quizá donde esta ingenuidad se haga más patente sea en aquella sección del libro que dice:
Las adaptaciones necesarias al calentamiento planetario exigirán una expansión masiva de bienes públicos proporcionados por el Estado. […] Serán necesarios sustanciales aumentos de impuestos y de planteamiento estatal para la provisión de bienes públicos medioambientales por parte del Estado. (p. 125)
Es más que evidente que el neoliberalismo es ciertamente incompatible con algunos de los retos que el cambio climático plantea y planteará a nuestras sociedades. Pero parecería que en la posición de Olin Wright la solución a esos retos radicaría únicamente en un redireccionamiento de los sectores productivos que, públicamente gobernados, serían puestos al servicio de la resolución de los problemas climáticos. Sin embargo, en las puntuales menciones al cambio climático como problema político que aparecerán a lo largo del libro, no se considera nunca el problema de los limites energéticos y materiales a los que todo proyecto de emancipación social habrá de enfrentarse.
Mi entusiasmo primero se ha convertido, en estos meses, en escepticismo ponderado. Sin embargo, una relectura del libro durante estas navidades me ha devuelto parte del convencimiento que la primera lectura me produjo. Bien es cierto que el gran punto ciego del libro es el que Riechmann señalaba y ese punto ciego lastra cualquier lectura programática o estratégica que podamos hacer de él. Sin embargo, es un texto ineludible para respondernos a la pregunta blumenberguiana «¿cuál fue el mundo que uno creyó poder tener?», pregunta que creo deberíamos hacernos, aunque haya atisbos de que ya todo está perdido. Las circunstancias biográficas en que Olin Wright escribió el texto añaden una capa de sentido a la pregunta previa pues, para cuando estaba terminando el libro, ya le habían anunciado que padecía leucemia mieloide y que sus posibilidades de recuperación distaban mucho de ser absolutas.
En este contexto de pérdida, duelo y certeza del final, lo que más sorprende de Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI es la lúcida y firme esperanza que emana de la claridad con que se diagnostican los perjuicios del capitalismo y la audacia con que se proponen alternativas. El libro está dividido en seis breves capítulos que siguen un orden argumentativo nítido. El primer capítulo ofrece una exposición normativa de los valores que justifican el anticapitalismo. Los fundamentos normativos de la propuesta política de Olin Wright dejan traslucir el espíritu del lema revolucionario francés: igualdad/equidad, libertad/democracia y comunidad/solidaridad. Para Wright una sociedad justa no será aquella que asegure la igualdad de oportunidades sino la que blinde el igual acceso a los medios materiales y sociales para llevar una vida próspera (p. 22). Dicho ideal no ha de lograrse por vía de una imposición arbitraria sino mediante la participación libre y democrática de todos los ciudadanos en aquellas decisiones que afecten a su propia vida. Es a través de dicha participación que podrá desarrollarse una comunidad de ciudadanos en la que todos los individuos sientan «una firme preocupación y existencia moral por su bienestar» (p. 31).
Como congruente continuación, el segundo capítulo se dedica a exponer los múltiples obstáculos e impedimentos que el funcionamiento inherente del capitalismo impone a la realización de estos fundamentos normativos. Quizá el caso más patente sea la desvinculación capitalista entre el trabajador y sus medios de subsistencia. En la medida en que el trabajador está desposeído de los medios para subsistir se ve constantemente sometido a interferencias arbitrarias en su libertad. Enfrentado ante unas condiciones de explotación en el espacio de trabajo, carece del poder de negociación para aspirar a una mejora y, es más, de la libertad para renunciar al mismo, acuciado por la necesidad de alimentarse. Asimismo, dado que nuestras relaciones con la sociedad se inician antes de que podamos determinarlas, nuestro acceso de partida a los medios materiales y sociales para llevar una vida próspera están de antemano condicionados por una fuerte desigualdad. Por último, señala Olin Wright que los dos valores paradigmáticos de las culturas capitalistas —el individualismo competitivo, piensen en Masterchef y productos masivos afines, y el consumismo privatizado— están en relación inversamente proporcional con la extensión de valores comunitarios.
