Come and See, un cuento sobre la destrucción.

Come and See, un cuento sobre la destrucción.

En Cultural Resuena aprovechamos que nunca es tarde para el arte sublime y queremos desempolvar esta obra maestra relativamente desconocida y recomendar a todos nuestros lectores el visionado de Come and See (título original: Idi i Smotri), drama bélico soviético de 1985 dirigido por Elem Klimov.

Come and See cuenta la historia de Flyora, un chico de 14 años reclutado por los partisanos bielorrusos. Le acompañamos como espectadores, a través de sus ojos, en su viaje a través del infierno, en la contemplación pasiva de la destrucción total, el fin de todas sus circunstancias y posibilidades vitales. Flyora huye o busca o deriva mecido por la guerra (es un niño) a través de un universo opresivo de aldeas envueltas en la niebla, aniquiladas, calcinadas, una a una.

La película se estrenó para conmemorar el 40 aniversario de la victoria soviética sobre los nazis, con un dilatado presupuesto para la ocasión. Fue considerada un éxito de crítica y público, antes de ser misteriosamente sepultada por el paso de los años. Creo que se trata de una cinta fundamental en la historia del cine, cuya tradición infiltrada de tensiones políticas ha preferido encumbrar otras visiones más occidentales como La lista de Shchindler.

Come and See actúa como contraparte de dimensiones igualmente mastodónticas, resultando incluso más desagradable de ver: sus imágenes incomodan al poder de cualquier signo. De hecho, más que un memorial patriótico de la victoria soviética, se torna en un recordatorio de su terrible coste. Narrar la sangre y el dolor, la imagen reversa del triunfo bélico, parasitando el discurso de este, es uno de sus valores incuestionables. El guión tardó 8 años en ser aprobado, coescrito entre el director y el guionista Ales Adamovich, quien vivió en su infancia experiencias similares a las del protagonista.

El descubrimiento de un rifle enterrado en la arena del campo donde juegan Flyora y su amigo es el detonante de la trama que llevará al chico a alistarse con los partisanos bielorrusos, cuando todavía el ejército soviético no había entrado en juego. Pero estos milicianos le dejan en la retaguardia por su inexperiencia. Entonces conoce a la joven Glasha, y se pierden por el bosque. Comienza aquí uno de los dos rasgos formales a destacar en esta crítica: el juego de planos y contraplanos. En lugar del habitual escorzo, Klimov aborda rigurosamente el diálogo como primeros planos totalmente frontales: la cámara se posiciona siempre en el lugar del que escucha, el que recibe, dirigiéndose el actor que habla directamente a nosotros, a él, a ambos. Se anula así el desdoblamiento personaje/espectador generando extrañamiento. Un rostro agónico y gigante declara. Es así como nos introducen la degradación progresiva del rostro de Flyora, variaciones sobre la pérdida en un rostro. La técnica consigue sugerir más allá de la pérdida de la inocencia, la pérdida de la propia humanidad. Muchas veces no sabe uno si es más terrible el asesinato de aldeas enteras o la herida profunda en los ojos de Flyora, que van convirtiéndose, poco a poco, en vacío puro.

A partir de la primera media hora, con la caída de los paracaidistas alemanes en el bosque, soportar la película se vuelve complicado. Come and see es uno de los films más devastadores que se hayan hecho jamás sobre la brutalidad y la vanalidad del mal. Comienzan las explosiones y los disparos, pero nada de efectos especiales: en la película, toda la munición usada es real: las balas llegaron a pasar a 10cm de la cabeza del protagonista. El rodaje se realizó a lo largo de 9 meses de forma cronológica. El actor protagonista declaró que había sufrido tanta hambre y fatiga durante el mismo que cuando volvió al colegio, no solamente estaba mucho más delgado: su pelo pasó de rubio a gris.

A partir de los primeros bombardeos, el filme se introduce en una atmósfera onírica, alternando las masacres con la poesía visual de paisajes surrealistas de enorme potencia. El sonido induce al espectador en la confusión total de la huida permanente e imposible. Come and See nos acerca a la subjetividad de la guerra percibida por la impotencia de un niño, quizá un contrarrelato a Apocalypse Now desde el punto de vista inverso: el del masacrado.

No me deja de sorprender el uso de material de archivo al final de la cinta, cuando Flyora hace retroceder el tiempo con sus balas disparadas a un retrato de Hitler que flota sobre el agua.

