Letras desde Canarias

Letras desde Canarias

Canarias, donde yo nací, es un territorio periférico en todos los sentidos. Pertenece políticamente al territorio español pero geográficamente sufre las inclemencias del africano. Culturalmente ha nacido de la mezcla de invasores, navegantes perdidos, migrantes, colonos, comerciantes y una sinfín variopinto de personajes, y siente un pie al otro lado del charco, en América latina, y otro en esta maltrecha Europa que tantas veces se olvida de sus esquinas. De esa mezcla, surgen otros olvidados, los escritores de las islas. Hoy, que es el día de Canarias, lo trastoco en el día de los que escriben desde Canarias. Aparte de canarios, son buenos escritores. Y no: no hablaré ni de Benito Pérez Galdós ni de Angel Guimerá.  Y sí, sólo he escogido dos, pero porque espero que haya otra ocasión no muy lejana en la que pueda seguir dándole un hueco a escritores por conocer. El día de Canarias yo celebro otra Canarias, la otra que no se conoce, la que va más allá del mojo picón, de la corrupción en sus costas, de la que cierra fronteras al Sáhara, de las prospecciones y la especulación medioambiental.

Uno de mis favoritos es el que las buenas lenguas llaman el Rimbaud canario: Félix Francisco Casanova de Ayala. Desaparecido a los 19 años, dejo a su paso poemas excelentes recogidos en diferentes antologías y colecciones, como Cuarenta contra el agua (Demipage) o La memoria olvidada (Hiperión)  y algunas digresiones de su diario de 1974 (Yo hubiera o hubiese amado).

«Descansa la vieja reina
y su acerva mirada
penetra en la visera
de su efebo colonial.
En la crismera
jugo de uva turulú
el olor a balausta y
el tierno orujo de mandarina
en su boca cuquera.
En su celdilla de panal
con la láurea entre rizos
y su cadera de necrópolis
agoniza ante el áulico séquito,
riente ahora.

(12-4-4, en Yo hubiera o hubiese amado, Madrid, Demipage, 2010, 5).

Otro ejemplo de sus letras lo pueden ver en el siguiente ejemplo, en el que Jabier Muguruza le puso música a su poema «A veces…»:

Su obra más importante, quizá, fue su única novela, escrita a trompicones, cargada de «alegría creativa», en palabras de Fernando Aramburu. Llama a su cita a Boris Vian, Bukowski, a Kafka  y la generación beat: así surge El don de Vorace. Es un texto asombroso para una mano de 17 años, un tratado alucinante y alucinador sobre la inmortalidad que, pese a todas las voces que se cruzan, resulta fresco, novedoso, sin deudas literarias evidentes.  Félix Francisco Casanova tenía una escritura que hablaba desde el desgarro cultural de los 70 y los 80, años que daban por inaugurada la ruptura con las formas preestablecidas de expresión, entre casetes, guitarras y confesiones. En su diario explica sobre El invernadero que «todos dicen cosas raras de él, que si espontaneidad y frescura, al par que profundidad y dominio del estilo. Me gusta, sí pero lo que realmente me convence es lo que hago ahora». Su padre, en un intento de explicación de ese fragmento, dice que «escribía a borbotones, manaba como una fuente, y, de pronto, se cerraba». En enero de 1976 se cerró para siempre. Pero la fuerza de lo que nos dejó habla de la promesa de su pluma. Juzguen ustedes mismos.

Hace pocos años tuve la ocasión de leer a Mercedes Pinto. Ella es un signo de valentía. Una mujer extraordinaria. Mientras que conocemos a otros traseuntes del Ateneo de Madrid y algunos de los miembros de la Residencia de estudiantes, así como a María ZambranoCarmen de Burgos en el círculo intelectual del Madrid de principios de siglo XX, Mercedes Pinto ha pasado desapercibida. Su escritura no asombra tanto por su forma, sino por su contenido y su radical cercanía. Tiene dos libros que van de la mano: Ella  (1934, Escalera, 2011) y Él (1926, Escalera, 2011). El primero es un diario de juventud y de hipocresía, de valores que Pinto trató de confrontar durante toda su vida (algo que la condenó al destierro después de hablar de El divorcio como medida higiénica en 1923):