El tercer capítulo es un recorrido, tanto diacrónico como sincrónico, por las distintas lógicas a partir de las cuales se han tratado de transformar, subvertir o paliar los obstáculos que el capitalismo impone a la realización de una sociedad justa. Para Wright, los intentos de ruptura radical ensayados a lo largo del siglo XX constituyen una enseñanza de la imposibilidad de instaurar un socialismo democrático mediante una ruptura radical con el capitalismo. Su propuesta consiste, más bien, en «erosionar el capitalismo» combinando las distintas lógicas que le ejercen una resistencia con el objetivo de ir desarrollando las formas de vida (económicas y sociales) cuyo funcionamiento no se rige por la ley de la competitividad y el beneficio.
El cuarto capítulo del libro recolecta algunos de los componentes institucionales que deberían formar parte del socialismo como democracia económica. Consciente de que nociones como capitalismo o estatismo son tipos ideales y de que nuestra sociedad es más bien el resultado de la combinación e interacción de formas económicas capitalistas y socialistas donde, sin embargo, predominan fuertemente las primeras, Olin Wright expone su propuesta como un ahondamiento y extensión de aquellas formas de organización socialistas que existen, de modo embrionario o minoritario, en nuestras sociedades. Es el caso de políticas como la renta básica universal —de la que se han ensayado proyectos piloto en varios lugares del mundo—, las iniciativas cooperativistas —ya sean cooperativas de crédito, de trabajadores o de vivienda— y la democratización de las empresas capitalistas mediante la regulación de los derechos que acompañan a la propiedad de los medios de producción.
El quinto capítulo constituye un brillante análisis de los sesgos capitalistas de las políticas estatales, tanto por su contenido como por sus ejecutores. Sin embargo, señala Wright los casos históricos en que se han implantado desde el Estado políticas socialistas que han subvertido algunas de las dinámicas más perversas del capitalismo, aunque a largo plazo hayan servido para apuntalar algunos de sus componentes más esenciales. La propuesta de Wright pasa, una vez más, por ahondar en la democratización del estado mediante nuevas instituciones de representación democrática y la recuperación de un órgano legislativo cuyos componentes sean ciudadanos elegidos por sorteo.
No podían quedar fuera del libro las discusiones actuales sobre cuál ha de ser el agente de la transformación social. Frente a los intentos nostálgicos y fantasmagóricos de recuperar la identidad obrera, Olin Wright plantea la discusión sobre la agencia colectiva atendiendo a tres polos: las identidades, los intereses y los valores. Los intentos de recuperación de la identidad obrera parten de la presuposición de que la estructura de clase acoge a un conjunto de individuos que comparten un destino y que tienen una experiencia de vida común: los trabajadores, los obreros, los proletarios. Sin embargo, la fragmentación de la estructura de clase que ha experimentado la sociedad a lo largo del siglo XX no ha supuesto la bienhadada unión de todos los proletarios del mundo sino, más bien, la aparición de posiciones contradictorias dentro de las relaciones de clase. El declive de la una identidad obrera no es el producto de la alienación sino una trasformación inherente a la sociedad capitalista. Ello no obsta para que los valores emancipatorios de igualdad, libertad y comunidad sigan siendo sacrificados en beneficio del capitalismo. Sin embargo, su defensa no puede hacerse atendiendo a los intereses de clase —dadas las posiciones contradictorias con respecto a la clase— ni apelando a la identidad obrera —dada la aparición de nuevas identidades emancipadoras no fundadas en la clase—, sino que ha de construirse en torno al reconocimiento tanto de los intereses contradictorios como de los valores compartidos entre múltiples identidadades.
Esta reseña ya ha ocupado mucho más de los que debería, pero su extensión es índice de la ilusión que generan sus ideas. Quizá la factibilidad o plausibilidad de las propuestas de Olin Wright no atienda a las condiciones energéticas reales de nuestra sociedad, sin embargo, siguen brillando con fuerza como aquel mundo que creímos poder tener.
por Pol Frau | Dic 9, 2021 | Libros, Literatura, MujeRes |
La primera novela de C Pam Zhang , publicada por Gatopardo ediciones a principios de año, es una singular exploración del western buscando aquellos espacios que no aparecen en la habitual imagen de postal del género. Relata el viaje que se ven obligadas a emprender dos jóvenes hermanas chinas, apenas adolescentes, cuando su padre muere, dejándolas huérfanas. Después de pedir un préstamo sin éxito y de perder los nervios en el intento, se ven obligadas a huir del poblado minero en el que vivían. Ambas son la encarnación de aquello que nunca es tenido en cuenta en los Estados Unidos de la fiebre del oro, mujeres e inmigrantes, acostumbradas a espabilarse solas, con una madre fallecida hacía tiempo y un padre ausente, a causa de su alcoholismo.