La película logra trasladar a la forma fílmica el horror de la masacre en las 628 aldeas bielorrusas donde las Einsatzkommando (tropas especiales para la exterminación) torturaron y quemaron vivas a miles de personas.

Tras completar el rodaje, el director no volvió a realizar jamás otra película. En 2001, durante el transcurso de una entrevista, Klimov aclaró la razón.

“Perdí el interés en hacer películas, siento que ya hice todo lo que es posible hacer

Mario Conde y Padura dan el salto al cine con ‘Vientos de la Habana’

Mario Conde y Padura dan el salto al cine con ‘Vientos de la Habana’

Uno de los aspectos más valorados de la escritura de Leonadro Padura es lo visual que es. Mientras tenemos el libro entre las manos, nos sumergimos en sus letras y, de pronto, estamos en una silla, con un vaso de ron, en silencio, sintiéndonos parte de las reuniones del Flaco, el Conejo, el Conde, Andrés y Candito el Rojo, desgranando las miserias cotidianas. Y nos imaginamos a Conde fumando, llamando comemierda a Manolo pero siendo «más bueno que el carajo», paseando por las calles de La Habana, donde cada esquina es una promesa de lo que podría haber sido, suspirando por Tamara (y todo lo que Tamara supone). Eso tan valorado, la facilidad para crearnos todo un mundo, es que cuando se hace visual siempre nos falta algo.

Vientos de La Habana (estrenada ayer en España), dirigida por el director Félix Viscarret, y atentamente guionizada por Leonardo Padura y por su compañera, Lucía Lopez Coll, comete la herejía de meterse en ese mundo tan íntimo al que nos ha invitado Conde (al que da vida Jorge Perurrogía), el de cada uno de nosotros. Está basada en Vientos de Cuaresma y en su fidelidad al texto introduce guiños para los lectores, que encajamos todo lo que para el no iniciado resulta anecdótico como portador de un significado amplísimo. Es una película que, si no se ha leído nunca a Padura, cumple a la perfección su papel: casi dos horas que se pasan volando, una historia que va enganchando, unos personajes a los que más o menos se les ha cogido cariño cuando se encienden las traicioneras luces de la realidad. A todo ello se suma una fotografía deliciosa, concentrada en crear un retrato de La Habana como sólo puede hacerlo alguien que ama esa ciudad pese a todo, que es consciente de que, La Habana, «de tanto decaer, se ha ido p’al carajo» (como suena por ahí en el celuloide). Pero si se ha leído a Padura, como es mi caso -y, además, confieso que he disfrutado con la lectura de sus libros como con pocos en mi intensa vida de lectora-, falta un rasgo esencial: lo escuálido y conmovedor. Creo que el problema se encuentra en que se intenta condensar una complejidad trabajada al detalle de los personajes en dos horas, porque hay algo de aquellas relaciones -fundamentales en las letras de Padura– que se quedan algo desinfladas porque lo vemos todo in media res sin entender muy bien todo el conjunto. Pero me bajaré de la torre de marfil donde nos ponemos los críticos y me enfrentaré a la pregunta que, estoy segura, se hizo el equipo de Vientos de La Habana: ¿Cómo se es fiel a esta historia tan llena de matices, donde lo más importante es lo que se lee entre líneas? Padura ha conseguido convencer a lectores ávidos de thriller y novelas policíacas con unos libros donde los crímenes son lo de menos y con un policía que quiere ser escritor. Pero en el cine todo esto no es fácil de contar: por eso, a veces no queda claro qué tipo de película es. No tanto porque las películas tengan que ser o encajar en algo, sino porque el lenguaje visual de cada género lleva a cuestas una larga trayectoria. Por eso esta película no termina de estar en ningún lado y es quizá ahí donde pierde su fuerza. Utiliza algunos clichés para no perderse entre la indecisión -como la aparición del jazz y el sexo saxofón mediante- y deja algunos cabos por desarrollar que en los libros son vertebradores. Las historias de ese círculo de amigos, cuyo mejor pasatiempo nocturno es escuchar a Creedence bebiendo ron, aparecía de refilón como reproche de borrachos, y toda su vida pasaba por los ojos del espectador en un par de minutos. Las tensiones del policía-escritor, que no es nada del todo, quedan disueltas en una comisaría de policía donde las viejas y las nuevas rencillas y las largas sesiones de investigación y cooperación pasan como un suspiro. El sexo y las mujeres (que en esta película van de la mano, salvo en el caso de la buena de Josefina), aparecen ocupando un lugar accesorio para la vida de Conde, que se presenta mucho más transparente y enamoradizo de lo que nunca será en los libros. Aunque parece que la relación con Karina (Juana Acosta) -que sustituye el rol de Tamara- es uno de los hilos conductores, mirándolo con lupa, Karina es la excusa para que Conde escriba, para que cuente algunas cosas, confiese otras y, sobre todo, dibuje con más nitidez su faceta de perdedor que siempre, de alguna forma, sale a flote. La complejidad de sus relaciones sentimentales, tan bien perfilada por Padura en los libros, que nos toca tanto a todos, se difumina -aunque con verdadera elegancia-.

