‘Star Wars: Los Últimos Jedi’ La redención soñada

‘Star Wars: Los Últimos Jedi’ La redención soñada

Cuando muchos salimos hace un año de las salas de cine tras ver El Despertar de la Fuerza nos quedamos con la sensación de haber visto una especie de remake moderno de Una Nueva Esperanza. No cabe duda que hay un gran número de fanáticos de la saga que alaban esta cinta, pero es más un acto de fe ciega carente de visión objetiva que otra cosa. Para otros apasionados de este universo, como un servidor, el Episodio VII fue una tomadura de pelo organizada por un JJ Abrams con un ego como la Estrella de la Muerte, por lo que las esperanzas puestas en esta nueva entrega no eran demasiadas. ¡No podía estar más equivocado! Nos encontramos sin duda ante una de las mejores cintas de Star Wars, incluso con la capacidad de competir con la trilogía original y, por supuesto, dejando las precuelas por los suelos.

Finn (John Boyega), Rey (Daisy Ridley) y Rose Tico (Kelly Marie Tran)

Rian Johnson ha escrito y dirigido esta película demostrando que no es necesario ser George Lucas para saber contar historias de otra galaxia. El ritmo narrativo que nos ofrece nos hace navegar por un entramado de historias en paralelo perfectamente hiladas y que concluyen en la unión casi perfecta de las mismas. Los tiros de cámara empleados combinados con cambios de plano armoniosamente ejecutados, guiado todo ello por una banda sonora de John Williams de auténtico diez, crea una simbiosis rítmica que hace de las dos horas y media un viaje cinematográfico capaz de cortar la respiración. Johnson ha conseguido sacar minutos de tensión que logran que público grite de forma frenética, y no solo en una o dos ocasiones, sino que podemos vivir situaciones de verdadero clímax a lo largo de todo el metraje.

Como buena película de Star Wars que se precie, las batallas espaciales son un punto fundamental y de obligatorio cumplimiento. Ya pudimos ver un trabajo excelente de este apartado en Rouge One, en la que, por lo general, se disfrutó mucho de la Batalla de Scarif. Con esta referencia como base han hecho de este punto uno de los más impresionantes y destacables del Episodio VIII. Los planos secuencia de las naves, lo picados y contrapicados de los destructores, combinado todo ello con unos efectos visuales excelentes y la humanización de los pilotos (muy a lo Biggs Darklighter), consigue un paralelismo precioso de las batallas cinematográficas de la II Guerra Mundial que todos podemos recordar de películas clásicas.

Bombarderos de la Resistencia en el Episodio VIII

La dirección de fotografía se ha ejecutado de forma excelente, logrando en diversas ocasiones ser el personaje principal de las escenas. Junto a unos paisajes increíbles se puede disfrutar en gran medida de un uso del color exquisito, minucioso y muy simbólico, como podemos observar en la batalla final sobre el salar de Crait con el uso del blanco y del rojo como símil del lado oscuro y el luminoso.

La trama de la cinta da respuesta a gran número de incógnitas que surgieron en el capítulo anterior, siendo por tanto éste el eje central de la trilogía ya que tanto los personajes como la historia maduran y se consolidan, conformando un elenco más compacto y mejor posicionado en el universo de Star Wars. Aún así es destacable un punto no muy favorecedor en este apartado ya que se decidió, seguramente por parte de Johnson y Abrams (Productor Ejecutivo), dar a ciertos personajes principales (no diré cuales para evitar spoilers) un papel más insulso que el que tuvieron en el episodio anterior, lo cual, ya que gozaban de dos horas y media de película podían haber tratado de profundizar un poco más.

Deslizadores de la Resistencia en la Batalla de Crait

Como no todo puede ser positivo es necesario señalar que en Los Últimos Jedi se encuentra un uso del humor que no agrada a todo el mundo. Sí, es una película con una gran carga dramática y que tiene momentos de verdadera tensión, pero precisamente para cortar dicha tensión se ha recurrido en muchas ocasiones al humor. A veces está bien empleado y en otras ocasiones te saca totalmente de la historia, por lo que para futuras ocasiones deberían poner un filtro más duro a los chascarrillos infantiles. También se pueden ver algunos problemas de la trama en cuanto a la religión Jedi se refiere. No es que no lo trabaje bien en la película, es más, nos ofrece una visión de los maestros totalmente nueva y que no gustó mucho a algunos fans, pero el problema realmente importante es que no deja muy buen futurible para éstos; el nombre Los Últimos Jedi le viene al pelo.