«[…] Además, yo amaba a Pilatos. Pilatos me atraía con su turbación encantadora, cediendo a la inquietud de su mujer, que «sueña con el Nazareno»y le pide su vida… Le encontraba valiente enfrentándose con el pueblo enfurecido y gritando desde el balcón su temor a una equivocación, «matando a un justo»… Y, sobre todo, me agradaba con un gesto que encontraba interesante. Quería limpiarse de aquel posible error… Si él sólo no podía evitarlo, su conciencia al menos quedaría libre.. Mi madre no me pasaba esto […] lloraba mi madre mis ideas liberales y, sentándome a su lado, insistía en que no éramos dueños de pensar lo que queríamos, sino lo que debíamos…Le prometía yo enmendarme, pero seguía pensando en muchas cosas, atormentándome a veces como dos fuerzas contrarias: el temor a condenarme y mi rebeldía triunfadora…» (Ella, Madrid, Escalera, 2011,  pp. 59-60)

Él es un relato real de una desgracia radicalmente actual, la de casarse con el hombre equivocado: el que insulta, el que humilla, el que anula, el que pega. Es un libro en primera persona sobre el dolor, sobre los silencios que aguantan tantas mujeres. Es u nlibro valiente, en la que se pone sobre el papel el miedo, las dudas y la paulatina pérdida de fuerza para resistir.

«De mis tristes ideas me despierta la música de un organillo callejero. Me asomo a los cristales del balcón y miro hacia la calle. un viejo húngaro de blancas barbas hace sonar el organillo, mientras levanta de tiempo en tiempo un platillo dorado pidiendo una limosna… Toca una música antigua como él mismo y como el organillo, y sin embargo mis ojos e llenan de lágrimas y envidio al viejo húngaro que, tal vez, a través de penas y dolores muy hondos, tremola al viento su barba blanca como una bandera de independencia y va por el mundo pobre y errante, pero libre…

Yo en cambio interrumpo  hasta mis pensamiento al contestar: -¡Voy enseguida»- a una  voz que desde el fondo de la casa me llama impetuosa…» (Él, Escalera, 2011,  p. 36).

 

La emergencia en el fin del mundo

La emergencia en el fin del mundo

«Cuando se carece de una estructura que brinde inserción y reconocimiento, una legitimación de la autoestima a través del amor y de la valoración, en una estructura donde están todos sostenidos muy frágilmente y en una situación social con alta desocupación, surgen síntomas violentos, se genera silencio, frialdad, y se llega a una situación de pérdida de sentido de la vida, de reclamo de atención a través de conductas autoagresivas muy fuertes, como el alcoholismo o el suicidio, y en algo que se podría llamar melancolía social. La de Las Heras era una situación de emergencia».

Así describe la periodista Leila Guerriero la localidad de Las Heras, un pueblo del norte de Santa Cruz (Argentina) provincia gobernada desde 1991 y hasta 2003 por quien sería después presidente de la República, Néstor Kirchner. Esta ciudad perdida de la Patagonia se colocó en los mapas a raíz de una oleada de suicidios: 12 jóvenes, entre 18 y 28 años, se quitaron la vida en Las Heras entre 1997 y 1999, sin que el resto del mundo fuese consciente de ello. Leila Guerriero viajó por primera vez a aquel «pueblito fantasma» en otoño de 2002 y, entonces supo que aquello era el sur. «El sur del país pero también del mundo. El fondo, el confín, el sitio del que todo queda lejos. Y viceversa. Muy viceversa».