En esta película, por mor de ser fiel a todo y que nada se escape, y dar a los lectores un retrato en el que no echen nada de menos, todo pasa demasiado deprisa. Por eso creo que no hay que entenderla como la película sobre Mario Conde, sino como un experimento, un juego para ver cómo sería hacer eso que tanto deseamos los que hemos dedicado horas a disfrutar con las páginas de Padura: que esa gente exista, que ese mundo tenga vida, que nosotros podamos, por un rato, creer que es posible traspasar la ficción.

Toni Erdmann: Que duro es vivir siendo un payaso

Toni Erdmann: Que duro es vivir siendo un payaso

Debe de ser duro. Actuar de un modo que sea tildado de excéntrico, así considerado por el sistema en el que todos convivimos. Lo reducimos a un “hacer el payaso”, nos disculpamos si nos comportamos fuera de lo esperado con un “es que a veces soy un poco payaso”. En esta sociedad, debe de ser duro el vivir siendo payaso. Nos regimos por unos estándares de comportamiento de cumplimiento no obligatorio, pero salirse del camino dirige generalmente a la incomprensión. ¿No deja de ser esto injusto? No hay dedo corrector que limite a los extravagantes, somos nosotros, la sociedad; eso requiere como mínimo una reflexión. Lo que uno recibe de Toni Erdmann incita a la misma.

La historia gira en torno a un jubilado de aspecto afable pero solitario que parece fuera de sitio. Todo en él invita a fruncir el ceño, como lo hace su hija, separándoles una especie de barrera invisible. Toni Erdmann es una película diferente, parece no pagar ningún peaje al género de la comedia ni a los cánones establecidos, portándolo con sencillez desde la primera escena hasta la última. Tiene una secuencia de desnudo de la que mucho se hablará, alocada e inimitable, que acaba por encumbrar la cinta. Esta escena y la película en general no pretenden tanto generar conciencia sino mostrar una realidad que hemos apartado; que tomemos o no esa conciencia no es más que intrínseco a cada uno.

Empaticemos con esos incomprendidos, no quieren faltar el respeto ni banalizar las situaciones, solo actúan en ocasiones apartándose del guion. ¿Hasta qué punto nuestra personalidad es forjada de una manera determinada? ¿Hasta que otro punto podemos y debemos decidir cómo actuar dependiendo de las circunstancias? Hemos perdido la perspectiva, juzgamos porqué somos como somos y porqué otros son como son. Se diría que tenemos siempre la obligación de cambiar, acorde a unas normas de conducta no escritas aceptadas como leyes.

La extravagancia, una barrera que separa a padre e hija.

Los principales causantes de estas cavilaciones son el veterano austriaco Peter Simonischeck en el papel de padre y la alemana Sandra Hüller en el de hija, encumbrada a estrella nacional por los medios de su país: geniales y totalmente entregados a sus papeles, son árboles que no deben impedir ver el bosque, el mensaje. Que reciban actores y filme premios y distinciones forma parte de la realidad principal en la que vivimos. Que saquemos alguna conclusión de las que seguramente la directora Maren Ade pretendía con la película, pertenece a esa otra realidad, menos glamurosa y más alejada de los focos: lo estrafalario, lo estrambótico, en última instancia lo diferente, habita en nuestra sociedad y tiene el mismo derecho a hacerlo con naturalidad como lo que aceptamos como normal u ortodoxo. Lo diferente es visto con misericordia y altanería, eso nos convierte en ignorantes si acatamos este absurdo dogma.