Las dos hermanas brillan por sus diferencias, Sam es el hijo que sus padres nunca tuvieron, siempre pendiente de su padre al que admiraba, convertida prácticamente en miembro del género masculino, vestía como hombre y trabajaba en la mina como hombre. Lucy a su vez, ha vivido a la sombra de su hermana, despreciada por su progenitor, acusada de débil, tiene una sensibilidad que la hace más consciente de su entorno y también más práctica. Las dos bagan por una tierra áspera y casi desierta, con el cadáver de su padre metido en un baúl, arrastrado un caballo robado, buscando sin mucho éxito un lugar adecuado para enterrar a su padre.
Mientras Lucy busca respuestas a la inestabilidad permanente de sus vidas, Sam ha heredado el inconformismo iluso de su padre. El de tantos hombres de la época pensando en qué el próximo lugar será mejor; tendrá más posibilidades de encontrar oro, tendrá mejores condiciones laborales. El destino suele ser siempre la misma tierra árida, vacía, los mismos huesos del búfalo ya extinguido, testimonio de un pasado más abundante.
Ambas están condenadas a entenderse, aunque el viaje hacia ninguna parte termina por convertirse en un viaje al pasado, en el que afloran recelos entre ambas. Buscan encontrar su identidad en un territorio que no las reconoce y que no duda en repudiarlas siempre que puede. Sus padres han luchado para conseguirles un futuro digno, pero acaban frustrados y divididos en el intento, terminando por recurrir a la fortuna, el juego y el engaño intentando conseguir aquello de lo que son negados. Aquello que más les aleja de la prosperidad es algo que no se puede borrar, sus rasgos asiáticos. Las niñas negadas de educación, el padre negado de un sueldo digno. Nos encontramos ante una novela anticlimática que viene a contestar a los relatos épicos del género mostrando todo aquello que una nación en construcción está dejando atrás, todo aquello que excluye.
Es por eso que en algunos momentos me ha resultado algo lenta. Una lentitud que parece responder a la voluntad de la autora de mostrar aquellas vidas en las que no sucede nada y aquellos territorios desiertos. Lugares de paso, lejos de los grandes núcleos de población, centros de la historia, pero insignificantes en las vastas tierras que los envuelven.
Los breves momentos en los que aparece el oro, no hace más que construir una ilusión de un futuro próspero en el que podrán comprar tierras y dejar de trabajar en la mina, pero tan rápido como el oro aparece desaparece. La novela muestra como el oro que todos buscan solo muy pocos lo encuentran, mostrándose como aquella opulencia que los demás no tendrán jamás.
Si gran parte de la novela es un flashback, he disfrutado más el final, en el que se nos presenta un futuro en el que ambas hermanas han terminado por separarse, buscando su manera de vivir en el mundo. Lo hacen aprendiendo que la sociedad americana del momento no quiere saber la verdad, quiere saber una mentira plausible que permita mantener una relación cordial entre extraño o entre viejos conocidos.
Pam Zhang se desplaza al viejo oeste para excavar en los orígenes de los Estados Unidos y de los orígenes de las familias migrantes. Un país que justo empieza a construirse, pero que ya excluye a los recién llegados aunque no haga muchas más décadas que han llegado que ellos. Sobrevuela durante todo el relato algo que es más importante que la raza, la clase social. La novela muestra como el dinero lo puede comprar casi todo, pero precisamente son los migrantes los que están desprovistos de él. Es por eso que el entendimiento entre personas de origen social tan diferente se muestra casi imposible en la novela, sus preocupaciones son muy diferentes. También es una reflexión en torno a la familia y el pasado, un pasado que siempre acaba volviendo. Alberga una reflexión en torno a cómo los hijos repiten de algún modo la historia de sus padres, llevan consigo los anhelos de estos el resto de sus vidas.
por Diego Zorita Arroyo | Jun 5, 2021 | Críticas, Libros, Sin categoría |

Título: El origen del capitalismo
Autora: Ellen Meiksins Wood
Siglo XXI España (2021)
223 pgs.