La singularidad, o mejor dicho, la destreza de esta crónica periodística reconvertida en obra literaria es el tono realista de la situación económico-social de Las Heras, ciudad construida artificialmente con la llegada del ferrocarril en 1911 y que creció a un ritmo desaforado debido, en parte, al comercio de la lana. Ya en los años 60, el optimismo se expandió al constatarse que la ciudad se encontraba a orillas de uno de los nacimientos más importantes de la Patagonia, Los Perales. La instalación de una planta petrolífera de YPF atrajo a miles de personas a aquel recóndito lugar en busca de empleo, riqueza y oportunidades de progreso. De pronto, la ciudad se masificó debido al aumento de la inmigración, principalmente trabajadores provenientes del sur de Argentina. Buena parte del presupuesto local se invirtió en la construcción de viviendas y en el desarrollo del comercio. No obstante, Las Heras continuaba siendo un lugar inhóspito donde vivir, en el que no había «ni ríos ni arroyos ni pájaros ni ovejas, los cielos van cargados de nubes espesas, un viento amargo muele y arrasa a cien kilómetros por hora y la tierra se desmigaja a veinte grados bajo cero».

Este paraíso situado en el fin del mundo comenzó a desaparecer aquel año de 1991 cuando se inició el proceso de privatización de YPF a través de Repsol. La desocupación, la ausencia de contención social y la falta de expectativas laborales y de estudio hicieron de la ciudad un lugar inhabitable en el que las personas luchaban por ser alguien sin ser, ellos allí, nadie, nada.

¿Fue ésta una situación de emergencia? Si entendemos la emergencia como una «situación de peligro o desastre que requiere una acción inmediata», según la definición de la Real Academia Española de la Lengua, la respuesta podría variar desde la afirmación más rotunda a la indiferencia o incluso la negación. Porque es cierto que el peligro o el desastre que ocurrió en Las Heras fue prolongado en el tiempo, silencioso, casi invisible para alguien ajeno a aquella dinámica de vida, de habituación a la inexistencia, difícil en cualquier caso de detectar. Una emergencia relegada al margen, entendiendo ésta en su sentido más heideggeriano. Pero la emergencia existió, y todavía persiste, y así lo describen los protagonistas de esta historia, cuyos nombres han sido modificados para preservar su intimidad.

«Las épocas y las culturas preindustriales eran sociedades de la catástrofe. En el curso de la industrialización, se convirtieron y se están convirtiendo en sociedades del riesgo calculable», afirma el sociólogo Ulrich Beck en su obra La sociedad del riesgo global (2000). Es la descripción pragmática de lo que ocurrió en Las Heras, donde se puso de manifiesto que las emergencias no son tales puesto que han perdido su carácter de improvisación, de sorpresa: hoy en día las emergencias se planifican en función de demasiadas variables.

Si la lectura de esta crónica de desolación y muerte fascina, o más bien inquieta, es por sus descripciones sobrias, directas, sin ambages o excesivos ornamentos. Por ejemplo: «La ciudad tiene límites claros. Sus catorce manzanas de ancho brotan anilladas por un cordón terroso más allá del cual hay pocas cosas: las vías del tren en desuso, un galpón oxidado, la ruta y un cementerio». Y un poco más avanzado el libro: «Caminé por ese mar de postigos clausurados pensando en la ruta cortada, en los rumores: que el piquete se había levantado, que seguía hasta ese lunes o hasta el otro o el siguiente. No importaba. Podía estar ahí o haberse ido. El tiempo era un  río inmóvil, igual, un río de piedra».

Estos 12 suicidios de los que aquí hemos hablado no fueron los únicos. Con la llegada del nuevo milenio, vinieron más: Marcos Iván Barrientos (12 años) se ahorcó el 3 de enero de 2003; Jorge Alejandro Ruiz (25 años) se ahorcó el 28 de abril con su propio cinturón; Jonatan E. González (16 años) se ahorcó en el camping municipal el 4 de mayo de ese mismo año; Ignacio Palacios (25 años) decidió ahorcarse en la cancha de fútbol del club Tehuelches el 8 de junio; Víctor Fabián Cayumil (23 años) se colgó  de un tanque de agua el 30 de enero de 2005; Raúl Moye (82 años) también falleció ahorcado el jueves 3 de febrero del mismo año; y Pedro Parada (62 años), se suicidó de igual manera el 8 de febrero. Nada dijeron de los muertos del Sur los periódicos de Buenos Aires. Ese fue el fin de todo.