El ritmo es poco usual y algo desacelerado, atípico en las comedias, acostumbradas a cuantos más gags seguidos mejor. Toni Erdmann es consecuente y su cadencia es apropiada a su protagonista, un hombre ya de cierta edad pese a su actitud desenfadada e infantil: ni rápido ni despacio, como transcurre la vida por lo general, con sus picos de humor (excelsos por momentos en el filme), sus transiciones y sus descensos al drama.

Lo más difícil es hacer las cosas de manera fácil, de ahí que el ingenio tan singular de esta comedia -así como la manera en la que es contada y transmite- quede encuadrado en una atmósfera de simplismo la hace tan especial. Sin lugar a dudas, es para no perdérsela.

Dios existe y vive en Bruselas en El Nuevo Testamento

Dios existe y vive en Bruselas en El Nuevo Testamento

El verano en Berlín es un rompecabezas que debe afrontarse con astucia y positividad, donde el clima juega incesantemente al gato y al ratón. Al principio, uno no sabe por dónde cogerlo, ni que ponerse para asomarse a la calle o si hacer determinados que planes por miedo a esa meteorología tan caprichosa. Al final, miras más veces al día la página del tiempo que tu WhatsApp y rara vez falta una prenda con capucha encima de tu hombro, por si a la tarde-noche refrescara y un grupo de nubes confluyeran para tratar de aguarte la vuelta a casa.

El otro día fui a uno de los maravillosos cines al aire libre que la ciudad ofrece, escondido en medio de un parque tras una catedral, confiando en una previsión que aventuraba una noche despejada y tranquila. Proyectaban el Nuevo Testamento (Le tout nouveau testament, Bélgica, 2015) del poco prolífico pero no por ello menos talentoso Jaco Van Dormael. Servidor tan solo conocía al cineasta belga por esa genial e hipnótica producción del 2009 bajo el peculiar título de Las vidas posibles de Mr. Nobody (Mr. Nobody, 2009), encabezado por un siempre excelente y polifacético Jared Leto.

Con la grata compañía de un amigo francófono, visionamos el film en versión original (francés) subtitulada (alemán), de manera que ambos pudimos disfrutarla sin problemas, a excepción de algunos giros del lenguaje teutón que mis 3 años en Alemania no han alcanzado todavía a dilucidar.

Pues sí, Dios existe, vive en Bruselas y no es un señor lo que diríamos afable, sino un tirano en bata y barba de una semana que domina la humanidad a su antojo desde un ordenador en su cuarto, siempre cuidadosamente cerrado bajo llave, al cual ni su hija ni su mujer tienen nunca acceso. Efectivamente, Dios tiene familia y son tan “humanos” (o quizá no tanto) como él.

Éste es el punto de partida de una comedia veraniega fresca y nada pretenciosa, ideal para esta época del año. El protagonista de la historia, en una película que personifica a Dios, es sin embargo su pequeña hija Ea, quien sobrepasada por lo malévolo de su padre decide dejar de vivir en el tedio y la apatía y pasar a la acción. Durante su aventura, tanto Jesús como en especial los apóstoles tienen un papel fundamental para cerrar el círculo del cometido de la joven, aunque no precisamente el que pudiéramos esperar, pues esto es una comedia de ficción satírica y el pájaro de la imaginación se despliega aquí abriendo las alas desde el mismo inicio de la cinta.

El ingrediente que adereza a El Nuevo Testamento y que en mi opinión lo hace altamente disfrutable es un original y bello lirismo cuasi poético que abraza e impregna a muchas de las escenas, entrelazadas éstas a otras ya más ligeras de claro humor estival, conformando una sonrisa en el espectador que ha pagado bien a gusto el precio de su entrada.

Pese su apariencia, no es peccata minuta por muy revestida que esté de comedia: una película satírica donde la bondad del ser humano trata de abrirse paso y avanzar ante un Dios que se nos presenta sátiro y ridiculizado a partes iguales, incluso bufonesco. Es esto lo que el film a última instancia nos ofrece y con gran acierto dado que ninguna voz ofendida se ha alzado desde su estreno.