Por desgracia el punto menos favorable se lo lleva la General Organa, mejor conocida como la Princesa Leia. Su actuación como no podría ser de otra forma es realmente extraordinaria. Carrie Fisher tenía la increíble capacidad de mostrar el tremendo dolor de su personaje mientras tiene la responsabilidad de comandar un ejercito, por lo que su trabajo es impecable. El problema no viene de su parte, más bien es responsabilidad del Johnson que no ha logrado hacer honor a Carrie, a pesar de que esta película va dedicada a ella. Una de las escenas más criticadas tiene como protagonista única a la princesa y por lo tanto la mayoría se quedarán con eso en vez de con la magnifica actuación que nos ha ofrecido antes de su muerte. Una lástima.

Estamos sin duda ante una de esas cintas que merece la pena ver más de una vez ya que cada pequeño detalle, personaje secundario y escenario nos ofrece tantos detalles que es imposible disfrutarlo todo en una única vez. También tenemos la suerte de que a la hora de crear a las diversas criaturas no han tirado tanto de CGI y han buscado más los animatronics, lo que dota de mucho más realismo a la película. Esperemos que este sea el camino que quiere seguir la franquicia y que los próximos episodios que vayan a ver la luz tengan el mismo aura que el Episodio VIII.

La fiesta drag. Sobre la cultura drag y RuPaul’s Drag Race.

La fiesta drag. Sobre la cultura drag y RuPaul’s Drag Race.

(Foto sacada de: https://www.pinterest.de/pin/36943659417237332/)

Maquillaje en grandes cantidades, tacones altos, peinados exuberantes, minifaldas y escotes generosos, todo un repertorio infinito de glamour, obscenidad y extravagancia que constituye lo que sería el infierno más profundo  del feminismo o bien, su campo de batalla. Sin embargo, hay que tomar un poco de distancia de esta primera impresión y darse cuenta de que el travestismo tiene un asterisco gigante encima, un asterisco que es precisamente aquello que lo diferencia radicalmente del concurso de belleza: detrás de la peluca y de los senos falsos no está una mujer sino un hombre. Ese «pero“, esa nota al pie es el corazón y el sentido del movimiento drag, su centro de pólvora, su posicionamiento político. La desaparición y la aparición del pene es en sí parte de la agenda drag, casi su esencia política: la libertad de poner y quitarse el falo. Una drag queen celebra la inautenticidad de su presencia y de todas, la apariencia engañosa y al mismo tiempo la verdad detrás de esta: el travestismo celebra el movimiento de las superficies que constituyen la diferencia entre los géneros; la performatividad del género en carne viva. Una drag queen celebra la libertad de las formas, se celebra a sí misma como individuo, resquebrajando así el imperativo impuesto por la clasificación anatómica, por el pene mismo: una drag queen celebra al sujeto como ente de autopoiesis pura.

Lo drag es fiesta, grito de libertad, orgía de formas, celebración del mal gusto, de lo obsceno y lo abyecto. Se alza un mundo alternativo pero uno brillante y hermoso.

Lo que pareciera ser un gesto misógino, la burla de lo femenino por parte del hombre, no es más que el juego de superficies que tiene un potencial altamente político: el sujeto adquiere la libertad de salirse de las casillas en las que ha sido encarcelado. El travesti muestra una y otra vez que las catalogaciones sociales responden solamente a una lógica de las superficies, y es por eso que decide trastocarlas y moverlas: el origen de estas nuevas capas del sujeto es sola y únicamente el sujeto mismo. Toda acción que parte del sujeto es (para Spinoza por ejemplo) un acto de libertad, una actividad verdadera, en contraposición a lo reactivo, a la representación pasiva, a aquello que se hace por los otros. RuPaul, la drag queen más célebre de los Estados Unidos y tal vez del mundo entero, recuerda esta importancia política al final de cada uno de los episodios de su reality show RuPaul’s Drag Race:

And remember, if you can’t love yourself, how in the hell you gonna love somebody else? Can I get an amen?