La publicación en la editorial Siglo XXI de El origen del capitalismo (2021) de la historiadora Ellen Meiksins Wood viene a unirse a un conjunto reciente de reediciones de obras de historiografía marxista sobre los orígenes del capitalismo que se han ido publicando en España. Me refiero a La formación de la clase obrera en Inglaterra de E. P. Thompson editado por Capitán Swing en 2012 y al volumen que le sigue Costumbres en común que apareció en 2019. A estos dos se añadió la reedición en la editorial Virus de La gran transformación (2016) el clásico del historiador y antropólogo Karl Polanyi. Más allá de la aceptación de las premisas principales del marxismo, todas estas obras comparten una misma preocupación por el cuestionamiento de aquellas explicaciones de la génesis del capitalismo como la realización de un universal antropológico, históricamente limitado por las deficiencias tecnológicas, comerciales y políticas. De acuerdo con estas explicaciones, una vez liberadas de las dominaciones y servidumbres feudales y habiendo alcanzado un nivel de desarrollo tecnológico y comercial, las sociedades habrían asumido su forma de organización capitalista.
El libro de Ellen Meiksins Wood parte del debate Brenner, una discusión historiográfica sobre los orígenes del capitalismo que tuvo formato libro y que es, quizá, la última pieza que resta por reeditar para disponer en español de un panorama exhaustivo de esta corriente de la historiografía marxista del último siglo. Uno de los principales logros de El origen del capitalismo es la diversidad de sus lectores potenciales. El texto puede resultar útil y concluyente para aquel historiador que quiera conocer con exhaustividad y rigor el panorama académico de las discusiones en historiografía marxista sobre el origen del capitalismo, pero también puede ser una sugestiva lectura para aquella persona preocupada por las contradicciones en que el sistema capitalista basa su funcionamiento y que se hacen, hoy día, especialmente patentes en el choque entre globalismo y antiglobalismo. A aquel primer lector le interesará especialmente la primera parte del texto «Historias de la transición» mientras que el último lector responderá mejor a sus inquietudes acudiendo a los dos últimos capítulos, en los que se ofrece una crítica ácida y vehemente de aquel movimiento por el cual la Modernidad se convierte en una época de dominación de la razón instrumental, obliterando los procesos de autoafirmación del ser humano que tuvieron lugar durante la Ilustración y que, por su potencial emancipatorio, hemos de conservar.
La tesis principal del texto se desarrolla en la segunda parte del libro titulada «El origen del capitalismo» que nos lleva de las fábricas industriales que se han convertido en el símbolo del capitalismo a los procesos de expropiación de las tierras comunales y de cercamiento de los campos que tuvieron lugar en la Inglaterra de los siglos XVI y XVII. Frente al modelo mercantilista, que explicaba el capitalismo como la maduración tecnológica de prácticas mercantiles antiguas, Meiksins Wood postula que el capitalismo fue producto de una transformación radical de las relaciones sociales en la Inglaterra del siglo XVI como consecuencia de procesos de expropiación de las tierras campesinas.
En la Inglaterra del siglo XVI y XVII la titularidad de la propiedad le correspondía al señor feudal que delegaba en arrendatarios con título reconocido por la corona para su gestión económica. Estos, a su vez, sin conceder título legal, cedían, el uso de la tierra a campesinos o «copyholders» que estaban expuestos a la dominación arbitraria del señor desde el momento en que la renta que pagaban por el uso de la tierra no estaba legalmente fijada y dependía de las condiciones del mercado. El proceso de expropiación no consistió únicamente en el cercamiento de tierras de uso comunal sino en el establecimiento de un conjunto de exigencias económicas en el uso de tierras y la producción agrícola. La agricultura de subsistencia dejaba de ser practicable por un campesino que se veía coaccionado por la variación del precio de su renta.