El parque estuvo abarrotado durante la proyección, pero la habitual educación exquisita de los alemanes y del resto que acudieron hizo que las risas y el ulular del viento azotando las hojas de los árboles fueran los únicos sonidos perceptibles durante dos horas que se pasaron volando (a cualquiera que en una apacible tarde de julio se decante por ir a ver un film belga en versión original en lugar de estar de cervezas y cháchara en una terraza se le presupone compostura y respeto suficientes para con los demás)

En esta jornada el clima impredecible de Berlín fue bondadoso y brindó una temperatura tan agradable que ni siquiera la fresca brisa invitaba a ponerse encima la sudadera; si somos buenos puede que Dios desde Bruselas se apiade de nosotros y nos regale más veladas como ésta durante el verano.

Refréscate – Cine

Refréscate – Cine

Como la vez anterior, aquí os traemos los planes que cada uno de nuestros redactores tiene para esta temporada en cada una de las áreas que componen esta revista. Esta vez toca sesión dedicada a películas y series. Poneos cómodos que esto promete:

Marina

Yo sé que vas a tener alguna tarde muerta este verano. Y que vas a estar frente al ventilador esperando inspiración. Para hacerte más leve una de esas tardes muertas y/o para quedar bien con ese ligue intelectualoide que has conocido en una verbena, te recomiendo la Trilogía de Yusuf (2007), del turco Semih Kaplanoglu, que se compone de tres películas: Huevo, Leche y Miel. Si te gusta la buena fotografía y quieres conocer el cine turco, no dejes pasar esta joya.

Elio

Cuando era pequeño mis veranos estaban marcados por las películas y series clásicas que echaban por las noches en el entonces canal 33 de la televisión catalana. Recuerdo una serie infame llamada Viaje al fondo del mar (Voyage to the bottom of the sea), en la que la tripulación del submarino Seaview recorría los mares y luchaba con monstruos marinos y extraterrestres (!!). Una suerte de Star Treck marino, con guiones previsibles, decorados cutres, monstruos absurdos y personajes planos. ¡Diversión asegurada!

Antonio

Si cuento las series que tengo en la lista de pendientes y a medias no me dan los dedos de las manos sumados con los de los pies. Por eso este verano quiero aprovechar el tiempo libre para ponerme al día con aquellas que nisiquiera he empezado todavía (Mr. Robot, Daredevil, Fargo…). No podrán caer todas por lo que hay que ordenarlas de algún modo y he decidido que la primera sea Ash Vs Evil Dead que, con lo corta que es (de momento), cumple todos los requisitos para apuntarme el logro y continuar para bingo.

Elisa

Lo confesaré desde el inicio: la propuesta, digamos, no es del todo mía. Quiero decir, y no sé que quiero decir… Ah, ¡sí! Lo que quiero escribir aquí es que la propuesta cinéfila que os traigo esta semana no ha sido una recopilación propia. Es esa lista que un día tonto navegando por Internet encuentras, a la que al principio no haces mucho caso, pero que aún así continuas hojeando porque poco más puedes hacer. Afuera llueve y el sofá te ha atrapado. Y entonces, con el té ardiendo aún, te percatas de que es una lista cuanto menos interesante, ya que recoge los supuestamente 10 mejores documentales sobre fotografía (¡bendito oficio!), y te deprimes, sólo en parte. Todavía te quedan por ver unos cuántos y de los otros ni tan siquiera habías oído hablar… Copias el enlace, lo almacenas en esa carpeta imprescindible de olvidos y sigues con el té. Hasta hoy. Por favor. apaguen la luz, que empieza la peli.

Carles

Llevo varios meses acumulando películas en mi lista de tareas pendientes, pero no acabo de encontrar el momento. Por suerte eso se acaba pronto: verano va a ser EL momento. Para empezar quiero ver El mundo sigue, pues me apetece paladear ciertas reflexiones durante estos momentos de menos actividad física. Otra película en mi lista es La verbena de la Paloma. De esta película basada en una zarzuela me llama especialmente la atención que se la haya clasificado como la «zarzuela feminista». Tengo curiosidad por ver a que se referían con eso sobre una película de 1935. Y para acabar con esta sesión de cine patrio quiero cerrar con El crack, un argumento siempre interesante. Finalmente también quiero dejar aquí otra de mis películas pendientes; una que pasó a estar en la lista a raíz de la siguiente crítica.

Spoilers, nuestros amigos incomprendidos

Spoilers, nuestros amigos incomprendidos

El otro día leí en este artículo que una empresa había abierto una línea de negocio consistente en cobrar por mandar spoilers a tus enemigos. Por el módico precio de un dólar te garantizan que desvelaran a tu némesis cualquier secreto y giro argumental de Juego de Tronos antes de que éstos ocurran. ¡Cruel castigo para aquellos que han osado interponerse en tu camino!