 

Detalles de la publicación: GUERRIERO, Leila. Los suicidas del fin del mundo. Crónica de un pueblo patagónico. Argentina: Tusquets Editores, 2005. 1ª edición. 230 páginas.

¿Cómo se escribe sobre música?: La pregunta del nuevo libro de Musikeon

¿Cómo se escribe sobre música?: La pregunta del nuevo libro de Musikeon

Ayer lunes 11 de mayo de 2016 la biblioteca de la Esmuc (Escola Superior de Música de Catalunya) cambió su disposición usual para un evento especial: Sílvia Martínez García, Áurea Domínguez Moreno y Luca Chiantore presentaron su libro Escribir sobre música. Este libro, editado apenas el mes pasado, inaugura el proyecto editorial Musikeonbooks y es, tal y como dicen lxs autorxs un texto sin precedentes en lengua española, que ofrece a estudiantes y profesionales un marco coherente para la redacción de textos en torno a la música, en todas sus dimensiones, partiendo de la heterogénea tradición musical y musicológica de los países de habla hispana.”

 

Escribir sobre música nace de varias necesidades. Primero una necesidad académica, destinada a resolver algunas de las preguntas más relevantes, de entre las tantas que hay, sobre las convenciones a la hora de escribir sobre música. Y no se trata solamente de disquisiciones eruditas sobre formas correctas de citar bibliografías especializadas y documentos históricos (aunque hallaremos también algo de esto), sino de mostrar así mismo posibles soluciones para algunos de los problemas más actuales de la escritura académica en general aplicándolos al caso musical. Problemas que van desde el sexismo en la escritura hasta la autoedición, y herramientas que nos ayudarán a decidir cómo citar desde un artículo científico hasta un tweet o un programa de televisión.

 

También existe una necesidad editorial, dada la precariedad a la que se ven sometidxs lxs autorxs de libros especializados, y tratándose de música ni qué decir. El sector editorial llega a ser ejemplar en su injusta distribución de las ganancias y su valoración del trabajo. Tal y como nos explicaban lxs autorxs la tarde del lunes, de haberse decantado por seguir un camino usual según las reglas del sector editorial, las compañías de distribución habrían percibido por lo menos un 40% de las ganancias mientras que ellxs (que han dedicado nueve años de trabajo e investigación para lograr la aparición de Escribir sobre música) habrían comenzado a recibir unos 50 céntimos por ejemplar después de haberse vendido unos cuantos miles.

 

Por eso Escribir sobre música no es solamente el primer manual de esta clase escrito en lengua castellana, sino el primer resultado del proyecto editorial Musikeonbooks. Después de las colaboraciones con la editorial Nortesur en la colección Nortesur Musikeon, lxs iniciadxres del proyecto decidieron correr el riesgo y seguir por libre. Musikeonbooks es un proyecto que pretende poner en práctica “un nuevo concepto de relación entre el autor y el editor, basado en una estrecha colaboración a la hora de la producción y la distribución de cada libro, que se concreta en unas condiciones económicas inimaginables en una editorial convencional.”

 

Escribir sobre música es también un intento de inclusión de las formas no peninsulares del castellano. Además de buscar ejemplos ilustrativos en el ámbito latinoamericano, también han buscado tomar en cuenta (en la medida de lo posible) algunas variantes y matices que podrían afectar las formas de escritura en otros países. De hecho, dentro de las próximas actividades que tienen en su agenda Escribir sobre música se va de gira a México desde el 12 hasta el 18 de mayo, donde además se harán presentaciones en Ciudad de México (CENIDIM y UNAM) y Xalapa (Universidad Veracruzana) los días 13 y 16 de mayo respectivamente. Además de la inminente visita a México, Escribir sobre música viajará a Valencia (Musikeon) el 28 de mayo y luego a Colombia del 18 al 30 de agosto. Además de estas presentaciones confirmadas, lxs autxres esperan poder presentar el libro prontamente en la Universidad de Helsinki, así como en una gira por varias universidades españolas.

 

Un anuncio importante es que, dado el modelo de distribución adoptado por la editorial, el libro no estará poblando grandes y numerosas librerías. En caso de que hubiesen interesadxs en conseguirlo, hará falta ponerse en contacto con la editorial, o bien pedirlo desde el portal en línea.