Estas palabras clausuran cada episodio, justo después de que uno de los o las concursantes fuera eliminado o eliminada de la competencia. Una de las partes más importantes del show de RuPaul es rescatar la importancia de la libertad del sujeto, la fuerza de este, y es por esto que no se recuesta en humildades falsas: el sujeto decide lo que quiere, se siente mejor que los otros y acaba de una buena vez con la autovictimización y con la autocompasión. No se trata de sujetos reactivos que compiten en cuál de todos se despoja de más fuerza; al contrario, todas son fuerzas activas en competencia, en pelea continua. Una de las virtudes más celebradas en la serie es precisamente la facultad de poder reírse de sí mismo, dominando así con maestría la burla de los otros. RuPaul defiende a capa y espada su presencia y fuerza escénica, no evita el elogiarse a sí mismo, prefiere celebrarse pero siempre con un último objetivo: revertir la arrogancia y el glamour en una carcajada. La falsa humildad tediosa que se empareja con la arrogancia es desechada por una arrogancia que tiene como objetivo el humor crítico. Si el show no hace reír, si no pone de cabeza la seriedad del concurso y las diferencias de género, si una carcajada no estalla en medio del juego de las formas, entonces no estamos hablando de lo drag.

De esta manera, RuPaul es más rey o reina que presidente o presidenta: su jurado es decorativo y antes de decir quién debe salir de la competencia, anuncia de forma jocosa: I’ve made my decision. No se trata de una decisión democrática sino de su decisión propia, y con esto barre con toda pretensión de democracia y defiende de frente lo que el show mismo es: el concurso de RuPaul.

Sin embargo, no todo funciona como uno quisiera. En el movimiento drag hay también un impulso homogenizante que destruye por completo el corazón político de esta forma de vida que es en sí la celebración de la heterogeneidad del sujeto. Lastimosamente las drag queens recaen en lo que pretende ser imitación «fidedigna» de un concepto peligroso de lo femenino y en este sentido, ya no se trata de un juego de reflejos y superficies sino de la acentuación de una idea mal entendida, de un juego mimético que colinda con la misoginia. La fiesta se vuelve aburrida cuando los únicos bienvenidos a celebrar se ven igual que todos, reproducen una idea errónea de la mujer y hacen de esto una imagen de culto. El caso de la ganadora de la séptima temporada Violet Chaski exalta lo que los reinados de belleza premiarían.

No obstante, la serie procura constantemente alejarse de un concepto fascistoide de belleza e intenta resaltar la celebración de las formas (ese es el caso de la ganadora de la octava temporada, Bob the Drag Queen, y de la novena, Sasha Velour), de lo grotesco y de lo abyecto que se convierten allí, donde el humano se despoja de sus falsas armaduras de humildad y mojigatería, en fiesta pura, fiesta de vida. Lo femenino como cliché viene a ser desmantelado como falsedad, lo femenino no termina siendo eso que el hombre espera de la mujer sino algo más: lo drag en sí, una estética independiente cuya esencia radica únicamente en la transgresión del buen gusto, de la diferenciación de los géneros y de la modestia arrogante, justo allí en medio de la carcajada.

Sin embargo, pareciera que la cultura drag necesitara de ese asterisco, de ese recordatorio de lo verdaderamente importante en ella, parece que necesitara de alguien que subraye constantemente el aspecto trans-gresor para no dejar que tanta fiesta se descarrile en su contrario, en una homogeneización de las formas. Es por eso que me hace falta en el drag de RuPaul un poco del punk de Vaginal Davis, justamente como era en sus primeros performances; pero supongo que la importante intención de insertar el travestismo y lo queer en la cultura mainstream requiere ciertos sacrificios.

(Posdata: Sasha Velour recibió hace poco, con ocasión de su victoria en la última temporada del show, un video de felicitación de nada más y nada menos que Judith Butler. A propósito de performatividad y de lo político…)

 

 

Amor y verano con el coro del King’s College de Londres

Amor y verano con el coro del King’s College de Londres

Como preparación del verano que empieza en breve (por lo menos en términos astronómicos) el coro del King’s College de Londres y la Britten Sinfonia presentaron juntos un programa titulado Amor y Verano. El concierto tuvo lugar en la Sala Uno de Kings Place, un espacio para actividades artísticas y conferencias. Su relativa juventud (data del 2008), sus reducidas dimensiones y su localización apartada del centro de Londres, lo hacen menos conocido que grandes centros como el Barbican o el Southbank, pero su ambiciosa y estimulante programación merece ser tenida en cuenta. (más…)

Corrupción en España – Gangsta Style

Corrupción en España – Gangsta Style

De la corrupción política en España se han hecho muchos análisis, debates … Pero, tal vez, no se ha hablado tanto de otros factores como son las implicaciones culturales de esa corrupción o la estética que caracteriza a sus protagonistas.