Por esas coincidencias de la vida, ese mismo día, tuve una conversación sobre una famosa serie de películas en la que uno de los contertulios nos mandó callar pues no había visto aún la última entrega de la saga. Sentí mi conversación arruinada por una persona con una falta de interés genuino por esa saga, ya que ha tenido varios meses para poder ver la última entrega.

A razón de estas dos anécdotas me planteé las causas del pánico a los spoilers. ¿Por qué desvelar ese giro argumental se ha vuelto tan pasional para algunas personas? A mis oídos han llegado anécdotas de verdaderas discusiones por desvelar pequeños giros de la trama en plan broma o de forma inconsciente.

La preocupación frente a los spoilers se debe a la voluntad de querer sentir esa oleada de emoción que nos inunda por dentro cuando se nos presenta algo sorprendente o inesperado. El odio por los spoilers es, en el fondo, un rechazo a la persona y/o medio que nos desvela ese importante giro argumental, impidiéndonos disfrutar plenamente de esa oleada de emoción momentánea.

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A pesar de poder entender esa preocupación, reflexionar sobre este tema me ha convertido en un defensor de los spoilers. Me parece sano promover el spoiler, sobre todo para salvar la producción artística y la cultura. El desvelado sistemático de tramas creo que nos beneficiaría en el ámbito económico, en el educativo y en el artístico.

A nivel de ingresos, las grandes productoras protegen con uñas y dientes el desarrollo de sus novelas, series o películas esperando que el público siga comprando sus productos para poder ir conociendo cómo se cierran los distintos hilos argumentales.

Este hecho que no debería ser malo en sí mismo (todos necesitamos pagar el alquiler y nuestras facturas), acaba siendo abusivo cuando las líneas argumentales principales se prolongan ad kalendas graecas y las secundarias no paran de abrirse. Como ejemplo paradigmático podemos poner la serie Lost, exprimida hasta la aridez de la sexta temporada.

En el ámbito educativo me parece que los spoilers pueden ayudarnos a aprender algo que nos favorecerá a lo largo de nuestras vidas: disfrutar tanto del proceso como del desenlace. Es una consecuencia de nuestra sociedad neoliberal la búsqueda de placeres intensos e inmediatos y, a la postre, con poco esfuerzo.

El hecho de ser incapaces de disfrutar el camino hasta llegar al clímax, perjudica gravemente nuestra felicidad. Según mi parecer, esto no sólo ocurre en series, películas u obras de teatro; también lo encontramos en las relaciones humanas o en la imagen que se nos vende del sexo.

En nuestra sociedad acabamos tratando a aquellos que nos rodean en la medida en que nos aportan algún placer, pero en seguida les desechamos cuando pasan por un mal momento y pasan de proporcionarnos satisfacción a pedirnos ayuda. Si nos acostumbramos a desvelar los finales de esa serie tan famosa, al final acabaremos aprendiendo a disfrutar de todo el proceso en ella involucrada y eso se extenderá a otros ámbitos de nuestra vida.

Finalmente está el beneficio artístico. Cualquier producto que, una vez conocida el final de su trama, no merezca la pena de ser visto, leído o escuchado; pone en serias dudas su valor artístico.  Existe inmensa cantidad de obras que siguen siendo consumidas a pesar de lo conocido de su desenlace.

Crónica de una muerte anunciada sigue siendo un libro muy interesante a pesar de saber que acabaran matando al protagonista. En Cinco horas con Mario, sabemos en todo momento que estamos hablando con un muerto. En Psycho, la escena del desnudo y asesinato en la ducha es reconocida incluso por personas que no han visto la película.

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Y luego entramos en los clásicos. ¿Por qué nadie se escandaliza si le desvelan el final de Hamlet, Macbeth o El Quijote? ¿Merecen los clásicos menos miramientos respecto a su trama? Encuentro estas evidencias suficientes para hacernos replantear nuestra postura frente a los spoilers.

Así pues, ahora que empieza el verano, aprovechen para leer, ir al cine, al teatro, a conciertos y no olviden spoilear a todo aquel que ose acercarse. Al principio les odiarán, pero piensen que así esas personas maduraran sus capacidades de análisis y empezarán a apreciar con mayor profundidad todo aquello que vean, lean o escuchen.