 

Es realmente un gusto que investigadores con la trayectoria de lxs autorxs de Escribir sobre música hayan decidido dedicarse a la confección de este libro, que será tan útil para todxs lxs que nos dedicamos a la apasionante tarea de escribir sobre música.

¿Es posible una «ética del humor»? Sobre el nuevo libro de Juan Carlos Siurana

¿Es posible una «ética del humor»? Sobre el nuevo libro de Juan Carlos Siurana

Detalles de la obra:

Autor: Juan Carlos Siurana
Título completo: Ética del humor. Fundamentos y aplicaciones de una nueva teoría ética.
Editorial: Plaza y Valdés Editores (Colección: Dilemata).
Publicación: 11 de mayo de 2015.
Extensión: 442 páginas.

Juan Carlos Siurana publicó el pasado año 2015 su obra Ética del humor. Fundamentos y aplicaciones de una nueva teoría ética en la que trata de abordar la problemática referente a uno de los temas más en boga por parte de la reflexión contemporánea: el humor.

Desde hace ya bastante tiempo, el autor persigue el concepto de humor a través de su investigación y cree haberlo podido contener en una definición según la cual “el humor es la capacidad para percibir algo como gracioso, lo cual activa la emoción de la hilaridad, que se expresa a través de la sonrisa o la risa”.

Pese a todo, se antoja complicado resumir el carácter y el contenido que uno se halla en esta obra filosófica, con tales pretensiones y tal extensión. No obstante, el autor realiza un esfuerzo considerable por remarcar aquello que considera crucial: construir un nuevo modelo de teoría ética que tenga en su base el humor o, más concretamente, el buen humor. Esto es: el humor ético.

En este libro, Siurana, por una parte,  sintetiza y recopila las aportaciones que filósofos, científicos y toda suerte de profesionales de la reflexión han depositado durante siglos a propósito del humor, a la vez que, por otra parte, todo ello le sirve para poder construir su propia teoría ética, fundamentada en lo que él denomina como método clínico-ético: “Defino el método clínico-ético como el método médico-filosófico consistente en extraer información moral sobre una persona a partir de los signos y los síntomas que exterioriza.”

De ahí surge una relación entre filosofía, biología y medicina que le lleva a estrechar la conexión entre el estado ético de una persona y su estado de salud.

El autor está convencido de que todos los métodos de indagación filosófica anteriores (método racionalista, método dialéctico-materialista, etc.)  pueden aportar cosas a su propósito de construir una nueva teoría ética pero, no obstante, resultan insuficientes e imprecisos para construir una ética fundamentada en la racionalidad discursiva y biológica del humor.

Porque sí, efectivamente este es un libro eminentemente de reflexión filosófica pero, como nos advierte el autor, los antiguos paradigmas de la filosofía parecen rebasados. Al principio fue el ser, luego la conciencia, después el lenguaje y, en las últimas décadas, parece ser la biología el soporte que se complementa con la filosofía y que la nutre de justificaciones.

Sin lugar a dudas, atendiendo a lo mencionado, el autor es un hombre de su tiempo. No le basta con esbozar someramente una relación entre ética y humor, ni con apelar a la conciencia del emisor del mensaje humorístico. Siurana va más allá y ahonda en los motivos profundos, biológica y médicamente hablando, que justifican que esté bien reírse de determinadas cosas y no de otras. Pues se deben comenzar a apreciar, según nuestro autor, los efectos (positivos) del humor ético, así como los efectos (negativos) del mal humor. El hándicap de este método reside, tal vez, en que requiere de una relajación o disolución del término humor, que lo llega a equiparar, en algún momento de la obra, al mero “júbilo” (entendiendo como tal la diversión, que autores como Plessner distinguen del verdadero humor).

Se debe reconocer, por tanto, un enorme desempeño, como el mismo autor nos comenta, por crear algo diferente: si bien la reflexión sobre el humor, aunque aislada y poco sistemática, ha sido una constante a lo largo de la historia del pensamiento occidental, no sería fácil encontrar un tratamiento exhaustivo de este calibre sobre las conexiones entre ética y humor.