Coches de alta gama, trajes a medida, relojes de lujo, «volquetes de putas»… A pesar de las razonables diferencias que cabe señalar entre las diferentes tramas de corrupción que ya son conocidas en el Estado español, lo cierto es que a los corruptores y los corruptos de por aquí no parece sobrarles imaginación. O, más bien, tienen (o creen tener) las prioridades muy claras en la vida.

No sé si, alguna vez, se han preguntado, por ejemplo, sobre la utilidad o la idoneidad (ya ni me atrevo a escribir sobre el «sentido») de poseer 20, 30 o 40 coches de alta gama. Es cierto que, rápidamente, se me puede contestar que es parte de un afán coleccionista, sin más. Pero es que eso me responde poco y mal: normalizamos un afán que, a mi parecer, suele tener un lado oscuro mucho mayor del que suponemos.

Respecto a las putas, ¿Alguien cree que el puterío de estos personajes tiene algo que ver con el sexo? A mi modo de ver: nada. Es sólo un componente más, y muy importante, de esa fachada que se construyen. De esa estética. Una estética en la que el dinero no es un medio para conseguir bienes, sino para construirse a sí mismo.

Ser ALGUIEN a través de un billete. De eso estamos hablando. Hablamos de que la cosificación del otro, el exhibicionismo pueril o el coleccionismo forman parte, aún cuando quizás no sean conscientes, de la necesidad de reafirmar algo. De reafirmar algo que creen ser o, cuanto menos, que creen que DEBEN ser.

La propensión a corromperse no es una novedad en la idiosincrasia humana. Pero tanto las condiciones en las que se produce como aquello conseguido a través de esa situación, denota diferencias.

Para empezar, ningún caso de corrupción en España, de aquellos que tienen relevancia pública, viene a suplir una carencia de sueldo para llegar al umbral de la subsistencia. No se puede decir que los sueldos de aquellos que se corrompieron les impedían poder sobrevivir. Pero ellos querían más. Y no creo que fuera por simple avaricia. Querían más, sí, porque disfrutaban viendo crecer números en una cuenta. Pero eso es sólo una consecuencia: querían más, porque querían tenerla más grande. La corrupción política en España se ha asociado con frecuencia a una forma casposa de entender la «virilidad». Pues incluso aun cuando las beneficiarias de la corrupción fueran mujeres, éstas sólo aparecen como parte de un mobiliario de quita y pon. No son protagonistas, no son las dueñas de su destino.

La corrupción política en España es vomitiva. Pero lo es no tan sólo por el perjuicio económico que comporta, si no por la pena que da observar como tanta gente vive de espaldas a cierta concepción de respeto al Otro. No hay feminismo, no hay pensamiento ecológico, no hay pensamiento que vaya más allá de que si puedo tener algo, debo tenerlo. Porque ser hombre  debe implicar Tener, porque sin Tener, tal vez, uno se quedaría en la penumbra de la existencia. Y en la penumbra sólo cabe pensar o morir. Todo esto es una especie de Gangsta Style, de parecer para ser.

 

The Exterminating Angel, la última ópera de Thomas Adès

The Exterminating Angel, la última ópera de Thomas Adès

Un grupo de personas de la alta sociedad reunidas para comer se encuentran atrapadas en una habitación, incapaces de abandonarla sin razón aparente, lo que desata una progresiva degeneración de las costumbres y la convivencia. Este es el inquietante argumento de El ángel exterminador, la célebre película de Luis Buñuel, sobre la que Camino Aparicio nos habló en su reciente artículo. Es sobre ella que el compositor británico Thomas Adès ha compuesto su última ópera, estrenada en Salzburgo el pasado verano y representada por primera vez en la Royal Opera House el pasado 24 de abril. (más…)

Benjamin Appl y Michael Fabiano en la Wigmore Hall: dos aproximaciones opuestas a la canción

Benjamin Appl y Michael Fabiano en la Wigmore Hall: dos aproximaciones opuestas a la canción

El pasado 21 de abril tuvieron lugar en la Wigmore Hall de Londres dos conciertos de su serie dedicada a la canción, pero con artistas de perfiles muy distintos. Alumno de Fischer-Dieskau y asiduo a la Wigmore Hall así como a diversas Schubertiadas, el barítono Benjamin Appl es un especialista en el género de la canción. El tenor Michael Fabiano, en cambio, centra su carrera en la ópera, con compromisos en los principales teatros. Sus trayectorias marcan claramente el contenido de sus recitales, así como su estilo a la hora de afrontarlos. (más…)