Mientras que antes los campesinos gozaban de los medios de producción para asegurar su subsistencia, la expropiación de las tierras comunales y transformación de la administración político-económica de la labranza, obligaron a muchos de ellos, bien a abandonar la agricultura, incapaces de asumir los precios de alquiler de la tierra, bien a someterse a los imperativos de las leyes del movimiento capitalista. Dicho proceso propició la creación de una masa ingente de productores directos legalmente libres que había de recurrir al mercado para asegurar su subsistencia y culminó con la conversión en mercancía de dos bienes que eran difícilmente concebibles como tales: la tierra y el trabajo.
Cabría preguntarse por qué este proceso de implantación de las leyes del mercado capitalista se produjo en el campo inglés y no así en otros países europeos. Según Meiksins Wood, ello fue producto de la particular composición de la sociedad inglesa. La clase aristocrática inglesa no era dueña de poderes extraeconómicos –pues fue una de las primeras en desmilitarizarse– ni tampoco gozaba del dominio de la propiedad políticamente constituida. Sin embargo, la falta de poder militar y de legitimidad política era compensada por la ingente cantidad de tierras de las que eran propietarios pero que no trabajaban pues esta tarea era legada a los arrendatarios. De acuerdo con la explicación de Meiksins Wood, la carencia de medios coactivos extraeconómicos para extraer una mayor productividad de la tierra labrada por los productores directos constituyó un incentivo determinante para el aumento de la productividad del trabajo. Como señalaba previamente, en la medida en que el precio del arrendamiento era fijado por las condiciones del mercado, la coacción para extraer el beneficio de sus tierras se realizaba por medios económicos, es decir, mediante el sometimiento de los productores directos a las variaciones arbitrarias del precio de sus rentas. La variabilidad del precio de los alquileres de las tierras fue un estímulo fundamental para el aumento de la productividad y el progresivo establecimiento de las leyes del movimiento económico capitalista.
Esta explicación del origen del capitalismo, si bien es cierto que evita la petición principio que Meiksins Wood identifica en el modelo mercantilista, no deja de esconder una definición de capitalismo que no se ofrece de manera sistemática en el principio del texto, sino que se va destilando lentamente a lo largo de sus páginas. Para Meiksins Wood, el capitalismo es aquel conjunto de leyes del movimiento económico entre las que se encuentran los imperativos de maximización del beneficio, la compulsión a reinvertir el excedente y la necesidad sistemática de aumentar la productividad del trabajo y desarrollar las fuerzas de producción. Meiksins Wood insiste en que estos imperativos económicos no fueron sino consecuencia de la transformación de las relaciones sociales de producción, aunque sean estas leyes económicas del movimiento las que lo definen como entidad. Es precisamente esta concepción económica del capitalismo la que funda uno de los criterios primordiales en la distinción entre formas de organización capitalistas y feudales: mientras que estas basan su dominación en coacciones de tipo extraeconómico aquellas las realizan únicamente según imperativos económicos. Bien es cierto que esta distinción no resulta del todo clara pues los impuestos a través de los que el estado absolutista francés extraía extraeconómicamente beneficio de sus súbditos parecen regirse por la economía, aunque no funden su lógica en la competitividad capitalista y el aumento de la productividad del trabajo.
En todo caso, el libro de Meiksins Wood es un dechado de claridad y persuasión que ofrece una argumentación tan convincente como densamente argumentada de los orígenes del capitalismo con el objetivo de mostrar su carácter contingente. Con la sospecha de que a la autora no le habría gustado esta caracterización, podríamos decir que El origen del capitalismo es un gran estudio de construccionismo social que muestra los componentes políticos, jurídicos y económicos del capitalismo para poner de manifiesto su carácter histórico y contingente y, de tal modo, su posible transformación. Dejo en el tintero muchas ideas valiosas que el texto ofrece, como la contextualización histórica y social de la teoría de la propiedad de Locke o las precisas distinciones sobre mercado y mercado capitalista que podrían servir para imaginar otro tipo de sociedades donde el mercado verdaderamente constituya una oportunidad y no una exigencia. Sirvan estas menciones como una última invitación a su lectura.