No obstante, de sus puntos fuertes se pueden extraer, también, las debilidades de esta obra. Si bien la bibliografía es inmensa y el trabajo compilatorio mastodóntico, quizá el autor adolece de una cierta fijación por atraer a sus posturas la reflexión de la mayor parte de autores documentados y citados. Es una tentación natural del investigador, se comprende, el querer poder llegar a la meta estipulada, pero en algún momento se ve algo de forzado en todo ello, así como en la necesidad marcada como imperiosa de educar en el humor ético: un humor que no haga daño a los demás y que sea saludable para quién lo practica. No se trata, por supuesto, de que esto no sea deseable y de que no tenga razón en los datos aportados, sino del hecho de que, quizá, se pueda advertir una atmósfera un tanto asfixiante a la hora de analizar tan al detalle toda expresión humorística, puesta siempre en aras de validarla o invalidarla éticamente.

En cualquier caso esto es, quizá, una valoración un tanto personal que no desmerece, en absoluto, el esfuerzo del autor por cumplir su misión principal: construir un nuevo modelo ético que se fundamente en la importancia que el humor tiene para el desarrollo humano.

Siurana, en definitiva, acerca al lector un libro con una gran densidad de contenidos pero, a su vez, con un gran esfuerzo pedagógico que reduce al mínimo los requerimientos teóricos de este mismo lector. Es, por tanto, una obra accesible y en la que uno se puede adentrar a poco que tenga un poco de voluntad en indagar en los entresijos tanto de la reflexión sobre el humor, como de los requisitos éticos que a este “sentido” se le debe solicitar.

Y creo que, a la postre, aquellos que nos dedicamos desde hace algún tiempo a la investigación y reflexión sobre temas afines al humor, debemos agradecer no sólo el esfuerzo, sino el aporte, el atrevimiento y la originalidad de Juan Carlos Siurana para con la reflexión humorística, aún más que para con la ética, pues creo poder decir que hace falta, aun hoy en día, comprender mucho sobre la risa y sobre el humor.

El género de las preguntas. Sobre El punto ciego, de Javier Cercas

El género de las preguntas. Sobre El punto ciego, de Javier Cercas

He entrado en la librería y me he encontrado con algo que ya vi el pasado junio, entre los aires fríos de Oxford: a Javier Cercas hablando sobre literatura y sobre historia de la novela y sobre sus trabajos en este género, y sobre los de Melville, Borges, Cervantes. Allí lo vi sentado en unos sofás dispuestos en una vieja tarima, en una sala del St. Anne’s College, entre dos profesores ingleses, discutiendo Soldados de Salamina. Aquí lo he encontrado convertido en un libro de tapa dura, con una ilustración de Moby Dick que me ha convencido para llevarlo a casa y seguir viéndolo. Transformándolo.

Me parece que esta anécdota no es baladí, si acaso sucediera. Me parece que las lecciones de Cercas, reescritas para adaptarse al público español y tejidas con la fluidez, el sentido del ritmo y la aguda sensatez de sus artículos de prensa, son una brisa de aire refrescante –me pregunto si como el de Oxford– en las buhardillas a veces enrarecidas del lector de este país desintegrado. Y es que me parece –y me aferro a la ambigüedad y no resuelvo el embrujo de los enigmas, me distancio de las certezas, sigo aquí también el aire británico de Cercas–; me parece, insinuaba, que la sencillez de estas notas en torno a lo que se llama novela –un nombre único para un género singular en su pluralidad- pueden desmontar tópicos, romper prejuicios y abrir el trastero de los lectores al mar abierto de las preguntas. Creo que las lecciones Weidenfeld de Cercas pueden regalarnos la conciencia de que la novela es un género más libre de lo que creemos, más híbrido. Sobre todo, creo que podría convencernos de que es el género de las preguntas, el género del enigma irresoluble. Podría llegar a seducirnos con el atrevido pensamiento de que se trata de un género profundamente filosófico, materia esencial para el pensamiento, gran sustento del debate, la discusión, el intercambio de ideas.

Y todo ello porque la novela –al menos la novela que al autor le interesa, como se puntualiza–, se construye en torno a una falta, un vacío que, en su inaprensibilidad, confiere todo su vigor al relato: las buenas novelas son aquellas que se plantean un enigma que se obstinan en resolver durante todas sus páginas. El resultado de esta obstinación no es una respuesta, sino el recorrido explorativo, la búsqueda siempre frustrada de un punto concluyente. El producto final son las páginas del libro, la materialización del enigma con una textura y una complejidad con las que antes no se había –quizá– formulado. El deber del novelista consiste en hacer difíciles las cosas, en ver los entresijos en lo que parece plano: la ironía es su mejor arma –pienso en Kierkegaard y Climacus, no sé ya si son (es) o no novelista(s). Y su misión es opuesta a la del economista o el político: ellos deben optimizar, agilizar, concluir, resolver. Este debe demorar, detenerse, empezar siempre, no terminar nada nunca. La novela es el género del desconcierto, el libro constituido por un punto ciego, el arte de plantear cuestiones laberínticas.

Es esta persistencia en el enigma –algo que ya Adorno destacaba de la prosa kafkiana– lo que hace de la novela un género no solo complejo, sino heterogéneo, plural: una caja en la que cualquier género cabe, un tapiz tejido con las más variadas telas: ensayo, epístola, periódico, crónica. El libro reivindica la tradición novelística de ascendencia cervantina, inauguradora de la modernidad en su capacidad para armonizar tan y tantos dispares géneros, y la contrapone a la novela decimonónica, estilización del género a través de la preponderancia de la trama y la linealidad de carácter histórico en detrimento de su hibridismo fundacional. Ante estas dos clases de novela –cada una con “su verdad”–, la novela posmoderna, la de nuestro tiempo, se enfrenta como género al desafío de encontrar su verdad como una síntesis de aquellas dos, con el albedrío y mestizaje propios de su nacimiento y la perfección de la trama propia de su consagración como género dominante del ochocientos. En esta posmodernidad novelística Cercas incluye sus propias novelas, y destaca el trabajo pionero de Vargas Llosa en el ámbito hispanoparlante (así como el de Calvino, Kundera o Perec más allá), especialmente con La ciudad y los perros, obra a la que dedica todo un capítulo.

Tras aquella reflexión sobre la evolución del género, una crítica casi exhaustiva de Anatomía de un instante, el análisis del trabajo de Vargas Llosa y la aproximación a algunos maestros de las novelas del punto ciego –James, Conrad, Kafka–, el libro quiere acabar con unas reflexiones sobre la figura del intelectual y sobre la compatibilidad del trabajo del novelista con el posicionamiento político en la esfera pública, dos figuras que el propio Cercas reconocía como opuestas en sus funciones. Pero no en vano el propio escritor gerundense destaca tanto por sus novelas como por sus opiniones en prensa a propósito del independentismo catalán, la Unión Europea o el tenso clima español de pactos e investiduras. La única respuesta que en este atolladero se ofrece no es sino una cita de Ezra Pound: “Haré declaraciones que pocas personas se pueden permitir porque pondrían en peligro sus ingresos o su prestigio en sus mundos profesionales, y solo están al alcance de un escritor por libre. Puede que sea un tonto al usar esta libertad, pero sería un canalla si no lo hiciera”.

Vuelvo a la librería. Guardo el sabor de estas conferencias Weidenfeld, leídas ya dos veces, y reverenciadas ante la talla de los protagonistas de sus anteriores ediciones –Steiner, Chartier, Eco, Nussbaum, etc. –. Ojeo las novedades y los libros de siempre, consulto el estante de las novelas. Me veo reflejado en todos los libros, interrogado por todos los títulos. Urgido por fracasar en la aventura de dar caza a esa gran blancura, a esa enigmática ceguera.

Javier Cercas, El punto ciego. Las conferencias Weidenfeld 2015. Barcelona: Literatura Random House, 2016, 139 pp. ISBN 978-84-397-3117-7